La curvatura de la córnea

29 septiembre 2006

Ambrosio Galán

El cordero era el protagonista de las jornadas gastronómicas que organizaba el restaurante Albarracin. Ante un evento tan tentador allí nos reunimos el jueves pasado un grupo de amigos con la intención de cenar, charlar y pasar un buen rato.
Empezamos compartiendo un par de platos de jamón Ibérico, ensalada de escarola con queso rizado y migas a la pastora con uvas y huevo. Para segundo hubo que elegir entre costillas a la brasa o ternasco asado con patatas a lo pobre. Los excelentes manjares fueron regados con tinto del Somontano, chupitos de hierbas y cafés de todo tipo y variedad.
La andorga llena reclamaba una copichuela y el Concierto Sentido nos pareció una buena opción. El bar estaba lleno porque se celebraba una fiesta de no me preguntes que. Sobre el escenario dos chicas desvestidas de blanco con breves minifaldas, sujetador de pedrería y tocadas por un sombreo de cowgirl. Resultaba extraño la combinación de ir ataviadas a lo lejano oeste y que movieran las curvas de sus espléndidos cuerpos siguiendo los ritmos atronadores de la samba.
Apoyados en la barra no teníamos una buena perspectiva del espectáculo, así que sugerí una aproximación estratégica al escenario para disfrutar de la excelente planta de las vaqueras.
El flechazo fue inmediato, pasó por delante de mis narices y golpeó con extraordinaria precisión en los corazoncitos de las bailarinas. Ambas abandonaron el escenario manteniendo la flexibilidad de sus movimientos que evolucionaron a gatunos. Se acercaron ante el asombro del resto del personal y allí se plantaron, justo a mi ladito pero manoseando con desenfreno a Ambrosio Galán.
La chica de pelo largo trabajaba la parte de delante y la de pelo corto lo hacía por detrás. Las cuatro manos de manicura se movían con urgencia, diligencia y efectividad en busca de los puntos más sensibles de la anatomía de un Ambrosio Galán que puso cara de circunstancias mientras exhortaba a las muchachas con el tono amable de sus palabras «Vamos señoritas, por favor. Ahora no es el momento más oportuno para estas expresiones de afecto. Venga señoritas, hagan el favor de continuar con su estupendo show y dejemos esto para otra noche. Yo les agradezco su interés pero hoy no las puedo atender porque estoy con estos amigos.». Ambrosio nos señaló uno a uno y con ese gesto remarcó la cara de pasmados que se nos había quedado.
Yo no podía cerrar la boca ante la habilidad desplegadas por las féminas que en un momento de furia sacaron sus uñas y empezaron a arañarse con saña. « ¡Este hombre va a ser para mi!» La afirmación gimió de las bocas de las dos tigresas que habían abandonado el cuerpo de mi amigo y rodaban enlazadas en una lucha de gritos, mordiscos y tirones de pelo.
Se armó un revuelo de muy padre y señor mío. Algunos clientes pensaron que aquello era parte del espectáculo y jaleaban a las luchadoras que continuaban la disputa arrodilladas en medio del bar.
Ambrosio Galán las miró desolado desde sus dos metros de altura y nos hizo un gesto para que abandonáramos el garito. Le seguimos boquiabiertos, ojiplatos y enmudecidos. El veranillo de San Miguel nos esperaba en la Plaza de Salamero para regalarnos una espléndida temperatura. «Son las feromonas» dijo Ambrosio «Siempre se me disparan cuando como cordero»

