La curvatura de la córnea

17 mayo 2021

Caciques: De las evidencias del pasado a las preguntas del presente

 



Carmelo Romero Salvador se jubiló recientemente de su actividad como profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza, un Doctor en Historia que ha dedicado su labor profesional a investigar los comportamientos políticos de la España de los siglos XIX y XX para utilizarlos en sus clases de la Facultad o en novelas como “Calladas rebeldías. Efemérides del tío Cigüeño” en la que aborda el clientelismo político y las relaciones de poder, o “El Pardo Bigot” que, al albur del 15M, donde construye un esperpento sobre cómo fabricar diputados, las listas cerradas y la dinámica bipartidistas que se creó a partir de 1978. Por lo tanto nos encontramos con un libro que condensa el trabajo exhaustivo de un historiador y las hechuras literarias imprescindibles para proporcionar el placer de los relatos que a veces se escuchan a la fresca de una noche de verano.

Las investigaciones de Romero y gran parte de su actividad docente en la dirección de tesis doctorales se ha desarrollado en el campo de los procesos electorales, un camino continuo dentro de su carrera docente que comenzó con la tesina y la tesis doctoral del propio autor centradas en las elecciones de la Segunda República hasta conformar una línea de estudio sobre la dinámica política electoral en la historia de España. Sin lugar a dudas son esos vientos los que guían las páginas de este libro: Recorrer el parlamentarismo liberal español desde 1834 hasta el golpe de estado de Primo de Rivera de 1923 con una extensión a la etapa democrática de la Segunda República y una breve mirada final al presente. Esta periodicidad está expresada en el título de libro, en lo que me parece una declaración de intenciones del autor para que no nos despistemos, ya saben: “Caciques y caciquismo en España (1834-2020)” Es evidente, como recuerda Ramón Villares en el prólogo, que el libro describirá el proceso global del caciquismo en España y su evolución histórica a lo largo del siglo XIX, pero una pista fundamental a la hora de abordar su lectura está en no perder la conexión entre el pasado histórico y la más rabiosa actualidad, como dijo Romero al periodista Antonio Ibáñez en El Periódico de Aragón “Las sociedades, como las personas, somos consecuencia de la experiencias acumuladas” Por eso es importante enfatizar que la práctica investigadora del autor sobre las relaciones de poder en un contexto determinado, aunque se anclen en un pasado que nos puede parecer muy alejado a nuestras inquietudes, siempre plantean interrogantes que se conectan con el presente. A partir de esta premisa me voy a permitir, querido e improbable lector, plantearte dos ideas que a mí me han servido para enmarcar, comprender y diferenciar los diferentes momentos históricos que recorre el libro: La primera trata de la evolución de las legitimidades políticas. La segunda valora los pilares sobre los que se ha construido nuestro sentimiento de identidad nacional una tarea que, después de un garbeo por la rabiosa actualidad, está todavía manga por hombro entre las idas y venidas de los nacionalismos que, si hasta hace un cuarto de hora se calificaban de periféricos, de buenas a primeras parece que brota un neo nacionalismo centrípeto de cañas, populismo y chotis.

La primera idea en torno a la legitimidad política es un recorrido entre dos muertes: La de Fernando VII en 1834 que dejó pasó a la Monarquía Constitucional y la de Franco que permitió una Democracia Parlamentaria. Estos dos hitos contienen un siglo XIX de legitimidad política sustentando en la monarquía constitucional como principio de legitimidad hasta que, en palabras de Javier Pérez Royo, este principio se rompe de manera radical con la Constitución de 1931 donde “hace acto de presencia por primera vez de manera inequívoca el principio de legitimidad democrática, el principio de soberanía popular en el que el pueblo es el lugar de residencia del poder que emanan todos los poderes del Estado” Podríamos decir que la democracia y la soberanía popular eliminan el principio monárquico liberal. Creo que es importante tener presente estos conceptos para evitar la confusión promovida por algunos actores políticos entre un continuo histórico de legitimidad, y vuelvo a Pérez Royo, que partiría del Antiguo Régimen con monarquías absolutistas, las revoluciones liberales que aspiraban a construir monarquías parlamentarias y el advenimiento de la democracia contemporánea  hasta que la dictadura del general Franco la interrumpió además de condicionar la transición a la democracia parlamentaria actual. Esta cadencia temporal de la historia nada tiene que ver con una continuidad en la legitimad política.

