Cena de cumpleaños
Demetrio invitó a su mujer a cenar en el entrebastidores. Lo hizo por el nombre, sin imaginar lo mucho que le iba a gustar la decoración minimalista de colores rotundos, la distribución del espacio, la cocina al alcance de los ojos como el escenario de un teatro y una mesa enorme sobre la que estiró el brazo para acariciar los nudillos de Cecilia.
— Feliz cumpleaños cariñocielotesoromiamor.
— Gracias chatín.
— ¿Chatín? — Interrogó Demetrio
— Si, chatín. Suena cariñoso, ¿no?
— ¿Cariñoso? Más bien suena asturiano. A este actor, ¿cómo se llama?
— Es que me dices zalamerías, y no sé… me he puesto nerviosa, ya ves. ¡Venga, vamos a elegir!
La carta del entrebastidores estaba conformada por platos sugerentes, de nombres muy largos y, aún con todo, las decisiones se tomaron con prontitud. De primero gazpacho de tomate con su helado, costrones de pan y espuma de aceite de oliva para él. Para ella el hojaldre con romesco de cacahuete y calamar asado, con ensalada de hierbas frescas. Ella eligió de segundo plato el muslo de pato rustido con salsa de chocolate y oporto pero lamentablemente esa noche el pato no estaba por la labor, así que se decidió por los buñuelos de bacalao con patatas al gratén. Él atendió a su condición de carnívoro y dio buena cuenta de la aguja de ternera glaseada con setas. Todo fue regado con Alquezar del Somontano porque tiene ese punto de aguja que tanto le gustaba a Cecilia.
La conversación derivó en un viaje a los recuerdos y esa querencia terminó en un intento frustrado por compartir el postre, por suerte, las cosas volvieron a su cauce y cada uno de los comensales se comió su propio helado entrebastidores con salsa de chocolate.
— ¿Tomaremos café? — preguntó Cecilia.
— A mi me apetece un cortado — contestó Demetrio. — Además tenemos que hacer tiempo… es la hora de los regalos.
Sobre la mesa, y sin saber muy bien por dónde había venido, apareció un bolso negro, alargado y con la glamurosa imagen de Audrey Hepburn.
— Me gusta mucho cariño. El otro día vi uno igual en La Ventana Indiscreta. ¿Sabes que tienda? Esta en… claro que lo sabes, seguro que lo has comprado allí.
— Fui a mirar camisetas, pero todas eran negras. Estuve a punto de cogerte una de Los Roper.
— Hombre, entre la maravillosa Audrey y los colores chillones de Los Roper... ¿Luego hicieron otra serie con el vecino como protagonista, no? ¿Cómo se llamaba?
— No lo recuerdo. ¿Vas a tardar mucho en mirar dentro del bolso?
— No cariño, no. ¿Qué libro has escogido esta vez?
— Se acabaron los viajes, he vuelto a la novela.
— ¿Cuando escribirás la dedicatoria?
— Ya lo he hecho.
— ¡Bien! Eso si que es una novedad. Sabes que algunos años has tardado más de un mes en hacerlo. Haber, haber.
Cecilia leyó en la primera página en blanco de “Mauricio o las elecciones generales” de Eduardo Mendoza. Susurró cada palabra y sus labios de rojo carmín pintaron una sonrisa al terminar la lectura.
“Creo que mi primer regalo de cumpleaños se lo compré a un artesano en la Plaza Santa Cruz. Era una casita de marquetería. Te lo entregué en los Jardines Florida una tarde que amenazaba tormenta. Estábamos sentados junto al Kiosco y me besaste. Después te enseñé el boletín de notas del Instituto: Aprobado con notable.
Han pasado veinticuatro años desde entonces y puedo afirmar sin temor a equivocarme que nuestro amor también ha aprobado con notable.
Feliz cuadragésimo primer cumpleaños.”
Cecilia se levantó. Le ocurrió lo de siempre, era incapaz de encontrar las palabras que deseaba para responder ante aquella muestra de cariño y sólo pudo acariciarle.
— Voy al baño. — Acertó a decir. — Será sólo un momento…
— Espera, aún hay más.
— ¿Más?
— Si, tengo otro regalo.
Demetrio buscó en el bolsillo interior de su chaqueta, extrajo el paquetito de sonrosado papel con la parsimonia de las grandes ocasiones y lo depositó en las manos de su esposa.
— No me digas que es una joya.
— Ya sabes que no me gusta regalar joyas pero… ¿quien sabe?
