La curvatura de la córnea

20 mayo 2013

Cuando la amistad se cocina “Al Dente”




La tormenta se quedó en la M-40 y Madrid nos recibió rojiblanca desde Atocha a la fuente de Neptuno, donde los colchoneros del Atlético tocaban el claxon, agitaban bufandas y sonreían felices por ganar la Copa de Rey frente al eterno rival. Más allá, cuando el Paseo del Prado se hace Recoletos, justo antes de llegar al Centro de Arte Fernando Fernán Gómez, Javier Lostalé en La Estación Azul de Radio Nacional hablaba del teatro de Chejov. El autor ruso, decía, recurre a la acción indirecta, es decir que los sucesos ocurren fuera de la escena mientras los personajes los perciben con frustración. Como nos recuerda Joaquín Melguizo, algo muy parecido ocurre en la construcción dramática de “Al dente” cuyo “principal atractivo radica en el peso que tiene lo extraescénico, lo que sucede fuera de escena permaneciendo oculto a los ojos del público”
El motivo de este doble plano narrativo es la reunión alrededor de una cena de un grupo de amigos que, tras la ruptura amorosa de dos de ellos y la posterior división en dos bandos, han pasado diez años sin verse. La tensión del reencuentro provoca un ir y venir desde el salón hasta la cocina que se convierte en el espacio donde transcurre la obra y marca la frontera entre lo real y lo imaginario. La cocina de “Al dente” es un lugar donde se destila la realidad, mientras en el “living”, a tropecientos metros de distancia, se produce una acción en paralelo que el espectador no puede ver pero que conoce a la perfección gracias al transito de los personajes de un plano a otro. El pasillo es el trecho que separa la vida de los sueños. Mientras que en el salón todo es posible - desde una victoria rotunda del azar hasta el éxito catódico, social y económico –, la cocina es el ancla con la realidad y el teléfono, ese invento capaz de comunicarnos con el otro lado del planeta, se encarga de mantener a los personajes atados a este mundo. Cuatro personajes en escena y cada uno de ellos como representante de un estereotipo, una etiqueta para elegir entre quienes ya tenemos cuarenta años cumplidos: La anfitriona felizmente casada o no tanto. El hermano vividor. El amigo amargado por la excesiva lucidez de ver la vida desde las antípodas y la mujer inteligente, atractiva y con aspiraciones. Al otro lado de la puerta los que no vemos. La mujer de silicona, el marido ejemplar y el triunfador con un estatus social diferente, elevado, estamos hablando de la nueva jet encumbrada por la tele y otras zarandajas. Cuatro personajes que van y vienen a través de una puerta cervantina capaz de conectar dos universos: Los sueños del Quijote y la realidad de Sancho. En ese ir y venir descubrimos la relación que cada uno de los personajes mantiene entre la quimera y lo real: Claudio está plantado en la realidad, abrazado a su piedra de la verdad, visita el mundo imaginario como un notario que anota todo lo que ve. Miranda vive en la frontera, una línea que todavía le permite dar un pasito y olvidar la realidad durante el tiempo que dura un musical. Pipo, adicto a lo imaginario, solo surfea la realidad para abastecerse de comida, bebida y cash, sin embargo Penélope, que vive instalada cómodamente en lo imaginario, se enfrente a la realidad con la curiosidad de quien ve un documental sobre antropología y comportamiento social. La hora de la verdad llega para todos ellos cuando la rabia contenida, las ganas de gustar y los silencios vengativos dejan paso al lance final que los sitúa en el sitio que merecen. Se admiten apuestas pero yo les recomiendo que vayan a ver la función para ver el desenlace.
Alberto Castrillo, además de ejercer las funciones de Chef, es el responsable de construir un texto que mantiene el interesante entramado argumental, de salpimentar con humor las situaciones que por momentos nos invitan a la reflexión. Un juego que los actores entienden y ejecutan con brillantez. En este aspecto no puedo evitar la comparación de esta función con las sensaciones que recuerdo del estreno zaragozano de marzo del año pasado en el Teatro del Mercado.
Carmen Barrantes mantiene esa deliciosa elegancia que la lleva, en viaje inverso al de Alicia, desde la compañía del sombrerero hasta el balcón de un pueblo que huele a cerdo. Jorge Usón está arrollador y sigue siendo una explosión cómica, todas y cada una de sus entradas en escena son como la erupción de un volcán. Es en los otros dos componentes del elenco en los que he notado como han pasado en su interpretación de lo bueno a lo mejor. Laura Gómez – Lacueva mantiene toda la intensidad cómica de su personaje a la vez que ha profundizado en sus aspectos más reflexivos y ha limpiado muchas acciones para conseguir que la maraña emocional en que está atrapada quede nítida y fresca a los ojos del espectador. Hernán Romero ha hecho un viaje parecido pero en dirección contraria. Su personaje ha moldeado su actitud cetrina para, desde su papel de Pepito Grillo que todo lo retuerce en dirección al pesimismo, conseguir mostrarnos algunos resquicios de luz que nos ayudan a quererlo, es muy difícil ser un cenizo y conseguir que el público te guarde un poco de su ternura, ahí radica la magia de su interpretación.
El resultado de este guiso estuvo sentenciado por el premio de una cerrada y extensa ovación. “Al dente” es un excelente espectáculo para, como dice su director, que ustedes lo disfruten. Y yo, que aún ando preocupado por la fortuna de los personajes de la obra, quiero terminar esta nota con un regalo para los cuatro, un poema de Luís García Montero titulado “Compañero” y que dice así:
 
