La curvatura de la córnea

26 abril 2014

Segismundo sueña… en el Teatro de las Esquinas




El teatro llegó a su gran esplendor y popularidad en el siglo XVII con Lope de Vega como el gran renovador, sin embargo fue Calderón de la Barca quien retomó la fórmula teatral de Lope, embelleció el lenguaje y la amplió hacía territorios más reflexivos y, aunque también escribió comedias de capa y espada, en la obra de Calderón encontramos eso que Menéndez Pelayo clasificó como drama filosófico. La vida sueño pertenece a esa estirpe y tal vez por eso, en estos tiempos en los que las autoridades educativas pretenden reducir la presencia de la filosofía en las aulas, encontrar una propuesta en torno a esta  obra de Calderón es un reclamo, un interés que se agudizó cuando leí en el programa de mano que Teatro de Acción Candente quiere “recuperar la esencia de Calderón”
La esencia de La vida es sueño está íntimamente relacionada con la época barroca y los enfrentamientos que la caracterizan: protestantes contra católicos; absolutistas contra parlamentaristas. Podemos extender este planteamiento al texto de Calderón de la Barca que aborda la predestinación frente al libre albedrío o la realidad frente a la ficción. Dos debates de profundo calado que, después de cuatro siglos, siguen presentes en el devenir cotidiano del siglo XXI.
Teatro de Acción Candente resume su propuesta en la creación de un nuevo Segismundo que se enfrenta a la disyuntiva moral de obrar con virtud o hacerlo siguiendo los instintos de esta era de la globalización cuando la virtualidad de nuestra vida ha tomado una elevada presencia en redes sociales y gracias a elementos tecnológicos que poseen la enorme capacidad de modular nuestros sueños, un territorio muy peligroso dónde se diluyen las fronteras entre lo real y lo ficticio.
Así planteado, uno podría pensar que La vida es sueño 2.0 será una propuesta dedicada a analizar el mito platónico de la caverna y como el hombre occidental del siglo XXI se enfrenta a esta nueva realidad on line que nos permite proyectar las sombras de nuestra personalidad para crear un mundo de ficción al alcance del teclado del resto del mundo. Vivir esa realidad, que tanto tiene de ficción, (o viceversa) es sin lugar a dudas uno de los debates filosóficos de nuestra era.
Teatro de Acción Candente, aunque se apoya en la obra de Calderón, deja muy a las claras que su intención final no es traerla hasta el siglo XXI para comprobar si su propuesta dramática y filosófica tiene validez. La compañía opta por dejar sobre las palabras de Calderón la reflexión del ser humano,  introduce un texto nuevo desarrollado formalmente en la rima y el ritmo del siglo XVII, y ejecuta un salto kantiano que abandona el mundo de las ideas para lanzarse al mundo de los fenómenos, al mundo que nos rodea, al mundo experimentado por nuestros sentidos, palpable y tan actual que termina por convertirse en un mundo político, y por el camino de la política, Teatro de Acción Candente plantea un determinado discurso ideológico. En este recorrido hemos ganado lo actual, la realidad de los periódicos y los noticiarios de televisión; pero también se ha diluido la complejidad conceptual de los grandes temas propuestos en la calderoniana La vida es sueño versión siglo XVII, y por lo tanto, creo que se pierde una buena ocasión para cambiar la perspectiva, sobrevolar los acontecimientos y, con la saludable intención de abrir la puerta a la reflexión, plantear el eterno dilema “ y en el mundo, en conclusión / todos sueñan lo que son / aunque ninguno lo entiende.”

