La curvatura de la córnea

17 septiembre 2016

La Asamblea de mujeres: Entre la reivindicación de Echanove y la mofa de Aristófanes




La guerra del Peloponeso (431-404 a. C.) fue un enfrentamiento provocado por el temor de los espartanos al crecimiento de sus vecinos los atenienses. Esparta gana la guerra y deja desolados los campos del Ática, de manera que muchos campesinos se vieron obligados a emigrar a la ciudad de Atenas por lo que se rompió el equilibrio que se había conseguido entre la ciudad y el campo. La peste asoló Atenas propició el hundimiento moral de la población, se impuso un régimen oligárquico y el espíritu cívico que venía floreciendo en la ciudad decayó de forma evidente para decantarse, en palabras de Espelosín, “por elementos individualistas que buscaban el beneficio y la salvación personal en prejuicio de los intereses públicos.”
Esta profunda crisis moral y política se ve perfectamente reflejada en la comedia de la época cuyo autor principal es Aristófanes quien consideraba corruptos y miserables a los líderes políticos, y utilizó la parodia, la obscenidad y un lenguaje innovador para mostrar la gravedad de la situación de la ciudad de Atenas y la necesidad de encontrar una solución inmediata a los problemas.
En esta tesitura Aristófanes escribe su “Asamblea de mujeres” una comedia que sirve de espejo para la actualidad porque cuando en ella nos miramos, nos encontramos con los mismos chupópteros y mangantes que la obra denuncia. Esta fase de la obra es recibida por el público entre el asombro y el jolgorio por aquello de que si, la historia con dos mil años de por medio se vuelve a repetir, pero ay! conforme avanza la comedia descubrimos las verdaderas intenciones de Aristófanes que sí, es cierto que denuncia la corrupción pero, a poco que rascas, encuentras que las nuevas proposiciones para solucionar los problemas de Atenas, esas soluciones que tanto nos suenan porque las hemos escuchado en los medios de comunicación como una nueva ola regeneracionista, al final, junto a las mujeres que las proponen, se convierten en chascarrillo y mofa. No olvidemos que las mujeres atenienses del siglo V a.C. es un colectivo marginado de la vida política y social
Y es precisamente ese desfase en los mensajes el que determina la intensidad interpretativa de la obra. Mientras la comedia transcurre entre mofas por las cuestiones económicas, sociales y políticas la función va viento en popa, sin embargo el viento amaina cuando llega la segunda parte y queda desvelada la intención final del autor que no es otra que dejar en ridículo a ese hipotético gobierno de las mujeres y, por lo tanto, dejar en agua de borrajas todo el ímpetu de cambio.
Y a mí me parece que ese es el motivo para que Echanove, como director de la función, haya buscado una salida más airosa a la representación y añada, a modo de chirigota, el grito que a los ciudadanos de este bendito país nos queda por cantarles a los dirigentes políticos: ¡¡Que nos devuelvan las ruinas!!
Esas ruinas morales y económicas que nos están dejando con el culo al aire.
De esta manera podemos situar a cada uno en su sitio, mientras Echanove subraya la pimienta de los conflictos actuales, Aristófanes nos muestra su verdadera cara, la cara de un tipo conservador y tradicional, algo así como lo que ocurrió en las últimas elecciones en España que parecían traer vientos de cambio pero a la hora de la verdad democrática de las urnas todo se quedó en aquello que decía Felipito Takatún en el televisivo “Un, dos, tres responda otra vez” de los años setenta: Yo sigo.

La función también sigue durante todo este fin de semana en el Teatro Principal de Zaragoza.