28 septiembre 2006

Las musas

Fotografía de Guillermo. Retocada y publicada sin su permiso

A veces sueño que escribo con pluma, tintero y papel. Siempre comienzo con el desbaratamiento de la urgencia, emborrono varias páginas de folios en blanco o de hojas cuadriculadas de libretas rojas que tengo amontonadas en cualquier cajón de casa. Pero poco a poco la furia del inicio se va deshaciendo hasta desistir. Entonces me siento frente al ordenador y aporreó las teclas con la malsana intención de pasar a limpio lo poco de aprovechable que tengo entre manos. La torpe técnica mecanográfica me desespera y acabo por mandar todo al carajo.
Vuelvo, siempre vuelvo a despertar y regreso a lo escrito, a explayarme sobre los defectos cometidos, esas faltas que uno nunca acaba de depurar. Corrijo y cambio a una velocidad de vértigo sin ser muy consciente de si estoy mejorando el texto o empeorándolo todavía más.
Ya me gustaría tener el tiempo y el valor de pasarme toda la tarde en las mesas del Café Laurel, tomar notas en una libreta de cuero, escuchar música electrónica suavecita como para dejarte llevar al paraíso de los narradores, escribir las mejores historias, los mejores cuentos, buscar musas entre las viandantes y rendirme ante la evidencia de su belleza, ay de su belleza.
Pero hace tiempo que me he rendido: Las musas no viven en ZG ZCiudad.

27 septiembre 2006

Demetrio Aldous (I)

Demetrio la sintió regresar, se introdujo en su cuerpo y lo utilizó como caja de resonancia. «Por mucho que huyas hacia delante, tu camino ya ha terminado. Cada puerta que abres será una nueva quimera. Nunca encontrarás a ese personaje de novela al que te aferras para intentar escurrir el bulto y no hacer frente a tu incapacidad para asumir la realidad que te rodea. Un mediocre incapaz de organizar el pedacito de vida que se te ha concedido. Tienes que olvidar lo que fuiste. Serás tan capullo si no lo haces. »
Su mujer dormía sin remordimientos ni dudas. A Demetrio le gustaba mirarla en la oscuridad hasta que conseguía distinguirla en medio de las sombras. Entonces navegaba por sus contornos como desquiciado por la voluptuosidad, ensimismado por las curvas, los recovecos y la suavidad de una piel siempre fresca.
Demetrio canturreó una tonada de Kiko Veneno como si fuera una nana. Sus parpados querían adentrarse en el mundo de los sueños, ese era el único lugar donde la japuta de la vocecilla no había penetrado todavía. Pero el insomnio volvía, una y otra vez, a ganar la partida. Aguantó las embestidas, cada vez más crueles, de la cagonsusmuertos vocecilla hasta que vio una salida.
Ocurrió de madrugada, con la llegada del otoño. «Voy a encontrar la novela en la que viví como personaje» pensó «Así terminaré de una puta vez con esta pesadilla que no me deja vivir» No lo dudó. Cecilia aún dormía cuando la puerta de la calle se cerró.
(Continuará)

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24 septiembre 2006

Receta

La receta para combatir la primera caída otoñal de ánimo ha vuelto a funcionar: Media botella de buen vino tinto y U2, en este caso el dvd Go home live from Slane Castle, Ireland.
El comienzo fue arrebatador. “Elevation” es tan abrumador que olvidé casi todo. Ya me sentía mucho mejor al llegar al tercer tema, cuando el impresionante trasteo guitarrero de The Edge en “Until the end of the world” dejó a Bono tirado en la lona. El resto fue disfrutar y una lágrima, como dijo Peret, en la arena cayó.

