La curvatura de la córnea

24 febrero 2009

MACDONALD´S es un poema de Manuel Vilas

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22 febrero 2009

A veces ocurre


Arguiñano recomendaba desde la tele consumir legumbres, y daba dos motivos para hacerlo: Son sanas para el cuerpo y baratas para la crisis. Me hizo gracia porque yo estaba calentando unos garbanzos con espinacas que me había dejado Migue en el puchero, en realidad los estaba enriqueciendo con ese truco que tanto le gustaba a mi madre: Añadir sobras, en este caso unos trozos de bacalao y pimientos rojos asados de la noche anterior; y de regalo un huevo duro troceadito. Fue un plato único delicioso.
En la barra que une la cocina con el comedor descansaba un libro, lo noté orgulloso y ahuecado, al fin y al cabo era un recién llegado y ya estaba en la línea de salida. A veces ocurre: Antes de comenzar la lectura ya sabes que el libro te va a gustar, seguro que alguna vez lo has notado. A mi me corren amperios por las tripas y un deseo irrefrenable de abrir las tapas, oler las hojas y comenzar a leer. Lo hice antes del postre: “Fabulosos narraciones por historias” de Antonio Orejudo. « ¿Y si después de todo no era un genio?» Así se comienza una novela, eso lo sabemos bien quienes no tenemos talento para escribirlas pero percibimos en la epidermis la sensación física de una buena historia, y ahí estoy, atrapado en el Madrid de 1923 con la compañía de unos alumnos de la famosa Residencia de Estudiantes que están molestos con la obligada convivencia con poeta Juan Ramón Jiménez, invitado a la Residencia, entre otras cosas porque: «Estamos obligados a comer acelgas durante todo el año por la sencilla razón de que son su comida favorita y porque la Dirección quiere que él se sienta como en casa. El cocido se ha desterrado de los menús porque a Jiménez le parece vulgar; ha ordenado prohibirlo porque dice que es el origen de todos los males de España. Ése es su granito de arena a esta empresa de regeneración civil que es la Residencia. Vamos hacía la europeización de España a través de la supresión de los garbanzos.»
Los garbanzos en casa, ahora que somos más europeos que nunca y que me perdone don Juan Ramón Jiménez, siguen en remojo. Las más de las veces para hacer un cocido de esos de verduras, jarrete, gallina para engordar el caldo y tocino para la pringá. Un humilde bastión contra la invasión gastronómica que esta desterrando de las cocinas ibéricas los guisos, los aromas y la sabiduría de nuestras madres y abuelas.

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18 febrero 2009

Las tres cabras de Bartolomé Feria *

Dibujo de Isabel Fraile
Dibujo de Presentación Crespo


Érase una vez un joven pretendiente llamado Javier López Clemente que visitó la casa de Bartolomé Feria para pedirle la mano de Migue, la segunda de sus hijas. Era la primera vez que hablaban y Javier, preocupado por causar una buena impresión, se puso un traje de sport con el que trató de emular el estilo que Don Jonson imprimió en la serie de televisión Miami Vice. El intento fue en vano, la imagen del pretendiente estuvo mucho más cerca del segundo trompeta de una orquesta tropical, que del policía de la siempre veraniega Florida.
La conversación entre el padre de la novia y el yerno en hierbas fue la tradicional: Espero que vengas con intenciones serías. Por supuesto. ¿Cómo piensas ganarte la vida? Por el momento soy cabo tomatero en el Regimiento de Artillería 94 de Las Palmas de Gran Canaria pero en cuanto me licencie voy a buscar trabajo como oficial electricista en alguna factoría de Zaragoza.
Bartolomé Feria era un hombre de pocas palabras, sin embargo, aquella tarde de verano, habló de una infancia de pastoreo por fincas al cuidado de pavos, cabras y cerdos, de una juventud como jornalero en las mismas fincas hasta que decidió buscar mejores horizontes para él, su mujer y sus hijos. Un viaje migratorio que los dejó en el pueblo minero de Utrillas, allí trabajó como ayudante, picador y maquinista. Las jornadas en el pozo se prolongaban con el cultivo de un huerto con caballones de patatas, tomateras esculpidas sobre cañas y hortalizas de temporada, además de un corral dónde criaba conejos en escabeche, gallinas ponedoras de a docena por día y tres cabras para ordeñar leche y calostro. Las cabras de Bartolomé tiraban al monte un día si y otro también, tanto tiraban que, el minero de las mañanas, el hortelano de las tardes y el cabrero durante el resto del día, pasaba horas y horas buscando al trío de cabras que, empeñadas en ramonear brotes nuevos se alejaban del corral.
Una noticia se extendió de balido en balido que hablaba del excepcional sabor de unas hierbas que crecían a la vera de la Cueva la Hiedra, pero para disfrutar del rumoreado manjar era imprescindible cruzar el cauce del río Martín. El único punto para cambiar de ribera era el puente de Los Tres Arcos dónde vivía al que todos conocían como El Gigante Granemore, un tipo huraño y mal humorado que tenía la costumbre de comerse a todo el que osaba poner pie en su puente. Las tres cabras de Bartolomé Feria idearon un plan para engañar para engañar a tan funesto usufructuario.
Granemore detuvo a la primera y más pequeña de las cabras cuando iba a cruzar el puente y le dijo:



«Soy Granemore el más grande gigante,
dueño y hambriento vigía del puente.
La vida paso comiéndome a gente,
grandes o chicos, malos o decentes»



La cabritilla pequeña se arremolinó temerosa y susurró «Fíjate en mis flaquezas porque no te llegaran ni para una pincho. Si me dejas pasar y eres paciente, al poco llegará una cabra mediana mejor dotada de carnes»
Granemore accedió, dejó pasar a la cabra pequeña, al poco apareció la mediana dispuesta a cruzar el puente y le dijo:



«Soy Granemore el más grande gigante,
dueño y hambriento vigía del puente.
La vida paso comiéndome a gente,
grandes o chicos, malos o decentes»



La cabritilla mediana se arremolinó temerosa y dijo: «Fíjate en mis flaquezas porque no te llegarán ni para una tapa. Si me dejas pasar y eres paciente, al poco llegará una cabra mayor mejor dotada de carnes»
Granemore accedió, dejó pasar a la cabra mediana, al poco apareció la mayor dispuesta a cruzar el puente y le dijo:



«Soy Granemore el más grande gigante,
dueño y hambriento vigía del puente.
La vida paso comiéndome a gente,
grandes o chicos, malos o decentes»



La cabritilla grande se arremolinó temerosa y dijo: «Fíjate en mis flaquezas porque no te llegará ni para una ración. Si me dejas pasar y eres paciente, al poco llegará una cabra enorme mejor dotada de carnes»
Granemore accedió y dejó pasar a la cabra mayor. Pasaron varios días hasta que el gigante se cayó del guindo del engaño y bramó en colores verdes para jurar que ningún bicho viviente volvería a cruzar por su puente.
Las tres cabras disfrutaron breve tiempo de los manjares de una hierba que ni era tan fresca ni tan jugosa como se habían imaginado y pronto sintieron la punzada de la morriña. Llegaron los días de tristeza dónde el deseo de regresar al corral se unió con pena de Bartolomé Feria que, anclado en la soledad caprina, no encontraba consuelo ni en compañía del resto de los animales, ni con el cariño de su esposa e hijos.
Un ímpetu desconocido hasta entonces encabritó los ánimos de Javier López. El amargo desenlace del relato lo empujó en dirección al puente de Los Tres Arcos para enfrentarse al causante de los males melancólicos de su futuro suegro. El Gigante Granemore avistó las intenciones del joven pretendiente y bramó:



«Soy Granemore el más grande gigante…»



Javier templó la valentía de los enamorados, cortó el soniquete de su enemigo con un gesto autoritario y repitió el conjuro chikitistaní que escuchó en uno de sus viajes:



« Javier a la de “one” López a la de “two” Al Gigante Granemore le digo tururú»



