Cebollas
Me gusta preparar ensaladas. Lavo con cuidado las hojas de lechuga, las corto en trozos de un tamaño adecuado para que no parezca una pipirana y, sobre esta base verde, intento desparramar mi creatividad en forma de tomates, pepinos, atún, patatas, mariscos, espárragos, pollo, soja, frutas, pasta y casi cualquier alimento que ande un poco despistado por la cocina. Los coloco uno a uno, con mimo, un lugar para cada uno de ellos, pondero su color y textura en combinación con el resto de los ingredientes para lograr una buena mezcla de colores, olores y sabores.
Sin embargo, lo más importante de la ensalada es el aliño. Hay miles de combinaciones pero yo me decanto por la más tradicional: Lluvia de sal, la chispa del vinagre y una dosis generosa de aceite de oliva del Bajo Aragón. El secreto está en aliñar cada vez que se incorpora un ingrediente.
Hace poco descubrí que mi afición por preparar las ensaladas tenía un importante motivo, un momento especial: La delicada operación de añadir la cebolla.
Todos conocemos la singular característica de las cebollas. Te dedicas a pelarlas, trocearlas en juliana, a dados, picada, o en gajos, da igual, el resultado final siempre es el mismo: Torrentes de lágrimas.
Al principio lo hacia de forma inconsciente pero poco a poco se ha convertido en una arraigada costumbre: Dejo mis penas pendientes para los días que el menú comienza con una ensalada. Dedico ese momento para purgar las tristezas y los lamentos. Todo aquello que se merece mis lágrimas es recordado mientras manipulo la cebolla que incorporaré a la ensalada.
En algunas ocasiones también lloro de alegría, entonces dejo que las lágrimas formen parte del aliño, que sirvan de alimento y regeneración de los buenos sentimientos. Esta tradición corre un serio peligro.
Hace tiempo que los científicos identificaron a la sintasa de la cebolla como la sustancia responsable del compuesto químico que provoca el desborde de los lacrimales. Durante los últimos años se ha desarrollado considerablemente la investigación en el terreno de la industria de la alimentación y me temo una campaña sobre lo bueno que sería consumir cebollas en las que la sintasa fuera sólo una mal recuerdo. Una campaña del tipo: “Ponga cebolla en sus ensaladas sin dolor, sin sufrimiento y sin lágrimas”
Seguro que ese sería un gran paso para la humanidad y un terrible problema para mi estado mental. Si las cebollas no me ayudan a espulgar mis penas, ¿quien lo hará?
Nota: Consideración aparte merecen las cebolletas de Fuentes de Ebro que, como todo el mundo sabe, tienen el don natural de no hacer llorar.
Sin embargo, lo más importante de la ensalada es el aliño. Hay miles de combinaciones pero yo me decanto por la más tradicional: Lluvia de sal, la chispa del vinagre y una dosis generosa de aceite de oliva del Bajo Aragón. El secreto está en aliñar cada vez que se incorpora un ingrediente.
Hace poco descubrí que mi afición por preparar las ensaladas tenía un importante motivo, un momento especial: La delicada operación de añadir la cebolla.
Todos conocemos la singular característica de las cebollas. Te dedicas a pelarlas, trocearlas en juliana, a dados, picada, o en gajos, da igual, el resultado final siempre es el mismo: Torrentes de lágrimas.
Al principio lo hacia de forma inconsciente pero poco a poco se ha convertido en una arraigada costumbre: Dejo mis penas pendientes para los días que el menú comienza con una ensalada. Dedico ese momento para purgar las tristezas y los lamentos. Todo aquello que se merece mis lágrimas es recordado mientras manipulo la cebolla que incorporaré a la ensalada.
En algunas ocasiones también lloro de alegría, entonces dejo que las lágrimas formen parte del aliño, que sirvan de alimento y regeneración de los buenos sentimientos. Esta tradición corre un serio peligro.
