Puta y la falta de distancia crítica
La sensación que tuve al escuchar por primera vez una
canción de María Arnal y Marcel Bagués fue que habían metido en la misma
coctelera mis escuchas musicales de los años noventa que, un pelín alejadas de
las marea indie encabezada por Los Planetas, tuvieron como grandes
protagonistas a Massive Attack y La Musgaña. Eso era lo que hacía el dúo
catalán: Meter en el vaso de la batidora la música tradicional y las máquinas
musicales del siglo XXI.
María Arnal contaba en el periódico de ayer que ella “una
mezcla muy ibérica” conectó con los sonidos de su familia, de su bisabuela granadina,
de sus abuelos murcianos y extremeños y de sus tíos de Huesca y Almería gracias
a las grabaciones del etnógrafo estadounidense Alan Lomax. María cuenta como se
metió en esa burbuja de tradición, la hackeó y la hizo suya. Algo que pudo
hacer, entre otras cosas porque, aunque “muchas de esas canciones de campo
fueron recolectadas por la Sección Femenina de la Falange y el franquismo supo
asociarlas a ritos católicos, durante mucho tiempo fueron algo como rancio. Y
ahora nosotros tenemos una distancia crítica que nos permite enamorarnos de
ellas sin romantizarlas, lo que nos da la libertad de destrozarlas y a la vez
devolverles el poder”
Entiendo bien lo que dice María Arnal porque a mí me pasó
algo parecido con la copla, que llegó a mis catorce añitos de edad a través de
la radio sin los filtros que la situaban como una herencia cultural del franquismo
y así, solo me quedé prendido por aquellas historias de pasión, amor y celos que
me permitían comprar al mismo tiempo en la tienda de discos del Tubo de
Zaragoza el Rock & Roll Animal de Lou Reed junto a un grandes éxitos de
Concha Piquer. Era la distancia crítica que reclama María Arnal.
Distancia crítica es lo que no tiene la ultraderecha de este
país con ese ejercicio tan cansino de a cada ratico sentirse ofendidos en sus
sentimientos religiosos. Esta vez ha sido con el cartel de la gira de Zahara en
el que ven una “ofensa extrema a la Virgen”, cuando la contextualización del
cartel con respecto al último trabajo de la cantante lo convierte en una
apelación a quienes ponen las etiquetas, no a quien las sufre. Por eso creo que,
en realidad, a los ofendidos les importa muy poco ni la Virgen ni la religión,
lo que les molesta del cartel es que les señala a ellos, a los que etiquetan todo
lo que consideran diferente o inferior para distinguir a los unos de los otros,
para que quede bien claro quienes están fuera de su cuerda y por lo tanto solo
merecen desprecio.
Afortunadamente Zahara hace tiempo que los tiene calados y por
eso les compuso una canción: “Entiendo que sea divertido hablar de mí, comentar
si tengo muchos o pocos amigos, imaginar cómo follo y con cuántos. Pensar en
toda la mierda que tengo que aguantar, en cómo cambio si no estoy maquillada, que
a las ocho de la mañana con el moño parezco otra. Me recordará cómo fue una
buena portera, y yo como fui una buena persona, y que ella no me contó las
cosas que decían los vecinos de mí, esos que no se quejaban de mí, esos con los
que nunca habló mal de mí. Pero al cruzar la puerta nada de eso salió conmigo. El
abrazo falso, sus mentiras a la cara, las voces que me decían que me había
llamado puta.”
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