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14 septiembre 2016

Historiografía y Memoria. Un brevísimo acercamiento a la última dictadura militar argentina




Mis compañeros en el Grado de Historia Víctor Pérez, Jorge Sánchez, Felipe López y Óscar López, bajo la dirección de la Doctora Mª Palmira Vélez, confeccionaron para la asignatura de América Contemporánea un trabajo de investigación con el título de “Historiografía y Memoria: La última dictadura militar argentina.” Este texto que tienen ante ustedes nace con la pretensión de sintetizar las ideas y los hechos expuestos por mis compañeros sobre el drama que sufrió la sociedad argentina con una sombra que aún llega hasta nuestros días.
Mi exposición no se va regir por el orden de exposición original, sino que va a jugar mezclar e intercambiar los argumentos con la intención de dotar de un ritmo más adecuado a la longitud de este artículo que, para agilizar la lectura, evitará referencias al abundante material bibliográfico que los autores del texto han manejado.

Sintetizar su trabajo ha resultado un excelente ejercicio práctico cuya finalidad es incitar al lector a reflexionar sobre la importancia de poner la memoria bajo el foco de la historia.
 
Historia, Memoria o el reto de los nuevos historiadores
En la actualidad nos encontramos con una sociedad que ejerce su voluntad de recordar hasta el extremo de pensar que lo que está por venir se puede medir por el deseo de imaginar pasados, esa inseguridad por el futuro nos lleva a mirar al pasado con la esperanza de encontrar respuestas para el presente.
La memoria sin embargo también tiene que ver con esos pasados que no pasan, pasados traumáticos y dolorosos que son el resultado de la represión de las dictaduras, y en el caso que nos atañe, la dictadura argentina entre 1976 y 1983.
La memoria, que tantas tensiones puede crear en los terrenos políticos, culturales y sociales, es una magnífica oportunidad para el historiador. Un nuevo campo de investigación con un punto de partida muy claro: No existe equivalencia entre los conceptos de memoria e historia y sin embargo están muy unidos porque ambos carecen de la pretendida objetividad tan inalcanzable para cualquier ciencia.
Las memorias están sujetas a la propia experiencia y son fruto de una compleja relación entre presente, pasado y futuro hasta destilar una determinada representación del pasado. Esa memoria individual es una visión parcial y sesgada que, en manos del historiador, se convierte en una fuente importante que deberá contrastar con otras fuentes documentales para acercarse al estudio científico de ese pasado y de las dinámicas de las sociedades humanas.
Aunque recordar es un ejercicio personal siempre se inserta en culturas grupales, un medio ambiente que lo retroalimenta para convertirse en intereses y cosmovisión compartidos de manera que lo individual termina por transcender hacía lo colectivo. El recuerdo personal se genera dentro de una narrativa colectiva y así la memoria hay que concebirla como un producto esencialmente social.
El olvido es el reverso imprescindible del recuerdo, sobre todo cuando los acontecimientos son traumáticos y entonces, las heridas de la memoria se ven influenciadas por el temor tanto a la represión como a la incomprensión, el resultado final es que la plasmación narrativa resulta muy difícil de conseguir y por lo tanto se allana el camino para el olvido.
La memoria protagoniza muchas disputas políticas porque, mientras el pasado es un territorio propicio para las reinterpretaciones intencionadas. Por eso es imprescindible agrupar en el espacio público diferentes memorias generadas por grupos sociales, políticos o religiosos y construir una memoria colectiva donde concurran la experiencia privada y la oficial en un marco exento de controversia y conflicto.
Los procesos de democratización que siguieron a la dictadura argentina gestionaron el pasado de tres formas muy diferentes: 1 Obtener justicia para las víctimas de las violaciones de derechos humanos. 2 Estabilidad institucional para mirar a un futuro que promueva políticas de olvido y reconciliación, y 3 Enaltecer y glorificar a la dictadura.
Si tenemos en cuenta esos tres posibles escenarios, la figura del narrador se convierte en un factor muy importante porque delimitará de una manera muy determinada el espacio de la memoria y la representación del pasado hasta convertirlo en lucha por el poder, legitimidad y reconocimiento así, frente a la memoria de los oprimidos surgen relatos que otorgan a la dictadura el papel de salvador. Esta dicotomía no implica una contraposición entre la historia oficial asumida por el Estado y otras narrativas alternativas.

