La curvatura de la córnea

24 agosto 2021

Justicia talibán

 

Jorge Said está en Kabul para ser nuestros ojos. En la crónica de hoy cuenta su deambular por la zona perimetral de aeropuerto custodiada por los noruegos donde miles de personas avanzan y retroceden desesperadas por entrar. El acceso es una puerta metálica pero para llegar hay que saltar una alambra,  después salvar un canal por el que, a modo de foso, discurren dos metros ancho y dos de profundidad de aguas sucias. En medio de la corriente hay un alambre de espino y a cada lado cientos de personas esperando. No cuántas han sucumbido dentro del canal.

Said se encuentra con un hombre abatido de unos cincuenta años que, junto a su mujer y sus dos hijos de nueve y diez años, le cuenta que trabajó durante cinco años para Estados Unidos como guardia de seguridad y que lleva cinco días acudiendo al aeropuerto con todos los papeles en regla. Este hombre es uno de los miles de personas que han colaborado con las fuerzas militares extranjeras y que ahora temen las represalias del nuevo régimen talibán. Su ejemplo explica a la perfección la distancia que va desde octubre de 2001 cuando George W. Bush ordenó el comienzo de la Operación Libertad Duradera que, con un nombre tan esperanzador ha terminado en agosto de 2021 con unas declaraciones de Biden para olvidar eslóganes y  poner las cosas en su verdadero sitio: “El objetivo del despliegue nunca fue construir una nación democrática, sino luchar contra el terrorismo”

El hombre sentado junto al canal que delimita el aeropuerto de Kabul está desesperado porque le han robado la bolsa de viaje justo cuando trataba de pasar por encima del alambre. La bolsa de viaje contenía 7.000 dólares. Todo su dinero, el dinero que guardaba para, si todo fallaba, intentar escapar por tierra vía Irán o Pakistán. El hombre ha perdido toda esperanza y entre lamentos afirma: “Ojalá a los ladrones los encuentren los talibanes y les corten las manos.”

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22 agosto 2021

(Casi) Nadie llora en Haití

 


La periodista Lorena Arroyo nos cuenta desde Haití la situación de un país desde el último terremoto que se suma a una larga lista de desastres naturales, crisis económica, sanitaria y hace unas semanas un magnicidio. El periplo de Lorena se puede resumir en una frase: En Haití se han agotado las lágrimas.

El paciente grita cuando el cirujano ortopédico Chovel Arcy le endereza la pierna fracturada pero no llora. Ylet Gertha tiene 25 años y cuenta que en el anterior terremoto perdió a una hija, a sus padres y a una hermana. Ella que no tiene para comer asegura que Dios sabe lo que hace y no llora. El campo de fútbol de Los Cayos es un campamento improvisado donde cientos de familias que lo han perdido todo viven bajo plásticos, chapas y telas. Los niños duermen en el suelo pero allí nadie llora. Un escuadrón de hombres busca varillas para reciclar o algo que sirva para algo en los motones de escombros y casas derruidas. Ninguno de ellos llora. Aunque se escuchan gritos, indignación y desesperación, sobre todo se invoca a Dios. Pero no hay lágrimas. No sé trata de no sentir el dolor, quizás es que el dolor es tan grande que ya no sabes cómo reaccionar cuando piensas en 2.200 muertos, 12.000 heridos y al menos 300 desaparecidos.

Lorena afirma que los haitianos se han quedado sin lágrimas sin embargo, ha podido ver con los haitianos en un hospital saturado de heridos organizan una procesión para acompañar a una embarazada que pasea entre otros pacientes antes de romper aguas y dar a luz. Dos enfermeras envuelven el  cuerpo de una anciana que acaba de morir en medio de una sala donde varios recién nacidos han llegado al mundo poco después del terremoto. Allí sí, los bebés están llorando y eso es un buena señal.

