La curvatura de la córnea

30 abril 2006

Tocadiscos

Las manos de un niño colocan un vinilo. Hace un primer intento para situar la aguja en el punto deseado pero la tensión provoca el error. La segunda tentativa es más pausada y suena la música. Billy Elliot comienza a bailar aunque nosotros sólo veamos saltos, más saltos y sonrisas. Lo hace en la habitación que comparte con el propietario del tocadiscos: Su hermano es uno más de los que sostiene una huelga para que las minas continúen abiertas. Un cuarto decorado con un feísimo papel pintado de hexágonos verdes. Tan feo como el futuro de los mineros.
Tenía dieciséis años cuando compré mi primer tocadiscos. Fue a principios del octubre de 1982, el día que inicié el curso en el instituto zaragozano Corona de Aragón. Recorrí andando la distancia desde el aula hasta Rodrigo Rebolledo, entré en electrodomésticos Ródel y vacié sobre el mostrador toda la calderilla que llevaba en los bolsillos del pantalón. Eran las monedas ahorradas del escaso salario veraniego con el que nos pagaba Icona, la esplendida propina que me dio mi hermano en las fiestas de septiembre y las sisas consentidas al monedero mi hermana después de ayudarle, durante todas las semanas del curso, en la compra semanal de frutas y verduras.
Tuve que esperar varias semanas hasta tener los posibles necesarios para comprar un disco, así que seguí escuchando las cassettes Orchid que había grabado en la cocina de la casa mi hermana, y desde cuyas ventanas se podía ver la entrada al Hospital Minero.

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29 abril 2006

Mezclar cajones


Demetrió volvió a soñar con Juan Goytisolo. Esta vez estaban en la casa que el autor tiene en Marrakech. Bebían te verde con hierbabuena.
— ¿Cómo se llama este dulce? — preguntó Demetrio.
— Halua yaban. En realidad es una receta judía.
— Me gusta el intenso sabor de la almendra.
— Sin embargo, el truco esta en utilizar agua de azahar.
La terraza los asomaba a la alcahueta Plaza de Jemaa El-Fna, que todavía estaba transitada por una legión de turistas en busca de la foto con los aguadores, el encantador de dos serpientes y el dentista ambulante que te sacaba una muela y te regalaba otra en forma de colgante.
— La primera vez que vine a Marrakech me enamoré de esta plaza. —Afirmó Demetrio— Siempre tan llena de vida.
— ¿Sabes que significa su nombre?
— Si, lo he leído en la guía turística. Algo así como la reunión de los muertos.
— Efectivamente —dijo Goytisolo— Este era el lugar dónde los poderosos ajusticiaban a sus enemigos y exponían sus cabezas.
— Fue aquí. Una hechicera me dijo que la vida no esta contenida en cajas diferentes, que los hombres somos como las muñecas rusas, como las cebollas. Aquella noche no pude dormir.
— ¡Venga Demetrio! ¿Cómo las cebollas?
— Me dijo que escuchara al corazón, él me guiaría hasta encontrar la dicha de la comunión entre la lógica y los sentimientos.
Estuvieron largo tiempo en silencio y los sentidos ocupados en descubrir como el amarillo melocotón mudaba a oro hasta romper en el bermellón que traía la nueva noche. El sol se llevó a los turistas y las estrellas poblaron el espacio de brujas con candil de gas, viejas echadoras de cartas; un Tuareg de piel azul, dos metros de altura y una habilidad espeluznante en el arte del sable, hipnotizadores ciegos, gimnastas negros y cuenta cuentos venidos de las montañas nevadas del Atlas. Los olores morunos de los puestos ambulantes de cocina reanudaron la conversación.
— ¿Y has encontrado esa comunión? — preguntó Goytisolo.
— Alguna vez lo conseguí, o al menos eso creo. Pero siempre terminó en la quimera de algún folio en blanco. En cualquier caso, fue demasiado breve como para mantener esa sensación a mi lado. —Quiso tirar una foto a las primeras luces de la noche. No pudo hacerlo porque las pilas de la cámara digital estaban agotadas. — Lo leí en uno de tus libros. Creo que fue en “Telón de boca” — Respiró la fresca que traía el olor a la hierbabuena transportada en carromatos.— «Su razón era agnóstica mas su corazón se resistía a serlo y había que seguir a veces, pensaba, la inteligencia del corazón»
— Si. Recuerdo ese pasaje.
— Siempre fui capaz de convivir con mi agnosticismo racional y la ilógica razón de los sentimientos. —dijo Demetrio. — Tenía bien separados los dos cajones. En la cabeza la frialdad de los hechos, de los datos. En el corazón demasiados mitos y debilidades. ¡Vamos! Tú sabes que siempre he sido un mitómano, que he andado miles de veces caminando por veredas muy alejadas de la razón, a cuestas con opiniones dislocadas, disparatadas y ridículas.
— ¿Y cual es el problema? ¿Se te mezclaron los cajones?
— Tengo miedo a que el corazón gane la batalla. Temo hacerme demasiado débil con la edad. Caer en la rutina de lo simple para olvidarme de lo complejo. Ceder el espacio necesario para el raciocinio, que la estampida deslumbrante y tentadora de lo espiritual inunde mis últimos días hasta cegarme, que los mitos arruinen mi madurez con tanta fuerza como me hicieron disfrutar en mi juventud.
Juan Goytisolo se levantó, dirigió sus pasos hasta la biblioteca y eligió un libro que no pudo entregar a su invitado porque Demetrio deambulaba por la Plaza de Jemaa El-Fna en busca de las respuestas que nunca encontraría hasta que tuviera el valor suficiente para mezclar los cajones.