Cada cual tuvo entonces un origen distinto.

Yo sé dónde acabaron nuestras revoluciones,
¿pero dónde empezaban nuestros sueños?

Si empezaron por culpa del dolor,
hay motivos recientes para seguir soñando.
Si empezaron por culpa
de nuestra envenenada estupidez,
puedes seguir soñando,
pues también hay motivos.



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04 mayo 2013

Campanas de boda de La Cubana



Uno de los papeles que más me gusta en la representación de la vida es el de invitado a una boda. Ya saben: Traje gris perla, camisa blanca y corbata coral. Esperar a la novia en la escalinata de la iglesia mientras haces bromitas con el novio para aumentar su nerviosismo. Alcahuetear los trajes de las señoras y, mientras se celebra la misa, vermutear con los amigos y los primos más recalcitrantes de la pareja. A mi me encantaría entrar en misa, con sus jotas, la homilía cañera del sacerdote, las lágrimas de la suegra y esas cuñadas que no tiene paciencia y comienzan a pelar al personal bajo sagrado. Si no asisto al espectáculo es porque no me gusta como está diseñada la escena cumbre. Al momento del si quiero, la búsqueda del anillo y el intercambio de las arras le falta un puntito de dirección, no puede ser que los actores principales den la espalda al público, eso resta emoción. La ceremonia ganaría mucho si los invitados pudieran ver la cara de los novios.
Sin embargo, para recibir a los esposos, frente a las nuevas modas de confeti y pétalos de rosa, me decanto por el clasicismo del arroz, un símbolo de abundancia y prosperidad. Pero la abundancia llega con el cóctel, la fritura de los entrantes, un pescado en salsa, cordero asado con patatas a lo pobre y que se besen los novios. Vinos de denominación regional, tarta, helado y que se besen los padrinos. Café, copa, puros para ellos, pitillos para ellas y que se besen los consuegros.
Un vals vienes para comenzar el baile. Corbatas anudadas a la frente, gintonics a banda, la abuela avienta el bastón y las tías de la novia que se me rifan para darle ritmo a pasodobles, rumbas y chachachás. Todo eso es un bodorrio: Un gran espectáculo donde me lo paso en grande.
Quizás por eso no me gustó la segunda parte de Campanas de boda de La Cubana, cuando la compañía derriba definitivamente la cuarta pared, enciende las luces de la platea y el cubana style se instala entre las butacas. En ese preciso momento se rompe el alocado ritmo de una representación que me recordaba a las comedias de puertas con entradas y salidas. La Cubana, durante la primera parte de la función, nos explican los preparativos de un bodorrio de alto copete que, aunque en los últimos tiempos algunas costumbres han cambiado, sigue un guión y una puesta en escena que todos conocemos al dedillo. Cada raza, nación, clan, grupo social, generacional, religioso ( y alargue la lista todo lo que usted quiera) tiene sus propios códigos y rituales, pero al final todos forman parte de la gran parodia de la vida. En el caso de una boda quizás entren otros factores en juego pero no se engañen, no deja de ser una más de las escenas que cada día interpretamos para sobrevivir en la maraña social.
La Cubana toma ese paralelismo entre realidad y ficción para lanzarse por un trepidante vodevil perfectamente sincronizado. Yo no necesitaba más. Me hubiera bastado con los colores chillones del vestuario, la multiplicación de escenas, las frases que cortan, interrumpen y se superponen unas a otras, la milimétrica coreografía para organizar un caos tan sugerente como un plano secuencia de Berlanga plagado de arquetipos.
El único pero a este genial galimatías estaría en limpiar alguna escena que detiene la velocidad de crucero de la función cuando el grito de ¡¡más madera!! ya está instalado en las butacas y la máquina avanza a todo trapo. Con esto bastaría, sin embargo en el ADN de La Cubana anida la participación del público en el espectáculo y eso, además de una excesiva pedagogía en cuanto a la manera hindú del casamiento y un arrebato de pamelas, varían la cadencia de la representación para detenerse en algunos momentos delirantes entre flores, bailes y un concejal venido a mucho menos. En cualquier caso estos pequeños peros son absolutamente personales porque la verdad es que todo el público lo pasó en grande participando de la función.
Mención aparte merecen los actores. A la cabeza Annabel Totusaus y Mont Plans que no paran de incendiar la máquina a la que se suben sus compañeros de reparto capaces de duplicar y triplicar personajes presentando multitud de matices, rostros, acentos, juegos corporales, canciones y todo mezcladito en el puchero del humor. Un trabajo brillante. Y lo tengo que decir aunque me salte la norma de desvelar lo menos posible de la trama y el argumento: Todavía no he salido del asombro de escuchar la versión Bollywood de Paraules d’amor de Serrat. ¿Se lo imaginan?
Campanas de boda cumple con los requisitos de la marca La Cubana para convertirse en un delicioso espectáculo en el que, además de pasarlo bien, encontraras las claves antropológicas de cualquier spanish bodorrio bizarro and all over the world. ¿Se puede pedir más?