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21 agosto 2021

Cuando tu trabajo es luchar contra el fuego


La unidad helitransportada de bomberos forestales solo necesita cinco minutos para activarse en caso de recibir un aviso de emergencia. Preparan las comunicaciones, asignan las tareas y, antes de subirse al helicóptero, se miran a la cara, bajan las revoluciones suministradas por la adrenalina, comprueban que todos están bien y que el equipo es el correcto. Solo entonces parten hacia la primera línea de combate para tratar de contener el fuego.

Llegar desde la aire les permite acercarse lo máximo posible hasta el foco del fuego y, asistidos por sus compañeros de tierra, pueden recorrer más de 500 metros desde el lugar donde les deja el helicóptero pertrechados de monos ignífugos, guantes, casco, mochila con herramientas, tres litros de agua, botiquín, barritas energéticas y una muda limpia. Nunca saben dónde pueden acabar.
Habitualmente trabajan en terrenos con desnivel, altas temperaturas y llamas de metro y medio de altura. Lo primero es bajar la temperatura del terreno y para eso está bambi, un balde con 1.200 litros de agua que también marca la diferencia entre el novato que recibe de lleno una lluvia de agua sobre su equipo y el veterano que sabe sortear la avalancha para comenzar seco el trabajo cortar la vegetación, separar lo verde de lo calcinado y preparar cortafuegos con las azadas o quemando con las antorchas de goteo.

La brigada helitransportada no tiene contacto con la población, desciende a los infiernos, hace su trabajo y vuelve a desaparecer en el aire. Alguna vez han leído un gigantesco “gracias” pintado de blando sobre el asfalto. Entonces se emocionan, porque estos bomberos no son máquinas, son trabajadores que en la valla de entrada de la base donde entrenan han colgado una pancarta reivindicando estabilidad laboral.


(A partir de un texto de Cristina Vázquez)

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17 agosto 2021

El pesquero que se detuvo en altamar

 


(Gracias a Guillermo Vega)

 

Oliver Miranda empezó a faenar en alta mar a los 12 años y ahora, desde el puente de mando del Nuevo Olimar, lleva para adelante un empresa que se dedica a la pesca y venta de atunes.

Todo empezó en abril, cuando el sol despuntaba sobre el horizonte y uno de los tripulantes avistó con sus prismáticos un bulto sobre el mar. La distancia era muy grande para determinar con precisión de que se trataba y el Nuevo Olimar se acercó hasta confirmar que era un cayuco. Entonces avisaron a Salvamento Marítimo mientras se acercaban lo suficiente para contemplar el horror de una veintena de personas tumbadas sin fuerza sobre el fondo del bote. Cuatro era cadáveres.

Isaac Tetteh que ya peinaba la cincuentena y se defiende con el inglés conversó con alguno de ellos que relataron un viaje desde Gambia con más de 70 personas y como la muerte les había obligado tirar al mar cadáver tras cadáver. Los marineros les entregaron galletas y agua a los náufragos pero sus cuerpos solo sabían vomitar.

El Nuevo Olimar se quedó al lado del cayuco para marcar su posición hasta que llegó la avioneta del Servicio Aéreo de Rescate y los tres helicópteros que transportaron a los supervivientes. El barco pesquero permaneció junto a los cadáveres hasta que una nave de Salvamento Marítimo se hizo cargo de ellos. Después el pesquero siguió faenando pero ya nada sería igual para aquellos siete hombres que habían vertido sus lágrimas en el mar.

El rescate hizo mella en los pescadores del Nuevo Olimar y lo que más pienso, reflexiona en voz alta uno de ellos, es que son personas como nosotros que lo deben estar pasando muy mal para arriesgarse en un viaje tan peligroso. Los pescadores siguieron en la faena de surcar el mar en busca de nuevas capturas sin saber que los ojos tras los prismáticos volverían a encontrarse con la tragedia vestida de muerte, hipotermia y deshidratación.  Pero ellos, después de cada avistamiento y rescate, hacen lo único que pueden hacer. Continuamos faenando. Es nuestro trabajo y tenemos que seguir.

