La curvatura de la córnea

31 agosto 2008

Emilio Pedro Gómez

Más de cien mil visitas se revelaron como un considerable obstáculo para cruzar la Expo desde la Puerta del Agua hasta el Pabellón de Zaragoza. En contra de mi costumbre llegué tarde al recital de Emilio Pedro Gómez. Me perdí la presentación de Manuel Martínez Forega y lo que supongo discurso del escritor para explicar su relación con el barrio zaragozano de San José.
El poeta pasó de estar de pie y mirando al público, a sentarse de lado mientras las imágenes tomaban la parte trasera del escenario, imágenes que se revelaron vitales para los textos, anzuelos para la atención, subrayados visuales pero, como suele ocurrir con los subrayados, el riesgo de subrayar todo puede ser no subrayar nada.
Emilio Pedro Gómez nos regaló la poesía de otoño en la caléndula del verano, desplegó colores, fuegos artificiales y profundidad en los sentimientos, ahí fue dónde el poeta me atrapó: En el recuerdo a su madre cuando, precisamente, las imágenes dejaron de ser evidentes para difuminarse, cuando los retratos y los paisajes dejaron paso a la geometría irregular de la regularidad de las formas, a la indefinición, al boceto, ahí estuvo el momento álgido del recital.
Emilio Pedro Gómez posee un magnifica arma en la modulación de sus cuerdas vocales, excelente cadencia en la lectura, afina, estira las palabras, las contrae y las vaporiza con una técnica perfecta, un muestrario del decir suave, suavecito, un tono que me recordó mis primeros años de oyente radiofónico nocturno, y de eso hace treinta años, cuando las ondas hertzianas mecían el lenguaje, diluían las asperezas, desenfocaban los límites y te dejaban, como lo hizo el poeta, en un estado de relajación muy próximo a la certeza matemática de la belleza. Tal vez ese sea el resultado que se espera cuando la operación de escribir proviene de un profesor de matemáticas comprometido con la tarea de despejar dudas, con el cálculo de la segunda derivada para definir la gráfica que va de las palabras a los pechos. Una vida trenzada por las palabras impolutas del poeta.

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30 agosto 2008

El tango, la voz y la palabra

Nos regalaron la palabra con el abrazo del tango que imanta a los bailarines, cátodos y ánodos que se adhieren piel con piel en el impulso dramático que resume la vida con sus giros, sus boletas y el gesto preocupado de quien tiene consciencia de vivir. El baile como introducción al verso, la palabra que pica, el pensamiento molesto que nos recuerda la dualidad encerrada en el vino, la panacea escanciada dónde te sientes bravo o mísero con sólo cruzar la línea de una copa de más. Una invitación a la locura como característica primordial de nuestra personalidad, el encanto de sentirse diferente, creativo, un paso valiente para que una vez reconocida la locura general, esta se diluya tanto que nos permita caminar a cuatro patas, saltar a la pata coja en las filas de los controles policiales montados para resguardar nuestra seguridad, los locos no necesitan seguridad, como los pobres, pobres locos y a bailar que en esta vida se acaba la verbena y el boliche abandonado sólo es campo de tristezas.
Pató silabeó todas las sí-la-bas sentadita al lado del pianista, melosa en la dicción inalámbrica de su canto me muero por escucharla mucho más cerquita, sin el aderezo de las ondas que envían su voz a la mesa para regresarla transformada en amperios hasta los altavoces, y de sus membranas a las mías, son demasiados trasiegos, idas y venidas que no pueden sustituir el primer día que disfruté de su arte en el clandestino almacén de un bar.
Y mi disculpa porque del resto del elenco perdí sus nombres por los recovecos de la Expo, que de tanto leer se me va a secar el escaso cerebro. Disculpas al pianista al que ni siquiera retraté, al guitarrista mucho más sobrio, como requería la ocasión, que un día guardado en mi memoria en el que navegó por las seis cuerdas con la solvencia del viejo lobo de mar. Disculpas a la bailarina de las piernas vertiginosas, unas piernas para sustentar la cadencia de su voz, sus ojos chispeantes y morir delimitado por los rombos de las piernas de una mina inteligente por la que uno daría la vida tras la revelación de un verso, tras el regate del tango, tras tanto poderío escénico. Y disculpas a Javier Harguindey porque, aunque recuerde su nombre, tengo la desagradable sensación de que esta crónica no cuenta todo lo que me hicieron disfrutar pese a los cacareantes en masa que se risoteaban de sus propias simplezas, gritaban las anécdotas mil veces contadas y ensuciaban el ambiente sonoro del Pabellón de Zaragoza cuando lo expuesto desde el escenario pedía complicidad, una mínima atención y las orejas abiertas de unos ExpoTuristas más preocupados de las gorras de regalo, la picaresca de las colas y la diferencia de volumen entre un vaso Fluvi y la vajilla hostelera tradicional.

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28 agosto 2008

Espíritu de Broadway

Me gustan tanto los musicales que “Cantando bajo la lluvia” es mi película favorita, es maravilloso que cuando las cosas se ponen muy bien, o muy mal, el personal se ponga a cantar y a bailar. “Golfus de Roma” protagonizada por Javier Gurruchaga y Gabino Diego es el primer musical de teatro del que tengo recuerdo, porque durante mucho tiempo los musicales sólo fueron cinematográficos y televisivos.
La deslumbrante luz de “Jesucristo Superstar” en un cine zaragozano con la preocupación de encontrar el carro de combate que decían se veía en pantalla. “Fiebre del sábado noche” fue el impacto de mi adolescencia, la puerta que me descubrió que otro mundo corre por esas calles. Todavía soy capaz de ver la redifusión anual que Televisión Española hace de “Grease”. Las tardes de televisión con los chicos de la escuela de interpretación en “Fama”. La banda sonora de “Cabaret” y “West Side Story” fueron unos de fue uno de mis primeros vinilos. Más tarde vino Woody Allen para enseñarnos Paris a golpe de coreografía y Lars Von Trien nos mostró que en el lado más oscuro también habita un musical.
“Espíritu de Broadway” es el musical de los musicales, unos grandes éxitos en cadena. No las tenía todas conmigo antes de comenzar el espectáculo, al fin y al cabo un musical también tiene un cuerpo narrativo, es cierto que algunas veces es sólo una justificación para encadenar unas canciones con otras, y por ahí vienen muchos de los defectos de los musicales. Un elenco de veinte cantantes y bailarines con música en directo y todo el repertorio de la historia de los musicales para elegir parecía, sin embargo, garantía suficiente para el entretenimiento y disfrute, así ocurrió. Buenas coreografías — alguna mejorables en intensidad como la de Jesucristo Superstar, — excelentes cantantes — la interpretación del “Memory” de Cats fue soberbia, — y unos aceptables arreglos de las canciones conformaron un espectáculo que, a juzgar por el volumen, la intensidad y la duración de los aplausos del público, se quedó encantado y aún quería más.
Finalizado el show hice gala de ese mimetismo artístico que me caracteriza. El trayecto a casa fue un no parar de bailar y cantar entre los asientos, los pasajeros y el conductor del ExpoBus3, pero eso es otra historia.