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25 abril 2014

Cuando la ciencia se escribe con H*



Fotografía de Mike Stimpson



Introducción
Los profesores Mario Lafuente y Esteban Sarasa nos preguntaron en clase sobre el carácter científico de la Historia. Mi respuesta fue negativa y tracé algunos torpes argumentos para defender que la historia no era una ciencia. Lo pensaba sin un ápice de desconsideración y basándome en algo muy simple: El término “científico” se percibe como aquello de la universalidad de las leyes empíricas y la invariabilidad de que dos más dos con cuatro.
A esta convicción se sumó el título del texto de Vitale “La historia como disciplina del conocimiento” Dos motivos que me llevaron a confeccionar esta recensión en torno al carácter científico (o no) de la historia, una cuestión que nunca se termina de dilucidar.
El comienzo de la lectura del texto de Vitale fue desconcertante porque utilizaba una argumentación que me atrevo a considerar como poco relevante, un gasto inútil de energía. No comprendo el interés en comparar la disciplina histórica con otros ámbitos del saber a los que nadie discute el adjetivo de científicas. Es un ejercicio que se aproxima a un cierto complejo de inferioridad. Es evidente que la Historia tiene muchos problemas para trabajar con el denominado “método científico” porque, tanto la metodología como la teoría aplicada a las disciplinas históricas están relacionadas al estudio del hombre, la cultura y la sociedad, ámbitos dónde la anhelada exactitud de las disciplinas científicas encuentra caminos muy angostos.
Antes de entrar en el texto de Vitale creo que es necesario advertir que intentaré subrayar las ideas generales que allí se contienen y obviaré, por motivos de espacio y claridad expositiva, los muchos y variados ejemplos concretos con los que ilustra sus opiniones.
Para terminar esta introducción me atrevo con una reflexión, una máxima que quizás suene demasiado arriesgada y que dice así: La Historia no es una ciencia, bueno ¿y qué? Es evidente que esa frase no tiene la pátina académica que mis improbables lectores merecen, por eso acudo a las palabras de Fernando Savater[i]: “Observó Nietzsche que las cosas que admiten definición exacta no tienen historia, mientras que cuanto cambia históricamente solo se define con borrones y tachaduras: de modo que sabemos de una vez por todas lo que es el triángulo equilátero pero no la democracia.”

La permanente crisis de las leyes
El primer argumento que utiliza Vitale para construir su discurso sobre la idiosincrasia de la historia es acudir a la evidencia de que la causa principal para negar el carácter científico de la historia es su incapacidad para formular leyes. Una afirmación que sería suficiente para zanjar el tema con cierto orgullo humanista.
Pero Vitale, en lugar de centrarse en los cimientos sobre los que se construye la historia, se lanza a otros terrenos que aportan poco a la arquitectura metodológica y teórica de la historia, y lo que es aún peor, desprenden un cierto aroma a complejo de inferioridad en esa competición por establecer una comparación imposible entre las diferentes disciplinas del saber.
Vitale afirma que las ciencias llamadas exactas tampoco están en condiciones de establecer leyes al ciento por ciento seguras y, es evidente podríamos poner muchos ejemplos de afirmaciones científicas que a lo largo de la historia han sido desmentidas, corregidas o ampliadas. Vitale recuerda las leyes mendelianas de la genética, o las teorías físicas sobre la velocidad de un electrón para finalizar en un salto mortal:
Muchas de las virtudes que se le atribuían a las ciencias están cuestionadas; formaron parte de una ideología impuesta por la clase dominante con la finalidad de convencer de que todos los problemas de la sociedad capitalista iban a ser resueltos con el “progreso científico”. La falacia de esta argumentación es tan manifiesta que hoy existe en el mundo más cesantía, hambre, miseria y alienación humana que cuando se inició este siglo preñado de la idea de progreso.
Tal vez sea un exceso responsabilizar al progreso científico de los problemas de la sociedad capitalista pero, en cualquier caso poco tiene que ver esa posición con el carácter de la historia. Y en ese error insiste Vitale cuando rechaza los resultados de la investigación científica que ha impulsado los aspectos militares y se ha visto favorecida por “la conquista del espacio exterior” Creo que es razonable recordar que algunos de los avances tecnológicos en el terreno militar han traspasado esos ámbitos hasta instalase en la vida doméstica. Podría citar algunos ejemplos, pero eso resultaría gravoso para la responder a la pregunta que nos ha traído hasta aquí ¿Qué es la historia?
Vitale sigue el itinerario marcado y sitúa el segundo rechazo a las ciencias en “la tendencia al parcelamiento de la realidad” que ha pasado de la concepción griega de la realidad, en la que se trataba en su totalidad, hasta el actual proceso de especialización en universos cada vez más pequeños.
Tampoco estoy de acuerdo con Vitale en este punto porque, si bien es cierto que un conocimiento generalista y variado es muy saludable, la especialización es imprescindible para llegar a un elevado grado de creatividad y eficacia. En esa tesitura, tanto las ciencias como la Historia, deben profundizar en el carácter interdisciplinar de sus investigaciones para que, desde la cooperación entre variedad y especialización de conocimientos, se avance con rotundidad.
Pero en cualquier caso, estas reflexiones de Vitale para desprestigiar a las ciencias naturales o científicas nada aportan al dilema que nos ha traído hasta aquí ¿Tiene o no tiene carácter científico la disciplina histórica? Pero parece que Vitale sigue su itinerario de argumentos sin atender a mis deseos y esta vez inicia un viaje que nos lleva desde los griegos hasta el siglo XVII de Newton, pasando por el “oscurantismo medieval” y el renacimiento. Un viaje sobre la historia de la ciencia en el que Vitale reduce su papel en un intento de desprestigiar a una rama del saber con la pretensión de justificar el saber histórico. Es un error evidente porque como nos recuerda José María Mardones[ii], las ciencias nacen y evolucionan en circunstancias históricas determinadas y la filosofía de las ciencias se preguntará por las relaciones que pueden existir entre ciencia y sociedad, ciencia y religión, etc. Los científicos hacen las ciencias, pero la ciencia no está definida de una vez por todas porque el conocimiento no es algo concluido, es dinámico y se va renovando constantemente y, por lo tanto, las definiciones se van modificando. Mardones, con esta concepción de la historia de las ciencias, pone en su sitio el trayecto paralelo por el que discurre ciencias y conocimientos.
En ese mismo sentido me gustaría añadir la perspectiva de Carr [2010:122] cuando afirma que:

A partir del siglo XVIII, cuando la ciencia había contribuido de modo tan espectacular al conocimiento que el hombre tenía del mundo y de sus propios atributos físicos, empezó a plantearse la pregunta de si la ciencia no podría también coadyuvar a un mejor conocimiento de la sociedad.
Pero Vitale mantiene su itinerario cuando afirma que, debido a la dependencia en términos industriales, las ciencias vienen a estar subordinadas tanto del Estado como de las empresas para concluir:

La ciencia es, pues, producto de su tiempo y del régimen de dominación político que impone una determinada división del trabajo, hecho que obliga a las epistemologías a replantearse constantemente sus fundamentos. Cuestionar la ciencia –cada vez más institucionalizada- no significa de ningún modo negar la necesidad de producir conocimientos verificables y, sobre todo, socializarlos para evitar el monopolio del saber de quienes hacen uso y abuso del conocimiento.
Y termina acentuando la diferencia entre historia y ciencia porque ambas “tienen que analizar contenidos diferentes –sociedades en permanente cambio y, por lo tanto, laborar con una epistemología distinta.” Entonces parece que Vitale se decide a abandonar las disquisiciones entre ciencia y conocimiento, y nos brinda su propia respuesta a la pregunta esencial que rige los rumbos de este trabajo: ¿Qué es la historia?