La invocación tuvo un efecto fulminante. El señor del puente de Los Tres Arcos enfiló raudo el camino de la huida con intenciones de no volver, sus gritos se perdiendo cauce abajo y dicen las crónicas que llegó hasta el mar donde sirvió de manjar para rayas, tiburones y morenas. Las tres cabras de Bartolomé Feria regresaron tras la estela de felicidad que Javier López llevó hasta la casa de la que todos ya consideraban como su novia formal.
El recibimiento fue por todo lo alto. Bartolomé Feria presidía la comitiva junto a su esposa y sus seis hijos. Los vecinos de la calle se sumaron a la fiesta engalanando galerías, balcones y ventanas. Las mujeres y los hombres del pueblo cesaron sus actividades y formaron un pasillo de bienvenida con el alborozo de agitar borrajas, acelgas y cebollinos. Los jubilados dejaron de sestear al sol de los parques y levantaron crónica oral de los hechos. Los niños abandonaron las clases y vitorearon al héroe. El señor cura, con hisopo y bonete, recitó salmos, cánticos y epístolas. El teniente del puesto de la Guardia Civil desfiló al frente de los números de la Benemérita uniformados de gala. El señor Alcalde, a la cabeza de pleno consistorial, se presentó con un Decreto Municipal recién aprobado en el que se podía leer: Este Ayuntamiento tiene el honor de nombrar Hijo Predilecto de la Villa de Utrillas a Javier López Clemente, y lo hace en agradecimiento al valor con el que se enfrentó y venció al déspota que había usurpado al pueblo la posibilidad de transito por el puente de Los Tres Arcos.
Finalizados los actos oficiales, la fiesta continuó con la música de la Orquesta Sargantana: Javier López Clemente y Migue, su prometida, inauguraron el baile girando al ritmo de un vals vienés.
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*Versión extendida y remezclada de un cuento popular noruego.

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16 febrero 2009

Cine Club Los Peliculeros: Una americano en París


Hace unos días escuché una conversación infantil dónde se hablaba del salto que suponía cambiar el Colegio por el Instituto. Fue entonces cuando mi sobrina Paula de ocho años dijo: «De mayor me gustaría estudiar en la Sorbona de Paris» Les confieso que tuve miedo a preguntar de dónde había sacado aquella idea, me pareció un pensamiento tan estupendo que cualquier justificación quedaría por debajo de mi alegría. Esta confesión ha tenido mucho que ver a la hora de elegir el musical “Un americano en Paris” como título para la última reunión de Los Peliculeros. Una película dirigida por Vicente Minnelli, interpretada por Gene Kelly y con música de George Gershwin; un trío de lujo para contarnos una sencilla historia de amor en la que dos amigos, un pintor y un cantante, se enamoran, sin saberlo, de la misma chica. El tono romántico y edulcorante va haciéndose dueño y señor hasta que hace cumbre con la escena de amor a orillas del sena y que fue homenajeada por Woody Allen en “Todos dicen I love you”.
Lo más interesante de “Un americano en Paris” sucede al principio de la película con las presentaciones de los personajes: El primero en aparecer es Paris, la cámara recorre los rincones que todos conocemos de la Ciudad de la Luz para detenerse en un populoso barrio dónde residen los protagonistas de la historia, un barrio sacado de cualquier cuadro pintado en la Plaza de Montmatre. A continuación un músico deprimido con demasiada edad para estar becado, un pintor demasiado talluidito para atisbar el éxito desde el minúsculo apartamento en el que se despereza con una estupenda danza formada por los movimientos mecanizados de los cotidiano, un famoso cantante de vodevil con unos cuantos años para ser una estrella del vodevil y una chica, una de esas chicas de película, un chica frágil, guapa que se nos muestra mediante cinco retratos coreográficos-musicales, como poliédrica y fascinante, una bellísima chica interpretada Leslie Caron. En definitiva, unas brillantes líneas de guión.
“Un americano en París” tiene el potente sabor del sonido Gershwin y una de mis escenas favoritas para ocupar el podium de honor de los números musicales: Jerry Mulligan (Gene Kelly) llega a su casa rodeado de niños franceses que lo reciben con algarabía bilingüe, el pintor, recién tocado por la suerte, se alegra del regalo infantil y los invita a recibir una clase de gratuita de inglés a ritmo de claqué que se convierte en un amplio muestrario de algunos de los iconos norteamericanos del pasado siglo. Ojala la disfruten tanto como yo:



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12 febrero 2009

Ana Muñoz presentó “Solo para la noche”


Ana Muñoz presentó ayer su primer poemario en solitario titulado “Solo para la noche”. Una respetable cantidad de poetas locales se reunieron en los estrechos pasillos de la librería Antígona de Zaragoza, durante un momento imaginé la sangría literaria que podría haber provocado la intervención guerrillera de algún comando poético subversivo con la malsana intención de eliminar de una sola tacada a buena parte de las mejores plumas de Zeta, si señores, el Comandante Vilas, como patriarca de toda una generación de poetas, también estaba allí.
Manuel Martínez Forega tomó la palabra en primer lugar, lo hizo en calidad de responsable de Lola Editorial. Recordó el día que conoció a la poeta, hace casi un año, un flechazo que San Valentín le lanzó en un recital poético que se celebró en el Forum de la FNAC. Fue la contundencia del poema “Cape Noctem” el que le decidió a contactar con Ana Muñoz para ofrecerle la colección “Libros de Berna”. “Sólo para la noche”, según su editor, “se ejercita a través de una sinceridad tan poco común que despereza cualquier ánimo, sobrecoge cualquier inadvertencia y delimita con contundencia las dimensiones del dolor, de la desnudez del ánima y de la indiferencia, asuntos en absoluto proclives a ser cultivados por las corrientes del bienestar y la complacencia asépticas de tantas escrituras recientes. Un libro que desmiente todo prejuicio sobre la revelación de la intimidad.”
Octavio Gómez Milián fue el segundo en intervenir. Comenzó por mostrar el cariño hacía la autora con un par de besos. Recordó que fueron los ojos de la poeta los que le atraparon nos se sabe muy bien si en un concierto de guitarra electroacústica, en la presentación de un libro o en la pista de baile donde Dios tiene un mar. Octavio puso el acento en la virtud de la autora para combinar referencias cultas con influencias pop, en una habilidosa mezcla dónde ambos elementos se dejan ver pero no molestan al lector. El autor de “Ciudad de Mármol” dio paso a Ángel Gracia, un gesto que consolidó a esta pareja de poetas como dúo para presentaciones de libros. El estreno de este brillante binomio comenzó con el poemario “Quince Días de Agosto” de Carmen Ruíz y ha continuado con “Sólo para la noche” de Ana Muñoz. El mecanismo en ambos casos ha ha sido el mismo: Octavio Gómez Milián sale en primer lugar para tratar los asuntos biográfico-anecdótico-sentimentales, Angel Gracia toma el relevo y hace lo propio con la arquitectura formal de los poemas. Octavio, llevado por su ascendente musical, bautizó esta relación con el apelativo de “El Dúo Dinámico”, sin embargo, desde estas líneas me gustaría acercar la sardina nominativa al ascua cinematográfica, más bizarra y cincuenta por ciento local de Fernando Esteso y Andrés Pajares.
Ángel Gracia comenzó su intervención recordando sus horas de currante y silencio entre los anaqueles de la librería Antífona, así que, perfecto conocedor del albero que pisaba, anduvo sobrado de empaque y hechuras, inteligente en el chascarrillo que le ayudó a separar el ala occidental de los asistentes al acto - chicos barbudos y chicas vestidas de negro, – del ala oriental dónde los arremolinábamos los más talluditos, la diversidad del público le sirvió para justificar su indecisión en el siempre peliagudo ejercicio de elegir el tono de su intervención. La afirmación resultó un excelente arranque por aquello de la empatía con quien, pese a mantener la palabra con brillantez, confiesa su debilidad ante la responsabilidad del discurso. Ángel percibió el calor del público, se creció y se fue a los medios dónde trenzó con humor fino todo lo académico de sus notas. Nos hizo reír con la naturalidad del showman que domina los terrenos en este tipo de eventos literarios.
Ana Muñoz tomó la palabra, esbozó una pequeña rueda de agradecimientos y con cada nombre el incremento imparable de la emoción que llegó hasta la garganta y nada más. La poeta calló para frenar las lágrimas. Entonces me di cuenta: La falda demasiado beige, la camiseta de tirantes negra, negra la rebeca punto y, como no pude ver sus zapatos, los imaginé del color de las natillas. Faltaba el rojo. El rojo de los zapatos de tacón de la artista que pisa con fuerza el escenario, la chica rubia de rojo, rabiosos labios rojos de poeta, colorete rojo, rojo pañuelo, o la uñas rojas. Faltaba el rojo.
Ángel Guinda se unió a la fiesta, que para eso ha adoptado a la poeta en calidad de sobrina. Leyó un poema a dúo con la autora, pero antes nos remitió a las páginas culturales del Heraldo de Aragón en las que se publicará por escrito lo dicho mil veces y que ayer tarde no contó.
La presentación terminó con las canciones de Lousiana, proyecto musical en el que Ana Muñoz y Luís Nuboso han unido nombres y talento. La poeta, con solo agarrar su guitarra, venció el azaroso pudor que tan brillante presentación le estaba produciendo. Los dos primeros temas sirvieron para caldear su voz que poco a poco ganó en consistencia, cuerpo y potencia hasta que, liberada del solfeo y las seis cuerdas, se nos mostró cálida, versátil y muy interesante. Excelente el acompañamiento musical y sólo un pequeño pero, las manos de la poeta, alejadas de los trastes, no pueden terminar cautivas de los bolsillos, de dónde sólo salieron para tocar las palmas finales de un compás que se me antojó por tangos, queremos ver esas manos para que nos cuenten y acaricien.
Ana Muñoz, una vez finalizada la presentación, escribió una dedicatoria en mi ejemplar de “Sola para la noche”, en la que recordaba una tarde del verano ExpoZaragoza cuando sus zapatos rojos de altísimo tacón se bajaron del escenario para pasearse dentro de una bolsita de plástico, y yo, todavía hipnotizado por la escucha de sus versos, me atrevía a mirarla a los ojos.