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27 agosto 2008

Un error que soy incapaz de subsanar

Después de ver en el cine “Big Fish” de Tim Burton me dieron unas ganas tremendas de comprarme el libro. No lo hice. Ahora, a las 2:45 de la madrugada, acabo de verla en DVD y se que no voy a comprar ese libro. Ese libro, si tuviera la mitad de la mitad de la mitad del valor de Edward Bloom, protagonista de la película, ese libro lo tendría que escribir.
“Big Fish” nos enfrena a los eternos dilemas sobre las historias que son verdad y las historias que son mentira, sobre lo más importante de la vida y sobre lo accesorio, sobre todas las cosas que tenemos que elegir y cual es la dirección de nuestros pasos. Cuando la vida te ofrece una existencia cotidiana, cuando los días son una cadena más, cuando todo lo predecible se cumple y nada escapa a lo establecido, entonces ha llegado el momento de encontrar a alguien que nos cuente como la vida puede ser distinta, maravillosos acontecimientos engarzados hasta conseguir que lo diario sea tan fantástico como aquellos sueños que alguna vez tuvimos y que se han diluido entre las cartas del banco, los anuncios de la tele y la farsa que sólo terminará el día de nuestra muerte. Por eso son imprescindibles las historias, para alcanzar la inmortalidad. La inmortalidad de quien es capaz de sorprendernos, de mostrarnos un mundo diferente, alejado de los encantados de conocerse y sus seguridades mugrientas, un mundo de tintineantes guirnaldas o caminos tenebrosos, un mundo especial, nuestro mundo.
Escuché tantas veces las historias que contaba mi padre que nunca presté la atención debida, estupidez de hijo pequeño, me gustaban pero eran sólo eso, las historias del abuelo. Hace tiempo que supe de lo necio de mi postura pero fue demasiado tarde, cuando él ya no tenía ganas de contar historias, ni fuerzas, ni memoria. Nunca saldaré esa deuda, ya es imposible, nunca volveré a escuchar sus cuentos. Algunos de ellos ya forman parte de los relatos que por aquí he colgado, pequeños retazos robados y de los que me he apropiado sin pedir permiso, una apropiación que me perdonará porque, ahora lo comprendo, lo único que quería mi padre era que las historias se contasen una y otra vez. Un propósito que olvido con la facilidad de los perezosos ante la descomunal tarea de crear un universo, o de los cobardes que se amilanan ante empresas tan excitantes como peligrosas, o de los hijos deseosos de no hacer caso a los padres.
El día que mi padre decidió no levantarse de la cama, yo aposté por lo contrario y gané, o al menos eso pensaba. Conseguí que volviera a caminar pero quizás lo inteligente hubiera sido sentarme a su lado y escuchar, por última vez, la fantástica historia de su vida. Un error que soy incapaz de subsanar.

25 agosto 2008

Las palabras del amor

“La seducción de la palabras” es un libro de Alex Grijelmo en el que nos muestra como la elección de las palabras es fundamental a la hora de construir un mensaje. El domino del lenguaje es el primer paso para transformar el pensamiento del otro, un arma tan importante como peligrosa porque el matiz de los términos elegidos puede llevarnos desde los terrenos de la persuasión hasta las marismas del engaño.
La endiablada escritura de Grijelmo se convierte en una trampa de la que no puedes escapar, despliega una enorme capacidad de atracción, de absorber la atención del lector y adentrarlo en los entresijos del lenguaje, todo ello con una gran carga didáctica.
La lectura fluía hasta que llegué a la página 86, era el tercer apartado dedicado a “La palabras del amor” El autor ya había prevenido de esa extraña paradoja que convierte una frase de los más cursi en algo elevado cuando la escenografía tiene que ver con el cortejo.
Las dudas asolaron mi pensamiento en el siguiente párrafo “Tiene el ejercicio del amor (tomado en su parte menos elevada, es decir, como un ejercicio) ciertas posiciones y propuestas difíciles de verbalizar. Los amantes que deseen referirse a ellas no disponen de muchas posibilidades si quieren huir de las expresiones soeces. No se puede acudir en pleno romanticismo a verbos como “lamer” “chupar” “empujar”… La seducción de las palabras llegará en ayuda de quien se la pida al dios del lenguaje”
Mis discrepancias comienzan por esa aseveración que deja en un lugar menos elevado el ejercicio del amor con respecto a no se muy bien que otro tipo de amor, quizás el amor romántico al que más tarde se refiere el Grijelmo. El ejercicio del amor como pura mecánica es todo un arte, un baile con la noble finalidad de conseguir las más altas cotas de placer físico mediante una serie de técnicas, entre las que también se encuentran las verbales, que provocan una gran carga comunicativa y que no merecen el menoscabo que les dedica Grijelmo. Caricias ejecutadas por las yemas de los dedos o la puntita de los pezones, extensos contactos entre grandes áreas de los cuerpos de ambos amantes, o más si los hubiere, mordisquitos por doquier, lengüetazos en los recovecos más golosos, pellizquitos y cualquier otra cosa que se te ocurra dentro del buen gusto, la moderación en la intensidad y la positiva percepción de a quien van dirigidas.
Las discrepancias continuaron cuando el autor dejó en mal lugar al verbo “chupar”. A primera vista no parece una palabra muy adecuada a las delicias del amor pero en ciertas circunstancias dónde el romanticismo ha dejado paso al sudor, una de esas coyundas donde los biorritmos andan como en una final olímpica de los cien metros lisos, esos momentos lúbricos dónde se ha perdido la conciencia del presente, dónde lo más importante, lo único que existe es la desesperada carrera por aplacar las llamaradas del deseo, en esos momentos de perdida de la conciencia, dónde el yo más íntimo se muestra libre de cadenas, dónde nos olvidamos de requiebros y sólo pensamos en llegar a la cumbre sonora del placer. En esos momentos el verbo “chupar” adquiere una dimensión muy alejada de lo impropio, es cierto que se transforma en un imperativo, pero es una exigencia saludable, una jugosa conjugación dónde la impaciencia tiene perdón, una orden directa que apetece cumplir con celeridad, entusiasmo y frenesí.
Empezaré por confesar que mi técnica amatoria esta mucho más desarrollada en el campo de la acción que en la dicción, sin embargo, me propuse llevar a cabo un experimento lingüístico que a continuación les contaré.
Un ronroneo al otro lado de la puerta me reclamó con intenciones bien claras, así que me olvidé de las asperezas de la teoría para aplicarme en comprobar sobre el terreno, ¡y qué terreno señores!, las teorías sobre seducción verbal de Álex Grijelmo..
Bajo la ligereza de una sábana amarilla me esperaba su piel bronceada, la aligeré del algodón con lentitud hasta descubrir sus pechos, aún más lento hasta que el ombligo surgió como un oasis y con parsimoniosa deleitación hasta que el Monte Rasurado de Venus eclosionó en sonrosada nuez de Macadamia, la liviana tela voló agitada por el viento hasta dónde el sol aún no se había puesto. La brisa refrescó el ambiente. Los besos serigrafiaron caminos sinuosos desde la punta de los dedos del pie hasta el moño desecho tras la nuca. El primer gemido fue la señal esperada, en lugar de afianzar la comunicación corporal como era nuestra costumbre, le susurré al oído una de las frases recomendadas por Álex Grijelmo
“Quiero acariciar todos tus labios”
Observé con atención sus reacciones. Miró en dirección al sol, levantó ligeramente los dos brazos por encima de la cabeza y cimbreó los músculos de la espalda. Una coreografía que ya conocía, los preparativos previos para la petición, para la exacta descripción de los deseos, esos momentos en los que estoy acostumbrado a escuchar «Chato, chúpame el chochito» «Cómetelo todo león» «Hazme lo que quieras que soy toda tuya, mi rey» Pero algo cambió en su expresión cuando elevó el tono hasta el olimpo de los poetas y dijo
«Bésame la más vertical de mis sonrisas»
El milagro se había producido, esa era una de las frases recomendadas por Alex Grijelmo. Yo había modificado la calidad literaria de mi sugerencia y ella había respondido en esa misma dirección. El resto del experimento transcurrió en los parámetros de la normalidad, la mecánica funcionó a la perfección, cumplí con solvencia lo que se me pedía y recorrimos vericuetos que no viene al caso detallar.
Para terminar me gustaría invitar a todos los lectores de esta bitácora a hacer un experimento similar al que aquí se ha relatado, bien es cierto que cada uno de ustedes tendrá técnicas distintas en la ejecución, pero lo relevante en este caso es comprobar la eficacia del lenguaje en las relaciones amorosas, si la utilización de determinadas expresiones viran el rumbo habitual de las mismas o, por el contrario, no afectan para nada a su desarrollo. Por eso les animo a que vengan hasta la zona de comentarios de esta entrada y dejen constancia de sus experiencias sobre la excitante unión del sexo y la lingüística, un binomio para mejorar el objetivo común que culmina con la eclosión del placer. Un reto para revitalizar el noble arte de hacer el amor.
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Fotografía de Pat Merz

