La curvatura de la córnea

31 mayo 2009

Destino y trazo (en bici por Aragón), de Ángel Gracia

La editorial Comuniter ha publicado el segundo volumen de la colección “Voces de Margot”. “Destino y trazo (en bici por Aragón)” reúne los artículos que Ángel Gracia publicó en el suplemento dominical del periódico Heraldo de Aragón entre octubre del 2007 y junio del 2008.


Ángel Gracia y su bicicleta recorren la árida tierra aragonesa en busca de la deseada tranquilidad rural, esta necesidad vital se nos muestra exenta de populismos urbanitas desorientados que pretenden conocer el campo mejor que sus moradores. El autor no va de ese palo que pinta a caballo de cuatro x cuatro, él recorre los caminos bajo el influjo de su pedaleo, un devenir tranquilo que le permite sumirse en el paisaje de páramos, cierzo y secarral. Una velocidad que humaniza todo lo que percibe y hasta el aire azul acaricia las casas, el camino es la pluma del poeta “que busca la soledad para observar el mundo con otra mirada, la de su bici, y llegar a los viejos lugares a través de caminos centenarios o de nuevas carreteras”. Una mirada poética para los ríos enlazados, la luz del aire y en medio de la lírica una implacable certeza: “El bacalao con pisto me devuelve al realismo de lo cotidiano, siempre por encima de las ideas” Porque en estas páginas encontraremos almuerzos de un par de huevos fritos, longaniza y patatas; comidas de potaje, ternasco y vino; meriendas de jamón, queso y olivas, y a cualquier hora alubias, conejo escabechado y españoletas que “constituyen un nuevo estado de la materia, en el punto exacto entre lo esponjoso y lo consistente.”
El viajero, que se sabe turista, siempre llega con la intención de camuflarse en el entorno, no quiere pervertir el equilibrio que le rodea, el terremoto es interior y literario, compañero de viaje en la oscuridad de un búnker, en el descubrimiento de un Macondo aragonés o en la referencia infantil a los libros de aventuras de Enid Blyton y “Los siete secretos”. En esa senda, que parecería erudita, Ángel Gracia vuelve a mostrarnos, como hizo en su novela “Pastoral”, que la sencillez en el estilo no esta reñida con apreciaciones cultas que nos llevan de un muladar en Binaced al Egipto que exaltaba a los buitres por, precisamente, nutrirse de cadáveres. Hay un lugar en las páginas de este libro dónde esta conjunción se destila una y otra vez: Bares con parroquianos, bares anónimos para guías al uso y un bar en medio de la provincia de Teruel dónde se habla de Bollywood, dictadores y literatura albanesa.
A lo largo del texto el viajero nos recuerda las motivaciones de su viaje, afanes muy alejados del deporte, “…no necesito llegar al límite entre esfuerzo y dolor para sentirme bien. Simplemente viajo de un pueblo a otro por mis propios medios, sobre la bici cuando es posible, junto a ella cuando no puedo más” Y el medio de transporte marca con profundidad las vivencias del autor, el desplazamiento se hace duro en los repechos, en el trazado de las carreteras secundarias y en la singular lucha al sprint entre las fauces de un can y los pedales, esos compañeros mecánicos que le ayudan en “la reconfortante tarea de pensar” Reflexiones individuales sobre la bicicleta que se proyectan al exterior, un entorno que funciona como disparadero para que la poesía lo impregné todo. “Me abandono al azar del encuentro, a la contemplación del instante”
El poeta solitario busca compañía en sus paradas: Paisanos sin nombre, mujeres y hombres en corrillo, la curiosidad infantil, abuelos, un fantasma y siempre, en cada recodo, literatos, músicos y el camino. Pero a mi me gusta pensar que el narrador soportó tantas horas de soledad sobre su bicicleta para darse el gustazo, sólo por un día, de sucumbir a la tentación del amor, avanzar junto a su pareja, respirar al mismo ritmo, compartir charla, alforjas y el suave pedalear en “el camino de los maíces amarillos”
Ángel Gracia ha confeccionado un libro de viajes que nos muestra una nueva mirada al mundo rural, una mirada que atraviesa la realidad de algunas de las zonas más desoladas de Aragón y lo hace desde tres atalayas: El esfuerzo solitario del sillín de su bicicleta, la poesía que recorre sus venas y una extraordinaria capacidad para aunar el fluir del viaje con todo el bagaje cultural que el autor muestra desde la sencillez del que disfruta transmitiendo sus conocimientos.