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08 febrero 2009

Tardes de Blog con LaMima

Fotografía de Migue


Ahora, sentado frente a este teclado es cuando maldigo mi falta de talento, ahora que debería condensar tan estupenda conversación, plasmar como la emoción cruzó por mi mente y erizo mi piel, explicar la indecisión de mi voz en algunas preguntas, describir los matices en la voz de mi invitada, ahondar en la profundidad de su mirada y desentrañar su sonrisa cuando la halagué a trompicones de puro nervio, tan lejos de una introducción que soñé fresca, cercana y cariñosa. Lo dicho, haré lo que pueda y ustedes se hacen cargo.
Inmaculada - http://lamima.blogia.com/ - fue la invitada a la cuarta edición de Tardes de Blog en la librería El Pequeño Teatro de los Libros, licenciada en empresariales, dedica su actividad profesional a la Administración de empresas, desconozco si escribe desde la comodidad de un asiento contable o desde el desequilibrio de un balance financiero, sin embargo estoy seguro que lo hace desde el corazón, pero so se equivoquen, no piensen en sentimentalismos grimosos y manoseados por los medios catódicos hasta prostituirlos, nada de eso, Inma esta en las antípodas de esas etiquetas. El compromiso que desarrolla en su blog va más allá de los sentimientos de una madre, de una trabajadora o de una mujer, ella nos muestra con sencillez y claridad los caminos por los que la vida le obliga a transitar, itinerarios acompañados por la reflexión sobre lo acaecido, expresa sus opiniones sin cortapisas, con convicción y sin falsas modestias, con la misma actitud que utiliza para escuchar otros puntos de vista, valorarlos, darles una vuelta y dos y hasta tres antes de entrar en harina de discusión.
Inma escribe para contarnos y para contarse, para informarnos, para mostrarnos su mirada e instarnos a cambiar la nuestra, construir piruetas de sentido común aliñadas por grandes dosis de pasión y avanzar en un solo sentido para alcanzar la meta final definida por una sola palabra: Normalizar. A Inma le gustaría un mundo dónde las relaciones con los que son diferentes fueran unas relaciones normales, así de sencillo y así de complicado.
Inma blogueaba por la red cuando se vio en la necesidad de dejar un comentario en el blog de su amiga Marisancho (Inde), tras un arranque de modernidad que todos hemos tenido optó por usar un nick, y nada mejor que utilizar el apelativo cariñoso con el que la llamaba su amiga, así “Mima” se convirtió en “LaMima”, al poco tiempo de su andadura recibió un regalo en forma de fotografía, unas flores de José Antonio Melendo, que desde entonces encabezan su bitácora, un lugar que nació al calor de Ainhoa.
Ainhoa es la segunda hija de Inma y tiene acondroplasia. La acondroplasia es una mutación genética espontánea que afecta al crecimiento óseo, como escribió su madre “Ainhoa es enana”, pero lo mejor será que lo veáis vosotros mismos:





Inma mostró un gran agradecimiento a la Fundación Alpe Acondroplasia por la ayuda prestada desde que se puso en contacto con ellos. El impulso que recibió y la puso en marcha, esa ayuda imprescindible que alguna vez todos necesitamos para volver a funcionar cuando todo se hace incompresible, un impulso que casi siempre viene del exterior, de ese mundo que vemos negro pero en el que habitan otras personas con situaciones similares a la nuestra, en el caso de Inma fue la intima incomprensión de una situación que la sobrepasó, que la aplastó con la culpabilidad que se auto impuso porque su hija tuviera acondroplasia. Y en medio de esa catarsis Carmen Alonso, “alma de la Fundación Alpe”, una mujer operativa capaz de suministrar en la misma inyección dosis de cariño y consignas para la vida diaria con el objetivo de mejorar la atención y la calidad de vida de las personas con enanismo. Una mujer que trabaja para despertar en las administraciones el compromiso de seguir la pauta de protocolos especializados en la atención temprana, en seguimientos específicos que permitan normalizar en todo lo posible la relación entre personas discapacitadas y los medios sanitarios, educativos y sociales. A lo largo de la conversación quedó patente todo el camino que queda por recorrer cuando las acciones reservadas a los estamentos administrativos dependen en gran medida de la acción que ejerzan los padres de los niños con necesidades especiales, un desierto en el que también habitan excelentes profesionales dispuestos a trabajar con criterios más cercanos al ciudadano, alejados del instinto funcionarial que, atrapado en las inflexibilidades normativas y en una visión miope de la realidad, olvida la principal misión de su trabajo: Ayudar al ciudadano a solucionar sus problemas sin plantearle más zancadillas.
Inma hizo un amplio repaso al camino que ha seguido su hija por todos esos ámbitos y todo el que aún queda por recorrer, nos habló de las dificultades, de incomprensiones, pero también puso el acento en aquellos que tienen las mentes y los brazos abiertos y se muestran dispuestos a ampliar horizontes, a dar un pequeño paso que permita ampliar el camino de la integración y la normalidad.
También le pregunté por Daniel, el primer hijo de Inma, y por una foto del verano pasado dónde el chaval, sentado en la última fila de una patio de butacas instalado en la ExpoZaragoza 2008, observa los ensayos de un grupo de música tradicional. No le vemos la cara pero me gusta pensar que, como me ocurre a mi cada vez que me siento en una butaca, Daniel mira con las ganas de subirse al escenario. Y metidos en harinas escénicas pregunté por el montaje que Lee Breuer hizo de la obra de Ibsen “Casa de Muñecas” dónde el villano y su “enanismo moral” (según rezaba la noticia en El País) estaba representado por un actor con acondroplasia frente a la grandeza de miras de su mujer que estaba representado por una actriz de una altura considerable. La conclusión fue clara: No se puede ligar la acondroplasia con la permanente utilización negativa del término enano, tal vez el montaje desde el punto de vista estético tendría sentido si no fuera por la enorme carga negativa que la palabra enano lleva a sus espaldas. En este punto el debate se abrió con intervenciones muy acertadas de Luisa Miñana (Pandeoro) y Mariano Ibeas (Desde el desván) que pusieron el acento en la evidencia de que la percepción de la palabra enano no se corresponde con una persona con acondroplasia, si no con seres como gnomos, duendecillos, los amigos de Blancanieves y hasta los Pitufos, en cualquier caso personas de tamaño diminuto pero perfectamente proporcionadas, y ese es el problema, se relaciona a la acondroplasia la imagen del bufón o del monstruo; mientras que los enanitos oficiales son seres fantásticos, inexistentes y que difícilmente vamos a encontrar en la vida diaria, esa es la discriminación. Y tal vez por eso recordé la película “Wilow” dónde el héroe tiene acondroplasia.
También hablamos de las entradas más personales de LaMima, esos post que dan a la bitácora un aire de normalidad, instantáneas de la vida diaria que nos muestran la actividad de una familia en cuyo seno hay una niña con acondroplasia, de nuevo el gran reto de Inma, conseguir la normalidad. Hablamos de versos y poetas, de escribir despacio, de escribir pese a todo aunque sólo sea para hablar del miedo en lugar de sentirlo, de la piel, de la ósmosis del cariño y del silencio, el gran tesoro, el silencio que permite pensar, el silencio que acompaña la elección ritual de un libro y la lectura sosegada, el silencio como impulso para levantar la voz una y otra vez, el silencio como propulsor para seguir en la brecha de abrir caminos, ilustrar a los interesados – que los dueños prepotentes de la verdad absoluta no lo necesitan - alentar a los padres que se incorporan a la senda de los que conviven con personas discapacitadas, el silencio que recarga alma, sentimientos y convicciones.
La tarde comenzó ventolera y fría para terminar con la agradable compañía de unas cervecitas, agua con gas y la excepcional presencia de Migue, Inma, Patri, Luísa y Marisancho. Un poco más tarde me convertí en conductor de cuatro de ellas, cuatro chicas estupendas dentro de mi coche y no tuve mejor ocurrencia que hablar de mi adicción a Pocoyo. No tengo remedio.




