La curvatura de la córnea

03 diciembre 2019

El esperpento y los pecados capitales




La compañía Teatro del Norte presentó en el Teatro de la Estación dos de las cinco piezas que Ramón María del Valle-Inclán escribió en 1927 y que se han titulado “El Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte” unos textos que, como corresponde al estilo del autor, contienen todos los elementos que definen al esperpento donde la realidad de la vida se ve deformada por la estética y el humor. Teatro del Norte acepta el reto estético y, con una sencilla escenografía, viste las acciones con la máscara de la farsa, el gesto grande muy grande y una vocalización que busca lo grotesco, la chanza y la burla, todo ello bajo el paraguas de una exageración que, sin embargo, es un ejercicio de fina, limpia y eficaz interpretación perfectamente coreografiada y ejecutada por todo el elenco.
La representación cumple con creces la función de los espejos cóncavos del Callejón del Gato que son capaces de transformar el transcurso de la realidad de unos personajes que, aunque parecen guiados por buenos sentimientos, son sometidos por la fuerza de la tentación y el pecado hasta llegar a situaciones burdas y así, el paradigma de una vida que podría ser piadosa y bien intencionada, se queda desnuda gracias al esperpento y mostrar el proceso de deshumanización de un mundo y sus habitantes que va de lo malo a lo peor, y esa una de las grandezas de estas piezas, que el espectador no tiene la posibilidad de elegir entre buenos y malos porque todo lo que ocurre en escena está muy alejado de la tragedia clásica donde siempre hay un héroe dispuesto a salvar la condición humana.
Mientras veía la función y los excelente mimbres trenzados por el texto de un gran autor, una interpretación notable y una apuesta valiente por mantener viva la relación entre la farsa, el esperpento y la despiadada tarea de desnudar lo peor del comportamiento humano, sin embargo no pude evitar pensar que el mecanismo dramático no terminaba de funcionar porque el mundo que nos rodea ha cambiado mucho desde que esta propuesta podía causar un gran impacto a principios del siglo XX porque, más allá de que las escandalosas relaciones que se establecen en escena hayan podidos ser sobrepasadas por otras más horrorosas, lo cierto es que el público de principios del siglo XXI ya estamos sometidos a un mundo real con unas dosis muy alta de esperpento y farsa, ya saben ustedes a lo que me refiero: a tantas horas de prime time con espectáculos catódicos triviales, insustanciales y de poco interés o trascendencia, a determinados comportamientos políticos populacheros y zafios, al postureo del personal y la vacuidad de las ideas que ahogan el pensamiento complejo en una sopa gomosa de verdades líquidas y noticias manipuladas que utilizan la máscara y el esperpento para ocultar la realidad y pervertir un debate nutritivo y enriquecedor. Estas prácticas están achicando el espacio natural del esperpento sobre la tarima teatral y así, me preguntaba por las posibilidades que tendría el texto de Valle-Inclán con una interpretación naturalista que pusiera la piel y la voz de los actores al servicio de la cruda realidad, sin filtros ni espejos cóncavos, sin máscaras y sin farsas, esas herramientas que tan solo deberían ser teatrales y que de las que estamos tan hartos porque han invadido nuestras vidas.

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