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28 mayo 2009

¿Hay algún noble en la sala?

Ha vuelto a suceder. Hace unos días me hice eco en esta bitácora del encuentro que Valle Inclán y Lorca tuvieron sobre el escenario del Teatro de la Estación. Esta tarde, sobre las mismas tablas y delante de la misma escenografía, se ha producido otro encuentro que pone en tela de juicio el concepto espacio-tiempo tal y como lo conocemos.
Durante el próximo fin de semana, el grupo Pingaliraina va a representar en el Teatro de la Estación la obra “¿Hay algún noble en la sala?”, un espectáculo que comienza con los primeros versos del “Cantar de Mío Cid” Esa era suficiente justificación para que el historiador y novelista José Luís Corral nos regalará una de sus didácticas disertaciones en torno a una figura que conoce la perfección. Sentado en regio sillón nos recordó las manipulaciones a las que se ha sometido la figura del Cid. Puso como ejemplo la idealización que algunos políticos han hecho del personaje y como se olvida con interesada facilidad, que el insigne guerrero pasó más de seis años en Zaragoza, en el Palacio de la Aljafería, a menos de cuatrocientos metros del lugar desde el que hablaba el historiador, como jefe militar de las tropas musulmanas, un dato que se esconde en el poema épico y que sirvió para trazar un discurso sobre la diferencia entre la exactitud de la historia, y la libertad creativa que permite la literatura, así como la facilidad con la que los juglares ensalzan mitos e iconos que no aguantan el algodón de las exégesis historicistas.
Entonces ocurrió el extraño fenómeno. Un juglar acompañado por el ritmo de una zanfoña tomó forma corpórea y se enfrentó al historiador en singular discusión de eruditos. El artista de la milla defendió la ligera modificación de los acontecimientos históricos, como un ardid menor, una ayuda para conseguir que la trama del espectáculo sea más atractiva para los espectadores y las monedas de sus bolsillos. Pero José Luís Corral insistió en la importancia de los datos históricos y entonces el artista, tras pausa dramática, confesó.
Era cierto que la obra se iniciaba con los primeros versos del Cantar del Mío Cid, pero aquello era simple retórica teatral, una excusa dramática para hablar de otras muchas cosas. “¿Hay un noble en la sala?” aprovecha situaciones de la época medieval para reflexionar sobre asuntos que traspasan los siglos y el alma humana, asuntos que tienen que ver con la libertad individual, la religión y la convivencia pacífica, o no tanto, entre diferentes culturas, la propia conciencia, la ética y sus burlas y todos los entresijos que nos hacen humanos. Un juglar que sufre las miserias del camino y la incomprensión de los poderosos será el encargado de guiarnos por el camino porque, aunque muchas cosas han cambiado desde que los romances andaban por villorrios y palacios, los narradores siguen entreteniendo al público con historias, músicas y danzas.

Pingaliraina presenta del 28 al 31 de mayo la obra
“¿Hay algún noble en la sala?”
Teatro de la Estación
C/ Teniente Coronel Pueyo 8
Teléfono de reservas: 976 46 94 94
Jueves, viernes y sábado: 21:00 horas
Domingo: 20:00 horas