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23 agosto 2008

Manuel Vilas no encuentra un ExpoKebab

El novelista Manuel Vilas se quejaba el pasado jueves en su columna del Heraldo de Aragón porque falta un ExpoMacDonald´s en el recinto de Ranillas. Comprendo muy bien al Comandante Vilas y conmigo lo harán aquellos que hayan leído su magnífico libro “Resurrección”, creo que son legión y todos poetas salvo honrosas excepciones. El poemario se inicia con una rotunda afirmación “Estoy en el MacDonald´s de la Plaza de España de Zaragoza /…/ MacDonald´s siempre está lleno. Es el mejor restaurante de Zaragoza”
Desde esta tribuna me atrevo a decirle al poeta que no es lo mismo un MacDonald´s del centro que uno de barrio y mucho menos con un ExpoMacDonald´s. El MacDonald´s de su poema en nada se parece al instalado en el Carrefour Actur, y me atrevo a sugerirle que reflexione sobre la ausencia de MacDonald´s en el Centro Comercial de Grancasa. La Catedral Gótica del Actur acoge en su seno un Burger King, mi restaurante fast preferido por sus preparaciones a la parrilla y esas fotos que lo decoran, un pasaporte para soñar con la American Way Life. Pero volvamos a las orillas del Ebro River.
Al poeta Manuel Vilas no le gustan los ExpoBocadillos de jamón, salchichón y queso que se venden en los ExpoChiringuitos. Tiene razón, no son gran cosa pero al menos el pan esta blandito y los sabores se corresponden con el nombre de cada embutido. Pero lo que al Comandante Manuel Vilas le gustaría de verdad, además de comerse una Expo Big Mac, es que la cadena Giro´s arrasará en el ranking de los ExpoBocadillos, una deriva griega que el novelista no deja muy clara. El Poeta Manuel Vilas, inmerso en tan helénica pena, afirma sin rubor que “No hay Kebabs en la Expo”
Kebab significa carne a la parrilla, generalmente se refiere a cordero, ternera y pollo si atendemos al origen turco del término, podemos añadir el cerdo si la variedad es griega. La materia prima se encuentra girando en un soporte dónde se va asando en la cercanía del fuego, es una técnica similar a los tradicionales pollos a´last. La carne se corta en láminas y se puede servir en pan de pita o en una lámina de pan que se enrolla, se acompaña de ensalada, patatas fritas y diversas salsas a gusto, también se puede tomar en plato.
Vilas, Manuel Vilas, el Comandante Manuel Vilas se equivoca. Si algún lector de esta bitácora conoce personalmente a Manuel Vilas, tiene su teléfono o su dirección de mail, ruego se ponga en contacto con él para decirle que se olvide del Pabellón Vilas regalo del Alcalde, de los cubatas de Larios a siete euros, de las playas fluviales, de Peret y de Paco Martínez Soria, y que dedique algunos ratos para darse un garbeo por la Expo ataviado con un turbante, de esa guisa será bien recibido en el Pabellón de Pakistán dónde se pueden encontrar unos estupendos Döner Kebab a precios asequibles y de una calidad aceptable. La fotografía que pego ahí abajo da fe de esta afirmación.

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22 agosto 2008

Ciudades de agua

“Ciudades de agua” es una de las Plazas Temáticas que se pueden visitar en ExpoZaragoza. El objetivo de esta exposición es demostrar como el agua, además de un valor estratégico para las ciudades, es parte de su fisonomía. Mirar las ciudades desde el punto de vista de su relación con el agua tal vez sea una nueva manera de relacionarnos con los lugares a los que llegamos de visita o en los que vivimos.
A lo largo de la exposición me dejé llevar por el sueño de imaginar como serán los viajes que haré a cada una de estas “Ciudades de agua”:

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20 agosto 2008

Albert Estrenge en los Mares del Sur

Hay un lugar en la Expo Zaragoza dónde la palabra tiene un lugar preferencial en forma de cuento. En el Pabellón de las Islas del Pacífico, todos los países participantes — Islas Salomón, Palaos, Timor Oriental, Tonga y Vanuatu — se han propuesto recopilar un ramillete de cuentos como muestra de la tradición oral de los Mares del Sur. José Manuel Pedrosa y José Manuel de Prada-Samper se encargaron de la selección y traducción de las historias que han sido editadas en un libro bilingüe en inglés y castellano por la Casa de Asia. Pero si de tradición oral hablamos, en esta historia falta lo más importante: El cuenta cuentos.
La tarde de sábado era calurosa y yo andaba un poco contrariado, notaba el habitual cosquilleo con el que mi cuerpo me pide palabras, esa sensación en la boca del estómago que exige deglutir historias. El sol seguía a lo suyo y golpeaba de lo lindo sobre la pasarela que une la zona de los Pabellones de Empresas con el resto de ExpoEdificaciones. La tonalidad azul del Pabellón de las Islas del Pacífico me recordó un círculo dónde los cuentos se contaban una y otra vez.
Hacía allí me encaminé, crucé las cortinas de plástico y me senté en un taburete dónde se podía leer “Español” No se escuchaba nada, sólo el ir y venir apresurado de los ExpoVisitantes. Miré hacía arriba, el altavoz negro allí estaba envuelto en una campana de metacrilato para direccional el sonido hasta las orejas, pero nada, no se oía nada. Cerré los ojos con fuerza y me concentré en la tarea de captar las ondas sonoras especializadas en cuentos.
Puse tanta concentración que una poderosa voz se hizo presente. «Señoras y señores, deténganse un momento, siéntense en el suelo, descansen durante unos breves minutos y escuchen, escuchen porque vamos a contar cuentos» El anuncio no partía del altavoz, abrí los ojos y allí estaba «Buenas tardes soy Albert Estrenge, les voy a contar unas historias que hasta hoy nunca se habían contado en castellano. Cuentos que vienen del otro lado del mundo»
La tarde pasó al lado de una historias que nos recordaron como un muchacho salvó a un cocodrilo y ayudó a crear la isla de Timor, cómo Tagaro creó el mar y como sus hijos lo transformaron en un solo océano, la historia de cómo Maui Atalanga separó el cielo de la tierra y otras muchas más que podrás escuchar cada sábado por la tarde en un rinconcito de ExpoZaragoza