22 septiembre 2006

Felices sueños

Salí del turno de noche con la caraja del que sueña con ser la bella durmiente, ¿te imaginas dormir sin fin? Parece excesivo pero no lo es después de ocho horas nocturnas de trabajo.
Detuve el coche frente a la panadería de Montañana, hurgué en los bolsillos hasta encontrar una moneda de dos euros y compré la trenza de hojaldre con chocolate de todos los días.
Gracias a los radares fijos puedo conducir a cincuenta kilómetros por hora sin sufrir los conciertos de claxon de algunos energúmenos tan madrugadores como estúpidos. Antes aprovechaba el trayecto para darme un garbeo por las distintas sensibilidades radiofónicas y sus particulares visiones sobre las noticias. Tuve que abandonar esta costumbre porque uno ya no esta para determinados trotes. Ahora disfruto de los habitantes de Casa Limón: Las caricias de Paco de Lucia, el tempo de Bebo Valdés, la conexión africana de Buika y el duende de Niño Josele. Ellos me llevan entre algodones hasta la plaza de garaje.
Llamé al ascensor mientras intentaba resolver la última duda del día. ¿Acompañaría a la trenza con zumo frío de manzana o un vaso templado de leche? En esas disquisiciones me encontraba cuando las puertas se abrieron en la planta calle.
Su presencia fue como un despertador. Llevaba el pelo corto de color dorado y con mechas amarillas. Un peinado feo y tosco. Su sonrisa no se apago al verme, al contrario, la desplazó hasta los ojos. Acarreaba cubo, fregona, escoba y plumero
—Buenos días, caballero. ¿O debería decir buenas noches?
El acento argentino me dio pavor. Imaginé que el ascensor ya no pararía y que ella estaría el resto de mi vida hablando y hablando sin dejar de hablar. No me gusta ser esclavo de estos tópicos, intento evitarlo pero… fue muy dura aquella semana compartida con un autobús de bonaerenses que no dejaron de hablar ni un segundo.
— Buenos días para ti — me salté el usted que ella había usado conmigo. — Y buenas noches para mí.
— ¿Empiezas muy pronto la jornada?» lo pregunté para evitar el molesto silencio.
— Si, lo prefiero así, en realidad este es el segundo patio que voy a limpiar hoy.
Ya habíamos sobrepasado el segundo piso cuando me atreví a mirar sin miedos aparentes. Allí estaban sus dos pechos asomados a un escote generoso. Dos tetas lozanas, frescas, pura sabrosura. Ella se dio cuenta de mi operación de rastreo. No se molestó, al menos eso me indicó con su sonrisa que se desplazó hasta el canalillo. Aguanté sin ruborizarme hasta que las puertas se abrieron en el sexto piso.
— Qué tenga una buena jornada — Utilizar el usted fue la prueba más clara de mi pecado
— Qué tenga felices sueños — contestó sin dejar de sonreír.
Regresé a las noticias radiofónicas, a los periódicos de Internet, a las bitácoras y al correo electrónico. Acompañé a la trenza con un vaso de zumo de naranja porque en la nevera no había ni leche, ni zumo de manzana. Me había desvelado. Antes de irme a la cama espié el rellano a través de la mirilla. Ella fregaba al otro lado de la puerta y Bunbury cantaba desde “El tiempo de las cerezas”

Queriéndote como ya no se estila
Sin una gota de decencia.
Me casaré contigo
Sin una gota de cordura.
Si pensara menos con la cabeza.
Menos con el corazón.
Y más con la entrepierna.

19 septiembre 2006

Sin remedio

Estaba escuchando las noticias y me quedé atónito. Las modelos que querían desfilar por la pasarela de la moda en Cibeles habían sido pesadas y medidas para calcular su masa corporal. De ese número dependía su trabajo. Si estaban por debajo de 18 sólo tenían dos salidas, engordar en kilos o reducir la altura.
Sonó el timbre de casa. Tras la puerta un señor muy serio con un bigote pintado al estilo Groucho me dijo « Buenas tardes. Soy el endocrino del intelecto y vengo a informarle de su actual estado creativo. Durante las últimas semanas hemos pesado su capacidad narrativa y medido la cantidad de faltas de ortografía por párrafo publicado. Cotejando estos datos hemos concluido que su masa intelectual no llega al mínimo exigido, vamos, que no llega ni a la categoría de junta letras. Ante este lamentable acontecimiento me veo en la obligación de informarle que no tiene derecho a seguir colgando sus palabritas en la red»
Palabritas. Tuvo la osadía, la chulería de usar el término palabritas para referirse a lo que aquí escribo. Estuve valorando la posibilidad de darle con la puerta en las narices o enviarle escaleras abajo mediante una patada en el culo. En ese intervalo de tiempo aún se atrevió a darme un consejo «Debería usted aumentar el peso del intelecto en sus textos, darles un aire erudito. O bien, disminuir la frecuencia de las tildes fuera de lugar, de las haches desorientadas» Y se fue por vino, dejándome un mohín.