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27 mayo 2009

La vida con la voz, un poema de Alfredo Saldaña

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25 mayo 2009

Las Cigüeñas pueblan, un poema de Manuel Martínez Forega

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23 mayo 2009

Poesía en el Candy Warhol


Las sesiones de Poesía en el Candy Warhol se inauguraron con un unplugged fuera de concurso: Carmen Ruiz Fleta y Octavio Gómez Milián con un gintonic de sólo versos, micro y atril recién estrenadito con sacabocados por los que se escapaba la luz.
Carmen Ruiz Fleta dejó un tercio vacío de Ámbar junto a mi corazón que latía apoyado en la barra negra de vela blanca y vino tinto. Alguien bajó el micro a la altura de sus nervios, la poeta leyó un poco azorada sus dos primeros versos, versos publicados en “Cinco días de agosto” y tal vez por eso, versos que ya no son suyos. Un foco violeta se derramó sobre su hombro y rozó su piel de pómulos afilados. Un folio cubría a otro folio y en esa rapidez la poeta encontró el sosiego y esa cadencia en su voz que me tiene preso, imantado a las cuerdas vocales de una excelente cosecha de versos inéditos con intención en el gesto, sus ojos de las palabras al público tendido a sus pies y mis ganas de matar al camarero que desmigó una bolsa de hielo con irrespetuoso estrépito para la voz que una vez recitó noticias regionales bajo los focos de cuando la tele tenía seiscientas veinticinco líneas. Y Carmen se gustó. Fueron unos minutos estelares, un regalo de apetitosa sonoridad, sus palabras resbalaron por las chorreras de su camisa que era una blusa disfrazada de camiseta beige, como ese poema de página 89 en 23 Pandoras que habla de contenedores de miedo, de la extensión de los cartílagos y de la dictadura del cutis, el mismo cutis beige que yo cité ahí arriba bañado por la luz violeta. Carmen Ruiz Fleta no necesita ni focos, ni maquillaje, ni tretas; ella, sus palabras y su voz son armas suficientes para derrotar corazones, acallar murmullos y demostrar que las verdaderas princesas son aquellas que madrugan “prendiendo a conciencia su olor en las baldosas”
Octavio Gómez Milián recordó que jugaban en casa, y como sabemos todos los aficionados al buen fútbol, ese es el mejor lugar para arriesgar en la alineación, y Octavio arriesgó. Inició su recital con una reflexión sobre la posibilidad de dejar de escribir poesía, citó al poeta local Ángel Gracia que ha cambiado versos por bicicleta y poemarios por libros de viajes. En esa tesitura, Gómez Milián optó por mostrarnos el ritmo trepidante de lo que será su primera novela, un texto de pulsaciones al borde del infarto que fue desde Buenos Aires hasta el rock and roll, del bautismo católico de Bob Dylan hasta los tebeos, las series de televisión y todo el rico universo que rodea a este poeta “de los noventa” hasta el infinito y más allá, un texto plagado de referencias, un baño de colorines, el collage de una personalísima memoria que deriva entre Calamaro, Bunbury y J.P. — nada que ver con la mítica marca pirata de güisqui, chaval, — J.P. es como se resume el papado de Juan Pablo Segundo te quiere todo el mundo. Octavio entregado, sin respirar, sílabas tras sílabas atado al micro, el foco violeta sobre la negra camisa, la negra barba, las gafas negras y el pelo negro, violeta y negro colores de pasión para desgranar pistas, influencias, divinidades y demonios todo en avalancha de verborrea, crudo, ahí lo tienes y te lo tomas como puedas, energía, imprescindible la concentración para seguirle, enganchados al itinerario para descubrir las propias referencias y cuando terminó, sólo me quedó resuello para apurar el tubo de cerveza.
Rasgó Octavio uno de sus libros para leer el último de los poemas, la descripción del momento más importante de nuestras vidas: El punto de no retorno. Y terminó homenajeando a más amigos, ese prometedor dúo musical que fusionó sus nombres en Louisiana.
Tras las palabras regresé a las cervezas. Un poeta que por allí andaba me pagó las suficientes rondas como para comprometerme a volver al Candy Warhol con una misión: Empuñar el micrófono y defender sus versos como si fueran míos.

