Emilio Pedro Gómez
El poeta pasó de estar de pie y mirando al público, a sentarse de lado mientras las imágenes tomaban la parte trasera del escenario, imágenes que se revelaron vitales para los textos, anzuelos para la atención, subrayados visuales pero, como suele ocurrir con los subrayados, el riesgo de subrayar todo puede ser no subrayar nada.
Emilio Pedro Gómez nos regaló la poesía de otoño en la caléndula del verano, desplegó colores, fuegos artificiales y profundidad en los sentimientos, ahí fue dónde el poeta me atrapó: En el recuerdo a su madre cuando, precisamente, las imágenes dejaron de ser evidentes para difuminarse, cuando los retratos y los paisajes dejaron paso a la geometría irregular de la regularidad de las formas, a la indefinición, al boceto, ahí estuvo el momento álgido del recital.
Emilio Pedro Gómez posee un magnifica arma en la modulación de sus cuerdas vocales, excelente cadencia en la lectura, afina, estira las palabras, las contrae y las vaporiza con una técnica perfecta, un muestrario del decir suave, suavecito, un tono que me recordó mis primeros años de oyente radiofónico nocturno, y de eso hace treinta años, cuando las ondas hertzianas mecían el lenguaje, diluían las asperezas, desenfocaban los límites y te dejaban, como lo hizo el poeta, en un estado de relajación muy próximo a la certeza matemática de la belleza. Tal vez ese sea el resultado que se espera cuando la operación de escribir proviene de un profesor de matemáticas comprometido con la tarea de despejar dudas, con el cálculo de la segunda derivada para definir la gráfica que va de las palabras a los pechos. Una vida trenzada por las palabras impolutas del poeta.
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