La curvatura de la córnea

16 diciembre 2014

La Primera Guerra Mundial y sus consecuencias. Sobre una conferencia de Julián Casanova




El Aula Magna del Paraninfo en la Universidad de Zaragoza estaba repleta de un público variopinto en cuanto a la edad para escuchar la conferencia sobre la Primera Guerra Mundial que impartió el catedrático Julián Casanova y de la que voy a intentar recoger los puntos que me parecieron de mayor interés.

Casanova recordó que la Primera Guerra Mundial era un ejemplo ideal para enumerar las tres claves que deberían adornar, no solo al estudioso de las ciencias sociales, sino a cualquier ciudadano que pretenda estar avisado de los acontecimientos que nos rodean.

Lo esencial es practicar una lectura crítica y acudir a las fuentes que, en el caso de la Primera Guerra Mundial, han producido una inmensa bibliografía, y eso una buena excusa para reconocer en esas obras el legado de otra gente que ha conectado antes que nosotros el pasado con el presente. La lectura crítica es el paso previo para articular un pensamiento analítico, esa capacidad que brilla por su ausencia en la visión que los políticos dan de la realidad, a la que sumamos la emitida a través de los medios de comunicación. Y la tercera pata la encontramos en la divulgación, en la capacidad de comunicar con precisión para que el cuidado formal sea el mejor camino para llegar a mucha gente.

El profesor Casanova comenzó por poner el acento en las diferentes lecturas que nos encontramos de la Primera Guerra Mundial en función de si esas lecturas provenían de la Europa del Este, o por la Europa de por aquí. Sin embargo, miremos por dónde miremos, es fácil captar la idea de una línea decisiva que separó la edad del progreso y la era de las catástrofes, un pensamiento que abunda en esa idea de Hobsbawm sobre un siglo XX como un siglo corto, y que comienza en ese momento en el que las clases dominantes miran con nostalgia a los años de la Belle Epoque mientras el futuro traía un mundo cargado de masas. Una acumulación de gentes para recordarnos que la Primera Guerra Mundial fue el primer conflicto de gran tamaño si atendemos al número de víctimas, unas cifras que exigen una explicación de los motivos que llevaron a las sociedades europeas opulentas hasta la Gran Guerra.

En torno a esa preguntas gravitan causas de larga duración que gravitan en torno a tres hilos: El preámbulo de la guerra Franco-Prusiana, el reparto de la culpa mediante alianzas que obligaban a los estados a responder a las agresiones de sus aliados, y por último la fragmentación de los Balcanes asociada a la potencia de Serbia. Pero también encontramos causas de corta duración como las vertiginosas semanas que transcurrieron desde el asesinato del archiduque de Austria hasta la declaración de guerra.

Pero en estos últimos años, y a la hora de encontrar los motivos que provocaron la guerra, además de observar las decisiones de los poderosos, también se hace imprescindible interrogarse por el papel que jugaron las clases populares.

La Europa de 1914 estaba dominada por viejos imperios monárquicos basados en una aristocracia militar al estilo de los austrohúngaros o la Rusia de los Romanov, salvo la excepción de Francia y Gran Bretaña. Aquellas dictaduras no tuvieron la visión de ensanchar la base política a base del sufragio universal. Ese mundo previo a la guerra es muy diferente al del final de 1918 con la caída de los grandes imperios, excepto Gran Bretaña que, sin embargo, también avanzaba hacia la democracia. Un período en el que todas las naciones eran repúblicas entre la portuguesa de 1906 y la española de 1931. Sin embargo todas cayeron en regímenes autoritarios y nacionalistas mientras los aristócratas y monarcas nunca regresaron, y en eso España es una excepción.

La guerra no solo reestructuró el mapa político, sino que convirtió en protagonista a la brutalidad de eliminar al otro. La guerra dejó de ser la cita entre militares para pasar de ser “suave” a un desastre de tres millones y medio de muertos de los que un tercio son civiles, o a la aniquilación de los Armenios en 1916. Ya no hay inocentes en unas batallas de trincheras que suministraran el culto fúnebre en forma de memoriales al soldado desconocido. Pero si antes de 1914 la democracia era un bien frágil, escaso y con poca presencia de la sociedad civil; a las clases dominantes les dominó la mirada nostálgica al pasado que los abocó a la irresponsabilidad de mirar hacia otro lado.