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22 mayo 2009

a los enemigos de los mínimos, un poema de Rafael Luna Gómez

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21 mayo 2009

Sin excusas

Cebolleta, ajo y pimiento verde picadito estrenaron la cazuela, a los dos minutos incorporé un tomate pelado y troceado en tacos. Rehogué. Añadí a las verduras una copa de vino y los trocitos de cordero salpimentados, pasaditos por harina y marcados en la sartén. Diez minutos de olla expres para freír una patata cortada en dados que incorporé con posterioridad. Solo faltaban cuatro minutitos de calorcito cuando sonó el pitido de un mensaje en mi bandeja de entrada. Con mandil y un poco de ansiedad cambié los fogones por el teclado. Llegó la hora de comer, micielotesoromiamor regresó del trabajo, abrió la cerradura y toda la casa olía a quemado. No encontré ninguna excusa. El menú fue de plato único: Bisaltos alborotados en wok.

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20 mayo 2009

La pobreza, un poema de Diego Serrano Pachón

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18 mayo 2009

Hay trenes, un poema de Emilio Pedro Gómez


Emilio Pedro Gómez ya estuvo en esta bitácora, pincha aquí.

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15 mayo 2009

Diálogo de sombras


¿Dónde vamos después de morir? Esa es una de las preguntas que tanto tirios como troyanos nos hemos hecho alguna vez y que Rafael Campo utiliza para el planteamiento de “Diálogos de Sombras”, un obra teatral que une en representación post mortem a Valle-Inclán y García Lorca, ambos fallecieron en 1936 — el primero por culpa de la vejez y el segundo a manos de la barbarie. — A esta ensoñación literaria viene a poner luz la Niña Presentación que, aunque se muestra en forma terrenal, eficiente enfermera y jacarandosa compañía, si se la mira bien, tiene toda la pinta de estar muerta desde 1936, un año que trajo demasiados difuntos a este país.
Tranvía Teatro, como compañía estable del Teatro de la Estación, no muestra a unos literatos, o unos locos transmutados en sus sombras que-tanto-me-da, hablan del poder de las palabras, de las metáforas, de las mil maneras de expresar sentimientos y pareceres, discusiones sobre estilos narrativos, abanico de aptitudes frente a los poderosos, requiebros a lectores avezados y a esos otros de media lectura para un día de piscina. Comprueban el poder que la letra impresa puede atesorar para abrir mentes y corazones, una ventana abierta a la libertad de pensamiento, palabra, obra y omisión.
El juego que nos ofrece Rafael Campos es sencillo, los locos de la escena o esos literatos que-tanto-me-dan, penetran en las páginas de sus libros para rememorar breves pasajes de algunas obras nacidas al cobijo de dos de los más ilustres escritores de este país. En medio de esas idas y venidas al mundo de la ficción, el devenir cotidiano aparece bajo los focos como el camino hacia la muerte, o a los muros de una institución psiquiátrica que-tanto-me-da, porque morirse es para volverse loco, o estar loco significa estar muy cerca de la muerte que nos roba el ser, los recuerdos, las comedias y los versos.
Locos o muertos, Federico y Ramón encuentran en la Niña Presentación el vínculo con los humanos, con los hombres, con los lectores al fin y al cabo, esa especie que se emociona con el trote del caballo que anuncia sangre, o los hielos de un Madrid dónde el genio de Max Estrella sólo puede encontrar el camino de la muerte.
La literatura de Lorca y Valle son un tumulto de imágenes, muchas de ellas ancladas en la memoria colectiva, ese es un reto que la escenografía de este espectáculo subraya con acierto, un espacio escénico configurado con sencillez nos ayuda en la aventura de distinguir a los locos de los muertos y viceversa que-tanto-me-da, una ambientación dónde la luz y la sombra toma un protagonismo especial.
La permanente dualidad de las situaciones, los saltos temporales, el zigzag en los estados de ánimo se muestran con naturalidad gracias a la eficacia de tres magníficos actores. Jesús Bernal, Daniel Pardo e Yvonne Medina despliegan la enorme capacidad camaleónica que este texto requiere, tejen las palabras, provocan risas, interactúan con el público, cambian de registro con veracidad y luchan contra algunas coletillas adheridas a un texto que nació como función pedagógica para alumnos de secundaria, giros que de seguro son jaleados por los adolescentes en los programas matinales pero que chirrían un poco ante una audiencia de mayor edad y menos propicia para recibir algunos gestos y muletillas.
“Diálogos de Sombras” es un juego, un preámbulo para entrar de lleno en la literatura, el mapa que invita a caminar entre libros, el libérrimo itinerario que te puede llevar de un soneto a la canción popular, del esperpento al cante jondo, de la rebeldía intelectual a la cuneta de cualquier carretera. No deberías perdértela.