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18 agosto 2008

Stray Cats

La década de los setenta estaba a punto de terminar cuando la madre de “El Mafia” hizo reformas en el salón de su casa. La principal novedad fue un mueble bar que ocupaba una de las esquinas de la habitación. Un panel de cristal desde el techo hasta el suelo con vitrinas relucientes repletas de vasos de diferentes formas, las herramientas para preparar cócteles y una colección de botellas para dejarte boquiabierto. Pero lo mejor era una pequeña barra en la que te podías apoyar y soñar con camareras rubias de escotes tan grandes como sus pechos. Junto al lujoso rincón se encontraba la colección musical de la familia en una interminable hilera de cassettes. Emilio el Moro ocupaba un lugar destacado, “El Mafia” lo imitaba en aquel invento de cambiar la letra de temas famosos de tal guisa que sus adaptaciones de realidad social de Utrillas se convertían en pura dinamita costumbrista y marcaron época en los componentes de la Peña El Cachirulo.
Pero el lugar más importante de aquella colección estaba reservado para la discografía completa de Elvis Presley, y junto al Rey la novedad de la temporada, una grabación de un tipo gordo y sonriente que respondía la nombre de Sleepy LaBeef. En aquel salón recién reformado escuché por primera vez un tema de rockabilly, fue de la mano de Alfonso “El Mafia”, el único rockero que he conocido con rizos y el pelo cardado, una autentico pionero en mi educación musical.
Por aquellos días de finales de los setenta se formaron los Stray Cats, dicen por ahí que como consecuencia de una ola de revival del rockabilly propiciada, entre otras cosas, por el éxito de la película Grease. Esta noche han aterrizado en Zaragoza para regalarnos ochenta minutos de buen hacer, ritmo y energía sin tregua. Un concierto sin tapujos con una guitarra de ensueño, contrabajo al ritmo del corazón y un apasionado baterista tan efectivo como circense en algunas de sus piruetas y carreras sobre el escenario. Puro rock and roll para mover las caderas. Pero conmigo no estaba mi chica, aquella a la que giraba para lanzarla al otro lado de la pista y recogerla en un nuevo giro y vuelta a empezar, con aquella chica sonrosada con la que planeé un viaje por el medio oeste americano; ella con una minifalda azul y botas vaqueras, yo conducía un descapotable con sombrero cowboy. Ella no estaba esta noche a mi lado y me tuve que conformar con dar palmas, seguir el ritmo con la suela de mis zapatos y recordar las noches de verano de cuando aprendimos a bailar rock and roll. Son esos momentos de lucidez en los que uno sabe que las cosas nunca volverán a ser como entonces.

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17 agosto 2008

Peret + Invitados

Podría empezar esta crónica con un enlace hasta la décima entrada de La Curvatura de la Córnea, publicada el 31 de enero del 2006 con el título de “Rumbero
Podría empezar por olvidarme de la endogamia que nunca es buena y subir el nivel de esta crónica entrecomillando las palabras del poeta Octavio Gómez Milián “A la rumba catalana estuvo a punto de devorarla los dos extremos: Los que la convirtieron en el soniquete del verano, los de terraza, paella para guiris y tinto con gaseosa, la caricatura y los que lo querían dotarla de unas ínfulas sesudas e intelectualoides para un género que por sus orígenes e intenciones sólo puede ser ligero y festivo, aunque las letras sean reflexiones directas, verdades como puños. En el medio siempre estuvo Peret, el gitano de Mataró, que agarró el son cubano, el bugalú del Harlem español, la sexualidad nada cohibida de Elvis Presley y algo del flamenco más accesible y nos regaló un puñado de canciones tan lindas que las cantan y bailan todas las generaciones de españoles.”
Podría empezar dando un salto en el recuerdo hasta una víspera del día del Pilar de vaya usted a saber que año. Un concierto nacional-regionalista con Ixo Rai y Labordeta como cabeza de cartel colapsó las ferias, las instalaciones de Interpeñas y parte de la Avenida Miguel Servet, mientras tanto, en el Pabellón Príncipe Felipe rumbeábamos al ritmo de Peret, y con Tonino Carotone de telonero, dos cientos gitanos, diez patriarcas, dos primos de Cornellá, la Miguelita y un servidor. Memorable
Podría empezar por defender la construcción de Gran Escala con el único argumento de levantar un Casino de Lujo dónde Toni, el más grande palmero de la historia, se pudiera retirar a cantar a las estepas monegrinas mientras quien esto escribe gastaba su pensión en Dry Martinis sentado en una banqueta del Bar Borriquito.
Podría empezar por preguntarme ¿Cómo fue posible que sobre el escenario estuviera Miguel Servole “Muchacho”, el ventilador de La Troba Kung-Fu, y sin embargo no apareciera Joan Garriga, cantante y acordeonista del citado combo?
Podría empezar por hablar de Laura, la sobrina de Peret, de las tres cubanas y de la israelita, de Los Manolos y del auxiliar de escenario, un tipo como para estar jubilado y que no paró de mover sillas, colocar micros y trasegar guitarras.
Podría empezar por contar la alegría que supuso volver a encontrarme en el patio del Anfiteatro 43 con el camarero de la cumbia, con el pincha discos del bugalú, con el calavera y con diablito, con el ínclito
Closada.
Podría empezar a escribir y no parar pero no serviría de nada porque, en la noche de hoy, en la noche de hace un par de horas ocurrió lo que todos ustedes deberían saber: Peret armó el taco y demostró (Closada dixit) que “es el puto amo”. Las sístoles y diástoles de mi corazón rumbero así lo certifican: Pedro Pubill Calaf, más conocido por Peret, es cantante, guitarrista, compositor, gitano y el Rey de la Rumba Catalana
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16 agosto 2008

Divas del Flamenco en “Maravillo Sinatra”