Hace tiempo que los científicos identificaron a la sintasa de la cebolla como la sustancia responsable del compuesto químico que provoca el desborde de los lacrimales. Durante los últimos años se ha desarrollado considerablemente la investigación en el terreno de la industria de la alimentación y me temo una campaña sobre lo bueno que sería consumir cebollas en las que la sintasa fuera sólo una mal recuerdo. Una campaña del tipo: “Ponga cebolla en sus ensaladas sin dolor, sin sufrimiento y sin lágrimas”
Seguro que ese sería un gran paso para la humanidad y un terrible problema para mi estado mental. Si las cebollas no me ayudan a espulgar mis penas, ¿quien lo hará?
Nota: Consideración aparte merecen las cebolletas de Fuentes de Ebro que, como todo el mundo sabe, tienen el don natural de no hacer llorar.
6 Comments:
O puede ser que seamos reencarnaciones de cebollas, y que nuestro subconsciente no lo haya olvidado, y lloremos por el crimen que estamos cometiendo...
(O puede ser que yo hoy me equivocara con los ingredientes de mi ensalada, y añadiera algún hongo alucinógeno en lugar de los champiñones, vaya usted a saber)
Hola Javier¡¡¡
Pues yo puedo contarte que mi compañero tiene alergia a las cebollas, así que llevo ya unos añitos prescindiendo de su uso en mis platos. De vez en cuando, me compro una y me hago una sopita de cebolla para mí sola.
Al principio, me hacía la misma pregunta que tú: si las cebollas no me ayudan a espulgar mis penas, ¿quien lo hara?
Y con el tiempo, encontré la solución: los tangos de Adriana Varela y de Goyeneche.
Yo creo incluso que hacen más efecto en mí que las cebollas.
Un abrazo
Hola Detective.
¿Reencarnaciones de cebollas? Con esa idea podría escribir el guión para una serie de televisión :-)
¡¡Hongos pa´lla para la ensalada!!! vanmos, vamos, seguro que no es una equivocación.
¿Y la tortilla de maría es efectiva o sólo una leyenda urbana?
Hola Paula.
Espero que no te pase como a Detective Amaestrado y no confundas las cebollas con alguna otra sustancia :-)
Al tango creo que llegué tarde, he escuchado grabaciones clásicas de Gardel y me gustó mucho el disco de Bajo Fondo Tango Club mezclando la música de baile actual con los sonidos porteños, pero no lo he dedicado el tiempo suficiente. Tal vez esas dos pistas que me das sean un buen camino por recorrer, ¿algún disco en particular para recomendarme?
Abrazos a pie de pista.
Hola Javier
Yo tengo dos cantantes favoritos, tampoco soy una gran entendida, pero bueno, el año pasado dediqué un tiempo a buscar tangos y encontré auténticas joyas.
De Adriana Varela, lo que quieras. Es una mujer actual, que ha recuperado tangos y tiene una voz de impacto. Si quieres, para empezar, "Vuelve el tango". Verás qué guapa es la chica
Un clásico: Goyeneche. Tiene un recopilatorio (creo que es un recopilatorio, vaya, ahora no estoy segura) que se llama "tango de Colección" Yo tengo el vol. 1. Una pasada también.
Y luego están malevaje, que yo he escuchado menos, y ´"el cantante" de Andrés Calamaro, que no está nada mal.
Se me olvidaba; tengo otro que es de colaboraciones de Adriana Varela, Goyeneche, Sabina y Serrat. Otra joya. Ahora bien, creo que este se ha encargado alguien de recopilarlo y de colgarlo en la red, vaya, que no sé si lo encontrarás en alguna tienda...
¡Que disfrutes!!!
Hola Paula.
Me apunto las referencias discográficas.
¡¡Malevaje!! Claro que me acuerdo de Malevaje, en el trastero descansa el vinilo “Margot”
“El cantante” de Calamaro es un buen disco pero hablando de tangos tal vez te interese (yo no lo he escuchado) el disco del argentino que lleva por título “Tinta Roja” y en el que da un repaso a varios tangos clásicos bajo la tutela de Javier Limón.
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