Lo que debe preocuparnos no es si una producción histórica es calificada de científica /…/ sino si ha sido capaz de explicar, con pruebas los procesos de cambio de la sociedad estudiada /…/ lo que interesa verdaderamente es la producción de conocimientos con contenidos que contribuyan a explicar el devenir de las sociedades, mediante procedimientos verificables.
Largo preámbulo de Vitale sobre el devenir de las ciencias para llegar a una definición del quehacer histórico con la que estoy totalmente de acuerdo, y tal vez por eso, es un buen momento para detenernos en torno a una breve visión del desarrollo histórico  que ha tenido la disciplina histórica, y que nos permitirá vislumbrar que, como ya vimos muy someramente con las ciencias, el paso del tiempo modifica intereses y paradigmas. Para alcanzar ese objetivo intentaré poner orden cronológico a la desordenada senda que nos muestra Vitale.
Comenzaré por las épocas primigenias que Vitale olvida y que nos llevan hasta cuando la historia ni siquiera se planteaba frente a la divinización del poder y la justificación de los ritos. Tuvo que llegar la Grecia Clásica con Herodoto y Tucídides como cimientos de una disciplina que, ya por entonces, se debatía entre la importancia que Herodoto daba al relato histórico, al carácter utilitarista del conocimiento del pasado y al protagonismo del hombre; frente a Tucídides que subrayaba los hechos y la postulación de leyes según las cuales acontecían esos hechos. Una doble tendencia que se acentúa en el mundo romano hasta la decadencia medieval, momento en el que la historia pasa a ser un género menor vinculado al hecho religioso cuya máxima expresión es la hagiografía. De la dependencia religiosa se pasó, en los siglos XIV y XV, a una exaltación del poder de los príncipes que representaban a unos Estados necesitados de algún tipo de legitimización histórica para su construcción. Vitale deja claro que no está de acuerdo con la visión renacentista de una “historia de acontecimientos”, con crónicas muy ligadas al poder. Una historiografía que perduró hasta el siglo XVII como marco de modernidad y en claves humanistas. Esta concepción entró en crisis con la llegada del Barroco y la generalización del interés por las ciencias de la naturaleza. Entonces toma auge el papel utilitarista de la historia que, reconociendo la imposibilidad de una certeza absoluta, se considera que es suficiente alcanzar un grado de certidumbre que nos permita entender e interpretar el orden social en el que vivimos. Es lo que Vitale define como “historia de las estructuras” que contienen realidades históricas, un modelo que tampoco le satisface aunque, sin lugar a dudas fue el estado previo y necesario para que a partir del siglo XVIII se instalase una visión positivista de la historia que buscaba encontrar una teoría de la ciencia histórica sometida a los métodos de las ciencias naturales. Sin embargo Vitale reconoce que, ante la evidencia de que la historia está imposibilitada para establecer leyes similares a las que producen las ciencias naturales, se corre el riesgo de caer en esa tentación de “legitimar el carácter científico” del quehacer histórico a base de “forzar los hechos de las historia en función de esquemas apriorísticos, generalmente de tipo ideologizante.”
En este sentido me parece muy importante añadir al debate la visión del historiador Pierre Vilar[iii] y su forma de concebir la profesión de historiador como un profesional que no sacrifica el objetivo de  proporcionar conocimientos acerca del pasado frente a algún tipo de justificación de carácter ideológico, político o religioso. El historiador, continúa Vilar, tiene que saberse partidario y debe explicar claramente como ha orientado los análisis, y dejar al lector la tarea de apreciarlos. Esa es una lección de honestidad que contrasta con tantos dogmáticos de la historia y sus respectivas verdades objetivas.
Vitale camina por los terrenos trazados por Vilar cuando nos recuerda que la visión unilineal planteada por el positivismo fue “oportunamente rechazada por Marx” que planteaba sus estudios sobre el capitalismo, no como una teoría general impuesta a todos los pueblos, y por lo tanto apriorística, “sino un análisis concreto de una sociedad determinada.” O como señala el propio Vitale en palabras de Engels[iv] “es necesario reestudiar toda la historia, deben examinarse en cada caso las condiciones de existencia de las diversas formaciones sociales”
Hay que esperar hasta el siglo XIX para que el historicismo promueva una historia cuya tarea sea juzgar el pasado, con idea de instruir el presente y que sea un beneficio para el futuro. Estamos en el momento en el cual se reconoce el papel principal de las fuentes históricas y se sitúa al historiador en el mero papel recopilador para que sean los hechos los que hablen.
Frente al dominio del historicismo se produce una nueva orientación de la historia bajo la denominación de “historia social”. Esta es la historia que defiende Vitale, una historia “que explique las formaciones sociales, tanto de sus estructuras como de sus manifestaciones individuales, políticas y culturales.” Una concepción que lo acerca definitivamente a la visión de Pierre Villar[v] cuando afirma que el objeto de la ciencia histórica es la dinámica de las sociedades humanas determinada por tres hechos fundamentales que tienen que ver con las masas, las instituciones que dictan las relaciones humanas y los acontecimientos políticos. La historia, ante este complejo panorama, no pude ser un simple retablo de hechos. El historiador debe plantearse cuestiones y resolver problemas de cómo, cuándo y por qué se producen los cambios sociales.
Las características descritas sintetizan los postulados más representativos de la escuela de los Annales que inauguró una época en la que, como recuerda Vitale, su puso “el acento en aspectos económicos y sociales” y es a partir de esta afirmación cuando el autor afirma que “el hecho histórico no es sólo el acontecimiento político, el dato, la anécdota o los números de una estadística, sino el resultado de un complejo de elemento de carácter social.” Esta aseveración nos lleva directamente a la concepción que tiene Vitale sobre la manera de construir la historia y, por lo tanto, al siguiente apartado de este texto.

Construir la historia
La construcción histórica es la principal tarea del historiador que decide los hechos que son relevantes para configurar el dibujo histórico del pasado. Ese proceso, según Carr, es un diálogo constante entre los datos y el historiador que deberá jugar con diferentes factores y, de los muchos posibles, ahora veremos los cuatro que más interesan a Vitale.

Tiempo y espacio

La preocupación de Vitale sobre el binomio tiempo y espacio se plantea cómo la noción de espacio que ha discurrido desde el concepto de un territorio ocupado por los pueblos hasta una percepción universal, sin olvidar su carácter social. Y en este devenir nos encontramos con un tiempo cronológico que, a fuerza de “lineal” puede llevarnos a conclusiones falsas porque los tiempos de cada formación social son particulares y, reunirlos en una sola temporalidad, nos recuerda Vitale, implica problemas teóricos y técnicos. Por eso Vitale subraya que es en la unión de ambos conceptos donde radica el interés de los mismos y así:

La historia, como disciplina, no relata el mero suceder de los hechos en el tiempo y en el espacio sino que explica el cómo y el por qué de las transformaciones, sobre todo el salto cualitativo de los cambios, cuya percepción es clave para el oficio de historiador. Analiza tanto las situaciones como el movimiento y la dinámica de las formaciones sociales.
Vitale nos está avisando de ese mal que podríamos denominar “presentismo” y que consiste en juzgar los hechos del pasado con premisas del presente, o aún peor, buscar justificaciones históricas en el pasado que alimenten posiciones políticas o de otra índole en el presente. En ese sentido recojo lo publicado por José Álvarez Junco[vi], catedrático de historia de la Universidad Complutense, sobre el tiempo como factor de legitimización política.
La utilización de la historia para legitimar dominaciones políticas se basó durante milenios, en la existencia de antecedentes remotos e ilustres. Nada justificaba más un poder político que tener una antigüedad de milenios