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23 abril 2006

Otra cañita

La tarde era perfecta para caminar por el Paseo de la Independería clausurado al tráfico rodado —algo que debería ser marca de la ciudad para todos los domingos y festivos. Las aceras laterales tomadas por los libros y mucho público.
Siempre hago todo el recorrido de tenderetes aunque ya sé que sólo voy a pararme en un par de ellos. En el Portador de Sueños pregunté por la aventura del señor topo que buscaba al responsable de aquella cosa sobre su cabeza —aquella cosa es una cagarruta escurrida y con muy mala pinta— Me dijeron que estaba agotado pero que lo habían vuelto a pedir. Tendré que intentarlo de nuevo.
En Xordica estuve indeciso entre el primer y segundo libro de Daniel Gascón. Cuando me había decido por La edad del pavo el editor me recomendó el otro. Hubo un segundo de tensión. «El primero es una obra de inicial. El segundo es un libro mucho más sólido, más maduro» Ya no rectifico «El fumador pasivo» le dije «para la Feria del Libro»
De regreso a casa tomamos un par de cañas en el Linacero Café —un bareto de visita obligada aunque sólo sea para recorrer sus paredes con la vista de la nostalgia— Estuve ojeando el Heraldo de Aragón. Hay veces que leyendo el periódico me quedo más pa´lla que pa´ki, como en otra dimensión. Eso me ha pasado tras leer unas declaraciones de David Bustamente (ex-concursante de mi adorada Operación Triunfo en su primera edición) con James Brown de banda sonora. “O Bisbal o Chenoa faltarán a mi boda para evitar a periodistas buscando morbo”
Me pedí otra cañita para reflexionar sobre el matrimonio; una segunda para recapitular mis morbos; la tercera se la dediqué a los periodistas —incluidos todos los aledaños; — y la última fue para recordar a todos los cantantes que me han emocionado. La lista es paradójica pero, gracias a Dios, no contiene a Bustamante.

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22 abril 2006

La carretera del diluvio

Regresé a la carretera del diluvio. Han pasado tantos años que ya no recuerdo el ruido de la lluvia sobre la chapa del Ford Escort.
En las calles de Sallent me encontré con Ludmila Mercerón, mulata zaragozana que derritió las últimas nieves al ritmo del son, la guaracha y el guaguancó.
Ese no fue el motivo del viaje. El trayecto —esta vez a la inversa— hasta la A136 buscaba la inspiración, la fuerza y el valor que necesito para contar como escapamos de nuestro destino el día de la tormenta.
Pero creo que no lo he conseguido.