En esta tesitura las consecuencias fueron las siguientes: La revolución rusa termina en menos de un año con los trescientos años de la dinastía Romanov. los bolcheviques, más que provocar el derrumbe, aprovechan el vacío de poder y, en los primeros seis meses tras la caída del régimen anterior, más de un millón de personas dejan el frente en masa para regresar a sus hogares con la idea de la colectivización del campo.

En los países derrotados de Europa triunfó, como un signo contrario a la revolución rusa, unos movimientos contrarrevolucionarios con los excombatientes como base y que triunfó en Europa como un signo contrario a la revolución rusa. El derribo y eclipse de la democracia tuvo su colofón con la conquista europea de los nazis. El terror a la revolución creó el crecimiento contrarrevolucionario, un buen barbecho para que, tras la fragmentación de los imperios, el nacionalismo apareciera en el teatro político que, aunque a veces era integrador como en el caso de los Sudetes, casi siempre fue excluyente con las minorías y, si a esa exclusión se le suma el racismo, la sentencia de la eliminación del otro estaba dictada.

Fue una época en la que los dirigentes desarrollaron el culto al líder que surge desde terrenos alejados de la política tradicional, es un fenómeno al que podemos denominar como religión política y que fue aceptado por millones de personas que, además de estar contentos con estos nuevos regímenes, fueron cómplices y aquí se incluyen gran cantidad de las bases sociales de trabajadores. Es lícito preguntarse por los motivos para esa complicidad durante el período que va de la muerte del Zar hasta la de Hitler, y para contestar tenemos que tirar de tres hilos.

Nos encontramos en una época en la que chocan los valores militares modernos y las nuevas ciencias y tecnologías del momento que, como la química o la psiquiatría, se ponen al servicio de los aniquiladores. Del mismo modo que el tradicional despotismo del Estado choca con el nuevo autoritarismo.

Pero todas estas situaciones no se suceden en España porque, aunque neutral en el conflicto, también sufrió algunas de sus consecuencias ya que por primera vez se reivindican establecer nuevas relaciones entre la riqueza de los patronos y las masas obreras. Sin embargo, ocurrió lo contrario al terminar la Segunda Guerra Mundial, cuando la democracia llegó a Europa y España se perdió del contexto europeo. Ese es el gran lastre que aún lleva a cuestas nuestro país y su déficit de conciencia ciudadana en cuestiones básicas como la garantía del bienestar social y una exigencia mayor en cuanto a las actitudes políticas de los dirigentes.

Han pasado 100 años del comienzo de la Primera Guerra Mundial y parece improbable que se produzca un hecho similar, sin embargo es muy importante que recojamos todos los ecos que nos llegan de aquellos días sobre la irresponsabilidad de las clases medias y grupos civiles ante todo lo que se está modificando. No deberíamos olvidar que la democracia es un bien muy frágil que necesita de nuestra atención.