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16 agosto 2021

El lujo de ser pesimistas

 La gran victoria del populismo llegará cuando todos y cada uno de los debates políticos, sociales y culturales se hayan polarizado y simplificado, que la lógica derecha-izquierda, buenos-malos, los míos-los otros colonice cualquier discusión, que la complejidad del mundo en el que vivimos se resuma en memes, chascarrillos y ocurrencias. Dos buenos ejemplos son la avalancha que se produjo en redes sociales con fotos de chuletones, parrilladas y otras viandas que impidieron un debate sosegado y profundo sobre el consumo de carne, o la jovialidad que pretende dejar en un nadená las evidencias de un cambio climático y decir que lo suyo es que en el verano haga caló, mucha caló y, como corolario, una patadita de pim pam pum en el culo de Greta Thunberg para echarnos unas risas. Y así vamos, los populistas con la verdad absoluta y los demás a silbar a la vía, incluidos los 234 científicos de 66 países que han redactado después de tres años de trabajo el sexto informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) con la pretensión de radiografiar una crisis climática que, más allá de lo que vemos en camiseta de tirantes y calzoncillos desde nuestro balcón, tiene un alcance global

El historiador Philipp Blom afirma que, para enfrentarnos a este debate deberíamos partir de tres puntos compartidos por todos y así evitar derivas populistas: 1 No nos encontramos ante un dilema moral. 2 No es cuestión de culpas, ni la naturaleza está castigando a la humanidad. 3 y quizás el más importante, el debate tiene un punto de partida muy sencillo: Los sistemas naturales están cambiando debido a la acción del hombre y, por lo tanto, quizás no deberíamos seguir en la misma dirección por la que hemos transitado hasta ahora.

Blom en su reflexión da un paso más y relaciona la idea del deterioro natural como  la muerte que sigue al éxito de una economía que exige más crecimiento a costa de alterar complejos sistemas naturales, y que esa dinámica se está trasladando a nuestras democracias gracias a la acción populista que “deteriora la confianza en las instituciones, la información y la ciencia” con la pretensión de mantener status y afianzar riqueza. Y aquí es donde surge la pregunta ¿Quién se atreverá a plantear un futuro por el que merezca la pena luchar? ¿Quién va a diseñar una transformación positiva que genere nuevas circunstancias para una nueva generación?

Blom apela a la necesidad de un proyecto común con perspectiva y continuidad antes de que las democracias y las estructuras cívicas se desintegren en esa desesperanza azuzada por tanta palabrería banal. Su posición creo que es demasiado optimista cuando afirma que “lo único necesario es la voluntad política y la presión para llevarlo adelante”, pero no sé yo… al fin y al cabo el futuro del clima también se decide en otras latitudes y la esperanza en el desarrollo de nuevas tecnologías, modelos sociales y estructuras de cooperación a nivel mundial, no sé a ustedes, pero a mí se me hace una bola muy grande que soy incapaz de vislumbrar, y me fastidia porque como afirma Blom “es demasiado tarde para permitirnos el lujo de ser pesimistas.”

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14 agosto 2021

La esencia del fútbol es no desafinar

 

La selección española de futbol jugó en las olimpiadas de Tokyo con una pareja de centrales finos, ese nuevo tipo de jugador que sabe tocar la bola y tiene capacidad para empezar a construir el juego de ataque desde el borde del área propia. Una de las pegas que se les achaca a estos jugadores es que no tienen el gen defensivo que les permite olvidar el academicismo del toque y regresar a la tradición del defensa contundente de antaño, cuya máxima era que si pasaba la pelota no pasaba el delantero y su mejor recurso técnico era dar un buen patadón para enviar el cuero, y el peligro de gol, a cincuenta metros de la portería.

