La curvatura de la córnea

11 febrero 2013

La Escuela Cómica Suicida se enreda en El Extintor



La primera vez que los vi actuar juntos ya eran pareja sobre el escenario. Fue en la presentación oficial de La Escuela Cómica Suicida el 20 de marzo de 2011. La Sala Gromeló estaba de bote en bote y en la primera escena, tras las bendiciones sacerdotales, asistimos a un velatorio con fiambre de cuerpo presente y los hipos de la viuda. Irene Alquezar era la viuda y Francesc Tamarite era el muerto. Desconozco si este traumático inicio ha tenido algo que ver en la decisión de montar juntos “Enredos”, una función de parejas enredadas.

Una parte esencial del ADN de la Escuela Cómica Suicida consiste en abrir el juego de la improvisación a los caprichos delirantes del patio de butacas. Una de las novedades de este espectáculo es que no hay lugar para las improvisaciones. “Enredados” está formado por tres escenas cerradas donde la cuarta pared, esa convención que separa actores y público, es fundamental. El texto de la obra es de los autores Esteban Crespo, Eva Nuño y David Planas. Las palabras son la primera gran baza de la obra que, bajo la dirección de Oscar Castro y el trabajo de los actores, se hacen corpóreas. Se aprecia con claridad el trabajo que va desde la hoja de papel que todo lo soporta hasta la representación, un trayecto dedicado a traducir los diálogos y las situaciones del libreto hasta el ámbito de la carnosa comunicación entre actores y público. Esa inmediata conexión entre el escenario y las butacas juega a favor de los personajes de “Enredos” que, aunque hablan no llegan a comunicarse, o si lo hacen, es a través de los recovecos de la manipulación emocional, el descaro por escrito o la extraña sensación de hablar en una frecuencia de onda muy alejada de quien nos replica.

Irene Alquezar y Francesc Tamarite transitan entre la ficción y la realidad para mostrarnos con credibilidad que a veces las cosas no son como parecen, que es muy fácil confundir compromiso y libertad, o sufrir algunas carambolas del destino. La sencilla escenografía es más que suficiente para que los personajes se desenvuelvan a ritmo de comedia: diálogos picados, movimiento en escena y, ahí está la esencia de la buena comedia, detener el tiempo y la acción, dejar respirar al respetable, y tener el oficio suficiente para mantener el pulso de la función. Los actores resuelven esta ecuación y añaden la dificultad de conseguir que la brevedad de las escenas no sea un obstáculo para conseguir una evolución coherente y verosímil de cada uno de los personajes, especialmente en la Raquel que abre la función y que transforma sus facciones, su voz y la voluptuosa intencionalidad de su cuerpo. De esa primera escena me gustaría destacar como, tras una catarata de carcajadas, Irene y Francesc consiguen que el público detenga la risa para observarlos. Los personajes están ahí, más reales que nunca, justo al otro lado de la delgada línea que separa la comedia de la vida. Están sentados junto a la mesa, las miradas perdidas y la reflexión, la reflexión de los personajes y la del público se adueña del escenario y las butacas durante un breve espacio de tiempo, una de esas largas cambiadas dónde los pequeños matices en la actitud, en los gestos y la voz abre la puerta a la realidad. Un diminuto momento que engrandece aún más esta comedia pensada para que te diviertas y pases un buen rato de humor fino y alargado.

Pulsen la tecla off del mando a distancia, apaguen el móvil y reserven sus entradas con la sana y sencilla intención de divertirse. “Enredos” es un juego alrededor de hombres y mujeres que, como ustedes ya saben, no hablamos el mismo idioma.

“Enredos” de La Escuela Cómica Suicida

Sala El Extintor


Todos los jueves del mes de febrero a las 21:00h


Reservas: salaelextintor@gmail.com

 

Publicado en el número 133 de El Pollo Urbano 

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04 febrero 2013

Infierno, de Microteatro Zaragoza



Infierno es el lugar donde los pecadores son eternamente castigados después de la muerte, sin embargo, en el Infierno de Microteatro Zaragoza los demonios y los ángeles caídos están todavía muy vivos.
La Antigua Fábrica de Chocolates Zorraquino de Zaragoza será, hasta primeros de marzo, la puerta del Infierno. Un vestíbulo donde el mal se traduce en cuatro monólogos paritarios: Dos mujeres, dos hombres y un silencioso y sumiso sirviente. Cinco personajes exentos de misericordia y sentido de la justicia. El orden lo encontramos en las horas de un reloj y la localización topográfica es una nave de dimensiones fabriles en la que el calor infernal es sustituido por la gélida sensación de la inquietud. En realidad no nos encontramos en el Infierno sino en el preámbulo que nos espera antes de morir, en esa ceguera tan humana de creernos inmortales y con el derecho a colmar todos nuestros macabros deseos sin temer a las acciones que la justicia divina repartirá al fin de los tiempos.
Ellas enlutadas tras el maquillaje blanco y el pavor inscrito en ojos desorbitados por un gesto más allá de este mundo. Voces que no son de aquí. Ellos mucho más terrenales y tal vez por eso más inquietantes. Piel desnuda para el joven exitoso, ávido por la globalización del mal y tan seguro de sus posibilidades como esos tiburones de las finanzas que solo atisban sus propias satisfacciones. Labios y lengua diseñados para el placer. El veterano trafica con la velocidad psicotrópica de su mente, frases aceleradas, pensamiento desorbitado, dudas aparentes, soluciones rápidas, no hay tiempo para pensar, la música tensa el ambiente, te golpea, ritmo inflexible y la huida siempre hacia delante, como ese dedo que descerraja una bala para anunciar el silencio. Tres segundos de majestuoso silencio para demostrar que tan difícil es gestionar el huracán como la calma. Santiago Meléndez también es silencio en medio del vértigo controlado, la ansiedad que va de sus palabras hasta el estómago, esa extraña conexión entre la ficción y los miedos. Meléndez en carne viva, cada gesto, cada sonido y esa mirada que uno no sabe hasta donde va. Por eso no me creo el final de su monólogo, porque su personaje nos ha llevado a la deriva que no casa con una solución tan monolíticamente institucional. El final de ese hombre es la desorientación, la eterna lucha para sobrevivir al pasado que crece y crece en horror. No hay calma ni para él ni para nosotros. Su final es tal vez un descampado, una bala, el agua de una alcantarilla, un final que, al menos, nos deje un resquicio para calmar nuestra conciencia. La maldad de los más poderosos tiene otros matices y una pléyade de esbirros para los trabajos sucios.
Los actores de Microteatro Zaragoza nos muestran que no hay necesidad de fuego porque el infierno son los otros, si querido lector, usted y yo.

INFIERNO: por Microteatro Zaragoza. En la antigua Fábrica de Chocolates Zorraquino, calle Lourdes 5-7 de Zaragoza. Reservas en el 622 431 121 y en microteatrozgz@gmail.com. Hasta el 5 de marzo.

Publicado en el nº 132 de www.elpollourbano.net

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