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09 diciembre 2014

La tiranía de Podemos





Es posible que alguno de mis tan queridos como improbables lectores esté afilando sus argumentos ante el título de este post. A ellos y a todos los demás les invito a un viaje en el tiempo, cuando en la Grecia Arcaica del siglo VIII a.C. la tiranía se presentó como la manera de solucionar las crecientes tensiones sociales que se producían en las poleis.
El término “tiranía” es un préstamo de origen libio que definía una nueva situación política y vendría a traducirse como “señor”. En este contexto primigenio no arrastraba las connotaciones negativas que adquirió con posterioridad, cuando la aristocracia gobernante sintió que su predominio político corría serio peligro gracias a su inoperancia para solucionar el creciente endeudamiento de la población campesina que constituía el eje principal de las ciudades-estado griegas. Pero también por la intransigencia ante unos ciudadanos que pretendían una mayor participación política. Estos errores de los que ostentaban el poder terminaron por debilitar las estructuras de un estado todavía poco consolidado desde el punto de vista político y social. La tiranía, por tanto, fue consecuencia directa del fracaso de la aristocracia para enfrentarse a un cambio social.
Juan Carlos Monedero pone el foco sobre el paradigma que sitúa a Podemos en una situación similar a la que propició la aparición de las tiranías griegas, y afirma que su partido “emana netamente de la ciudadanía, sin ningún tipo de ingeniería externa, como ocurrió durante la Transición. Podemos es deudor del 15M y del movimiento asambleario, también de la crisis de los partidos políticos y sus errores.”
El concepto “élite” es otro de los factores que emparenta la tiranía con los líderes de Podemos, una élite marginada del poder por el actual sistema electoral que prima a las grandes formaciones políticas. Es verdad que la utilización del término “élite” puede llevarnos a terrenos resbaladizos, y por eso quiero dejar claro y que lo utilizo exento de cualquier connotación negativa: Las caras más visibles de Podemos pertenecen a la élite de jóvenes españoles que se han beneficiado de una buena capacitación intelectual obtenida en las aulas de nuestras universidades públicas, una nueva dicotomía en el eterno imaginario de las dos Españas: Frente a los que sitúan el foco en los jóvenes ni-ni del botellón y el fracaso escolar que dejaba las aulas vacías para coger la paleta de la construcción, surgen desde las tripas de la indignación ante la gestión de la crisis económica otra versión de joven que, más allá de su preparación intelectual, se organiza ante la inoperancia oficial por ofrecerles un futuro mejor y deciden que la participación política activa de la ciudadanía es el ingrediente fundamental para encontrar soluciones radicalmente diferentes a las que nos imponen los actuales gobernantes. Esa podría ser una de la claves que explicaría la heterogénea procedencia de los potenciales votantes de Podemos.
Esta situación es novedosa en el panorama político español y provoca que las élites establecidas reaccionen con una elevada dosis de resquemor a estos nuevos tiranos que, en lugar de acomodarse en las burbujas del sistema, han decidido enfrentarse a una irrespirable oligarquía. Pero para que todo este cambio social se pueda implantar es imprescindible contar con el actor más importante del elenco: El voto de las clases populares y los dirigentes de Podemos son conscientes de ello, por eso fomentan y alientan el espíritu crítico, refuerzan la conciencia política y, por lo tanto, ayudan a la refrescante regeneración democrática de un sistema agotado por la colonización partidaria de las instituciones y la corrupción a calzón quitado, o como dice Ada Colau “viene un curso político trepidante y con más esperanza que nunca. Porque somos una generación que en muchos casos o no hemos votado o lo hemos hecho muchas veces tapándonos  la nariz /…/ También la ciudadanía se está movilizando de forma muy amplia.”
La irrupción de Podemos ha abierto las ventanas del edificio para que el aire fresco se lleve los olores a moho. Así que muy pronto tendremos que pensar si este edificio en el que todos vivimos necesita de una mano de pintura, una profunda revisión de las instalaciones básicas de electricidad, agua y sumideros, o si su estado es tan precario que precisaría de una demolición para partir desde unos nuevos cimientos. Ese debería ser el debate político de fondo, ¿y tú qué piensas tan querido como improbable lector? ¿Reforma o demolición?

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04 diciembre 2014

De la crisis a la reforma. La Constitución a debate.