Aquí estoy, sentado en la cocina, comiendo fabada a deshoras y dándole al coge pan y moja. Intento aumentar mi masa corporal para lucir palmito en Cibeles porque lo otro, ¡ay lo otro! Lo otro no tiene remedio.

18 septiembre 2006

Un texto para Alejandro Pastor

El poeta Alejandro Pastor me llevó hasta él. Estaba junto a la antigua Estación Norte, al final de la Avenida Cataluña, muy cerquita del Puente de Piedra y a tiro de vista del Pilar. Surgió de repente en medio del agua y no supe discernir si emergía de sus profundidades o, por el contrario, se sumergía para abandonar este mundo.
Su imagen triste y abatida me atrapó de inmediato y durante algunas semanas intenté escribirle una historia. Fue imposible. No podía escapar de su mirada, alejarme lo suficiente como para fabricarle un cuento, un relato o una biografía. Poco a poco lo olvidé.
Hace un par de días regresó a caballo de un sueño. Desperté alborotado y con la historia perfecta. El ordenador demoró hasta la extenuación su arranque, abrí el procesador de textos y empecé a teclear sin descanso.
A cada línea, más lentitud. Un mundo para escribir cada párrafo. Desesperé, como siempre, demasiado pronto, a tan sólo dos folios. Me había vuelto a atascar y mi dragón favorito se quedaba otra vez sin cuento. Prometo que lo seguiré intentando, aunque sólo sea para dedicarle el texto a Alejandro Pastor.

17 septiembre 2006

Manhattan


Los dijo Kase O en Corella: “El dos de noviembre habrá suicidios en Manhattan, Co. El dos de noviembre sale el nuevo disco de Violadores, Co

16 septiembre 2006

Cebollas

Me gusta preparar ensaladas. Lavo con cuidado las hojas de lechuga, las corto en trozos de un tamaño adecuado para que no parezca una pipirana y, sobre esta base verde, intento desparramar mi creatividad en forma de tomates, pepinos, atún, patatas, mariscos, espárragos, pollo, soja, frutas, pasta y casi cualquier alimento que ande un poco despistado por la cocina. Los coloco uno a uno, con mimo, un lugar para cada uno de ellos, pondero su color y textura en combinación con el resto de los ingredientes para lograr una buena mezcla de colores, olores y sabores.
Sin embargo, lo más importante de la ensalada es el aliño. Hay miles de combinaciones pero yo me decanto por la más tradicional: Lluvia de sal, la chispa del vinagre y una dosis generosa de aceite de oliva del Bajo Aragón. El secreto está en aliñar cada vez que se incorpora un ingrediente.
Hace poco descubrí que mi afición por preparar las ensaladas tenía un importante motivo, un momento especial: La delicada operación de añadir la cebolla.
Todos conocemos la singular característica de las cebollas. Te dedicas a pelarlas, trocearlas en juliana, a dados, picada, o en gajos, da igual, el resultado final siempre es el mismo: Torrentes de lágrimas.
Al principio lo hacia de forma inconsciente pero poco a poco se ha convertido en una arraigada costumbre: Dejo mis penas pendientes para los días que el menú comienza con una ensalada. Dedico ese momento para purgar las tristezas y los lamentos. Todo aquello que se merece mis lágrimas es recordado mientras manipulo la cebolla que incorporaré a la ensalada.
En algunas ocasiones también lloro de alegría, entonces dejo que las lágrimas formen parte del aliño, que sirvan de alimento y regeneración de los buenos sentimientos. Esta tradición corre un serio peligro.
Hace tiempo que los científicos identificaron a la sintasa de la cebolla como la sustancia responsable del compuesto químico que provoca el desborde de los lacrimales. Durante los últimos años se ha desarrollado considerablemente la investigación en el terreno de la industria de la alimentación y me temo una campaña sobre lo bueno que sería consumir cebollas en las que la sintasa fuera sólo una mal recuerdo. Una campaña del tipo: “Ponga cebolla en sus ensaladas sin dolor, sin sufrimiento y sin lágrimas”
Seguro que ese sería un gran paso para la humanidad y un terrible problema para mi estado mental. Si las cebollas no me ayudan a espulgar mis penas, ¿quien lo hará?