Divas del Flamenco era un reclamo muy potente porque Lole Montoya, Alba Molina, Vicky Luna, Genara Cortés, y Montse Cortés presentaban un espectáculo titulado “Maravilloso Sinatra” La mezcla de los conceptos flamenco y Sinatra podía ser una maravillosa experiencia.
La orquesta de ocho maestros era excepcional y ejecutó con maestría unos imponentes arreglos de jazz con el único aderezo flamenco del cajón y ligeros toques de guitarra. Tal vez el flamenco lo pondrían las Divas, pensé, pero tampoco, si acaso algunas gotitas. La escenografía parecía la de un musical y así me quise tomar el concierto que comenzó apático, desvaído y sin tirón. Además de las flojitas interpretaciones de las cantantes, se sumó un nefasto sonido en sus micrófonos que durante demasiadas veces sonaba fatal, o sencillamente no sonaba. Ellas lo intentaban pero unos paseitos por escena y unos vaivenes más o menos graciosos eran muy poca cosa para la grandiosidad de las canciones.
Tuvo que pasar una hora para que el sonido se ajustara, fue cuando Vicky Peña hizo una extraordinaria versión del "Cheek to cheek", a la que le siguió no me pregunten que canción porque Alba Molina ceñida por tan ajustado como elegante vestido blanco me dejó muertito y desorientado, le siguió Montse Cortés con una aceptable interpretación de "Summertime". y hasta Lole Montoya (yo en los ochenta adoraba a esta señora) se afianzó en las tablas y miró al público en lugar de buscar refugio en los músicos. El espectáculo empezaba a funcionar pero ya no quedaba tiempo. Las cinco Divas despidieron juntas la velada para demostrar que quizás el adjetivo era excesivo. Recibieron los aplausos del escaso centenar de personas que mantuvimos el tipo mientras las gradas quedaban vacías. La noche estaba fría y la luna llena se escondió entre las nubes tal vez porque a lo largo y ancho de aquella velada nadie presentó a los músicos, nadie presentó a las cantantes y nadie dijo nada de nada, tan sólo Alba Molina, mientras se retiraba, nos dio las gracias por estar allí. Y ese tal vez fue uno de los problemas, las dimensiones el Anfiteatro 43 y la lejanía de los asientos dejaron un ambiente muy frío que en nada favoreció. Me temo que este espectáculo con el sugestivo título de “Maravilloso Sinatra” esta pidiendo a gritos un teatro y un director que dinamice los números, y dote de musculación interpretativa unas actuaciones muy planitas y con falta de mordiente durante demasiados minutos.
Mientras esperaba el autobús recordé la última vez que escuché a Frank Sinatra. Fue conduciendo por las carreteras del Matarraña y en compañía de los poetas Ángel Gracia y Alejandro Pastor, un recuerdo que el concierto de esta noche no ha logrado desbancar.

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14 agosto 2008

Gabriel Sopeña, un vecino de Casablanca

No fui admirador ni de Ferrobos, ni del rockabilly de Mas Birras, el impacto emocional de “Apuesta por el rock and roll”, esa inmensa canción de la que el protagonista de esta nota es coautor junto al malogrado Mauricio Aznar, me llegó con la versión de Héroes del Silencio. Tampoco conozco sus incursiones personales en el ámbito musical y, aunque he escuchado sus colaboraciones con Loquillo, no las he seguido con profundidad; además, y para terminar esta confesión de ignorancia, nunca he leído nada de su obra poética. Con estas paupérrimas credenciales me presenté en el Pabellón del Ayuntamiento de Zaragoza en la Expo para escuchar a Gabriel Sopeña
Manuel Martínez Forega tomó la palabra en funciones de presentador, fue entonces cuando descubrí su condición de profesor de Historia Medieval en la Universidad de Zaragoza. El formato expositivo que utilizó era novedoso con respecto a todo lo que ya había visto en ese mismo escenario y supongo que estaba íntimamente relacionado con el ejercicio de la docencia; Sopeña se presentó sentado frente a un ordenador portátil, el fondo del escenario transformado en pantalla gigante y la fuerza de convertir en pupitres las mesas cabareteras que se asomaban al estrado dónde todavía resonaban los sones cubanos de una excelente versión de Guantanamera.
Gabriel Sopeña situó a Casablanca en lo geográfico y en lo sentimental, ese binomio marcó la tónica de la conferencia. Desgranó los hechos históricos que tuvieron al barrio como protagonista, enumeró la evolución de la zona desde los puntos de vista social, económico y cultural, lo hizo apoyándose en fotografías, planos y otros documentos proyectados a sus espaldas, sobre ellos indicaba lugares y trazaba líneas ayudado por un puntero digital, eso y la cadencia en la exposición reveló su condición de profesor vocacional. Sopeña tuvo la gran virtud de mezclar todos los datos, fechas y acontecimientos con su memoria personal y familiar. En esas coordenadas se le notaba cómodo, relajado, disfrutando del momento. Elaboró un discurso equilibrado, entretenido y didáctico, daba gusto oírle y seguir con la mirada las oportunas imágenes que ilustraban sus palabras. Reconozco que al principio pude tomar algunas notas para dar ejemplos en esta reseña pero poco a poco la energía descriptiva de la exposición fue de tal calibre que dejé el bolígrafo sobre la mesa, abrí la boquita y me dediqué a disfrutar de la pasión, la cultura y la inteligencia del ponente que nos contó como esta zona de Zaragoza pasó de ser un lugar dónde predominaban las torres, las vaquerizas y los hortales, hasta convertirse en residencia de las clases privilegiadas con zonas de chales, o barrio obrero con la llegada de inmigrantes andaluces, en este punto me tocó la fibra más sensible porque vi reflejada la misma evolución en el perfil humano que transformó mi pueblo, Utrillas también recibió durante la década de los sesenta una enorme cantidad de hombres del sur de la península, que añadieron valor económico a la zona con su trabajo, además de mostrarnos otros acentos, otras coplas y las mismas ganas de progresar en la vida. Una vida que Sopeña situó en los pasillos del antiguo Seminario dónde fue alumno, en las cercanías del embarcadero dónde buscó polvo de oro cuando era zagal, en la Fuente de los Incrédulos como eje de la conciencia ciudadana, en la línea quince del tranvía y en la calle que recuerda a su amigo, compañero y músico Mauricio Aznar.
Terminó con unos versos inéditos para explicar con precisión de poeta de dónde nace la necesidad que siente todas las mañanas de escuchar algo afinado al levantarse. Fue un excelente regalo que nos dejó la miel en los labios porque, además de su empaque en la exposición académica, quedó constancia de su brillante condición para la lectura literaria.
Ayer por la tarde, mientras la Expo bullía, tuve la suerte de asistir a una clase magistral presidida por la palabra bien dicha, por el conocimiento, por la comunicación y por el interés de mostrar los cambios producidos por el paso del tiempo de una manera distinta. Gabriel Sopeña hizo un fino trabajo de artesano con el que consiguió barnizar de emotividad lo que de otra manera sólo hubiera sido una excelente exposición histórica.

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13 agosto 2008

El despertar de la serpiente

“El despertar de la serpiente” inició su marcha tras un sonido muy parecido al cuerno mitológico que anunciaba catástrofes, guerras y muertes. El bramido inauguró la hora del Angelus como cuando las antiguas sirenas de las factorías marcaban las horas. La escultura que representa “El alma del Ebro” permaneció impasible ante la presencia de las fantásticas criaturas que comenzaban el peregrinaje en busca del agua.
Un astrónomo chino abría expedición en funciones de guía, le acompañaba un gigante de la estirpe de los escribientes que dejaba constancia de los avatares de la singladura por el asfalto de ExpoZaragoza en una enorme bitácora. La representación de los sedientos se paseaba cargada en un carro de maniquíes, una simbología que se personificó en tres humanos como delegados de los desheredados de la Tierra en busca del elemento imprescindible para la vida. La descomunal serpiente apareció sinuosa, se arrastraba lenta y movía sus escamas verdes y ondulantes; al mando un capitán alzado sobre la imponente cabeza del ofidio, impertérrito ante la responsabilidad del mando, adornado por un gorro vegetal ejerció de orgulloso guardián de los primigenios movimientos del break robot dance. La culebra cobijaba una multitud de criaturas que correteaban sobre su lomo en danzas de músicos, cantantes, malabaristas, acróbatas, gimnastas y las flexibles crías de la serpiente. Detrás de su rastro los más activos personajes del evento, dos Purificadores del Agua en permanente búsqueda de cauces frescos, una misión para la que se desplazaban con giros imposibles, saltos efervescentes y veloces galopadas, piruetas, risas y un optimismo desbordante con el único objetivo de aliviar la pena de la Portadora del Agua, tan bella como triste.
Los Pastores de las Nubes vigilaban la cabalgata que continuó con la presencia arrogante de un Fauno, la perenne tristeza en la belleza de dos enormes árboles en representación del Reino de los Bosques, una triada de larguiruchos oficiantes para la veneración del Sol, una mujer multicolor que bailó colgada de unas telas bajo la alentadora presencia del Arco Iris, el Hombre de las Esferas, bailarinas como gotas, pintores de paraguas, saltimbanquis, trapecistas, zancudos, volteretas, tristezas, alegrías y dos jinetes alados que cerraban el desfile a caballo de un par de Pájaros del Paraíso.
La cabalgata terminó su periplo en el punto de partida, un viaje circular como sinónimo de la desorientación humana. Las criaturas del Circo del Sol se despidieron de los mortales con abrazos sinceros y emotivos. “El Alma del Ebro”, con la mirada eternamente perdida, permaneció impasible.