Cecilia se puso a la tarea de abrirlo de inmediato. Demetrio la interrumpió, cerró con besos las prisas de sus uñas y la abrazó por la cintura.
— Mejor lo abres en el baño — le dijo.
Llegó presurosa, olvidó retocarse el ligero maquillaje y abrió el regalo. Bajo el papel se encontró un envase de plástico metalizado. La carcajada nerviosa llegó tras el primer segundo de sorpresa. Era un anillo.
Lo conocía perfectamente aunque era la primera vez que lo tenía entre sus manos. La semana anterior habían estado hablando de él en el programa Channel de la cadena Cuatro. El play vibrations de durex era un dispositivo que se colocaba en la base del pene, se ponía en marcha la vibración de la protuberancia diseñada para estimular el clítoris y entonces llegaba la diversión y el disfrute sin límites. Era una excitante novedad en las relaciones sexuales porque convertía el miembro masculino en un potente vibrador.
Cecilia salió del baño como unas castañuelas, sólo pensaba en llegar a casa y probar la primera joya que Demetrio le había regalado. Se tropezó con el camarero que llevaba una cajita entre las manos.
— ¿Es nuestra cuenta?
— En realidad el señor ya ha pagado — contestó el camarero. — Ahora iba a llevarle el recibo y a devolverle la Visa.
— Espera un segundo. —Cecilia guiñó un ojo al camarero y hurgó en su bolso.
Llegaron los dos juntos hasta la mesa.
— Ya veo, chatín, que no vamos a tomar café.
— Aún estamos a tiempo.
Demetrio levantó la tapa. Entre la dolorosa y su tarjeta encontró una deliciosa sorpresa. El tanga negro de Cecilia estaba allí como signo inequívoco de que la noche sólo había hecho que empezar.
Se comieron a besos en la puerta del restaurante, bajo la luz de las estrellas en el Parque Bruil y sobre el pequeño puente de madera que une las dos orillas del Huerva. La lívido impregnó el trayecto del ascensor hasta el sexto piso, de allí salieron sofocados y medio desnudos.
Demetrio fue directo a la cama, se tumbó boca arriba, confió en aquella consistente erección y pensó que iba a ser una gran noche. Cecilia abrió un par cajones del sinfonier, sonrió traviesa y entró al baño. Antes de cerrar la puerta chistó a su marido.
— Psss, no perdamos tiempo — Cecilia le tiro el anillo estimulador. — Ponte la joyita en el sitio correcto, chatín.
Demetrio lo tomó entre sus manos. El látex se adaptó con eficacia al diámetro de su pene y lo introdujo sin problemas. Una vez colocado pensó que si la protuberancia estimuladora estaba en la parte superior la penetración tendría que ser en la posición del misionero. Intentó girarlo para ver como quedaba el apendice por la parte de abajo. No pudo hacerlo porque tropezó con un diminuto interruptor y el dispositivo se puso en funcionamiento.
Las vibraciones eran suaves, casi imperceptibles. Al fin y al cabo, pensó, estaba diseñado para la estimulación clitoriana, y en una zona tal delicada no se puede andar a zancochazos. No podía parar aquella agradable sensación y se puso un poco nervioso. Poco a poco se dejo vencer y empezó a disfrutar de aquellos ínfimos impulsos en la base de su pene. Las ondas mantenían la frecuencia y la intensidad que se fue expandiendo a lo largo y ancho de la erección.
Cecilia salió del baño con movimientos gatunos, decididamente desnuda y bruñida de sol. Lo hizo en el momento cumbre. Contempló estupefacta la vigorosa eyaculación de su marido.
— Feliz cumpleaños cariñocielotesoromiamor.
— Gracias chatín.
— ¿Chatín? — Interrogó Demetrio
— Si, chatín. Suena cariñoso, ¿no?
— ¿Cariñoso? Más bien suena asturiano. A este actor, ¿cómo se llama?
— Es que me dices zalamerías, y no sé… me he puesto nerviosa, ya ves. ¡Venga, vamos a elegir!
La carta del entrebastidores estaba conformada por platos sugerentes, de nombres muy largos y, aún con todo, las decisiones se tomaron con prontitud. De primero gazpacho de tomate con su helado, costrones de pan y espuma de aceite de oliva para él. Para ella el hojaldre con romesco de cacahuete y calamar asado, con ensalada de hierbas frescas. Ella eligió de segundo plato el muslo de pato rustido con salsa de chocolate y oporto pero lamentablemente esa noche el pato no estaba por la labor, así que se decidió por los buñuelos de bacalao con patatas al gratén. Él atendió a su condición de carnívoro y dio buena cuenta de la aguja de ternera glaseada con setas. Todo fue regado con Alquezar del Somontano porque tiene ese punto de aguja que tanto le gustaba a Cecilia.