Nota: Consideración aparte merecen las cebolletas de Fuentes de Ebro que, como todo el mundo sabe, tienen el don natural de no hacer llorar.

14 septiembre 2006

¿Te vienes conmigo?

El dedo corazón se hartó de ser la pareja de baile de aquel sonoro, soez y cada vez más frecuente « Qué te den» Estaba cansado de tanto ponerse firmes y decidió irse de viaje.
« ¿Te vienes conmigo? » le preguntó a su vecino índice. La respuesta fue negativa. ¿Qué haría el déspota de la mano sin el dedo para señalar, tocar el timbre y sacar los mocos de la nariz?
« ¿Te vienes conmigo? » le preguntó a su vecino anular. La respuesta fue negativa. ¿Qué haría el déspota de la mano sin el dedo que cargaba la pesada carga del anillo matrimonial más caro, más olvidado y más triste?
« ¿Te vienes conmigo? » le preguntó a su vecino pulgar. La respuesta fue negativa. ¿Qué haría el déspota de la mano sin el dedo que hacia arriba significaba que los gladiadores vivían y hacia abajo significaba que los gladiadores morían?
« ¿Te vienes conmigo? » le preguntó a su vecino meñique. La respuesta fue negativa. ¿Qué haría el déspota de la mano sin el dedo especializado en estirarse mientras se tomaba una taza de té?
El dedo corazón no se atrevió a partir sólo en aquella aventura y terminó mutilado por el manguito neumático de una grapadora industrial. Desde entonces, al déspota de la mano, le llaman El Seisdedos.

13 septiembre 2006

Galletas

Esta mañana he vertido la leche caliente en el tazón. Por una vez la publicidad se reveló cierta y el Cola-Cao Turbo se disolvió en un santiamén. Recordé el Cola-Cao tradicional y la hermosa dificultad de agitarlo y agitarlo. Sorbí la leche caliente y dejé tres dedos desde el borde de la taza hasta la superficie liquida, el espacio justo para introducir seis galletas María de Fontaneda. He recordado como las aplastaba hasta que quedaban rotas y empadas. Después he intentado capturar el olor de Aguilar de Campoo pero no lo he logrado. Creo que una multinacional cerró la fábrica en busca de mejores rendimientos y una reducción de costes. Por mi parte, hoy hace seis años que dejé de desayunar galletas. Fue un estúpido intento de hacerme adulto.

12 septiembre 2006

Tormenta entre Perales y Alfambra

El limpiaparabrisas eliminaba las gotas con eficacia intermitente. La lluvia era abundante pero incapaz de mojar la luneta trasera. Respiré un segundo de esperanza y volví a mirar por el espejo retrovisor. Ahí atrás, el cielo también estaba gris.