Para solucionar mi duda sobre la conveniencia de mezclar estos dos tipos de jugadores en el equipo nacional acudí a los conocimientos técnicos de mi amigo Alberto Turón Calvete que, en lugar de resolver mis dudas, me dedicó un par de regates a pierna cambiada hasta culminar con una sentencia que parecía un penalti en el último minuto: Javi, eres demasiado romántico.

Alberto tiene razón, soy un romántico y creo que la culpa la tiene mi padre. El señor Isaac que no era futbolero más allá de partirse de la risa cuando veía en la tele a Hugo Sánchez dando aquellas volteretas para celebrar sus goles, sin embargo consiguió que me aficionara al Atleti en una época en la que el fútbol estaba mucho menos presente en los medios de comunicación y solo veíamos con la boca abierta los resúmenes dominicales en el programa Estudio Estadio mientras la moviola nos hipnotizaba con el cuerpo de los jugadores a cámara lenta: Ahora para adelante y ahora para atrás. La excusa perfecta para alimentar esa eterna discusión que todavía no ha terminado sobre si una falta es falta, faltita o sigan, sigan señores que eso es fútbol.

Mi padre me contó muchas historias que siempre empezaban con un viaje inesperado a Bilbao, unas veces llevaba en su camión un motor que era urgente reparar para que la mina siguiera funcionando, otras veces tenía que salir pitando con el Land Rover para recoger a unos importantes geólogos que querían investigar las entrañas de Utrillas. En todas aquellas aventuras siempre terminaba visitando el campo de San Mamés donde los bilbaínos cantaban loas a su equipo sin importarles el marcador, al final lo esencial del fútbol era la camaradería entre la afición y no desafinar. Quizás por eso, cuando empecé a ver los partidos del Utrillas en el Campo La Vega, más allá de mi admiración por la efectividad goleradora del Pepico, el despliegue físico y táctico del Juli o la velocidad del Chemari, lo que más me gustaba era observar la grada. Mis amigos gritando consignas, las primeras carantoñas de una pareja o las montañas de cáscaras de pipas para matar el nerviosismo de un resultado adverso. Hubo una época que lo romántico dejó paso a lo violento y recuerdo estar atónito en la grada sin entender nada y con una pena muy grande. Ese relato no me gustaba.

En mi conversación con Alberto terminé afirmando que los románticos somos los únicos que podemos hacer que el fútbol sobreviva porque, como recuerda Julio Llamazares en el periódico de hoy, se ha convertido en la película de Los hermanos Marx en el Oeste, “un negocio que necesita quemar los vagones para continuar andando y el combustible ha empezado a escasear” y quién sabe si veremos estallar esa burbuja efervescente de millones sepultando el juego, las buenas historias, los maravillosos relatos. Llamazares es pesimista y afirma que “para el fútbol el tiempo del romanticismo ya pasó”, pero yo quiero situarme en el lado optimista del campo porque creo que la mirada de los aficionados es la que puede producir ese cambio: Regresemos al terreno de juego donde luchan los protagonistas, que fluyan los relatos en las gradas, en los bares y en el sofá, que lo más importante sea no desafinar.

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13 agosto 2021

Puta y la falta de distancia crítica


 

La sensación que tuve al escuchar por primera vez una canción de María Arnal y Marcel Bagués fue que habían metido en la misma coctelera mis escuchas musicales de los años noventa que, un pelín alejadas de las marea indie encabezada por Los Planetas, tuvieron como grandes protagonistas a Massive Attack y La Musgaña. Eso era lo que hacía el dúo catalán: Meter en el vaso de la batidora la música tradicional y las máquinas musicales del siglo XXI.