La segunda idea me asaltó durante la lectura del libro en forma de pregunta ¿Y si en España todavía no hemos terminado de construir un concepto político e identitario en el que reconocernos? Te confieso que pegué un respingo porque ¡Ohmygod!, eso nos resituaría desde el punto de vista de la construcción nacional en el siglo XIX, en el largo siglo XIX español que, si tradicionalmente se ha localizado entre la Guerra de la Independencia de 1808 y 1923, tal vez en este aspecto podríamos ampliarlo hasta el presente. En cualquier caso para reflexionar sobre la idea de la construcción de una nación que se llama España te invito a situarnos en las tres guerras que tradicionalmente han servido para definir nuestra construcción nacional: Covadonga para expulsar a los “moros”, Independencia para darle una patada en el culo a los “gabachos” y la Civil para enterrar a los “rojos”. La gran hazaña mítica de Covadonga ha quedando en desuso salvo para los que practican los recuerdos más ultras y también suelen reclamar la legitimidad histórica de una Guerra Civil que sin embargo, la gran mayoría de los ciudadanos ha sustituido en su imaginario identitario por el icono de una Transición que, aunque fue una herramienta muy útil y práctica para cambiar el paso de un régimen dictatorial a otro democrático, quizás no tiene ni la virtualidad ni la musculatura suficiente para configurar con clarividencia esa nación que en el siglo XXI todavía llamamos España. Y finalmente, la Guerra de la Independencia, que yo pensaba como ese lugar idóneo para las reproducciones históricas de primavera-verano, pero resulta que de vez en cuando vuelve a situarse en el marco de la construcción nacional, baste con recordar las palabras que la Presidenta de la Comunidad de Madrid dedicó este mismo año al 2 de mayo de 1808: "El pueblo, es decir, la Nación, organizó el levantamiento para defender la misma causa que hoy, dos siglos después, seguimos defendiendo: España y la Libertad" Esta simplificación que arrima el ascua de la historia a la sardina de un eslogan electoral se aleja de la complejidad de un conflicto al que Álvarez Junco asigna diferentes niveles. El enfrentamiento internacional entre Francia e Inglaterra. Los elementos de guerra civil que, aunque la larga interpretación nacionalista ha difuminado, “lo cierto es que las élites de la España de 1808 se dividieron en dos bandos lo que nos lleva a resaltar los aspectos fratricidas de la guerra.” Una cierta reacción anti francesa alimentada a lo largo del todo el siglo XVIII resumida en el adjetivo “afrancesado” que, en lugar de subrayar lo positivo de tu patriotismo, lo único que hace es alimentar el factor negativo del otro nacionalismo, un recelo que sin embargo no afectaba a la familia real de origen francés. La guerra también tuvo mucho de antirrevolucionaria con una inspiración político-religiosa difícil de negar gracias a una “abrumadora presencia de llamamientos a la defensa de la religión heredada frente a los invasores ateos, especialmente del clero rural”

Y en fin, ustedes verán lo que hacen, pero a mí me parece un ejercicio muy interesante navegar por este libro con las dos ideas de fondo que acabo de desgranar. Y después de las recomendaciones volvamos a los Caciques.

Carmelo Romero pretende conectar las realidades socioeconómicas de cada tiempo concreto con los comportamientos políticos de una actividad parlamentaria que, aunque ha cambiado mucho desde el siglo XIX, todavía es posible reconocer en algunos rasgos que caracterizan la ley electoral actual, y el juego de engranajes que desarrolla para sentar en el Parlamento a nuestros representantes: ¿Tiene el mismo valor el voto de cada ciudadano o depende de la provincia en la que resida? ¿Qué papel juegan las listas cerradas y los partidos políticos? ¿Por qué rige en la elección de senadores el principio de mayoría en lugar de la proporcionalidad que se usa para la elección de diputados? Como pueden ver, aunque la mirada al presente es una coda a la cuestión principal de libro, no deja de plantearnos dudas cuyo primer germen lo podemos encontrar en lo que Romero califica de “caleidoscopio caciquil”

Cacique es un concepto básico, atemporal y universal que, adornado de diferentes pelajes según el siglo y la latitud donde se produzca el fenómeno, se caracteriza por hacerse presente en cualquier relación de poder e influencia entre desiguales y así, producir paternalismos, dependencias y clientelismo por eso, cuando calificamos a alguien de cacique le reconocemos “un mando e influencia superiores” ya sea en la actividad política, empresarial o académica. Por eso la línea que separa la percepción exterior de encontrarnos ante un cacique del que no lo es, a veces tan solo tiene que ver con algo tan sencillo como recibir un favor o un atropello. Y como nos recuerda el autor “Mientras exista una sociedad con diferencias socioeconómicas, existirá el caciquismo.”

El autor maneja una considerable cantidad de datos para, evitando juicios éticos o morales, recorrer con profundidad los espacios históricos que ocupa la figura del cacique desde sus origen hasta las leyes electorales que han definido la representación parlamentaria, pero también las piruetas que hay que dar para saltarse esas leyes, caer en el fraude electoral, visitar, con abundancia de nombres propios, una “fábrica de diputados”, darnos un garbeo para reflexionar sobre las diferencias entre los verbos “poder, saber y querer”, y llevarnos una deliciosa sorpresa con un muestrario de animales políticos como los “cangrejos ermitaños y las ”aves de paso”.