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11 agosto 2008

Toumani Diabaté y amigos

En el cemento todavía caliente del Anfiteatro 43 me encontré con Closada, su desenfada corbata y su atenta cordialidad. Fue una buena señal, el inicio ideal para lo que se avecinaba, un acontecimiento especial en esta Exposición musculada por los actos culturales (Luisa Miñana dixit).
El Pabellón de la Unión Europea nos regaló una noche de ensueño alrededor de la figura del maliense Toumani Diabaté. La primera vez que vi una Kora fue en la isla de los esclavos frente a Dakar, un músico nativo amenizaba la comida a base de arroz y salmonetes. La Kora es un instrumento de cuerda datado en el siglo XIII, construido sobre el vaciado de una calabaza y que recuerda al sonido dulce del arpa. Diabaté guarda las esencias milenarias del instrumento y se ha encargado de darle un empujón artístico para situarlo en primera línea de la música actual.
El interpreté africano ocupó el espacio central del escenario dónde le esperaba una kora de considerable tamaño, estuvo arropado por la Symmetric Orchestra compuesta por veinte músicos de diferentes países del continente negro que siguieron a la perfección sus indicaciones.
El recital comenzó con la preeminencia del Djembe para marcar territorio y dejar paso a esas tonadas del África tropical que navegan entre la dulzura de la melodía y la salmodia en los cánticos que uno siempre imagina amorosos y cotidianos, pero que muchas veces son reivindicativos.
El primero de los invitados dejó, con su sola presencia, en estado de hipnosis al público allí congregado. Björk apareció con un vestido blanco con estilizadas manchas rojas. Cantó dos temas en los que dejó constancia de lo peculiar de su voz, de esa extraña energía que brota de las cuerdas vocales de esta islandesa menudita, chispeante y de sonrisa enigmática. Se fue volátil como apareció y se llevó tan tenue levedad de aplausos porque, al menos en mi caso, cuando estoy boquiabierto no puedo aplaudir.
La segunda intervención de la noche fue con diferencia la más brillante. Damon Albarn apareció junto a Diabaté por nadie sabe dónde, sentadito a sus pies, medio escondido tras un altavoz y con una melódica en sus manos, ese instrumento con teclas de piano y que necesita de un soplo para tomar vida, a mi siempre me parece un juguete. El cantante de Blur estaba agustito en la retaguardia, se le notaba en sus ojos. Silbando, silbando le tocó un emocionado cumpleaños feliz al anfitrión. Se fue con la misma sencillez pero para regresar un poquito más tarde. Se sentó al piano y fabricó el momento de la noche. Canción suavecita que fue creciendo y creciendo hasta hacer bailar a toda la concurrencia. Espectacular.
Eliades Ochoa llegó desde Cuba tocado con gorro que a mi me parece de cow boy y los sones del son. También puso a bailar a la concurrencia esta vez con sabor caribeño que derivó en un memorable duelo entre las seis cuerdas de su guitarra y las veintiuna de la Kora de Diabaté.
Fin de fiesta flamenquito y a cargo de un aceleradísimo José Sordera “Sorderita” cofundador de Ketama y uno de los máximos responsables de las innovaciones en el flamenco de los ochenta. De nuevo homenaje a Diabaté con un cumpleaños feliz esta vez coreado por el público, tema ketama-rumbero en una flojita interpretación, muchas intenciones pero dudoso resultado.
Fin de fiesta con todos en escena para cantar a África, todos menos Björk, es lo que tienen las libélulas islandesas, soy muy inquietas y no arraigan en las orillas de los ríos.

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10 agosto 2008

Alonso Cordel y un tango de distrito heroico

Alonso Cordel utilizó las páginas de un periódico para poner título a esta reseña. Contó que, allá por junio, recibió el encargo de preparar un recital poético con el Casco Antiguo como motivo y como encontró una buena definición a cuatro columnas: Un distrito heroico.
Se extrañó el poeta del poco realce que tiene el Casco Antiguo de Zaragoza, un protagonismo inversamente proporcional a su tamaño y abogó, entre sueños, por una relevancia similar a las zonas más antiguas de Siena o Nueva Orleáns.
Alonso Cordel, manchego de bautismo y zaragozano de pasión, apostó por sumergirse en las páginas que hace veinticinco años escribió su amigo Luis Herrero. Líneas urbanas para un recorrido costumbrista por el barrio del Gancho, por la calle Predicadores, por los pasos cruzados de santos como San Blas y de oficios como Cereros o Aguadores. Un barrio al que nadie quería ir pero que tiene la solera de Santiago Auserón, José María Forqué y Carmen Paris entre otros.
El poeta nos invitó a callejear por las impresiones de su amigo con voz de cicerone en las descripciones, ondulante en las eses, raudo con las enumeraciones y pausado para el respeto debido al agua bendita de la iglesia de San Pablo, una de las joyas de esta ciudad. Alonso Cordel dio una lección de lectura, de requiebro con la palabra, suspendan el tiempo que yo sólo lo quiero escuchar, deliciosos chasquidos de su lengua para dudar y relanzar el texto, embebido con los adjetivos, soberbio en el verbo, bien plantado como los toreros de antes y el público seducido para recibir el quite. Una larga cambiada al aire y nos habló del tango, de sus paseos en busca de la milonga zaragozana que podría empezar en la Plaza de San Agustín para contornear la silueta mudéjar de La Madalena y morir en el estrechísimo pasillo del Crápula. El tango subterráneo de la Plaza de Sas y el soleado de la plaza José Sinués dónde un día festivo y pilarista descubrí envidioso el poderío de Alonso Cordel al mando del tango.
El poeta acompañó su explicación con papirofléxica geográfica de rotativa, un pliegue por aquí y un dobladillo por allá a una hoja de periódico para mostrar con agilidad de tahúr como existe un polígono mágico del tango conformado, además de las citadas de San Agustín, Sas y Sinues, por la Plaza de España, del Pilar y Santo Domingo. Alonso Cordel se suspendió un segundo en su propia sonrisa, esperó a que las notas del bandoneón impregnaran las paredes del Pabellón de Zaragoza en la Expo, se levantó parsimonioso en los pasos, descendió los dos escalones que separaban el estrado del lugar dónde vivimos los humanos, se acercó a las mesas y me lanzó una mirada cómplice, una mirada sólo para mi, los ojillos chispeantes de los grandes momentos, iba satisfecho y esa presencia me la guardo como un tesoro. Me sobrepasó y le perdí de vista durante un segundo, no me importó porque el instinto me dictó que intención movía al poeta.
La música ya era todo lo importante cuando Alonso Cordel y su pareja de baile deslizaron sus pies. Dos cuerpos unidos, cebados en los giros, distantes en los desplazamientos y ajustados en las paradas para repicar. Los mortales en silencio mientras los dioses de la pista nos regalaban ternura, pasión y la caricia suave de los que poseen el alma imperecedera de los artistas. La música dejó de sonar en un abrazo y mi mujer gritó el ¡Bravo! más espontáneo y sincero que jamás le he escuchado.
La bailarina regresó a su silla, el poeta retomó el estrado, la poesía apostada en los medios y los tendidos entregados. Reinició la lectura con uno de sus poemas dedicados al arte de bailar el tango. Medido en la oxigenación, requiebro alrededor de los tacos, de nuevo la palabra excelsa del poeta, gambeteos en el medio centro, chilenas frente a la media luna, gaucho veloz por las bandas y certero en el área chica dónde los goleadores se la juegan.
Alonso Cordel genio y figura dio una lección magistral de cómo aunar literatura de altos vuelos con espectáculo fino y elegante, ¡y que no se asusten los puristas por la unión de poesía y entretenimiento!
Fue una sesión subyugante, una demostración, otra más, del poderío escénico del maestro, templado en los tiempos, lince en la mirada, cautivador en la dicción, gustándose por derecho. Media hora para romperse la camisa.