Del 14 al 24 de mayo de 2009


Teatro de la Estación
http://www.teatrodelaestacion.com/
C/ Teniente Coronel Pueyo 8-10


Zaragoza



Jueves, viernes y sábado: 21 horas.
Domingo: 20 horas.


Teléfono de reservas. 976 46 94 94

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14 mayo 2009

Faros 3, un poema de Fernando Sarría

Agradezco a la Policía Local de Zaragoza el despliegue logístico que utilizó para comprobar que las intenciones de quienes hemos hecho este video no eran ilícitas.
Gracias a Antonio Feria que nos prestó su tiempo, su Vespa y tuvo que identificarse ante la autoridad.

Faros 1

Faros 2

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10 mayo 2009

Una tarde de hospital

La primavera inundó Teruel de un calor que no le correspondía. El sol penetraba en la habitación 209 del Hospital de San José hasta tatuar sobre el suelo rectángulos minúsculos de calor. El camillero culé explicaba el magnífico juego desplegado por su equipo contra el máximo rival de la liga, mi madre sonreía con ese gesto que tiene para quienes le hablan por el lado sordo de su vida.
— Hola me llamó Merche.
— Igual no te oye, esta un poco sorda y bastante despistada con todo este…
— No importa, mejor te lo explico a ti. Soy la enfermera de planta. El botón rojo es para llamarme y el marrón para dar la luz. Tu madre ocupa la cama 1, por lo tanto vuestro armario es el número 1, este, el de la derecha, si no tienes perchas no importa porque siempre se quedan perchas en los armarios, la gente las olvida. Los horarios de las comidas, de la cafetería y como funciona el teléfono lo puedes leer en esta guía para el paciente, bueno, ya se que tu no eres el paciente, ¿Rosario es tu madre, verdad? Los Ahora os traerán una botella de agua y un vaso. También subirán de administración para formalizar el ingreso, si necesitas algo solo tienes que pedirlo. ¡Ah! y la televisión es gratis»
— Si, es mi madre. Necesitaría una toalla para ducharme, llevo todo el día de aquí para allá y con este calor…
— Mira que bien, ahora resulta que tenemos que ir prestando, además de asistencia sanitaria, toallitas… ¡Qué es broma! Ahora mismo te la traigo y te digo donde te puedes duchar.
La enfermera me hizo sonreír, la primera sonrisa después de las lágrimas, lágrimas que he decidido aplazar para mejor ocasión, ocasión de plañideras, de esas mujeres que se arañaban las entrañas con desesperación de gritos y lamentos. Las recuerdo perfectamente en los funerales de mis días de monaguillo, las beatas las criticaban a hurtadillas pero a mi me gustaban, era todo un espectáculo verlas sufrir, sacaban todos los sentimientos del pozo profundo de las venas y los exponían sin ningún tipo de pudor, allí, a la vista de todos. Eran momentos de gran emoción, algo muy similar a la conmoción que se recibe en la platea de un drama teatral pero con la carga humana de quien sólo atiende a la perturbadora brújula de los afectos. Muchas veces me hicieron llorar sobre al pésame de gentes a las que sólo me unía la lista del padrón. Ya no quedan plañideras en estos tiempos de muerte funcionarial.