Una de las virtudes que Romero muestra es su capacidad literaria en el manejo del lenguaje virado hacia una ironía que recorre el libro de principio a fin y se agradece como agua de Mayo, pequeños oasis en los que detenerse a sonreír, tomar aliento y seguir con un relato construido con el buen oficio de quien sabe contar una historia, y Romero las cuenta con al menos dos tonos diferentes. El primero se caracteriza por una escritura zigzagueante que a veces me recuerda a esos postes que los esquiadores tienen que sortear para que la delicia de deslizarse por el hecho histórico no sea una monótona y aburrida línea recta y así, el ritmo del relato tiene una buena ración de curvas. Es un estilo de escritura que a mí me gusta mucho y que además define muy bien como late el discurso en la cabeza del autor, un discurso del que yo he disfrutado en las clases de Romero y que se asemeja al delicado trabajo del artesano que una veces es el alfarero que acaricia las palabras y otras el joyero que las engasta. Sin embargo no me terminó de convencer el uso de este tipo de expresión en un capítulo tan complejo para profanos como el dedicado a las leyes electorales que, tal vez precisa de ese otro lenguaje que maneja el autor a lo largo del libro y que, mucho más cercano a un tono académico, también lo adereza con algunas curvas que atrapan al lector poco adiestrado en la materia. Un buen ejemplo es ese párrafo en el que Romero asemeja el trabajo del historiador al de esas costureras de antes que eran capaces de pespuntear viejas vestimentas de aquí y de allá hasta componer un vestido nuevo que, más allá de los materiales usados, era el reflejo de la habilidad y el gusto de la costurera a la hora de confeccionarlo.

Caciques y caciquismo en España (1834-2020) es un mapa para conocer las “geografías de la influencia” y muchos de los “males de la patria” que han configurado una idea de nación que, ¡¡quién sabe!! tal vez está pidiendo a gritos un repaso de chapa y pintura. La lectura del libro a veces lleva a la sonrisa por algunos de los sucedidos en un siglo XIX que apreciamos tan lejano, sin embargo y al mismo tiempo, también es una invitación a reflexionar sobre la maquinaria que se mueve detrás del actual modo de representación política y quizás eso ya no nos haga sonreír tanto: ¿Es el caciquismo una mera antigualla?


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10 mayo 2021

Tan cerca

 

El valor de cada metro cuadrado

separa el ritual de la estética:

En un borde de la cama tus labios.

Al otro lado del mundo mi amor.

 

El tedio sostenible es perfecto

desde que, como la sombra de un chimpancé,

no me atrevo a saltar a otra liana

mientras la decepción repite cada noche:

Eres un pobre infeliz

atado a los caprichos

de quien te mira pero ya no te folla.




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03 mayo 2021

Enredados en la redes ¿sociales?

Ilustración @fer_zombra

 

“Las redes sociales son una vidriera en donde se expone la opinión de manera incesante; la subjetividad que producen las redes sociales acaso esté hecha de ese empuje a opinar, de esa obligatoriedad de manifestarse sobre absolutamente todo.”

(Alexandra Kohan. Psicoanalista y docente en la Universidad d Buenos Aires)


Una red además de un aparejo que recoge también es un conjunto de computadoras o equipos informáticos conectados entre sí que pueden intercambiar información, o un poquito más lejos, una red tiene la capacidad para ordenar opiniones de quienes participan en ella y ponerlas a disposición de otros, sean robots, humanos o medio pensionistas. En este marco, Julio Llamazares nos pregunta ¿Pero son sociales realmente? ¿Socializan la opinión de quien la emite o simplemente la enfrentan a otras? ¿Se puede socializar la opinión cuando destila odio o está al servicio de intereses, incluso programada basándose en algoritmos?

Carolina, la librera de El Pequeño Teatro de los Libros, me dio el último empujoncito hace unos doce años para enrolarme en Facebook. Los dos soñábamos con participa en un ágora en el que compartir nuestras inquietudes y participar en un diálogo nutritivo más allá de nuestro círculo habitual de relaciones sociales. Ahora resulta conmovedor comprobar tanta bisoñez sobre una “tecnoutopía” en la que, como explica Marta Peirano, los usuarios cometimos el error de pensar que las redes sociales eran un espacio de debate público. “Esta idea utópica de que las redes iban a ser una herramienta de democratización siempre fue mentira. Su modelo de negocio no consistía en convertirse en una ágora ciudadana, sino en que pasáramos la mayor parte del tiempo conectados para recoger nuestros datos y vender publicidad.” Susana Pérez Soler es un poco más optimista y, aunque afirma que es cierto que las plataformas nunca se han presentado a sí mismas como un foro de debate público, defiende “nosotros sí les hemos acabado otorgando ese papel de forma implícita”