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04 febrero 2009

Fotomontajes, de Cristian Losada


“La Cueva”, un magnífico local situado en los sótanos del Albergue Municipal de Zaragoza de la calle Predicadores 70, acoge esta exposición dónde Cristian Losada mezcla símbolos con total libertad, una aventura que invita a la reflexión, a la decodificación de cada uno de los iconos que utiliza el artista y encontrar un hilo narrativo que aúne significados y significantes. Bien es cierto que en ese viaje es posible que el visitante tome caminos distintos a los que el autor inicialmente recorrió, esa sería una excelente conclusión para afirmar que el arte propone y la idiosincrasia de quien mira dispone.
Flores que encadenan historias con otras como la fragancia fresca para las desgracias patrocinadas por humanos que aparecen disfrazados tras la careta de cerdos en actitudes peligrosas, los fuertes que embisten a los débiles y la delicadeza de los arquitectos Alvar Aalto y Asplurd preocupados porque en el diseño de sus casas se tenga en cuenta la espiritualidad de sus clientes, una tarea muy complicada para un hogar ocupado por un tipo que empuña una pistola, magna pistola con la que amenaza al visitante de la exposición dividida en diferentes series mezcladas con un criterio que invita a perderse en seis diminutas “Reflexiones sobre el dolor” Levantar la voz de protesta ante la violencia machista, visualizar la barbarie más allá de las pantallas de los informativos con la serie “Muñecas rotas” como reinterpretación de algunas obras pictóricas de Frida Kahlo, Velázquez, Chirico, Goya, Picasso y Magritela en una nueva dimensión dónde el horror se hace presente y todo lo ocupa el negro pero también el blanco impoluto de la indeferencia adornada con flores rosas como reflejo de una sociedad que todo lo ve y nada siente. El miedo que viste a las mujeres de corazas inservibles para eliminar el dolor, un dolor que debería ser de todos.