***

La hija de la señora mayor que ocupaba la otra cama hizo gala de una amabilidad que yo nunca he tenido y preguntó de donde éramos «De Torrelacárcel» dijo mi madre. Me sorprendió tanto desparpajo si tenemos en cuenta que llevaba treinta y seis horas sin responder a esa pregunta formulada por la geriatra, dos auxiliares de rehabilitación, el médico de urgencias, el celador que la llevó al escáner, las enfermeras de la cuarta planta del Hospital Obispo Polanco, la señora de la limpieza de esa misma planta, un neurocirujano, el camillero culé, dos abuelos compañeros de ambulancia y yo mismo en un arrebato corporativo para con los preguntadores oficiales.
La hija de la señora mayor llevaba un mes como acompañante y me puso al corriente del funcionamiento práctico del hospital y de todo lo relacionado con los excelentes profesionales que allí trabajaban, me habló de su amabilidad, de lo variado, equilibrado y abundante de los menús para los enfermos, de la tranquilidad, de la escrupulosa limpieza y hasta me recomendó la utilización continuada de unos dosificadores instalados en todas las habitaciones para lavarse las manos y prevenir contagios de virus, gérmenes o cualquier otro bichito que por allí pasase. Entonces fue la señora mayor quien preguntó « ¿Cuántos años tiene tu madre?» Le dije que ochenta y siete. Ella, extrañada, afirmó «Pues tiene un cutis muy cuidado para sus años» Fue emocionante que aquella señora mayor de Teruel con la cadera recién operada usase con maestría de spot publicitario el término “cutis”, por eso o vaya usted a saber, le conté que a mi madre cuando era joven le salieron unos “empetines” en la cara, unas sequedades que no le gustaban y que eliminó tras dejar de beber vino en porrón y utilizar a diario la crema Pond´s Nutritiva Anti-arrugas S que, además de hidratar y recuperar la elasticidad y firmeza de los tejidos, suaviza las arrugas y previene las formación de nuevas.

***

Entré a la cafetería con el miedo inoculado por esa costumbre hospitalaria de ir completando todas las mesas para atender al mayor número de comensales en el mínimo espacio. Tuve suerte. De las ocho mesas disponibles sólo una estaba ocupaba por una señora que daba avío a la misma merluza en salsa que hacía unos minutos se había comido mi madre. Ocupé una de las mesas vacías y la camarera tomó nota de mi tradicional cena cuando ejerzo de acompañante hospitalario: Bocadillo de lomo con queso, pimientos verdes y cualquier otro extra, agua para beber y un cortado.
Aún no había comenzado a engullir aquel bocadillo gigante cuando dos señoras se sentaron a diestra y siniestra de mi asombro. Me dieron las buenas noches, preguntaron mi edad, a quien estaba cuidando, para cuanto tiempo tenía, mi lugar de nacimiento, el cuartel dónde hice la mili, si estaba casado y en caso afirmativo dónde se encontraba mi mujer, últimas enfermedades, fracturas o Incapacidades Temporales provocadas por resfriados, jaquecas o gripes, «Usted se parece a uno que sale en la tele y que es maricón, uy perdón, que cada uno puede ser lo que quiera con tal de ser buena persona, aunque ese de la tele no parece buena persona, sin embargo usted si, usted si que parece buena persona. ¿Cómo había dicho que se llamaba? ¡Ay lo que es la enfermedad! Pues yo estoy aquí acompañando a mi hermana Maruja que la han operado de la próstata»

***

El sillón extendido era más cómodo de lo que presagiaba, lo coloqué junto a la cama de mi madre, me tumbé y zapeé las emisoras de radio hasta dar con la retrasmisión del partido de vuelta de semifinales de la Liga de Campeones entre el Chelsea y el F.C. Barcelona. Faltaban un par de minutos para el pitido final y el equipo español parecía eliminado, me quité los auriculares con la intención de buscar el confort de una buena ducha. Desde un lugar que no pude determinar escuché un grito de alegría desaforada, las luces del pasillo se encendieron y se apagaron en jolgorio verbenero, afiné el oído, alguien cantaba un gol. Conecté de nuevo la radio. Andrés Iniesta había marcado en el minuto noventa y dos el gol que llevaba al Barça a la final. Me acordé del camillero culé. Mi sonrisa se encontró con la de mi madre que me hizo un gesto para que me acercase. Volví a quitarme los auriculares. «Aunque algunas veces te llame papa, sé que eres mi hijo Javi»