Crónica publicada en el º 135 de El Pollo Urbano

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01 mayo 2013

El caso Perry en El Extintor



El pasado 26 de abril se estrenó en la Sala El Extintor la obra El caso Perry, una comedia de espíritu cabaretero que nació en la Sala Eve´s Bayou de la mano de Óscar Castro, Minerva Arbués, Belén Lázaro y Leyre García. Aquella primera versión pasó por el tamiz de la compañía “6 de trébol” que lo trabajó hasta conseguir el texto de una historia detectivesca, ya saben de lo que hablo, lo han visto multitud de veces en una pantalla o en las páginas de un libro: El detective y su fiel ayudante, un fiambre y varios sospechosos, todos y cada uno de ellos con razones suficientes para matar y con una coartada infalible. El caso Perry marida la novela de Agatha Christie con la hora Chanante para crear una comedia con la capacidad de deducción del detective Hércules Poirot y la intrépida acción del Inspector Clouseau. A bordo de este Orient Express del misterio viaja el detective Wunderstand Hitchcock Shwarkoff, un tipo de sombrero, gabardina y pensamiento en off.
Voy a ser sincero: Prefiero no contarles nada de la trama porque los spoiler no les sientan bien a una historia con un muerto, tres sospechosos, colorines de tebeo y constantes guiños para que el espectador entre en el juego de la ironía y el humor. Un Cluedo que te invita a seguir los pasos del detective, diseccionar la personalidad de los sospechosos y plantear retorcidas teorías. Un viaje para disfrutar del elenco de actores que juegan entre la voluptuosidad científica y la inteligencia seductora, lo etéreo de un matrimonio atado por unos papeles y la química sensual del horóscopo, la aparente frialdad de una gran estirpe rusa y la pasión Ninja por las espadas. Un trabajo de interpretación que fue capaz de cruzar la delgada frontera que separa el humor de la realidad. Ese instante mágico cuando una elipsis de tono, gesto o palabra provoca un momento de silencio y, lo que hasta entonces era chiste y aventura, se transforma en novela negra que pone sobre las tablas la realidad social.
El caso Perry es una comedia absurda en la que un detective sigue la pista a tres hermosas mujeres capaces de casi todo. No se la pierdan. La función del estreno terminó con una atronadora salva de aplausos para gratificar el excelente trabajo de Nashaat Abdel Hafed, Irene Alquezar, Minerva Arbués, Óscar Castro, Susana Martínez y Francesc Tamarite.
La vuelven a programar el viernes 3 de mayo en La Sala El Extintor de la calle Las Armas 20, Zaragoza. Para reservar entradas pueden enviar un mail al correo electrónico salaelextintor@gmail.com
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La crónica ya ha terminado pero no me resisto a contarles ese momento mágico cuando una de las tres Damas del Tugsteno, la diva de cabaret Irina Smirnoff, se sentó encima de mis rodillas, clavó sus ojos en mis pupilas y posó las yemas de sus dedos sobre mi cabello. El latido de mi corazón ocupó todo el patio de butacas hasta que alguien dio luz de sala y el hechizo se rompió. Fue entonces cuando conocí al detective  Wunderstand Hitchcock Shwarkoff.

Reseña publicada en el nº 135 de El Pollo Urbano

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