Interdisciplina

Vitale centra su discurso en la necesidad de una construcción histórica interdisciplinar, y se lamenta que Braudel y su aportación a la historia de los Annales, tuviera la deficiencia de un método interdisciplinar en el que “no se percibe el hilo conductor que interrelacione los acontecimientos ni las tendencias principales de los procesos.”
Estoy de acuerdo con la aspiración de Vitale y su interés por acentuar la importancia de un hilo conductor. Parece evidente que la colaboración interdisciplinar entre de diferentes ciencias es imprescindible para el desarrollo histórico. Podríamos citar varios ejemplos pero tal vez sea suficiente recordar todo el aparataje necesario en la prospección arqueológica que precisa de técnicos especializados en electromagnetismo. Sin embargo, lo más importante de estas colaboraciones, como dice Vitale, es tener siempre presente que lo más importante, lo que debe guiar el estudio es el hecho histórico y, por lo tanto, la dirección y el timón en cualquier investigación histórica debe permanecer al mando de un historiador capaz de coordinar con eficacia un equipo interdisciplinar tan importante como necesario.

Método comparativo

Vitale trata de encontrar las posibles regularidades en los procesos históricos gracias al método comparativo. Un método, nos recuerda, que nada tiene que ver con la concepción de Hume: “una regularidad es una conexión constante (es decir repetible) entre fenómenos” Vitale aboga por la concepción marxista del método comparativo que critica la posibilidad de establecer leyes en la Historia, sin embargo puede “detectar regularidades y tendencias generales en las sociedades, en la economía, en la política e inclusive en la cultura” y esta es, precisamente, la tarea fundamental de la historia como disciplina: Detectar las tendencias generales de avance, retroceso y estancamiento que pueden darse tanto a nivel nacional como internacional. “Este tipo de razonamiento es capaz de llevarnos hasta el resbaladizo terreno que, como recuerda Vitale, traspasa las hipótesis sobre los acontecimientos estudiados y nos lleva “a una previsión proyectada hacía atrás /…/ para la investigación sobre los vestigios materiales de las antiguas culturas”

Periodización y eurocentrismo

Vitale nos alerta sobre el problema de construir la historia con un marcado carácter eurocentrista que “tienen un aparato conceptual inadecuado para el análisis de las formaciones asiáticas, africanas y latinoamericanas y que han impedido ver las particularidades de estas formaciones sociales y conceptualizarlas a un nivel realmente universal.”
El eurocentrismo es la base de una deficiente periodización de la historia que, atada a la arbitrariedad de las cuatro edades limitadas a Europa: Antigua, Media, Moderna y Contemporánea, establece unos compartimentos demasiados rígidos y que Bloch trató de suavizar con el concepto de “solidaridad de las Edades” que trata de la imposibilidad de fragmentar la historia porque todos los periodos históricos están íntimamente relacionados.
Sin embargo, un estudio sistemático y programado necesita según Vitale “establecer una periodización adecuada” como una clave fundamental para la historia “porque condensa los cambios cualitativos experimentados por las formaciones sociales /…/ y sintetiza las transformaciones significativas que han ocurrido en la historia, transcendiendo la mera secuencia cronológica.”
Vitale nos abre la puerta a la reflexión sobre el tiempo histórico versus tiempo cronológico y, parece evidente que el tiempo de la historia es diferente al tiempo de los físicos. El tiempo histórico es el de los hombres en su organización social y por lo tanto, la duración y el movimiento de las sociedades es el tiempo que interesa al historiador, cuya función será corresponsabilizar a cada dimensión espacial una formación social precisa. De esta manera el tiempo deja de poseer un valor universal porque su incidencia es desigual en las sociedades que comparten el mismo tiempo cronológico. Esa diversidad en el ritmo de los procesos históricos tiene un significado histórico en los procesos de cambio que a veces son tan dilatados como varios siglos o tan veloces como un par de semanas.
Vitale afirma que esa forma de pensar la periodización es más adecuada que la tradicional separación por edades o por sistemas de gobierno utilizada por la historiografía tradicional. Un esquema rígido que, como recuerda Vitale, es capaz de dejar fuera a un período que hemos llamado prehistoria y que se presenta “como una época escindida del proceso de desarrollo de la humanidad” Pero Vitale lo deja claro “En rigor, todo es historia. Cualquier manifestación de la actividad humana, antes o después de la escritura, constituye historia”
Vitale hace hincapié en dos maneras de periodización. La primera la podríamos llamar periodización ecologista que “tratando de superar la clasificación tradicional de la historia, han caído en una nueva unilateralidad, al tomar solamente en cuenta el deterioro de los ecosistemas”, y entonces cita a Saint-Marc como responsable de dividir el tiempo histórico en tres grandes etapas