En la actualidad todas las redes  sociales (Twiter, WhatApps, Facebook, Instagram, etc) ejercen de asamblea global sin ningún tipo de moderación y con un control que no sabemos muy bien si se desarrolla de un modo selectivo o al capricho de unos algoritmos que, como recuerda Jaime Rubio Hancock, están diseñados para dar preferencia a unas voces y contenidos sobre otras, y así se corre el peligro de dar visibilidad al insulto, el acoso y la mentira, pero claro, esa manera de relacionarnos es una decisión personal, nadie nos obliga, también podríamos construir unas redes sociales siguiendo del modelo de Irene Vallejo: “Tengo confianza, casi diría una fe ancestral, en la palabra. Creo que es muy importante cómo se dicen las cosas. El problema no son tanto las opiniones, sino la manera muchas veces agresiva y violenta con la que se utiliza el lenguaje. Siempre hago un esfuerzo especial, desde el humor, desde la suavidad, para utilizar bien las palabras, para decir lo que tengo que decir de forma que no vaya contra nadie. Marco Aurelio decía que la amabilidad es invencible.”

En cualquier caso, como dice José Ramón Ubieto, lo digital, con sus luces y sus sombras, ha venido para quedarse y constituir una parte de nuestra realidad que, si bien no puede sustituir la conversación analógica del cara a cara, su presencia es irrenunciable en una nueva conversación que también exige tener un interlocutor al otro lado, y en eso es exactamente igual a la conversación de toda la vida, o casi, porque como asegura Anjana Susarla, las redes difuminan los límites entre los dos tipos de conversaciones “y ofrecen a los mejor relacionados la posibilidad de ser creadores de opinión. Hoy, un solo twit puede restar millones de dólares al valor en Bolsa de una empresa o hacer que un gobierno cambie sus políticas.” Sin embargo también es muy posible que el papel de creador de opinión termine por desnortarse hacia la vereda de la desinformación y la manipulación. Una variación en el rumbo que depende en gran medida de los algoritmos diseñados para una interacción constante detrás de la que se encuentra, como afirma Javier Valenzuela, “gente con intereses: políticos que desean nuestros votos, funcionarios de la ley y el orden que quieren tenernos bien localizados y controlados, millonarios que quieren serlo aún más vendiéndonos todo tipo de cosas”. Ellos son los amos de esos artefactos llamados algoritmos. ¿Y qué podemos hacer nosotros?

Anjana Susarla, desde su cátedra de Inteligencia Artificial en la Universidad de Michigan, nos invita a rectificar los sesgos que pueda producir el algoritmo y así mejorar nuestra situación como usuarios. Para conseguirlo nos reta a mejorar nuestra posición  frente a las máquinas. El primer recurso, como casi siempre, es la educación en este caso sobre redes y algoritmos para comprender que la personalización es posible dentro de un “ecosistema informativo diseñado por las grandes tecnológicas” Susarla parte de una aseveración muy importante: “Las plataformas solo agudizan las divisiones que ya existían”, de manera que si un usuario está previamente al tanto de la actualidad política, de salud o deportiva obtendrá en los buscadores y redes sociales respuestas mejores que le llevaran a sitios de calidad, sin embargo, otro usuario previamente desinformados obtendrá resultados peores y por lo tanto terminará navegando en sitios engañosos y de menor calidad. Aprender a conectarse es el reto y para eso, en palabras de José Ramón Ubieto, hay que ser conscientes de nuestra subjetividad, suspender creencias y prejuicios, huir de la rutina, recuperar la sorpresa y el humor para conversar con esos nuevos sentidos que se abren más allá de los cuerpos.

Quizás ha llegado el momento de pensar en el algoritmo como en ese interlocutor al que podemos interrogar, escuchar y algunas veces ignorar, dejar la comodidad del sujeto pasivo que se deja invadir y activar las funciones propias del debate clásico: Informarse, argumentar y persuadir. En cualquier caso, y después de aplicar estas herramientas, no hay que olvidar las palabras de Susarla: “Las grandes empresas tecnológicas tienen un poder social sin precedentes”, sus decisiones influyen en la opinión pública y “afectan a la confianza de las instituciones democráticas” Por eso deberíamos ser conscientes de que una dependencia excesiva con respecto a las redes sociales producirá daños sociales de los que tal vez no seamos del todo conscientes.

Y una reflexión final: No caigamos en la trampa de criticar y regular una herramienta tecnológica como las redes sociales que ni quieren ni pueden ser valedoras de la veracidad, un ejercicio que antes de la revolución tecnológica del big data estaba en manos del periodismo del que nos alejamos para transitar por esa tela de araña tejida por unos algoritmos que tal vez, solo sean el reflejo de nosotros mismos.



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