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21 abril 2006

Las Malas Lenguas

Fotografía de Javier Sala
Los hermanos Auserón, que nunca dejaran de ser los ex de uno de los mejores grupos de la historia del pop-rock nacional, nos deleitaron el año pasado con su espectáculo “Las Malas Lenguas”. Una serie de conciertos en recintos pequeños que adaptaba al español piezas originales de, entre otros, Dylan, James Brown y Elvis Presley. La noche en el Teatro Principal fue memorable, un master sonoro con el que viajar por la historia de la música anglosajona del rock, el blues y el soul. El espectáculo terminó con la pirotecnia deseada por un público expectante: Nuevas recreaciones del majestuoso cancionero de Radio Futura. Una excelente velada de deliciosos platos y la guinda de postre
Esta idea ha acabado por plasmarse en un CD que se edita por estos días en el sello La Huella Sonora/DRO y que Santiago Auserón califica de “proyecto didáctico” mientras su hermano Luis lo ve como “el guateque perfecto”. Creo que, esa aparente disparidad de criterio ante un proyecto musical, ha sido uno de los motivos para que las composiciones de estos dos músicos lleguen a la categoría de excelentes. La lucha permanente entre la reflexión y el hedonismo les hace combinar a la perfección letras de alta calidad con ambientaciones instrumentales brillantes, frescas y populares. Esa fue una de las características fundamentales de las canciones de Radio Futura.
A mi ladito, con el celofán todavía intacto, tengo este nuevo disco del que estoy deseando escuchar el bailongo, y ya para siempre Tarantiniano, You never can tell de Chuck Berry, o esa joya del Rey titulada Heartbreak Hotel.

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20 abril 2006

En Transito


El insomnio me llevó hasta el pedazo de García Vaquero que quedaba en la nevera. Me tumbé en el sofá y busqué consuelo catódico. Cantaba Serrat en versión original con subtítulos en español.
Un día de los enamorados de los años ochenta Migue me regaló “En Transito”. Un cassette de tantos que tengo guardados en una caja, amontonados en el trastero. En noches como la de anoche me piden que los libere de la oscuridad para regresar a las estanterías de dónde nunca los debí exiliar, pero sólo me comí el queso y regresé a la cama.

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19 abril 2006

Palabras

Creo que todas las palabras me han abandonado. Se han debido ir con Gubia... y me alegro.