La conversación derivó en un viaje a los recuerdos y esa querencia terminó en un intento frustrado por compartir el postre, por suerte, las cosas volvieron a su cauce y cada uno de los comensales se comió su propio helado entrebastidores con salsa de chocolate.
— ¿Tomaremos café? — preguntó Cecilia.
— A mi me apetece un cortado — contestó Demetrio. — Además tenemos que hacer tiempo… es la hora de los regalos.
Sobre la mesa, y sin saber muy bien por dónde había venido, apareció un bolso negro, alargado y con la glamurosa imagen de Audrey Hepburn.
— Me gusta mucho cariño. El otro día vi uno igual en La Ventana Indiscreta. ¿Sabes que tienda? Esta en… claro que lo sabes, seguro que lo has comprado allí.
— Fui a mirar camisetas, pero todas eran negras. Estuve a punto de cogerte una de Los Roper.
— Hombre, entre la maravillosa Audrey y los colores chillones de Los Roper... ¿Luego hicieron otra serie con el vecino como protagonista, no? ¿Cómo se llamaba?
— No lo recuerdo. ¿Vas a tardar mucho en mirar dentro del bolso?
— No cariño, no. ¿Qué libro has escogido esta vez?
— Se acabaron los viajes, he vuelto a la novela.
— ¿Cuando escribirás la dedicatoria?
— Ya lo he hecho.
— ¡Bien! Eso si que es una novedad. Sabes que algunos años has tardado más de un mes en hacerlo. Haber, haber.
Cecilia leyó en la primera página en blanco de “Mauricio o las elecciones generales” de Eduardo Mendoza. Susurró cada palabra y sus labios de rojo carmín pintaron una sonrisa al terminar la lectura.
“Creo que mi primer regalo de cumpleaños se lo compré a un artesano en la Plaza Santa Cruz. Era una casita de marquetería. Te lo entregué en los Jardines Florida una tarde que amenazaba tormenta. Estábamos sentados junto al Kiosco y me besaste. Después te enseñé el boletín de notas del Instituto: Aprobado con notable.
Han pasado veinticuatro años desde entonces y puedo afirmar sin temor a equivocarme que nuestro amor también ha aprobado con notable.
Feliz cuadragésimo primer cumpleaños.”
Cecilia se levantó. Le ocurrió lo de siempre, era incapaz de encontrar las palabras que deseaba para responder ante aquella muestra de cariño y sólo pudo acariciarle.
— Voy al baño. — Acertó a decir. — Será sólo un momento…
— Espera, aún hay más.
— ¿Más?
— Si, tengo otro regalo.
Demetrio buscó en el bolsillo interior de su chaqueta, extrajo el paquetito de sonrosado papel con la parsimonia de las grandes ocasiones y lo depositó en las manos de su esposa.
— No me digas que es una joya.
— Ya sabes que no me gusta regalar joyas pero… ¿quien sabe?
Cecilia se puso a la tarea de abrirlo de inmediato. Demetrio la interrumpió, cerró con besos las prisas de sus uñas y la abrazó por la cintura.
— Mejor lo abres en el baño — le dijo.
Llegó presurosa, olvidó retocarse el ligero maquillaje y abrió el regalo. Bajo el papel se encontró un envase de plástico metalizado. La carcajada nerviosa llegó tras el primer segundo de sorpresa. Era un anillo.
Lo conocía perfectamente aunque era la primera vez que lo tenía entre sus manos. La semana anterior habían estado hablando de él en el programa Channel de la cadena Cuatro. El play vibrations de durex era un dispositivo que se colocaba en la base del pene, se ponía en marcha la vibración de la protuberancia diseñada para estimular el clítoris y entonces llegaba la diversión y el disfrute sin límites. Era una excitante novedad en las relaciones sexuales porque convertía el miembro masculino en un potente vibrador.
Cecilia salió del baño como unas castañuelas, sólo pensaba en llegar a casa y probar la primera joya que Demetrio le había regalado. Se tropezó con el camarero que llevaba una cajita entre las manos.
— ¿Es nuestra cuenta?
— En realidad el señor ya ha pagado — contestó el camarero. — Ahora iba a llevarle el recibo y a devolverle la Visa.