Una que va desde la revolución agrícola hasta el surgimiento de la manufactura, caracterizada por la supeditación de la economía al rimo de las leyes naturales; otra, desde la Revolución Industrial, en que la actividad económica escapa a las leyes de la naturaleza; y finalmente, la fase de la naturaleza, que sería la que estamos viviendo, en la cual la escasez y fragilidad del espacio natural se han constituido en el más dramático de los problemas para la supervivencia del hombre.
Después de leer esta forma de periodización fui al asalto del Doctor en Geografía José María Cuadrat. Lo encontré en los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras y, tras recibirme con amabilidad, abrió la puerta de su despacho y contestó a mi pregunta sobre la posibilidad de realizar una periodización de la historia en base a condiciones estrictamente naturales. Su respuesta fue negativa. Toda periodización debería partir de una relación dialéctica entre hombre y naturaleza. Como lo hace la descrita por Saint Marc, sin embargo el profesor Cuadrat consideró que esa periodización adolecía de algunos de matices que, desde su punto de vista, deberían ampliar la clasificación hasta cuatro periodos:
1ª Paleolítico. Es una época de relación posibilista en la que el hombre “hace lo que puede” condicionado por la falta de herramientas y limitado por la energía de sus manos frente a una naturaleza que se muestra poderosa.
2ª Agraria. La revolución agraria para obtener los primeros rendimientos a la tierra gracias a las herramientas que lo permiten como hachas y azadas. El hombre empieza a utilizar la energía del viento y del agua. En este período ya podemos encontrar una mala gestión de la naturaleza y deforestaciones intencionadas capaces de modificar las condiciones climáticas de las zonas sobreexplotadas.
3ª Revolución industrial y expansión al mundo con una gran capacidad de explotación y modificación de la naturaleza gracias a las nuevas técnicas de producción, a las que se incorporan las energías fósiles y nuclear.
4ª Demografía intensa y aumento de la población con un consumo desbocado de energía que condiciona la evolución climática del planeta.
La segunda consideración sobre periodización de Vitale nos lleva directamente al marxismo que ha superado las clasificaciones unilaterales aunque, en muchos casos no ha logrado sistematizar una periodización de la historia universal. Vitale achaca esta falta al “dogmatismo sedicente marxista que trató de encasillar la historia en modos sucesivos de producción” Porque claro, cuando Vitale afirma que dividir los periodos históricos en base a los modos de producción fue una revolución teórica, también subraya que ni Marx ni Engels “pretendieron periodizar la historia en etapas que obligadamente debían recorrer todos los pueblos” De esta manera, quien pretende hacer uso de la teoría marxista de una manera generalista está actuando de una manera arbitraria.
Sobre los problemas de periodización me parece muy interesante la aportación de Julio Aróstegui[vii] y el concepto de “cambio” en la historia según el cual, el historiador trabaja sobre un entramado social que evoluciona a lo largo del tiempo de tal manera que cada una de esas situaciones no son “sustituidas” por otras en virtud al proceso histórico, sino que en realidad quedan “absorbidas” por el nuevo entramado que acumula muchos elementos de los que ya existían y que permanecen aunque en una nueva disposición.
La secuencia descrita por Aróstegui no contempla una destrucción de un entramado social para construir uno totalmente nuevo, al contrario, se prima la idea de un cambio acumulativo que posibilita la elaboración de una nueva cultura.