El Justicia de Aragón y la Facultad de Derecho de la Universidad de Zaragoza organizaron el pasado 3 de diciembre de 2014 las X Jornadas de la Constitución bajo el título “El debate de la reforma constitucional” La conferencia de apertura corrió a cargo del Profesor de Derecho Constitucional de la Universidad del País Vasco Dr. D. Javier Tajadura Tejada con el título “Crisis institucional y reforma constitucional”
Tajadura comenzó su intervención asegurando que históricamente el nacimiento de las constituciones y sus reformas son fruto de momentos turbulentos como reflejos de una crisis. Crisis como la actual y por eso no hay que temer a una reforma que, de no llevarla a cabo, nos puede situar ante el disparate de hacer tabla rasa con el pasado y tirar por la borda los últimos 36 años que, más allá de falsificaciones históricas radicales, han constituido una época de bienestar y mejora.
Con este panorama, apuntó Tajadura, no es necesario un nuevo proceso constitucional, sin embargo se hace imprescindible una profunda reforma de su diseño para poner sobre la mesa las instituciones que no funcionan correctamente o se encuentran en declive. Por eso el profesor centró su conferencia en la erosión dos de ellas: La democracia representativa y la independencia del poder judicial
Tajadura defendió que la democracia representativa es la única democracia posible, ahora bien, se hace imprescindible una reforma en el ámbito de los partidos políticos para evitar que decisiones tan importantes como quien encabeza las listas electorales o quien compone el Tribunal Supremo terminen por recaer en la figura del Presidente del Gobierno y, por lo tanto, en una devaluación del sistema democrático.
¿Cómo hemos llegado a esta situación?, se preguntó el profesor. Las respuestas las encontramos en un largo proceso que han seguido los partidos políticos hasta lograr 1) la oligarquización de sus estructuras y 2) colonizar las instituciones.
Fortalecer a los partidos fue una decisión constituyente que los llevó a una posición hegemónica y propició el bipartidismo, de tal manera que un reducido número de personas tienen el poder de confeccionar las listas electorales y, como consecuencia, romper el vínculo entre representante y representando. El representante está mucho más ligado al partido que decide su posición en la lista electoral que al ciudadano al que tendría que representar.
Mucho más grave, en opinión del conferenciante, es el imperialismo que ha penetrado en las instituciones que deberían estar ajenas a la dinámica de partidos, especialmente en el ámbito de la Justicia. Es aquí donde se precisaría una profunda reforma constitucional para garantizar su independencia.
Una justicia, afirmó Tajadura, cuyo producto final es independiente y homologable con los países democráticos de nuestro entorno, todo ello a pesar del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) cuya función principal es, precisamente, garantizar la independencia de la Justicia, del juez, y de todo lo relacionado con las inspecciones, sanciones disciplinarias y promoción en la carrera judicial. Unas protecciones que son vitales para los jueces y que deberían bastar para que los mejores magistrados pudieran llegar hasta el Tribunal Supremo (TS). Sin embargo, y gracias a un CGPJ controlado por los partidos políticos, el acceso al TS nada tiene que ver con los méritos y mucho con la ideología, un reparto de puestos en la vocalías que los partidos se reparten de una manera que atenta contra la doctrina y espíritu constitucional.
Como recuerda Bonifacio de la Cuadra (2014:8):



Inicialmente todo fue apacible /…/ Con la Constitución se creó una institución democrática, el CGPJ, como órgano de gobierno de ese poder del Estado. /…/ Un primer CGPJ, con los 12 vocales jueces de carrera, del total de 20, elegidos por los propios jueces y magistrados; y los otros ocho juristas por el Parlamento, ofreció un perfil conservador, pero los 20 vocales cumplieron con su obligación constitucional de proponer autónomamente a un presidente.



El profesor Tajadura recuerda que se reformó la ley para que en lugar de la elección por la profesión todos los vocales fueran elegidos por el Congreso, una reforma con la que no hubiera habido ningún tipo de objeción si cumpliera la letra y espíritu de la ley constitucional, es decir que una mayoría cualificada de 3/5 del Congreso necesita el consenso de varios partidos y garantizaría la competencia del seleccionado. El trabajo partidario consistirá en buscar y promocionar profesionales de reconocida competencia y que suscitaran ese consenso.
Sin embargo lo que ocurrió fue que los partidos procedieron a hacer cuotas en función del peso que tenían en el Parlamento y así atribuirse un número determinado de vocales. Un sistema truculento en que participan todos los partidos como nos recuerda Bonifacio de la Cuadra (2014: 8):


El perverso reparto del CGPJ entre los grandes partidos ha empeorado. Ya no hay que repartirse el CGPJ. Se lo queda el partido mayoritario, cuyos votos aseguran la mayoría de los vocales necesarios para, por ejemplo, designar a los magistrados del Tribunal Supremo, al que a lo mejor termina cayéndole todo este lío de Gürtel o de Bárcenas o las corrupciones más recientes. El poder político se come al judicial.


Tajadura recuerda que este sistema se impugnó al Tribunal Constitucional que sentenció de manera interpretativa su constitucionalidad, lo que mostró un alto grado de ingenuidad porque la única manera de entender el proceder descrito anteriormente de manera constitucional sería si el CGPJ representara a las fuerzas que lo constituye, y eso es precisamente lo que no hace.
La conclusión para el conferenciante es clara: El diseño constitucional del consejo no sirve y hay que cambiarlo para evitar la actual política de colonización en los nombramientos cuya consecuencia principal es la corrupción del sistema y, por ejemplo, que el aforamiento, lejos de verse como una garantía procesal, termine por percibirse como el privilegio de que los políticos sean juzgados por tribunales superiores que, precisamente, han sido elegidos por el ámbito político. Esta situación que fomenta la visión de una justica que no es igual para todos. Un contexto especialmente grave porque el ciudadano ante la corrupción percibe a la justicia, y en palabras de Carlos Fonseca (2014:4)
 