María Arnal contaba en el periódico de ayer que ella “una mezcla muy ibérica” conectó con los sonidos de su familia, de su bisabuela granadina, de sus abuelos murcianos y extremeños y de sus tíos de Huesca y Almería gracias a las grabaciones del etnógrafo estadounidense Alan Lomax. María cuenta como se metió en esa burbuja de tradición, la hackeó y la hizo suya. Algo que pudo hacer, entre otras cosas porque, aunque “muchas de esas canciones de campo fueron recolectadas por la Sección Femenina de la Falange y el franquismo supo asociarlas a ritos católicos, durante mucho tiempo fueron algo como rancio. Y ahora nosotros tenemos una distancia crítica que nos permite enamorarnos de ellas sin romantizarlas, lo que nos da la libertad de destrozarlas y a la vez devolverles el poder”

Entiendo bien lo que dice María Arnal porque a mí me pasó algo parecido con la copla, que llegó a mis catorce añitos de edad a través de la radio sin los filtros que la situaban como una herencia cultural del franquismo y así, solo me quedé prendido por aquellas historias de pasión, amor y celos que me permitían comprar al mismo tiempo en la tienda de discos del Tubo de Zaragoza el Rock & Roll Animal de Lou Reed junto a un grandes éxitos de Concha Piquer. Era la distancia crítica que reclama María Arnal.

Distancia crítica es lo que no tiene la ultraderecha de este país con ese ejercicio tan cansino de a cada ratico sentirse ofendidos en sus sentimientos religiosos. Esta vez ha sido con el cartel de la gira de Zahara en el que ven una “ofensa extrema a la Virgen”, cuando la contextualización del cartel con respecto al último trabajo de la cantante lo convierte en una apelación a quienes ponen las etiquetas, no a quien las sufre. Por eso creo que, en realidad, a los ofendidos les importa muy poco ni la Virgen ni la religión, lo que les molesta del cartel es que les señala a ellos, a los que etiquetan todo lo que consideran diferente o inferior para distinguir a los unos de los otros, para que quede bien claro quienes están fuera de su cuerda y por lo tanto solo merecen desprecio.

Afortunadamente Zahara hace tiempo que los tiene calados y por eso les compuso una canción: “Entiendo que sea divertido hablar de mí, comentar si tengo muchos o pocos amigos, imaginar cómo follo y con cuántos. Pensar en toda la mierda que tengo que aguantar, en cómo cambio si no estoy maquillada, que a las ocho de la mañana con el moño parezco otra. Me recordará cómo fue una buena portera, y yo como fui una buena persona, y que ella no me contó las cosas que decían los vecinos de mí, esos que no se quejaban de mí, esos con los que nunca habló mal de mí. Pero al cruzar la puerta nada de eso salió conmigo. El abrazo falso, sus mentiras a la cara, las voces que me decían que me había llamado puta.”


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09 agosto 2021

Las gotas del agua de planchar

 


(Gracias a Leila Guerreriro)

Cuando mi madre sacaba el paño y las sábanas viejas con las que transformaba la mesa de la cocina en el territorio de la plancha, yo salía corriendo a por mí cubo de detergente Colón y lo volcaba junto a la nevera. Enseguida ordenaba aquel batiburrillo y lo transformaba en mi batalla favorita, de un lado los indios Apaches pertrechados de caballos, arcos y hachas. A una baldosa de distancia el Exin castillo con muralla, torres y ciudadela al cuidado de un buen número de marines norteamericanos. Siempre dudaba en qué lugar colocar a los vaqueros y la mayoría de las veces terminaban ajenos a la batalla al cuidado de un ganadería de osos pardos, cocodrilos y unos cerdos tremendamente gordos que cuando llegaba Navidad se trasladaban al portal de Belén.

Mientras los indios rodeaban las murallas y caían como moscas, mi madre ponía dos gruesas planchas de metal sobre la cocina de carbón para que se fueran calentando, llenaba una taza transparente de Duralex con agua del grifo y, sobre el sillón de anea donde siempre se sentaba mi padre, colocaba un montón de ropa. Entonces comenzaba la coreografía, el ir y venir de las planchas desde lo alto de los fuegos a los cuellos de las camisas o los pantalones vueltos del revés. De vez en cuando mi madre metía los dedos en la taza con el agua de planchar y con un movimiento magistral distribuía las gotas sobre la prenda en la que inmediatamente aplicaba la plancha de turno con unos movimientos ágiles, rápidos y certeros.