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09 agosto 2008

Octavio-Fariña. Dos poetas, dos miradas

El Pabellón de la ciudad de Zaragoza en la Expo celebraba el día del barrio Universidad, con este motivo subieron al estrado Octavio Gómez Milián y Eduardo Fariña.
Gómez Milián hizo un ejercicio memorístico que le llevó hasta la postmodernidad zaragozana, todavía no existía Zeta, de los años ochenta. Un viaje hasta el barrio Universidad dónde la movida madrileña tenía su réplica aragonesa sin que sus protagonistas tuvieran conciencia de semejante evento , unas calles por las que Octavio niño “regordete” paseaba de la mano de su madre para hacer la compra, las mismas calles que descubrí en mi aterrizaje desde la lejanía pueblerina, un lugar dónde beber en copas de cinco litros o morir ahogado bajo los labios posesivos de alguna girl dark del barrio de San José experta en peligrosas succiones y en birlar vasos de tubo. El poeta recordó un barrio dónde todavía era posible adquirir esos discos que ahora sólo clickeamos, una de esas tiendas dónde tuve que decidir entre una cassette de los Police y otra de los Stones, un barrio de librerías con David Mayor frente a los anaqueles, un barrio que le recibió científico después de cursar ingeniería al otro lado del Ebro River y que le enseñó - de la mano de un joven concejal guipuzcoano - la cara más dramática de este país, un barrio con una calle, una casa y una habitación que alojó a Sergio Algora, un barrio con un Parque al que todos llaman Grande y que Octavio citó con su nombre oficial de Primo de Rivera, un parque para dar pan a los patos, leer a la sombra de sus árboles y acudir al derruido anfiteatro del Rincón de Goya dónde el poeta asistió al regreso del Niño Gusano, un espacio con el que sueño la noche de verano que no conseguí escuchar a Camarón.
Una exposición cercana, sincera y muy bien trenzada. Octavio Gómez Milián esta alcanzando altas cotas de excelencia como poeta, como articulista de prensa en las páginas del Heraldo y como analista de la actualidad en la televisión local “La General”. Y todavía me queda por descubrir en vivo y en directo sus facetas musicales como pinchadiscos y cantante lírico rockero.
Eduardo Fariña también glosó su mirada sobre el barrio Universidad, una mirada de cuatro años, la mirada del recién llegado y que sin embargo ya es parte fundamental de su tejido cultural. El poeta de origen chileno se paseó con detenimiento por los bares del barrio que han sido fundamentales en su devenir literario. Desde el Tibet dónde se gestó esa maquinaria literaria que se llama La Caja Nocturna, hasta el bar cuyo nombre es “Bar” en una explosión minimalista que al joven autor le parece maravillosa, también se citó el Juan Sebastián Bar y ese bar que esta junto a la librería Antígona, y ese otro junto a la librería Cálamo. Cometió Fariña un exceso cuando otorgó el mérito de las mejores papas bravas de la ciudad al Bar Montesol, al menos no lo era en mi época de estudiante cuando tras subir al segundo piso me las pasaba jugando al guiñote, apurando copas de ponche y barajando las sonrisas de las chicas que estudiaban FP Administrativo en el cercano Instituto Corona de Aragón.
El evento finalizó con la intervención de Luís Felipe Alegre, director y actor de la compañía El Silbo Vulnerado cuyo nombre desconozco. Subió al escenario con la soltura de los actores para reivindicar el trabajo de los técnicos en cualquier faceta artística y recitó con brillantez un poema de César Vallejo como homenaje a Héctor Grande Álvarez, técnico de iluminación que falleció hace unos días en el recinto Expo mientras realizaba su trabajo.