Historiografía y contexto político-económico y social de la dictadura argentina
El origen de la represión durante la dictadura argentina hay que buscarlo en una estrategia económica orquestada desde EE. UU. La Operación Cóndor trataba de eliminar los opositores políticos al neoliberalismo ideado desde la Escuela de Chicago y crear un clima de miedo en el resto de los ciudadanos. Videla encabezó esta operación entre los años 1976 y 1983. El discurso público para llevar a cabo estas operaciones se basaba en construir una imagen de peligrosos enemigos del Estado con intención de capturar a un sector indeciso de la sociedad que ni apoya al Estado ni a los subversivos.
La memoria sobre este período de la historia argentina tan solo es una aproximación parcial que reconstruye con fragmentos una realidad oficial a la que se opuso el movimiento de derechos humanos que, frente al discurso oficial centrado en la guerra, se orientó hacia la figura del detenido-desaparecido y de la Triple A (Alianza Anticomunista de Argentina), una organización terrorista que ya empezó a operar antes del golpe de 1976 contra los sectores izquierdistas del peronismo. Con  el triunfo del golpe de estado algunos miembros de la Triple A pasaron a servir al Estado para perseguir a determinados movimientos sociales de izquierda a los que se criminalizaría como terroristas, sin embargo, al amparo de las empresas que salían favorecidas con la implantación de políticas neoliberales de la Escuela de Chicago, el foco de actuación se amplió hacia cualquier persona que no tuviera una visión de una sociedad construida sobre el único valor del beneficio económico, incluidos sectores religiosos ligados al mundo obrero y los miembros de las congregaciones dedicadas al trabajo entre los mendigos y desfavorecidos.
Los periodistas fueron un sector muy castigado porque eran el medio de transmisión entre la sociedad y la realidad de los acontecimientos. Esta represión tuvo como efecto más importante una sociedad desinformada durante los años de la represión.
La mujer, en una sociedad que ya era radicalmente patriarcal, fue un objetivo específico de represión para mellar y degradar su conciencia mediante la violación, y así construir una identidad dominante del hombre en una dictadura que solo ve a la mujer como madre y, por lo tanto, con un importante papel en el cuidado y la educación de los hijos. Por eso era importante contar con mujeres cercanas a la orientación política del Estado y así alejar a los hijos de la subversión y se convertirlos en apéndices del poder militar.