Yo alargaba la batalla innecesariamente porque, aunque la fuerza bélica de las metralletas y los cañones de los marines era inmensamente superior al rudimentario equipamiento de los Apaches, en realidad estaba esperaba el gran momento que, no sé cómo lo hacía, me pillaba desprevenido: Mi madre mojaba sus dedos en el agua para planchar pero, en el último momento hacía gala de una gran habilidad, giraba la muñeca en el último momento y mandaba un par de ráfagas de gotas de agua de planchar sobre mi cara. Entonces yo daba un respingo y protestaba enérgicamente con un falso y mal disimulado enfado que mi madre curaba con otra y otra y otra ración de gotas que ya les hubiera gustado a los Apaches como munición para tomar el castillo. Todo terminaba en una explosión de carcajadas y, mientras mi madre no dejaba de planchar, yo me revolcaba por el suelo incapaz de dominar la risa.

De a pocos regresaba la calma y entonces mi madre me pedía que le llenara la taza de agua porque con un trasto como tú por aquí no hay manera de planchar con tranquilidad. A mí me gustaba mucho acercarme, tomar la taza y llenarla de nuevo porque cuando la devolvía a la zona de operaciones mi madre me miraba con una sonrisa, me decía gracias hijo mío y yo sentía toda la fuerza de su amor.

El momento mágico se esfumaba cuando yo abría con rapidez la puerta de la calle mientras mi madre gritaba escalares abajo: ¡¡¡Javi recoge todos esos trastos que has dejado en medio!!! Pero yo ya corría por el Barrio del Piojo camino de la vía vieja del tren. 


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04 agosto 2021

Lo más importante de esta vida


Yo no sé a ustedes, pero a mí me enseñaron en la EGB que los humanos tenemos cinco sentidos, ya saben: gusto, vista, olfato, oído y tacto. Nuestro cuerpo tiene órganos que captan las impresiones que reciben a través de esos sentidos, las transmiten al cerebro y allí se convierten en sensaciones. Ese alambicado universo es nuestra manera de relacionarnos con el mundo exterior. Sin embargo me acabo de enterar que tenemos un sexto sentido, nada que ver con el éxito cinematográfico de Bruce Willis ni con esa creencia popular sobre algún tipo de clarividencia, premonición o la capacidad de comunicarse con un mundo habitado por ángeles y fantasmas, y aquí cada uno de ustedes puede completar la lista con cualquier tipo de ente, energía o vibración.

Pero volvamos a la ciencia, o mejor dicho, a la neurociencia que representa el catedrático Ignacio Morgado Bernal y sus estudios sobre la función del sentido interoceptivo: Representar el estado fisiológico del cuerpo gracias a unas neuronas que funcionan como espejo y construyen una sensación de nuestro cuerpo. Son unas neuronas capaces de hacer una metarrepresentación para que tengamos autoconsciencia corporal y seamos capaces de sentir lo que sentimos, neuronas que crean la impresión de que nuestros sentimientos corporales son nuestros, que los tengo yo, que son míos y sólo míos.

Me peta la cabeza: Tenemos unas neuronas que nos cuentan en cada momento como se siente nuestro cuerpo y son capaces de graduar el nivel de bienestar o malestar en cada momento, unas neuronas que transforman esa información para que seamos capaces de evaluar nuestra calidad de vida. Cada uno de nosotros tendrá su metas, sus objetivos y la ocasión de, como afirma Juan José Millas, decidir el joven, el adulto e incluso el viejo que quieres ser, pero por encima de tus propias decisiones hay unas neuronas que están comparando el bienestar de cuando éramos jóvenes con la nueva información que les llega desde el corazón, los pulmones, los riñones y el sistema digestivo, y con esos datos elabora un informe donde se califica el estado general de nuestro cuerpo para determinar y dar fuerza a las emociones y a los diferentes estados de ánimo y así, las emociones, más allá de nuestra fuerza de voluntad, las ganas de estar contento o triste o cabreado, no dejan de ser una ilusión que, y perdonen el resumen, depende de que funcione bien el tránsito intestinal.