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04 mayo 2009

Práctica, un poema de Clara Santafé

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03 mayo 2009

Leche condensada

Me he levantado de la cama para chupar el bote de leche condensada. En mi casa del barrio del Piojo la leche condensada estaba en la alacena de la galería, una diminuta habitación adosada a la casa dónde siempre hacía frío. Ahora la guardamos en la nevera no frost y no es lo mismo. Abro la puerta y la luz desvela todo el misterio. Nada que ver con la emocionante oscuridad de la noche, asomado a la ventana que daba al huerto del Belles y con los pies descalzos sobre el suelo de cemento. Lo mejor era rebañar el dulzor por todo el borde del bote, sin embargo, el actual sistema antigoteo ha sido el antídoto perfecto para dejar de soñar.
La leche condensada llegó a casa con la úlcera de mi padre. Mi madre se la preparaba con agua caliente y agitaba la mezcla con una cuchara hasta que el agua diluía su exquisita voluptuosidad. Yo nunca la tomé así. A mi me gustaba nocturna, como ahora, me levantaba por las noches con el palpito de lo prohibido para poner la justicia en su sitio y la leche condensada en mi paladar. Creo que en aquellos deleites fue dónde aprendí a manejar la puntita de mi lengua con la maestría que he demostrado en otras concavidades tan lúbricas como el untuoso deslizarse de la leche condensada.
Tengo que cerrar la puerta de la nevera para que el pitido de aviso no la despierte. Ella no entendería estas excursiones nocturnas en busca de otros fluidos, de otros placeres. Todos los días después de comer, ella hace café. Ella lo toma sólo y yo con leche condensada. La leche condensada se queda al fondo del vasito y el café la cubre. Siempre compruebo la cantidad de leche condensada que ella me ha puesto. Es increíble, durante todos estos años la mezcla es perfecta: 17 milímetros de leche condensada y el resto, hasta el borde del vasito con forma de torre de refrigeración de una central eléctrica, el aroma del café. Ella se lo toma hirviendo. Yo muevo con parsimonia la cucharilla hasta que el blanco de la leche condensada y el negro del café se fusionan en color café con leche (condensada, claro) Son los mismos gestos que hacía mi madre. El martes voy a verla, vamos al médico, al geriatra.

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01 mayo 2009

Insomnio

De nuevo me ha ganado la noche y aquí me tiene entre el insomnio antiguo de cuando aún era capaz de soñar, y un insomnio mucho más moderno de víspera de festivo con un teclado, dos gintonic y blogspot. De salto en salto llegué al penúltimo de los espejos de Sophie, un lugar al que siempre vuelvo en busca de la frescura juvenil, de la inteligencia, de la energía.
En mi última visita encontré unos versos como los que cualquiera de vosotros ha escrito en una libreta con cuadrículas anilladas al amor. Los leí con la pereza de las tres de la madrugada y demasiados fotogramas en las venas. Esas palabras han sido la lanzadera que necesitaba en una noche como esta, el camino hasta el recuerdo de cuando los sueños eran perfectos. He saboreado su pintalabios con sabor a fresa, el roce lúbrico de sus manos frías que apretaban mi culo, el torpe enredo de mis dedos entre las presillas que guardaban el manjar de sus pechos y los resortes secretos del deleite a borbotones. También me he reencontrado con los amigos, cuando esa palabra era tan importante como cada una de las pedaladas hasta llegar a Los Huracanes donde nos dejábamos la piel tras una pelota y pensaba que el mundo sería siempre así: El esfuerzo conjunto, hombro con hombro, la puerta de la victoria como meta y la gatera de la derrota traspasada con honor.
Ahora apagaré la luz y todo se desvanecerá.
Aunque sigo vivo, estos viajes en el tiempo me recuerdan el aroma rancio del que camina derechito al fracaso. Solo tengo que esperar.

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