El aparato represor de la dictadura
El aparato represor de la dictadura se dedicaba a secuestrar, trasladar a los centros de detención y torturar en lo que se llamó la guerra contrarevolucionaria.
Un patota o grupo de cinco o seis individuos provistos de arsenal, coches y helicópteros en algunas ocasiones, detenían a los sospechosos a los que previamente habían cortado el suministro eléctrico y aturdido con megáfonos y reflectores. Las patotas se hacían a cara descubierta y, cuando no encontraban a la víctima, podían permanecer en la ratonera hasta que cayera en la trampa.
De los testimonios de las personas que estuvieron detenidas clandestinamente y recuperaron su libertad, se deduce que los centros de detención clandestina se dividían en: 1 Lugares de Reunión de Detenidos donde pasaban periodos considerables de tiempo hasta que se decidía el destino definitivo, 2 Lugares de Transito donde el detenido llegaba inmediatamente después del secuestro y 3 los Centros de Detención Clandestinos que fueron concebidos para practicar la tortura con total impunidad. En este aspecto el trabajo recoge muchos testimonios que voy a obviar pero que sintetizan perfectamente la vejación a la que fueron sometidos las víctimas que se enfrentaban a una paliza de tres horas en lo que se conocía como “sesión de ablande” y que solo era el preámbulo de un proceso de tortura que era revisado por un médico con el objetivo de supervisar los excesos que los torturadores pudieran tener al aplicaban técnicas como la picana eléctrica para descargas en uñas, encías y testículos.
La picana se combinaba con palizas para acosar psicológicamente a la víctima hasta hacerle sentir que convivía con la muerte, entonces las torturas físicas disminuían y entraba en escena el simulacro de fusilamiento, el enterramiento hasta el cuello en fosos cavados en la tierra, para volver a la parrilla que consistía en aumentar el efecto conductor de la electricidad mediante la utilización de agua, quemaduras de cigarros o el submarino que consistía en dejar sin respiración mediante una bolsa.
La pena de muerte se incorporó al derecho penal durante la dictadura y, aunque su aplicación fue sistemática, nunca medió una sentencia judicial. Muchas se ocultaban bajo la apariencia de un enfrentamiento armado o un intento de fuga. Los muertos eran tratados como simples bultos a los que se les marcaba con un número en el pecho. Una idea fundamental que se desarrolló durante la dictadura fue que los cadáveres no se entregan. En ese sentido, un modo frecuente de deshacerse de las víctimas era el lanzamiento de detenidos al mar.
Borrar la identidad de los cadáveres fue una forma de paralizar el reclamo público y aseguraba, al menos por un tiempo, el silencio de los familiares que se agarraban a la esperanza de encontrarlos con vida.
Cuando los secuestrados tenían hijos el procedimiento para con ellos iba desde dejarlos en casa de algún vecino, derivarlos a instituciones para su posterior adopción, entrega a otros familiares, dejarlo libre a su suerte o trasladarlos a un centro de detención donde presenciaban las torturas de sus padres o eran también torturados. Muchos de esos niños todavía figuran como desaparecidos.
Las embarazadas sufrieron torturas específicas, sus cuerpos fueron instrumentalizados en función del nacimiento de sus hijos que pasaron a manos de los verdugos. Las mujeres detenidas y embarazadas mantenían un impulso de optimismo que les llevaba a adoptar un comportamiento positivo y esperanzador con el objetivo de superar las dificultades y sacar adelante su embarazo. Sin embargo, muchas de ellas nunca llegaron a estar en contacto con sus bebés porque los recién nacidos quedaban a cargo del hospital que nunca registraba su ingreso. Los niños terminaban apropiados por miembros de las fuerzas represivas o personas vinculadas a ellos.