Y es que ya me lo decía mi padre, enfermo crónico de estreñimiento: Hijo mío lo más importante de esta vida es cagar bien.

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03 agosto 2021

Más feliz que nunca

 

Ahora que me voy estoy más contenta. Ojalá pudiera explicar mis motivos, quizás entonces me entenderías mejor. Pero también creo que sería un ejercicio inútil porque en realidad nunca me has querido entender. Daba igual si te daba una oportunidad o mil, tu pensamiento, ese que crees tan inteligente, nunca ha hecho el mínimo esfuerzo por saber quién soy, por eso te escribía aquellas cartas que tanto te hacían reír cuando las recogías en el buzón y en las que me contaba para ti. Escribir me ayudaba a salir de ese pasillo oscuro por el que transitaba. Si las hubieras leído comprenderías mi pasado y el camino que seguí hasta llegar a ti. No fue un paseo agradable y a veces, cuando fantaseaba con otra vida, pensé que tu amor era la estación final.

No, no digas nada, no digas que no es justo. Ahora te veo claramente como el tipo indeseable que me asustaba, no era protección lo que me ofrecías, tan solo la oscuridad que precede al odio. Odias la vida, a la gente y a mí. Me trataste como a una mierda y yo, tan triste y desolada, pensé que me lo merecía.

No te voy a recordar todas las veces que me hundiste porque he decidido vaciarme de ti. Tú nunca has estado a mi lado, he borrado todas tus huellas, tus golpes y tu malababa y ahora, en estos momentos de gloria, voy a salir a la luz del sol para ser más feliz que nunca. Jodidamente feliz.

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02 agosto 2021

Carta abierta a Oscar

Creo que nunca te había dicho que casi todo lo que he leído sobre Cuba ha salido de la mirada de Mauricio Vicent corresponsal de El País en la isla desde que yo recuerde. También es cierto que desde tu viaje profesional a Cuba estoy más pendiente de las noticias que vienen de allá, un lugar que me ha fascinado de antiguo especialmente por cuestiones musicales, hay que tener mucho arte para dirimir sus discrepancias políticas publicando dos canciones bailables que, más allá de sus títulos: “Patria y muerte” y Patria y vida”, son en su propia identidad musical, todo un alegato de quienes están más preocupados por las esencias del pasado y de quienes miran al futuro. Es imposible no amar a Cuba y a los cubanos.

La crónica que ha escrito Vicent para el periódico de hoy recogía el resumen de un debate entre las diferentes sensibilidades políticas que conviven en la actualidad cubana. De todas las intervenciones me ha llamado especialmente la atención la de “la única chica del grupo” que, tras recordar a todos los asistentes que, más allá de las discrepancias políticas, les une su condición de privilegiados, de estudiantes universitarios que alcanzaran una formación que les permitirá abrirse nuevos horizontes en la isla, pero también fuera de ella. Por eso ella reclama la voz a pie de tierra de las gentes de su barrio: Un arrabal de La Habana donde “no hay opciones” Y entonces esta muchacha desgrana un mensaje sobre el que tú y yo hemos hablado muchas veces. Los vecinos de su barrio solo piensan en cosas concretas que les afectan: el techo de la casa que se cae, la falta de comida y de medicinas, las largas colas y los apagones en el suministro de energía eléctrica. Por eso defiende que en los lugares más empobrecidos, en el campo y en gran parte de la juventud no están en la discusión de teoría sobre si el Gobierno debe abrir espacios políticos, la población espera soluciones inmediatas que resuelvan sus necesidades.

¿Recuerdas la de veces que hemos tenido esa conversación? La primera faena de cualquier opción política es bajar a la realidad de los problemas como trampolín para llegar al éxito en las urnas, la redacción del BOE y finalmente alcanzar un potente cambio social. Luego se tendrá que empaquetar el mensaje, construir un relato atractivo y activar los marcos teóricos para avanzar en la mejora de la democracia.