05 septiembre 2006

Fiestas Patronales

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04 septiembre 2006

Un magnífico proyecto. Historia de las bandas de música de Utrillas

Escribir esta reseña ha sido una gratificante labor, con ella quiero rendir homenaje a un hombre de carta cabal, un señor que ha tenido el valor de pasar seis años de su vida recopilando datos, realizando entrevistas personales, escribir un libro y editarlo. Mis felicitaciones más sinceras, Don Marino.
Una tarde del mes de Agosto paseaba junto con Migue entre el nuevo barrio que esta naciendo en Utrillas y las últimas casas del Oeste. El sonido de un saxofón puso banda sonora al atardecer. Era Marino, ensayaba unas escalas en la penumbra de un garaje. Tras los saludos de rigor, y mientras los mosquitos se merendaban nuestras piernas, escuchamos de viva voz la experiencia que ha significado este libro para la vida de Marino. Las emociones que ha generado el reencuentro de algunos de los músicos que protagonizan este libro, del reconocimiento por parte de las instituciones, de las nuevas generaciones de músicos y del público en general. Me gustaría empezar expresando mi sincero reconocimiento a todas las personas cuya pasión es hacer sonar la música, gracias por hacernos la vida un poco más agradable.
***
Historia de las Bandas de Música de Utrillas es un libro escrito por Marino Sancho Ramo, realizado por Aragón Vivo, S.L. y editado por el Ayuntamiento y la Banda Municipal de Música de la citada Villa. Este hecho, por si mismo, ya es un acontecimiento, pero la gran suerte del autor viene de la mano de su esposa Aurora Andrés García y sus dos hijas Marta y Gloria, que han ejercido de eficaces colaboradoras para llevar a buen puerto este magnífico proyecto.
Marino Sancho ha trazado un viaje en el tiempo con el propósito de reconstruir la historia musical de Utrillas. Para tan encomiable tarea se vistió de cronista, documentó unos hechos que pululaban en la tradición oral de sus protagonistas y los plasmó en esta estupenda edición. Marino se ha convertido con esta publicación en un historiador. Un texto de un irrefutable valor cultural, de una enorme valía para la memoria colectiva, tanto de los lectores del presente como para los del futuro.
El libro comienza en el año 1943 con un mensaje claro y esperanzador: Las partituras, los pentagramas, la música en definitiva, universaliza las relaciones humanas. Un lugar donde no existen ni fronteras, ni ideologías, tan sólo las notas para que los músicos las interpreten y el público las disfrute.
Es un inicio caracterizado por una narración fresca, muy alejada de piruetas estilísticas que nada aportarían. Es una lectura cercana, entrañable, muy próxima al mensaje oral del que parte. En el transcurrir de las páginas se nota que Marino ha escuchado todas y cada una de las historias hasta embriagarse con su belleza, con la fuerza humana que hay detrás de cada hecho, de cada anécdota, de cada nombre. Línea tras línea se puede vislumbrar el hondo calado personal que ha supuesto para el autor esta experiencia de exploración en otras vidas y de plasmarlo con maestría. Es una heroica travesia que va desde el preso Manolo Giménez López hasta todos y cada uno de los trabajadores que decidieron, además de bajar a la mina, ser músicos. Marino trasmite esas voces con emoción y pulso narrativo, dos elementos esenciales a la hora de atrapar al lector.