El movimiento femenino frente a la dictadura y la desaparición de personas
Azucena Villaflor de Vincenti junto con otras doce mujeres decidieron interponer denuncias de desaparición en las oficinas del Ministerio de Interior de Buenos Aires con la esperanza de obligar al dictador Videla a darles una respuesta. Eran mujeres sin acción política previa que desconocían el proceso judicial y que ya se habían movilizado individualmente hasta encontrarse unas a otras en las largas colas burocráticas donde compartieron sufrimientos hasta que una de ellas, María del Rosario Carballeda de Cerruti escribió una carta a Videla en la que le solicitaba una entrevista y una respuesta sobre el paradero de sus hijos. Las madres comenzaron a reunirse para apoyar la carta con un buen número de firmas hasta fijar un horario de encuentro los jueves a las 15:30 horas en la Plaza de Mayo.
La asistencia crecía cada semana hasta obligar a los militares a contraponer la idea de de mujeres locas pertenecientes a familias subversivas frente al orden que ellos traían a la nueva Argentina.
Aunque Videla nunca las recibió, el coronel José Ruiz Palacio, subordinado del Ministro de Interior, reconoció a una de las madres que hacia un tiempo le había presentado una denuncia sin obtener respuesta. El militar fingió sorpresa al verla y mostro su extrañeza de que todavía no hubiera encontrado a su hija que, argumentó el coronel, seguramente se encontraría en México ejerciendo la prostitución como la mayoría de las subversivas. Ese fue el toque de atención definitivo que puso en alerta a las madres de la Plaza de Mayo: Los militares conocían lo que estaba pasando. Tres días más tarde el gobierno desalojó la Plaza, declaró el estado de sitio y comenzaron las detenciones que incrementaron la solidaridad entre ellas hasta alzar la voz frente a Carter que, recién llegado a la Casa Blanca, frenó la ayuda norteamericana a Argentina.
Las madres deciden aprovechar esta coyuntura y realizan una primera solicitud al gobierno para pedir la aparición de los desaparecidos mediante la petición de firmas que realizan junto a otras asociaciones con las que organizan una marcha para el Día de la Madre a modo de manifestación y donde algunas de las cabecillas fueron detenidas. El inicio de las movilizaciones callejeras contra la dictadura tuvo repercusión en la prensa nacional con la suficiente fuerza como para que el gobierno enviara mensajes a las madres para decirles que sus hijos habían muerto, les entregaban los ataúdes cerrados con la prohibición de abrirlos y sabiendo que no tenían medios pecuniarios para pagar una identificación.
El 8 de diciembre de 1977 detienen a algunas madres, tres días más tarde el diario La Nación publica una solicitada con el nombre de todos los desaparecidos y Azucena Villaflor es secuestrada en mitad de la calle. El golpe fue muy duro para las madres que se vieron huérfanas de su lideresa natural y, aunque poco a poco volvieron a la Plaza, porque el régimen aflojó la represión para que la disputa del Mundial de fútbol de 1978 fuera un éxito para el régimen.
Las Madres sabían que ese Mundial era una oportunidad histórica para poner el problema de los desaparecidos en la agenda internacional. Por eso fue tan importante la fotografía que el capitán de la selección holandesa de hockey les hizo a principios de 1978 y que terminó publicada en la prensa holandesa así, mientras todo el mundo seguía la retransmisión de la ceremonia de apertura del campeonato, las cámaras holandesas seguían la marcha de las Madres.
La represión para las madres se recrudeció cuando el mundial desapareció de las noticias, sin embargo ellas ya habían decidido que su mensaje viajaría por todo el mundo. La internalización del problema empezó en octubre de 1978 con viajes al Canadá, el Vaticano y los EE.UU.
El régimen decidió frenar a las madres, impidió sus reuniones en la Plaza y dictó una ley por la que los desaparecidos pasaban a ser fallecidos. Ante esa afrenta las Madres deciden institucionalizarse como Las Madres de la Plaza de Mayo el 14 de mayo de 1979.
La guerra de las Malvinas, que el régimen pretendió utilizar a su favor, terminó por ser su puntilla. Así a lo largo de 1982 las Madres aparecían en algunos actos políticos como una marcha por la democracia en octubre, o un viaje a Europa a principios de febrero de 1983.
El 28 de febrero de 1983 se anunció que las elecciones se celebrarían el 20 de octubre del mismo año. Ante los nuevos tiempos que se aproximaban las Madres decidieron no adscribirse a ningún partido político para evitar ser utilizadas en campaña y el día de las elecciones se presentaron en las mesas electorales dónde debían acudir a votar sus hijos.
El 23 de septiembre de 1983, un mes antes de las elecciones, se sancionó la ley de Pacificación Nacional que extinguía los delitos cometidos con la finalidad de luchar contra los terroristas o los subversivos desde mayo de 1973 hasta junio de 1983
Después de la Junta