Ya ves Oscar, cada vez que Cuba se cruza ante mis ojos me acuerdo de ti.

Un abrazo.

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01 agosto 2021

Simone Biles y el doble giro



El Yurchenko de Gervi es uno de los movimientos de mayor dificultad de la gimnasia. Es una figura que se ejecuta en el potro al que se llega de espaldas tras hacer una voltereta lateral en el suelo antes de impulsarte en el trampolín para, una vez en el aire, hacer un doble giro con las piernas estiradas. Es un salto poco habitual que no estaba en el sistema de puntuación para mujeres, al menos hasta que Simone Biles lo ejecutó en mayo de este año para convertirse en la primera mujer que lo había ejecutado en una competición oficial. Ese era el salto que todo el mundo esperaba en el debut de Biles en Tokyo. Sin embargo el doble giro se quedó reducido a solo uno. Cualquiera de nosotros no se habría percatado del detalle, en estos ejercicios todo va tan deprisa que uno no sabe muy bien que es lo que está ocurrido hasta que no llega la súper cámara lenta, sin embargo Paloma del Rio, comentarista habitual de TVE, inmediatamente se dio cuenta de que algo no iba bien. Era muy raro lo que había ocurrido. Después llegó la noticia: Simone Biles abandonaba la competición para priorizar su salud mental.
El gimnasta Gervasio Deferr recuerda que cuando los gimnastas saltan sufren una pérdida de orientación, un proceso que se va entrenando y aprendiendo para controlar dónde está su cuerpo y cuando ha llegado el momento de aterrizar. Es un proceso que se termina por dominar. En este caso, afirma Deferr, no se trata de que Biles no sepa lo que ocurre cuando está en el aire, es algo mucho más peligroso, es no saber qué te pasa por la cabeza cuando estás ejecutando un ejercicio del alto riesgo que mal ejecutado puede producir lesiones físicas muy graves. Tener la cabeza en cualquier otro lugar menos en la ejecución del salto es un asunto muy feo.
¿Recuerdas ese momento en el que no tenías la cabeza donde debería estar y tuviste que dar un frenazo con el coche, o volver a por el niño que te habías dejado en el parque, o esperar el siguiente cambio de sentido para tomar la salida correcta de la autopista?

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¿Quién es Olga Moreno?

 


Agosto es un territorio propicio para que aparezcan en la prensa nuevas firmas que vienen a sustituir las vacaciones de los opinadores titulares. Es la primera vez que leo a Jimina Sabadú en la penúltima de El País, en la columna que habla de la tele.

Sabadú recuerda que ya han pasado 21 años desde que Ismael Beiro era el tipo más famoso de España, lo recuerdo bien porque el día que ganó el primer Gran Hermano estaba acampado en Asturias siguiendo el Festival Doctor Music y la noticia corrió por la campa del festival a gran velocidad. Aquella noche términos brindando con un litro de cerveza por aquel tipo. Qué tiempos, co.

Sabadú recuerda que, desde entonces, los realitíes ya no son lo que eran y que aquella pureza original se ha diluido en unas tramas muy complejas que beben del odio. Ahora lo importante es odiar a uno de los participantes, de manera que la aventura de la convivencia se ha sustituido por la emotividad. El otro gran cambio es la transición entre los anónimos en los que podías reconocerte (ya ves tú) y los famosos que pescan peces con las manos o hacen una radio con dos cocos. Sabadú afirma que con estas transformaciones hemos perdido las ganas de maravillarnos y que de nosotros depende volver a las tierras vírgenes del asombro y la sorpresa o “quedarnos condenados a escuchar a Olga Moreno desmentir que tiene piojos” Y entonces, al llegar al final del artículo, me preocupo de verdad por mi ignorancia: ¿Quién es Olga Moreno?

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