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10 abril 2006

Esta casa huele a muerto



— Esta casa huele a muerto. — Lo dije desde la frontera de la inconsciencia, ese lugar al que me transporta el consumo voluptuoso de chocolate.
— No lo dirás por el café. — Contestó Migue.
— No y no te enfades cariñocielotesormiamor. — Lamí los restos de bombón que se habían adherido en los dedos índice y pulgar. — Es que me parece una buena frase para empezar la novela.
— ¿Y que sabes tú sobre la muerte?
— La verdad es que no se mucho, sólo lo que he leído en las novelas de García Márquez. Y mira lo que te digo, — hice una pausa valorativa de las que tanto me gustan. — Sigo teniendo el mismo miedo de cuando se mato Don Prudencio y mi padre se enfureció porque no quise verlo.
— Lo cierto es que se enfadó porque ni siquiera entraste al velatorio.
— Era un niño. — La lengua se deslizó sobre las encías en busca del último rastro de sabor.
— Ya éramos novios.
— Nunca me ha gustado ver a los muertos. — Afirmé mientras mezclaba el café con la leche condensada. — Y menos a Don Prudencio que era un tipo tan vital.
— Dicen que se ponen morados.
— ¿Quiénes?
— Los muertos por asfixia.
— ¿Tú no lo viste?
— No, — Migue me cogió la mano. — Me quede contigo en la puerta. ¿Recuerdas?
— Claro que lo recuerdo, — besé sus labios. — Ese día supe que estaríamos juntos el resto de la vida.
— Y de la muerte.
— Prefiero que mi memoria sólo guarde imágenes de vida.
— La vida es incomprensible sin la muerte.
— La vida por si sola ya es incomprensible. Además, nosotros no necesitamos comprenderla, con vivirla ya tenemos suficiente.
— ¿A mi me querrás ver?
— ¿Cuándo?
— Cuando muera.
— Me gusta ese sexto sentido que tenéis las mujeres, — sonreí — y que os permite adivinar quien morirá antes.
— Vamos Javi, déjate de ironías de medio pelo y contesta. ¿Querrás verme?
— Tú nunca vas a morir.
— ¿Y eso?
— Porque siempre te llevaré en mi pensamiento.
— Por favor, no me hagas frasecitas. Deberías guardarlas para tu novela.
— ¿Te parece un buen comienzo?
— ¿Cuál de todos?
— Esta casa huele a muerto.
— No se. Parece de Mihura, o de Jardiel. Lo mejor sería que empezases de una vez, da igual la frase, siempre la podrás cambiar.
— Vaya ayuda, — le contesté al tiempo que soltaba su mano.
El Himno de la Alegría sonó en el teléfono y zanjó la discusión que se avecinaba.
— Yo lo cojo.
La conversación tuvo la brevedad de las malas noticias.
— ¿Era el notario, verdad? — preguntó Migue.
— Si, bueno no. Era Pilar.
— Y que te ha dicho.
— Que no es posible.
— ¿Pero como no va a ser posible? — se enfadó. — ¿Qué sabrá esa secretaria de pueblo?
— No es secretaria, — la abracé. — Es abogada y lo ha consultado con el notario. Los dos están de acuerdo.
— Pero queremos hacerlo, ¿verdad? — Me besó con los ojos cerrados. —
—Claro que queremos. — Le dije mientras pasaba los dedos entre su cabello, como cuando tomábamos el sol tumbados en las eras, al otro lado del río. — Pero no se puede.
— ¿Y te ha dicho por qué?
— Si cariñocielotesoromiamor. — Acaricié sus mejillas. — Pilar me ha confirmado que los Fueros Matrimoniales de Aragón no permiten hacer testamento a los difuntos.

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08 abril 2006

Isla de Idle

Me gustó encontrarme con la portada, diseñada por el fotógrafo Enrique Ponce, pegada en una pared del Centro de Historia de Zaragoza. El museo acoje las actividades del ciclo la Voz y la Palabra. Una de ellas es una exposición dedicada a las tertulias literarias de la ciudad, y la República de Calíope fue una escuela para llevar a buen puerto la Isla de Idle.