Raúl Alfonsín ganó las elecciones y aprobó una serie de leyes que llevaron a juicio las Juntas. Sin embargo su discurso fue un ejercicio de simetría porque, aunque pretendía castigar los crímenes de las Fuerzas Armadas, se señalaba a la guerrilla como la causante del desorden social y la ruptura de normas. Este lenguaje permitió enjuiciar a las cúpulas guerrilleras por actos cometidos entre 1973 y 1983, y a los militares por la represión establecida después del golpe de estado de 1976.
Esta interpretación gubernamental recibió el nombre de la teoría de los dos demonios que, mientras justificaba de manera implícita los actos represivos del aparato militar, eliminaba del marco jurídico toda referencia a ideologías o compromisos políticos, la tarea fundamental era determinar los crímenes obviando su motivación política. Con este escenario político fueron las organizaciones no gubernamentales las que se encargaron de obtener al mismo tiempo verdad y justicia ocupando el espacio público para denunciar tanto las políticas de amnistías patrocinadas por el gobierno, como mantener viva la memoria de los afectados apoyándose en multitud de evidencias documentadas, testimoniales y jurídicas que, sin embargo, no rompen con la argumentación de los defensores de la dictadura, de manera que la imagen de la violencia política se queda teñida por lo que se llamó La vulgata procesista: Unn relato que justifica la represión legal frente a las organizaciones armadas y sus “crímenes de la izquierda”
La equidistancia entre terrorismo de izquierda y de Estado permitió dibujar un infierno que ya no remitía a la experiencia de los desaparecidos, sino que situaban en la misma ecuación la violencia guerrillera y estatal. Sin embargo, frente al silencio de los historiadores de los años ochenta, la memoria de los crímenes de la dictadura militar y el dolor provocado se hicieron imperecederos.
En 1986 se aprobó la Ley de Punto Final que establecía un tiempo límite para llevar a juicio a los opresores.
En 1987 se aprobó la Ley de Obediencia Debida que absolvía a los militares de rango intermedio de las acusaciones por violación de los derechos humanos durante la dictadura, por considerar que habían actuado cumpliendo órdenes de sus superiores. La grave crisis económica provocó un adelanto electoral y Carlos Menem ganó las elecciones en 1990 , un gobierno peronista que sin embargo incorporó el ministerio de economía al máximo responsable de esa área durante los últimos tiempos de la Junta Militar, es una continuidad en las formulas neoliberales de la Escuela de Chicago que consistió en privatizar empresas estratégicas para, junto al recorte el gasto público, satisfacer a los inversores extranjeros a la vez que se agredía a las capas más bajas de la población hasta conseguir que a mitad de los habitantes del país quedaran por debajo del umbral de pobreza.
En cuanto a la memoria de la represión, las políticas de Menem reemplazaron el derecho penal por el civil, es decir, se otorgaron indemnizaciones económicas a las víctimas del terrorismo de Estado después de absolver tanto a las Juntas Militares como a los cabecillas de la guerrilla que habían sido condenados en 1985, y el gobierno reconoció su parte de responsabilidad por las desapariciones y asesinatos.
Los estudios sobre la dictadura de la Junta Militar surgen con mayor visibilidad a lo largo de los años noventa. Investigadores jóvenes que pertenecen a una generación que no ha vivido durante ese período en edad adulta nutren nuevas propuestas mediante la puesta en valor de la historia oral hasta que en julio de 1998 se crea el Proyecto de Reconstrucción de la Identidad de los Desaparecidos a través de los relatos de familiares y amigos que recuperan la historia de su vida y conservan la memoria de los desaparecidos mientras Videla es detenido.
Con la llegada del nuevo siglo los cambios en la historiografía argentina avanzan hacia una mayor profundización entre memoria e historia, de manera que se privilegian aquellos temas que la historia profesional a orillado por cuestiones ideológicas, así las memorias de la víctimas de la dictadura y las resistencias sociales al neoliberalismo adquieren una nueva musculatura y, aunque la relación con el gobierno pasó por momentos de  crisis, el relato sobre el terrorismo de estado es asumido por el estado a partir del año 2004, sin embargo es un estatuto de verdad que se ha gestado mucho más en el ámbito judicial que en el académico.
El presidente Néstor Kirchner pronunció un discurso el 24 de marzo del 2004 en la sede de la Escuela Mecánica de la Armada como el lugar representativo de los campos de concentración clandestinos de la dictadura y que jugó un papel fundamental en la represión. El mensaje del presidente de la república Argentina fue meridianamente claro y, frente a la cúpula militar, dijo que desde ese día el ejército, como brazo armado de la patria, debía portar orgulloso sus armas para nunca volver a levantarlas contra el pueblo argentino.
El cadáver de Azucena Villaflor secuestrada en diciembre de 1977 no fue identificado hasta el 2005. Las Abuelas en la actualidad siguen con su labor a través de la Fundación HIJOS, acrónimo de Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio, donde se puede acceder a bases de datos con fotografías y otro tipo de información sobre desaparecidos.

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