La curvatura de la córnea

03 mayo 2021

Enredados en la redes ¿sociales?

Ilustración @fer_zombra

 

“Las redes sociales son una vidriera en donde se expone la opinión de manera incesante; la subjetividad que producen las redes sociales acaso esté hecha de ese empuje a opinar, de esa obligatoriedad de manifestarse sobre absolutamente todo.”

(Alexandra Kohan. Psicoanalista y docente en la Universidad d Buenos Aires)


Una red además de un aparejo que recoge también es un conjunto de computadoras o equipos informáticos conectados entre sí que pueden intercambiar información, o un poquito más lejos, una red tiene la capacidad para ordenar opiniones de quienes participan en ella y ponerlas a disposición de otros, sean robots, humanos o medio pensionistas. En este marco, Julio Llamazares nos pregunta ¿Pero son sociales realmente? ¿Socializan la opinión de quien la emite o simplemente la enfrentan a otras? ¿Se puede socializar la opinión cuando destila odio o está al servicio de intereses, incluso programada basándose en algoritmos?

Carolina, la librera de El Pequeño Teatro de los Libros, me dio el último empujoncito hace unos doce años para enrolarme en Facebook. Los dos soñábamos con participa en un ágora en el que compartir nuestras inquietudes y participar en un diálogo nutritivo más allá de nuestro círculo habitual de relaciones sociales. Ahora resulta conmovedor comprobar tanta bisoñez sobre una “tecnoutopía” en la que, como explica Marta Peirano, los usuarios cometimos el error de pensar que las redes sociales eran un espacio de debate público. “Esta idea utópica de que las redes iban a ser una herramienta de democratización siempre fue mentira. Su modelo de negocio no consistía en convertirse en una ágora ciudadana, sino en que pasáramos la mayor parte del tiempo conectados para recoger nuestros datos y vender publicidad.” Susana Pérez Soler es un poco más optimista y, aunque afirma que es cierto que las plataformas nunca se han presentado a sí mismas como un foro de debate público, defiende “nosotros sí les hemos acabado otorgando ese papel de forma implícita”

En la actualidad todas las redes  sociales (Twiter, WhatApps, Facebook, Instagram, etc) ejercen de asamblea global sin ningún tipo de moderación y con un control que no sabemos muy bien si se desarrolla de un modo selectivo o al capricho de unos algoritmos que, como recuerda Jaime Rubio Hancock, están diseñados para dar preferencia a unas voces y contenidos sobre otras, y así se corre el peligro de dar visibilidad al insulto, el acoso y la mentira, pero claro, esa manera de relacionarnos es una decisión personal, nadie nos obliga, también podríamos construir unas redes sociales siguiendo del modelo de Irene Vallejo: “Tengo confianza, casi diría una fe ancestral, en la palabra. Creo que es muy importante cómo se dicen las cosas. El problema no son tanto las opiniones, sino la manera muchas veces agresiva y violenta con la que se utiliza el lenguaje. Siempre hago un esfuerzo especial, desde el humor, desde la suavidad, para utilizar bien las palabras, para decir lo que tengo que decir de forma que no vaya contra nadie. Marco Aurelio decía que la amabilidad es invencible.”

En cualquier caso, como dice José Ramón Ubieto, lo digital, con sus luces y sus sombras, ha venido para quedarse y constituir una parte de nuestra realidad que, si bien no puede sustituir la conversación analógica del cara a cara, su presencia es irrenunciable en una nueva conversación que también exige tener un interlocutor al otro lado, y en eso es exactamente igual a la conversación de toda la vida, o casi, porque como asegura Anjana Susarla, las redes difuminan los límites entre los dos tipos de conversaciones “y ofrecen a los mejor relacionados la posibilidad de ser creadores de opinión. Hoy, un solo twit puede restar millones de dólares al valor en Bolsa de una empresa o hacer que un gobierno cambie sus políticas.” Sin embargo también es muy posible que el papel de creador de opinión termine por desnortarse hacia la vereda de la desinformación y la manipulación. Una variación en el rumbo que depende en gran medida de los algoritmos diseñados para una interacción constante detrás de la que se encuentra, como afirma Javier Valenzuela, “gente con intereses: políticos que desean nuestros votos, funcionarios de la ley y el orden que quieren tenernos bien localizados y controlados, millonarios que quieren serlo aún más vendiéndonos todo tipo de cosas”. Ellos son los amos de esos artefactos llamados algoritmos. ¿Y qué podemos hacer nosotros?

Anjana Susarla, desde su cátedra de Inteligencia Artificial en la Universidad de Michigan, nos invita a rectificar los sesgos que pueda producir el algoritmo y así mejorar nuestra situación como usuarios. Para conseguirlo nos reta a mejorar nuestra posición  frente a las máquinas. El primer recurso, como casi siempre, es la educación en este caso sobre redes y algoritmos para comprender que la personalización es posible dentro de un “ecosistema informativo diseñado por las grandes tecnológicas” Susarla parte de una aseveración muy importante: “Las plataformas solo agudizan las divisiones que ya existían”, de manera que si un usuario está previamente al tanto de la actualidad política, de salud o deportiva obtendrá en los buscadores y redes sociales respuestas mejores que le llevaran a sitios de calidad, sin embargo, otro usuario previamente desinformados obtendrá resultados peores y por lo tanto terminará navegando en sitios engañosos y de menor calidad. Aprender a conectarse es el reto y para eso, en palabras de José Ramón Ubieto, hay que ser conscientes de nuestra subjetividad, suspender creencias y prejuicios, huir de la rutina, recuperar la sorpresa y el humor para conversar con esos nuevos sentidos que se abren más allá de los cuerpos.

Quizás ha llegado el momento de pensar en el algoritmo como en ese interlocutor al que podemos interrogar, escuchar y algunas veces ignorar, dejar la comodidad del sujeto pasivo que se deja invadir y activar las funciones propias del debate clásico: Informarse, argumentar y persuadir. En cualquier caso, y después de aplicar estas herramientas, no hay que olvidar las palabras de Susarla: “Las grandes empresas tecnológicas tienen un poder social sin precedentes”, sus decisiones influyen en la opinión pública y “afectan a la confianza de las instituciones democráticas” Por eso deberíamos ser conscientes de que una dependencia excesiva con respecto a las redes sociales producirá daños sociales de los que tal vez no seamos del todo conscientes.

Y una reflexión final: No caigamos en la trampa de criticar y regular una herramienta tecnológica como las redes sociales que ni quieren ni pueden ser valedoras de la veracidad, un ejercicio que antes de la revolución tecnológica del big data estaba en manos del periodismo del que nos alejamos para transitar por esa tela de araña tejida por unos algoritmos que tal vez, solo sean el reflejo de nosotros mismos.



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