06 abril 2006

La Fila

Demetrio salió de casa a las nueve en punto, la primera mirada callejera se la dedicó al termómetro digital de la farmacia y le fastidió que estuviera estropeado. Bajó por Silvestre Pérez hasta la esquina con Salvador Minguijón, entró en la tahona y compró una baguete de chapata por sesenta y cinco céntimos. El olor de la panadería le puso de tan buen humor que esperó un par de veces hasta que el muñeco verde del semáforo le pareció divertido, mientras tanto, se comió el cuscurro de la barra de pan.
La nueva quiosquera no era muy habladora, sobre todo si la comparaba con Doña Anunciación y su disparatada verborrea capaz de despertar a un muerto. Pero era muy diligente y antes que Demetrio hubiese cerrado la puerta ya le tenía preparado el diario menos independiente de la mañana, el libro cañí de las recetas, un disco de música popular del Chingo-Chango, la enciclopedia de todos los saberes y la penúltima peazo película parsimoniosa de Garci. «Le pongo una bolsa» fue su apresurado saludo.
Demetrio encaró la calle hacía el Parque Torreramona. Nada más abandonar los umbrales del quiosco alzó la vista hasta el cartel amarillo que Frutos Secos El Rincón tiene en la esquina con Leopoldo Romeo. El susto fue morrocotudo.
Todos los días de entre semana encontraba en aquel chaflán una larga fila. Era una hilera silenciosa, una cola muy bien dispuesta dónde cada uno guardaba su turno sin tumultos, ni intentos de colarse. La ringlera se animó con el paso del tiempo y acabó en una bulliciosa congregación de amas de casa y jubilados. Demetrio pasaba junto a sus conciudadanos muy despacio y con el oído lo más fino posible. Lo hacía porque quería descubrir el motivo de aquel rosario que al llegar al portal número 20 se acaba con brusquedad y ante nada. Nada había allí que justificase la cadeneta de parroquianos.
La fila había desaparecido. Demetrio recorrió varias veces la distancia entre la tienda de frutos secos y el número 20 de Salvador Minguijón sin dar crédito a lo que ocurría. Al principio pensó que sería domingo, pero el ajetreo de la calle no era el propio de un día de asueto. ¿Todo aquello sería un mal sueño y estaría a punto de despertar? Entonces lo vio. Era un trozo mal cortado de papel pegado en la pared con cuatro tiras de esparadrapo y que rezaba “Reparto en las puertas del Sabeco”
Demetrio lamentó la mala forma física que le adornaba cuando llegó a la confluencia con Rodrigo Rebolledo y tuvo que parar para poder tomar aire. Había corrido menos de quinientos metros y estaba destrozado. Allí estaba, al alcance de su vista, larga como nunca la había visto, consistente y poderosa. Una serpiente ondulante que se movía a una velocidad inusitada. A tracas y barrancas se situó el último de la fila. Demetrio recuperó su ser y cuando pudo pensar se extraño que nadie le quitara el dudoso honor de ser — se acordó del chiste marino — el del fin.
Intentó descubrir que había al final de tanta sospecha pero no pudo ver nada entre tanta gente en vaivén, así que decidió aguardar a la sorpresa. Demetrio descubrió todo cuando sólo quedaban media docena de clientes. Iba a recibir un ejemplar de prensa gratuita cuando, mire usted por dónde, no llegó a cogerlo porque el último periódico se fue en manos de su predecesor.



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03 abril 2006

British´s stairs

Estado vital de goulds47 para colaborar con la mundialización del arte
Foto de: Eduardo Olmedo
¿Y tú? ¿Dónde te atreves a hacerlo?
www.yesuitombe.blogspot.com

02 abril 2006

Regresión musical

Demetrio evocó el pasado. La música se erigió en elemento catalizador y aunque le hubiera gustado recordar a Mozart, Paganini o Vivaldi, lo cierto fue que sólo añoró cancioncillas mucho más vulgares.
El viaje comenzó en la puerta de la barbería del sur durante un sábado por la tarde. Allí dio parte de todo el repertorio de Los Payasos de la Tele, desde si eres buena cocinera, poron pon pon, Manuela — dónde la primera sílaba del nombre propio se alargaba todo lo que los pulmones aguantaban —, hasta la gallina Turuleta ha puesto un huevo, ha puesto dos, ha puesto tres.
La segunda andanada también partió desde Televisión Española. Miguel Bosé cantaba Linda en el escenario nocturno del Florida Park con Iñigo de presentador cool. Demetrio nunca supo descifrar los motivos por los que se colgó de aquel cantante-mezcla-biológica de la belleza italiana y el más chulo de los españoles. Sin embargo sabía que todas las veces que renegó de él, fue por el miedo a la burla y al hazmerreír de rockeros, siniestros y nuevos románticos.
Los cánticos regionales llegaron con la exaltación de la amistad, el rebose de testosterona y las parrandas en madrugadas de La Ramona es pechugona tié dos cántaros por pechos y a mi me gusta el pi piriri pipi. La maceración en flamenco no tardó en dar resultados pero, como El Cabrero era demasiado serio para trasnochar, fue la rumba canalla y pendenciera el adobo para transformar cualquier canción, incluidas las internacionales, en una fiesta party patrio rumbita mix.
Demetrio recorría estas regresiones musicales en los momentos más tristes. Lo asociaba a una tabla de salvación que acudía en su ayuda para sobrellevar la hipocresía del nosequemepasa. Juan Goytisolo le dio la clave. El fenómeno era una reacción psicológica provocada por la pretensión de curar un dolor reciente sin haber suturado todas las heridas abiertas a lo largo de la vida. Demetrio cerró las páginas de “Telón de boca” y valoró la posibilidad de enfrentarse al mohoso dolor de la memoria.

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