Como único dique de contención /…/ La política y los políticos han dejado de ser el instrumento para solucionar los problemas de los ciudadanos y se han convertido en uno de ellos.
Esta situación se repite en instituciones tan importantes como el Tribunal Constitucional dónde el imperialismo de los partidos ha instaurado el mismo sistema de cuotas entre 8 de los 12 magistrados elegidos por las Cortes Generales, lo que está derivando en la visualización del más alto tribunal como una especie de tercera cámara en la que dirimir los debates políticos, fácilmente predecibles en función de la ideologización en su composición. Y algo similar ocurre en el Tribunal de Cuentas que se ha visto salpicado por una particular endogamia tan ligada al enchufismo de un nepotismo entre amigos y familiares.
Parece evidente la necesidad de un cambio en los requisitos actuales en el campo del gobierno de la justicia y por eso se citaron algunas alternativas que funcionan en otros países como la ampliación de mandatos, incluso de carácter vitalicio como en EE. UU.; que el acceso a los más altos cargos precisen de una prolongada carrera profesional que impida la posterior incorporación a la vida política, que las elecciones siempre fueran a título personal y nunca con formación de lotes. Para la implantación de cualquiera de estas ideas es imprescindible una reforma de la Constitución.
Pero junto a la crisis institucional, subrayó Tajadura, y la desafección de los ciudadanos motivada por la corrupción que sitúa a la Constitución en un claro peligro por la irrupción de una fuerza política que pone en solfa el espíritu del 78 sin presentar, al menos de momento, una clara alternativa; a lo que hay que sumar la peor crisis territorial del Estado con una espectacular visibilidad de las fuerzas independentistas que sitúan la meta de sus objetivos a meses vista y que una reforma constitucional no va a tranquilizar a estas fuerzas radicales que quieren romper la constitución para satisfacer sus demandas secesionistas. El conferenciante apremió a no tener miedo a las palabras y potenciar la capacidad para establecer un diálogo con otras demandas de autogobierno y otras reglas de juego precisas que estén veladas por un órgano de control realmente independiente.
Pero aún nos tenemos que enfrentar a otro peligro: El inmovilismo. Frente a la corrupción y el independentismo no cabe el actual estado de pasividad, hay que huir del miedo a la acción porque esa inmovilidad nos puede acompañar hasta perecer. La reforma constitucional, enfatiza Tajadura, se hace necesaria e imprescindible porque la crisis no se superará sola, y frente a propuestas que quieren romper con todo lo anterior, se impone una reforma racional que culminaría en un referéndum para que el nuevo texto constitucional tuviera el refrendo de las generaciones más jóvenes y de esta manera alcanzar un nuevo pacto constitucional.
En el turno de preguntas el profesor Tajadura acudió varias veces que a la idea de que, una vez reformada la constitución para premiar el consenso en cuestiones de gobierno de los jueces, la mala praxis política de mantener los actuales privilegios se vería afeada por la ciudadanía, y quizás tenga razón el profesor gracias a este nuevo resurgir por el interés de todo lo que concierne a la política, y será que hoy me he levantado pesimista pero no puedo evitar transcribirles las palabras de José Antonio Martín Pallín (2014:9)


Por encima de todo lo dicho tiene que haber un autocontrol que nace fundamentalmente de los principios y valores éticos de los ciudadanos que, a diferencia de Alemania, nunca obligarían a dimitir a un presidente de la República que hubiera admitido una invitación a unas vacaciones con un amigo poderoso. Nuestra ética ciudadana como consecuencia de los déficits de los programas de educación está bajo mínimos. Si no tomamos en serio la tarea de remontarlos, creo que todos los esfuerzos serán inútiles.

Y tú, querido e improbable lector ¿Cómo andas de ética ciudadana?
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Bibliografía

De la Cuadra, B. “Un poder judicial controlado por los partidos” Tinta Libre No 12 Diciembre 2014: 7-8.
Fonseca, C. “Togados contra la corrupción” Tinta Libre No 12 Diciembre 2014: 4-6.
Martín Pallín, J. “Una responsabilidad más allá de los jueces” Tinta Libre No 12 Diciembre 2014: 9-10.





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