Enredados en la redes ¿sociales?
Ilustración @fer_zombra |
“Las redes sociales son una vidriera
en donde se expone la opinión de manera incesante; la subjetividad que producen
las redes sociales acaso esté hecha de ese empuje a opinar, de esa
obligatoriedad de manifestarse sobre absolutamente todo.”
(Alexandra Kohan. Psicoanalista y
docente en la Universidad d Buenos Aires)
Una red además de un aparejo que recoge también es un conjunto
de computadoras o equipos informáticos conectados entre sí que pueden
intercambiar información, o un poquito más lejos, una red tiene la capacidad
para ordenar opiniones de quienes participan en ella y ponerlas a disposición
de otros, sean robots, humanos o medio pensionistas. En este marco, Julio
Llamazares nos pregunta ¿Pero son sociales realmente? ¿Socializan la opinión de
quien la emite o simplemente la enfrentan a otras? ¿Se puede socializar la
opinión cuando destila odio o está al servicio de intereses, incluso programada
basándose en algoritmos?
Carolina, la librera de El Pequeño Teatro de los Libros, me
dio el último empujoncito hace unos doce años para enrolarme en Facebook. Los dos
soñábamos con participa en un ágora en el que compartir nuestras inquietudes y
participar en un diálogo nutritivo más allá de nuestro círculo habitual de
relaciones sociales. Ahora resulta conmovedor comprobar tanta bisoñez sobre una
“tecnoutopía” en la que, como explica Marta Peirano, los usuarios cometimos el
error de pensar que las redes sociales eran un espacio de debate público. “Esta
idea utópica de que las redes iban a ser una herramienta de democratización
siempre fue mentira. Su modelo de negocio no consistía en convertirse en una
ágora ciudadana, sino en que pasáramos la mayor parte del tiempo conectados
para recoger nuestros datos y vender publicidad.” Susana Pérez Soler es un poco
más optimista y, aunque afirma que es cierto que las plataformas nunca se han
presentado a sí mismas como un foro de debate público, defiende “nosotros sí
les hemos acabado otorgando ese papel de forma implícita”
En la actualidad todas las redes sociales (Twiter, WhatApps, Facebook,
Instagram, etc) ejercen de asamblea global sin ningún tipo de moderación y con
un control que no sabemos muy bien si se desarrolla de un modo selectivo o al
capricho de unos algoritmos que, como recuerda Jaime Rubio Hancock, están
diseñados para dar preferencia a unas voces y contenidos sobre otras, y así se
corre el peligro de dar visibilidad al insulto, el acoso y la mentira, pero
claro, esa manera de relacionarnos es una decisión personal, nadie nos obliga,
también podríamos construir unas redes sociales siguiendo del modelo de Irene
Vallejo: “Tengo confianza, casi diría una fe ancestral, en la palabra. Creo que
es muy importante cómo se dicen las cosas. El problema no son tanto las opiniones,
sino la manera muchas veces agresiva y violenta con la que se utiliza el
lenguaje. Siempre hago un esfuerzo especial, desde el humor, desde la suavidad,
para utilizar bien las palabras, para decir lo que tengo que decir de forma que
no vaya contra nadie. Marco Aurelio decía que la amabilidad es invencible.”
En cualquier caso, como dice José Ramón Ubieto, lo digital,
con sus luces y sus sombras, ha venido para quedarse y constituir una parte de
nuestra realidad que, si bien no puede sustituir la conversación analógica del
cara a cara, su presencia es irrenunciable en una nueva conversación que
también exige tener un interlocutor al otro lado, y en eso es exactamente igual
a la conversación de toda la vida, o casi, porque como asegura Anjana Susarla,
las redes difuminan los límites entre los dos tipos de conversaciones “y
ofrecen a los mejor relacionados la posibilidad de ser creadores de opinión.
Hoy, un solo twit puede restar millones de dólares al valor en Bolsa de una
empresa o hacer que un gobierno cambie sus políticas.” Sin embargo también es
muy posible que el papel de creador de opinión termine por desnortarse hacia la
vereda de la desinformación y la manipulación. Una variación en el rumbo que
depende en gran medida de los algoritmos diseñados para una interacción
constante detrás de la que se encuentra, como afirma Javier Valenzuela, “gente
con intereses: políticos que desean nuestros votos, funcionarios de la ley y el
orden que quieren tenernos bien localizados y controlados, millonarios que
quieren serlo aún más vendiéndonos todo tipo de cosas”. Ellos son los amos de
esos artefactos llamados algoritmos. ¿Y qué podemos hacer nosotros?
Anjana Susarla, desde su cátedra de Inteligencia Artificial
en la Universidad de Michigan, nos invita a rectificar los sesgos que pueda
producir el algoritmo y así mejorar nuestra situación como usuarios. Para
conseguirlo nos reta a mejorar nuestra posición
frente a las máquinas. El primer recurso, como casi siempre, es la
educación en este caso sobre redes y algoritmos para comprender que la
personalización es posible dentro de un “ecosistema informativo diseñado por
las grandes tecnológicas” Susarla parte de una aseveración muy importante: “Las
plataformas solo agudizan las divisiones que ya existían”, de manera que si un
usuario está previamente al tanto de la actualidad política, de salud o
deportiva obtendrá en los buscadores y redes sociales respuestas mejores que le
llevaran a sitios de calidad, sin embargo, otro usuario previamente
desinformados obtendrá resultados peores y por lo tanto terminará navegando en sitios
engañosos y de menor calidad. Aprender a conectarse es el reto y para eso, en
palabras de José Ramón Ubieto, hay que ser conscientes de nuestra subjetividad,
suspender creencias y prejuicios, huir de la rutina, recuperar la sorpresa y el
humor para conversar con esos nuevos sentidos que se abren más allá de los
cuerpos.
Quizás ha llegado el momento de pensar en el algoritmo como
en ese interlocutor al que podemos interrogar, escuchar y algunas veces ignorar,
dejar la comodidad del sujeto pasivo que se deja invadir y activar las
funciones propias del debate clásico: Informarse, argumentar y persuadir. En
cualquier caso, y después de aplicar estas herramientas, no hay que olvidar las
palabras de Susarla: “Las grandes empresas tecnológicas tienen un poder social
sin precedentes”, sus decisiones influyen en la opinión pública y “afectan a la
confianza de las instituciones democráticas” Por eso deberíamos ser conscientes
de que una dependencia excesiva con respecto a las redes sociales producirá
daños sociales de los que tal vez no seamos del todo conscientes.
Y una reflexión final: No caigamos en la trampa de criticar
y regular una herramienta tecnológica como las redes sociales que ni quieren ni
pueden ser valedoras de la veracidad, un ejercicio que antes de la revolución
tecnológica del big data estaba en manos del periodismo del que nos alejamos
para transitar por esa tela de araña tejida por unos algoritmos que tal vez,
solo sean el reflejo de nosotros mismos.
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