Epílogo
(*) El título de esta recensión lo he tomado de un artículo que el zaragozano Pablo Artal[viii], natural del Barrio de la Química, publicó en la revista digital Jot Down y que comienza así: “Aunque imagino que ya están curados de espanto en lo que se refiere a faltas de ortografía, parece demasiado encajar lo de la «h» en la palabra ciencia.” Me pareció un título perfecto para este trabajo por aquello de jugar con la ortografía y con el imaginario popular de colocar esa “h” a la que se refiere Artal al término historia. Porque en realidad, de lo que habla este físico es del “índice h” que mide el número de citas que general los artículos científicos publicados por motivos que ahora no vienen al caso.
El estudio de la historia, como hemos visto de la mano de Vitale, es un ejercicio que abarca una gran variedad de aspectos orbitando alrededor de la figura del historiador y sus decisiones. Así que, con independencia del valor científico que la profesión (y aledaños) quiera otorgarle, lo cierto es que el trabajo de historiador se vislumbra complejo y será el propio historiador quien deberá buscar nuevos nichos, tanto para la exploración puramente histórica, como abrir la posibilidad de colaborar, también de manera auxiliar, con otras disciplinas del conocimiento.
En cualquier caso, y en busca de esas soluciones utilitarista para presentarse ante la sociedad como una disciplina que va mucho más allá de la función de albacea de los hechos históricos, me gustaría, para terminar, transcribir las palabras del filosofo José Luís Villacañas[ix]
Quiero hace una alabanza de la historia antes que cualquier otra cosa. Y la primera fase intuitiva que quiero decir es: Que la historia es material. Creemos que la historia es humo, es nada, es pasado. Pero evidentemente esto es una falta de atención, nadie ignora que lo que constituye la densidad de la materia es invisible /…/ pero por muy invisible que sea la estructura física de la materia nadie se da de cabezazos contra un muro de hormigón. Todo el mundo sabe que eso es consistente y que debe respetar las leyes de la materia para estar en condiciones de moverse por el mundo. Hay una simetría extraña en el pensamiento humano que concede realidad a lo invisible de la materia y no concede realidad a lo invisible de la historia que es el pasado. Pero el pasado es tan duro como el hormigón. El pasado es tan intenso y produce choques que acaban generando ruinas corporales, psíquicas y humanas. El pasado, en este sentido, se rige justamente como cualquier otra realidad: Debes conocerla para controlarla. Debes estar en condiciones de saber sus leyes porque el síntoma básico de que el pasado tiene densidad es que el presente es impenetrable y genera síntomas que son los conflictos. Los conflictos son los que nos testimonian que hay densidad histórica no controlada, no hecha evidencia, no hecha concepto, no pensada. Y esto, el hecho de que el pasado tenga esta densidad histórica en cierto modo es hoy anti intuitivo porque toda nuestra comunicación está organizada hacía el futuro. Es una comunicación intransitiva, permanentemente volcada hacia el futuro, que descontrola claramente la dimensión de expectativa y de experiencia histórica. Sin equilibrar esas dos cosas: Expectativa y experiencia, el futuro es una aceleración ignota, que no sabemos hacía donde nos lleva. Con el conflicto emerge por tanto la densidad histórica de nuestras sociedades, lo hemos visto claramente en Ucrania hace muy pocos días. Pues bien, no tenemos otras herramientas para abordar los conflictos más que unas herramientas retóricas, adecuadas, surgidas desde el conocimiento de la historia. La historia es, en este sentido, la mediación adecuada, esto que necesitamos para que el conflicto no nos asalte de modo completamente animal. La historia y la retórica histórica nos permiten tomar distancias, elaborar discursos. Nos permite algo muy importante: Plantearnos metas que están dotadas de posibilidades objetivas, nos permite plantearnos metas que no son anacrónicas, ni utópicas. Metas que son los pasos adecuados a dar en el presente. Y esas metas sólo pueden surgir de las buenas retóricas porque están en condiciones de persuadir, y están en condiciones de generar grupos convencidos que se enfrenten a esos problemas. La historia, desde ese punto de vista, es la herramienta cultural que tenemos para no caer en el enfrentamiento desnudo, inmediato, propio de la violencia. /…/ Lo peor de la historia es aquello que nos permite cargar con ella, actuar pulsionalmente, sin saber de dónde nos viene esta forma de actuar. La única manera de anular estos arcaísmos es mediante la historia.

Bibliografía y otras fuentes
Aróstegui, Julio. La investigación histórica. Teoría y método. Crítica: Barcelona, 2001.
Carr, E. H. ¿Qué es historia? Ariel: Barcelona, 2010.
Mardones, José María. Filosofía de las ciencias humanas y sociales. Materiales para una fundamentación científica.  Anthropos: Barcelona, 2007.
Vilar, Pierre. Iniciación al vocabulario del análisis histórico. Crítica: Barcelona, 1982.

Revista digital Jot Down. www.jotdown.es
Fondos sonoros de la Fundación Juan March. www.march.es



[i] Savater, Fernando. “Tribulaciones democráticas” El País, sábado 12 de abril de 2014: 27
[ii] Mardones, José María. Filosofía de las ciencias humanas y sociales. Materiales para una fundamentación científica.  Anthropos: Barcelona, 2007.
[iii] Vilar, Pierre. Iniciación al vocabulario del análisis histórico. Crítica: Barcelona,1982

[iv] C. Marx y F. Engels. Espistolarios, Grijalbo, México. 1974, 304
[v] Villar, Pierre. Iniciación al vocabulario del análisis histórico, Barcelona, Crítica, 1982
[vi] Álvarez Junco, José. “Cuando éramos libres y felices”. El País. domingo 13 de abril de 2014: 33
[vii] Julio Aróstegui. La investigación histórica. Teoría y método. Crítica: Barcelona, 2001.