La primera parte del libro culmina con un capítulo dedicado a las orquestas que surgieron a partir de la disolución de la Banda de Música de Minas y Ferrocarril de Utrillas. Es un apartado netamente visual con imágenes en blanco y negro de “Manolo y sus chavalitos” “José María y sus muchachos” y un folleto publicitario que reza: “Si quiere usted tener asegurado el éxito de sus fiestas, bailes, verbenas, etc., con la mayor economía. Lo conseguirá contratando la gran Orquesta Variedades. Bajo la dirección artística del Maestro Sapetti”
La obra continúa con la biografía de algunos de los músicos que comenzaron su andadura artística en las filas de las diversas bandas que se formaron a lo largo de los años. Desde el amateurismo de Don José López hasta grandes profesionales como José Comín, Don Julián Ávalos o, por no citar a todos, Don Julio Mengod que fue el compositor de melodías tan populares como las sintonías televisivas de los Chiripitiflauticos, Tendido Cero o Saber Vivir. Pero de todas estas reseñas, fue la de Don Zacarías Elósegui la que más me impactó. Como las carambolas de la vida pueden aliarse para mezclar ámbitos tan positivos como la música, el trabajo y la familia hasta abocarlos a la tragedia.
Marino define “Compás de espera” al período que va desde 1966, con la disolución de la orquesta de José María y sus muchachos, hasta el año 1994. Fue entonces cuando se lanzó la idea de recuperar una banda de música para Utrillas apoyada desde las instituciones municipales. El rock y el pop estuvieron representados en la década de los setenta con grupos como Los Bracaj y Los Linces.
La larga travesía comenzó en 1974. Veinte años de interludio musical ocupado por las Hermanas del hospital minero. Sor Concepción primero y Sor Damiana después formaron un coro en el que muchas niñas ejercitaron el canto. También se creó un grupo de guitarras y bandurrias instruido musicalmente con el método de cifra. Ambas formaciones mostraban sus adelantos en la misa mayor dominical y otros eventos religiosos. El que les escribe pasó tardes inolvidables bajo la batuta de tan entregadas señoras.
El trayecto final del libro da cuenta de la moderna historia de la Banda de Música, ahora con marchamo de Municipal, y que ha supuesto la recuperación de la tradición musical en la Villa de Utrillas.
Estos capítulos están plagados de datos, fechas, nombres y actuaciones. Es un exhaustivo trabajo de documentación digno de encomio. Pero el lector busca más, busca por querencia al cronista de las primeras páginas, al contador de historias… y no lo encuentra. Marino cambia la emoción personal de las primeras páginas, en las que habla de acontecimientos que no ha vivido, por la enunciación. El estilo inicial vuelve a ráfagas en la narración de algunas anécdotas pero sin llegar a la intensidad del principio. Y aquí es dónde viene mi ruego al autor. ¿Por qué no ha seguido por senda la senda embriagadora del comienzo de la obra? Tal vez el pudor de ser uno de los protagonistas del presente ha impedido que Marino siguiese narrando los eventos del ahora con la pasión utilizó con los del pasado.
En resumen, este libro es una joya que todo utrillense o amante de la música debería leer para valorar el esfuerzo artístico de unas gentes que dedican su tiempo libre a ofrecernos el maravilloso mundo de la melodía.
Finalizo con la mismas palabras con las que termina el autor: “Gracias música. Gracias músicos”