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08 agosto 2008

Ana Muñoz

Tacones rojos altísimos bajo una mesa demasiado blanca, junto a una silla demasiado blanca cuando en la sala había miles de sillas de color rojo. Hubiera sido perfecto: Zapatos rojos, silla roja y puntitos rojos a todo lo corto de su precioso vestido. Piernas cruzadas por el vértigo, espalda recta de quien ha pasado muchas horas bajo la luz académica de un flexo para aprobar cuatrimestres filológicos, dos botellas de Lunares como barrera tras la que se escondía el micrófono en blanco y negro como complemento perfecto para sus pendientes esféricos, bisutería fina en el vano intento de competir con sus ojos, ojos de los que ya hablé en esta bitácora. Peinado asimétrico para la simétrica belleza de sus cejas, de su nariz atrapada en un aro y unos labios de brillo, de sólo brillo, unos labios que ungidos de rojo serían capaces de enamorar.
Ana Muñoz comenzó con un texto en el que recordó- ella que nació en 1987- su juventud de verano en el mismo barrio dónde se manifestaron los primeros amores y años más tarde la acogió para escuchar su voz y su guitarra electroacústica. La poeta estuvo impecable al recordar a todas sus influencias, algunas presentes en la sala como Ortiz Albero y Martínez Forega, y otras conocidas que no citaré para que cumplan el castigo por la imperdonable ausencia.
La poeta anunció más de un libro en el horizonte cercano pero comenzó la lectura con “Carpen Noctem”, ese lugar donde “los hombres son sólo hombres” para continuar con poemas nuevos y ahí estuvo lo glorioso de la tarde.
Dos homenajes. El primero para Miguel Labordeta, el segundo para Sergio Algora. La poeta se enfrentó a ellos con entereza. Las palabras brotaban de sus labios con el brillo del quejío, el alma se escapó hasta la amplificación alcahueta que nos mostró su voz entrecortada, quebrada por la emoción, un traspiés que recorrió el espacio que nos separaba hasta posarse en el incomprensible territorio de los sentimientos, patria del poeta. Fueron media docena de segundos o vaya usted a saber que yo no estaba para cronómetros, sucedió lo maravilloso, el milagro de la palabra penetró hasta donde no puedo decir y sentí como un relámpago me atravesó hasta colmar de emoción todos mis sentidos, una ráfaga irrepetible, esa mínima unidad temporal que idolatran desde los taurinos de verónica hasta los atletas de plusmarca, un momento suspendido en mi recuerdo forever.
La poeta anduvo nerviosa entre folios y un Parque de Atracciones con un corazón rojo, receló de sus versos, parecía que no los conocía, escapaba de la lucha que requieren sus textos, una ardua pelea que nos dejó una imagen presurosa en los fonemas, insegura en la mirada, y sin embargo maravillosa.
La dedos de la mano izquierda sólo de despegaron dos veces de su mejilla. La primera fue para ir hasta el codo, un lugar inhóspito que pronto abandonó. La segunda fue mucho más sugerente, sus yemas acariciaron levemente esa zona indefinida entre el cuello, la muerte y la clavícula. Imaginé que Ana Muñoz olvidaba esa postura tan de leer los apuntes y dejaba que sus manos sobrevolaran sobre los asistentes, manos que nos arroparon, que nos señalaron los giros poéticos, que nos guiaron por las historias, que nos acariciaron o nos azotaron. Imaginé sus brazos extendidos, abarcando el vuelo majestuoso de la rapaz, suntuosos vaivenes sobre los que mecernos. La soñé con los pasos firmes que se merecían esos tacones rojos, con las palabras teñidas por el rojo de los labios y un vestido dónde las motitas rojas eran multitud, aún más multitud. La imaginé asegurando las palabras, fusilando las conciencias, ni una sola sonrisa, sólo versos “de cristales rotos” “puñales en luz de luna” y el frío. Un frío donde la audiencia nos ahogamos.
Se lo advierto, no la pierdan de vista.


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05 agosto 2008

Fuera de servicio

Mi ordenador ha decidido tomarse unas vacaciones y me ha dejado tirado. Así que no podré actualizar esta bitácora hasta que los informáticos de Zeta vuelvan al trabajo, aprovecho para lanzar un SOS.
Me fastidia no poder colgar la reseña del concierto de Dulce Pontes y Estrella Morente, un evento impecable, uno de los mejores espectáculos que he podido ver, emoción y talento a borbotones desde el Anfiteatro 43.
Pero lo peor es retrasar la reseña sobre el recital poético que Ana Muñoz nos regaló en el Pabellón de Zaragoza en la Expo. Algo tengo que escribir sobre la magia de ese momento irrepetible, lo siento por todos los ausentes pero la poeta no volverá a decir algunos de sus versos como los dijo ese día, y yo estuve allí para oírlos, para sentirlos aterrizar en mi piel. Y después me encontré con la autora, pero eso es otra historia.

Repito lo dicho: Hasta que no consiga quien repare mi ordenador no podré actualizar esta bitácora.

03 agosto 2008

Diana Krall

Lo primero fueron sus zapatos. Quince centímetros de finísimo tacón negro, un tirante atrapando sus dedos, otro tras el sugerente talón y un par de vueltas a los tobillos que recibían sus largos dedos de pianista. Sentada sobre cuero, las piernas desnudas hasta la mitad del muslo escapaban del vestido negro. El póster era gigantesco y a mi no me quedó más remedio que comprar “The look of love”. Dentro del cuadernillo descubrí la profunda sinuosidad de sus pechos y la tersa piel antesala de todos los secretos. Con las primeras notas de “S´Wonderful” todo estaba olvidado y desde entonces sueño con las notas brillantes de su piano y la caricia de su voz.
El aforo del Anfiteatro 43 estaba al completo en la parte del graderío y más de la mitad de la zona de pie. Reconozco que temí a esa turba de charlatanes que suelen poblar los conciertos pero también es cierto que hubo mucho más silencio entre el público del que me esperaba.
Estuve toda la tarde soñándola con traje largo pero apareció con vaqueros y camisa. La decepción me duró hasta que sus yemas pulsaron las teclas el piano. Diana Krall se presentó en Zaragoza con formación de cuarteto que, además de su piano, estaba compuesta por guitarra, bajo y batería. La música fluyó como estoy acostumbrado a escuchar en sus discos; aterciopeladas baladas que rebosan elegancia, ritmo potente pero sin estridencias, fluidez, calma y delicadeza, todo a su tiempo. Un tiempo que estiró y encogió con la maestría del talento, lo hizo cuando un ligero cierzo veraniego agitó en exceso la partitura, lo relentizó hasta detener una maravillosa versión de “I have got you under my skin” porque los fuegos artificiales de vaya a saber usted dónde interrumpieron las sugerentes notas de su voz, tanto se sorprendió del inesperado suceso que mostró su asombro al comprobar como una canción de amor era capaz de producir fuego. Diana Krall entregada sobre el teclado, suavecito, el respetable hipnotizado, uno de esos momentos mágicos que fue destrozado por la chapuza de la noche, del milenio: La ExpoMegafonía anunció la cabalgata de media noche, y Diana tuvo que volver a parar y preguntarse What´s saying? o algo parecido.
Ovación de gala, una canción de regalo y tras noventa minutos de reloj se nos fue con la misma elegancia, sencillez y optimismo con la que había llegado. Las gradas seguían llenas y yo tenía las palmas de las manos rojas de tanto aplaudir. Un concierto impecable.

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02 agosto 2008

Rubén Blades

Cuando Peret habla de poner en marcha la máquina se refiere al ventilador, y ya se sabe que cualquier ventilador que se precie tiene diferentes velocidades rumberas. Ese fue uno de los secretos del brillante concierto de Rubén Blades en el Anfiteatro 43, la banda que le acompañó era una máquina de hacer salsa, suavecito al principio para subir la intensidad de a poquitos hasta llegar a las variaciones Goldberg de Bach a ritmo de guaguancó, y desde ahí todo fue subir las pulsaciones hasta darle sabrosura a la música disco y un solo de guitarra de cuerdas vocales.
Rubén Blades revolucionó la música caribeña dotando a la salsa de otras historias, de personajes sacados de la ciudad. Constructor de leyendas, fino dibujante de arquetipos y visionario de los problemas sociales, este panameño hace literatura que se puede bailar. Comprometido con la realidad de su país es un partidario de la unidad cultural, amorosa y fraternal de todos hispanos. En el concierto de anoche insistió en ese mensaje que fue recibido con vítores y aplausos por la comunidad sudamericana, que era la inmensa mayoría de los presentes. Estuvo pedagógico para explicar el origen afro-latino y cubano de su música; visionario para anunciar que el próximo presidente de Estados Unidos será negro; y entrañable cuando pidió, al finalizar el recital, que regresáramos todos a casa sanos y salvos.
Rubén Blades es uno de esos músicos capaces de aportar nuevas ideas para convertirlas en clásicas. Además, después de dos horas de excelente concierto, cantó “Pedro Navaja” aunque sólo fuera para demostrar a los poco avezados que él no es cantante de una sola canción. Y yo les dejo con mi favorita:


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01 agosto 2008

SERGE, un poema de Ángel Gracia

Si quieres escuchar otro poema de Ángel Gracia sólo tienes que pinchar aqui