— Espera un segundo. —Cecilia guiñó un ojo al camarero y hurgó en su bolso.
Llegaron los dos juntos hasta la mesa.
— Ya veo, chatín, que no vamos a tomar café.
— Aún estamos a tiempo.
Demetrio levantó la tapa. Entre la dolorosa y su tarjeta encontró una deliciosa sorpresa. El tanga negro de Cecilia estaba allí como signo inequívoco de que la noche sólo había hecho que empezar.
Se comieron a besos en la puerta del restaurante, bajo la luz de las estrellas en el Parque Bruil y sobre el pequeño puente de madera que une las dos orillas del Huerva. La lívido impregnó el trayecto del ascensor hasta el sexto piso, de allí salieron sofocados y medio desnudos.
Demetrio fue directo a la cama, se tumbó boca arriba, confió en aquella consistente erección y pensó que iba a ser una gran noche. Cecilia abrió un par cajones del sinfonier, sonrió traviesa y entró al baño. Antes de cerrar la puerta chistó a su marido.
— Psss, no perdamos tiempo — Cecilia le tiro el anillo estimulador. — Ponte la joyita en el sitio correcto, chatín.
Demetrio lo tomó entre sus manos. El látex se adaptó con eficacia al diámetro de su pene y lo introdujo sin problemas. Una vez colocado pensó que si la protuberancia estimuladora estaba en la parte superior la penetración tendría que ser en la posición del misionero. Intentó girarlo para ver como quedaba el apendice por la parte de abajo. No pudo hacerlo porque tropezó con un diminuto interruptor y el dispositivo se puso en funcionamiento.
Las vibraciones eran suaves, casi imperceptibles. Al fin y al cabo, pensó, estaba diseñado para la estimulación clitoriana, y en una zona tal delicada no se puede andar a zancochazos. No podía parar aquella agradable sensación y se puso un poco nervioso. Poco a poco se dejo vencer y empezó a disfrutar de aquellos ínfimos impulsos en la base de su pene. Las ondas mantenían la frecuencia y la intensidad que se fue expandiendo a lo largo y ancho de la erección.
Cecilia salió del baño con movimientos gatunos, decididamente desnuda y bruñida de sol. Lo hizo en el momento cumbre. Contempló estupefacta la vigorosa eyaculación de su marido.
8 Comments:
Si es que ya se sabe...
La horizontalidad tiene cosas buenas pero también las arma...
Hola Ana.
Es cierto, esa posición de espera, hmmm, no es buena en estos casos, tanta relajación, no sé, no sé.
La buena posición horizontal, y me atrevo a recordarlo, viene definida por el Hedonismo Horizontal, ya sabes:
http://lacurvaturadelacornea.blogspot.com/2006/08/hedonismo-horizontal.html
Una vez más te digo que me encanta Demetrio y sus cosas. Poco a poco lo que leo me va metiendo más en la historia y voy queriendo más al personaje, te felicito y te mando un abrazo. Por cierto todo esto no tiene nada que ver con que esta vez se hable del anillo-joya de durex...que te conozco (bueno, no exactamente, pero imagino lo que va a pasar por tu cabeza,jaja.)
Pobre Cecilia....se quedó (des)vestida y alborotada...
Este Demetrio no tiene caso, je je.
La Reina del Nilo compasiva
Hola Gubia.
Vale, no hare el chiste fácil de entender que te interesas por las cosas de Demetrio, pero por la cosas orgánicas, no por las de latex.
Ah, son las cosas de Demetrio y en este caso de Cecilia.
Y dime, ¿qué frase dijo Cecilia ante tamaño acontecimiento?
Demetrio no me lo quiso contar...
Hola, mi Reina del Nilo
Ufff, menos mal, siempre querida emperatriz, que has firmado como compasiva, pensé, incauto de mi, que lo ibas a hacer como "alborotada"
Muy bueno el relato. Tiene un no se qué..... como un clímax.....
Es de esperar que Demetrio, tras un tiempo prudencial, se adornara nuevamente con el anillo-joya y repitiera la hazaña con resultados satisfactorios para Cecilia.
Hola Clarisa
:-) Climax, al fin y al cabo, tiene.
Demetrio no ha especifiacado nada al respecto del anillo y Cecilia todavía no me cuenta estas cosillas.
Yo también deseo que este desliz, ya sabes, no pasa nada cariño, haya sido el principio de una gran noche.
Publicar un comentario
<< Home