02 septiembre 2006

Demetrio vino a verme

Demetrio vino a verme. Se debió colar en el patio cuando entró el cartero. Sonó el timbre de la puerta de casa, pensé en los Testigos de Jehová y conecté el chip de la cortesía para charlar con ellos durante diez minutos. Abrí sin echar un vistazo por la mirilla
— Joder que cara — dijo. — Ni que hubieras visto un muerto.
Entró hasta el salón en dos zancadas, se sentó en el tresillo y empezó a pasar las hojas de una revista sin mirarlas, sin prestar atención. Estaba templado los nervios.
— ¿Una cervecita? — le dije
— Nada de cervecitas. Ponme un Martini blanco con hielo y un poco de gaseosa.
— ¿Gaseosa? Gaseosa no tengo
— Pues con Kas de limón. No me digas que tampoco tienes.
— No, tampoco tengo. Tengo Acuarios de naranja.
— Vale, déjame contar hasta cinco para no descojonarme. ¿Pues no erais tú y tu novia los reyes del Martini blanco con limón? Joder que hasta el Jacinto os regaló una botella.
— Pues si pero…
— Chsss, calladito que te conozco, te empiezas a enrollar y no me dejas explicarte para que he venido. Venga esa Ámbar.
Abrí dos cervezas y me senté en el suelo, enfrente de él.
— Tú dirás.
— ¿Estarás contento con tus relatos, no?
— Bueno, la verdad es que…
— Chsss, calladito. Aunque definir “Cena de cumpleaños” como un relato es todo un halago que no te voy a cobrar. Creo que debería llamarlo chafardeo.
— Acabáramos.
— Acabáramos no, que sólo hemos empezado. ¡¡Pero como se te ocurre contar semejante historieta!!
— He escrito lo que tú me dijiste y he añadido algún detallito para aumentar el interés, para darle forma, digamos… literaria.
— ¡Decir que he tenido un gatillazo no es dar forma literaria a nada, es una putada!
— Venga Demetrio. Ya sabes que la literatura no es la realidad, es la representación de…
— Vamos a ver si nos vamos enterando — me interrumpió. — ¡Que no haces literatura!
— Eso puede ser cierto, pero lo intento.
— Además mientes como un bellaco. ¿Cuándo te he contado nada sobre las relaciones sexuales que tengo con Cecilia?
— Vale, nunca has entrado en detalles. Pero es que esas son las cosillas que yo añado para darle interés al texto.
— ¿Interés? ¿Qué interés tiene dejarme como un capullo?
— No te pases Demetrio, como un capullo no. Como un tipo moderno capaz de probar cosas nuevas… Además no cuento la realidad, cuento un cuento.
— ¿Cuento? cuento el tuyo joder, que el personal me mira con regodeo.
— Tal vez confundas el regodeo con la envidia.
— ¿Envidia de qué?
El timbre me salvó de buscar una respuesta convincente. Era Cecilia. El video portero la mostraba en blanco y negro, radiante, muy sonriente y tan guapa como el primer día que la conocí, hace de eso la tira de años.
— Hola Cecilia, ¿subes? Esta aquí el paranoico de tu marido.
— No, mejor no subo. Bajar vosotros y nos tomamos un vermouth, yo invito — empezó a reír a mandíbula batiente. — Así celebremos mi cumpleaños.
— Cecilia no fastidies que me esta pegando una bronca de muy padre y señor mío.
— No le hagas ni caso, esta encantado.
— Pues no lo parece.
— Es porque intenta esconder lo mucho que le gusta salir en La curvatura de la córnea y que el personal hable de él. Debe ser uno de esos mecanismos masculinos especializados en tapar los sentimientos.
— ¿Estás segura?
— Claro tonto, ¿no lo conoces?
— Me parece que cada día que pasa lo conozco menos.
— Venga bajaros.
— ¡Demetrio! — grité. — Dice Cecilia que bajemos. Nos quiere invitar al vermouth para celebrar su cumpleaños
— Javi, mecagoentó, cachondeitos los mínimos.

01 septiembre 2006

La ceguera del sol

Estaba atada a la silla con una sábana. La atisbé nada más entrar. Pelo blanco, corto y con raya al lado. Los ojos hundidos en las cuencas me buscaban, en realidad exploraban la novedad. Los labios metidos hacia dentro de la boca, ocupando el lugar que debería pertenecer a los dientes o a la dentadura postiza. Pero de allí sólo salían pequeños grititos guturales, sonidos de caverna. Hago como que ni la veo ni la escucho, cierro los oídos cobardes, desvío la mirada ¿Quién se comporta como en una caverna?, me pregunté.
La volví a mirar poco antes de llegar a su lado. El vestido multicolor de diminutas florecillas. Los gritos aumentaron de volumen, iban acompañados por movimientos cada vez más convulsos, intentaba levantarse una y otra vez con el brazo estirado y el dedo índice señalando al suelo.
Ante su presencia quedé petrificado y sin defensas. Sus ojos me cazaron. Eran joviales, chisporroteantes, incluso alegres. Me invitó a mirar al suelo. Allí sólo había un botón, un botón rojo. El silencio expectante todo lo llenó. Lo tomé entre mis dedos y lo deposité en la palma de su mano. Cerró los dedos, se llevo el puño hasta el pecho y me sonrió con franqueza.
Cuando me escapé hacia la calle sólo buscaba la ceguera del sol. Ella permaneció allí, atada a la silla con una sábana.