Albergue de Zaragoza, C/Predicadores 70, Zaragoza

Lunes a viernes de 17:00 a 21:00h. Sábados y domingos de 11 a 13 y de 17 a 21h.

Del 23 de Enero al 24 de Febrero de 2009

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01 febrero 2009

Huellas y Voces

Fotografía: Migue


“Hoy voy a describir el campo
de batalla
tal como yo lo vi, una vez decidida
la suerte de los hombres que lucharon
muchos hasta morir,
otros
hasta seguir viviendo todavía.”
(El campo de batalla. Ángel González)



El pasado 22 de enero se presentó en el Forum de la Fnac de Zaragoza el libro “Morir al raso”. Pedro Pérez Esteban y José Jiménez Corbatón nos explicaron su forma de trabajar juntos. Una vez elegido el tema, en esta ocasión los vestigios que los frentes de la guerra civil dejaron en tierras aragonesas, ambos hacen salidas al campo para recorrer los lugares donde ocurrieron los acontecimientos. Pérez Esteban lo hace con su mirada de fotógrafo, Jiménez Corbatón lo acompaña, le mira a los ojos y agudiza el olfato de narrador, un sentido que sólo pondrá en marcha cuando su compañero le muestre la narración visual de los acontecimientos, entonces — cuando el fotógrafo ha terminado su trabajo — comienza el trabajo narrativo. La exposición “Huellas y voces” recoge las fotografías con las que Pedro Pérez Esteban dibujó su discurso para el libro citado.
Antes de centrarme en la exposición es inevitable caer rendido ante la belleza del artesonado que posee el Sala del Trono de la Antigua Capitanía General de Aragón y el comedor adyacente.
“Huella y voces” se divide en cuatro espacios: Cielo, Tierra, Interior y Trazos, todas las localizaciones han sido documentadas por el historiador Fernando Martínez Baños. Los espacios que se nos muestran guardan las huellas de la batalla desgastadas por el tiempo, una batalla que no vemos y que el visitante tiene implementar en cada fotografía, imaginar a los protagonistas, descifrar su miedo, escuchar sus voces.
El Cielo rasga el horizonte, un cielo azul que muchas veces esta veteado por las nubes como bólidos que el cierzo imperecedero de esta tierra arrastra. Tal vez el único espectáculo que se puede ver desde una trinchera: Las nubes pasar, como pasa el tiempo y aumentan las esperanzas de regresar al hogar.
La Tierra dura, polvorienta, suelo de aliagas, monte bajo y calizas, recovecos para sargantanas y para hombres pegados a la supervivencia de arrastrarse o morir, porque en todas las guerras hay un tiempo donde la lucha sólo deja mirar al suelo, el único aliado del soldado es la tierra herida por el fuego, por el pico, rasgada para ser refugio del miedo o albañal de sangre espesa.
Interiores austeros, oquedades con vistas al enemigo, ratoneras en las que guarecerse o estar escondido, ocultos a la espera, en prevengan de vigilancia, oscuridad bajo tierra, , agujeros que parecen tumbas y siempre un mísero rayito de luz.
Los Trazos son cuellos de botella, una lata oxidada, el plato medio roto del rancho, una bomba como un fósil, bajorrelieves para recordar la ideología y unas letras emborronadas por la angustia de mirar atrás, por el temor de enfrentarnos a nuestro pasado, un pasado cosido por trincheras dónde los combatientes estaban unidos por el mismo miedo, la misma sangre y el mismo deseo de regresar a los campos bañados por el cereal, al pastoreo del rebaño o al sudor de la fábrica. Una mirada que iguala en el sufrimiento.


“Entre tanto,
es verano otra vez,
y crece el trigo
en el que fue ancho campo de batalla”
(El campo de batalla. Ángel González)


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