[viii] Pablo Artal. “Ciencia se escribe con h”. Jot Down. http://www.jotdown.es/2014/03/ciencia-se-escribe-con-h/. [Última consulta 18 de abril de 2014]
[ix] José Luís Villacañas. Conferencia sobre Una historia del poder en España: prácticas hábitos y estilos políticos. Fundación March. 25 de marzo de 2014 http://www.march.es/conferencias/anteriores/voz.aspx?p1=100017&l=1. [Última consulta 18 de abril de 2014]

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13 abril 2014

“Tetas” en la sala El Extintor



Hace algunos meses ruló por las redes sociales un cartel en el que Oscar Castro, alma mater de la sala El Extintor, ofrecía sus servicios como Director de alquiler para pingüinos de garaje, actores sin ejercer, amateurs con aspiraciones o cualquier otra especie de las que habita un escenario. “Tetas” nació de ese proyecto, de la conjunción de Oscar Castro como director, las aportaciones de la autora teatral Paloma Pedrero y Ana García que, además de actriz, ha escrito una parte importante del texto.
El texto es uno de los ingredientes básicos de “Tetas”, desde las cosas más sencillas hasta las más profundas necesitan que estén bien escritas para que funcionen desde las tablas de un escenario, ese espacio que recrea la vida y que se alimenta del buen texto, un texto que debe abonar lo que ocurre en la escena.“Tetas” cumple de sobra con esos requisitos y, para quien esto escribe, la función ya tiene ganado la mitad de mis aplausos. En alguna nota de presentación de la obra leí que “Tetas” quiere expresar una visión personal de todo lo que rodea a las mujeres y claro, con esas palabras todos esperamos los tradicionales clichés de mujeres que empiezan la vida, de jóvenes ilusionadas, de rebeldes, de exitosas, en fin, ustedes ya me entienden, ese viaje que va de la psicología hasta el corazón. Es un recorrido que todos conocemos pero, sin embargo, la mirada de Ana García tiene la singularidad de su juventud, ella pertenece a un mundo diferente al mío y, sin embargo, la forma de comprender y demostrarnos la problemática femenina no ha cambiado tanto porque, desde el punto de vista histórico, quizás las cosas no hayan evolucionado demasiado porque el hecho de ser mujer todavía se construye desde el punto de vista masculino y así, los roles y los clichés perduran en los mecanismos de socialización y educación para imponer al género femenino una acumulación de tareas que van desde madres proveedoras hasta esposas amantísimas, y por el camino, una enorme galería de retratos de los que “Tetas” es un excelente catálogo
Pero claro, el teatro es mucho más que un texto, el teatro o es territorio de actores o no es nada. Y lo voy a escribir ya porque me queman las manos. Ana García es una excelente actriz en periodo de formación, y eso es lo mejor de todo, todo lo que le queda por crecer. Su presencia en escena es fresca, tiene chispa en la mirada y su sonrisa delata que el veneno de las tablas es capaz de vencer a los nervios que se transforman en actuación. El principio de la función le va de cara porque ella ha escrito las palabras que nos llevan hasta la infancia y la ternura que poco a poco se tiñe de rojo.
Uno de los momentos más difíciles de un espectáculo es, una vez que se ha conseguido que la risa fluya, lograr que el interés del público gire y el silencio se abra paso. Esos territorios de frontera entre géneros y ambientes son mis preferidos. Ana García dibuja a lo largo de la obra un par de esas situaciones; y por ahí, por ese camino debería profundizar en su trabajo actoral. Porque el silencio, más allá de la risa, hace que las palabras sean más importantes, entonces es preciso que todo lo etéreo, todo lo que hasta entonces era aire se transforme en algo biológico: Las palabras que nacen en el silencio necesitan más musculatura; ya no vale que los sonidos se generen en la garganta, lo realmente importante cuando el silencio ocupa la sala es que todo lo que fluya del escenario lo haga desde la tripas del actor y ahí, Ana García todavía tiene un trecho por recorrer: La distancia que va de la corrección hasta la emoción, desde el trabajo bien hecho y la excelente dicción hasta el puñetazo que me hace llorar. Estoy hablando del trecho que va del escenario hasta la conexión emocional con el espectador. Ana García recorre esa distancia desde las cuerdas vocales cuando lo que yo necesito es la profundidad de su corazón, la bilis de su estómago, la pena de cada uno de los poros de su piel. No solo es una cuestión textual, también necesito que el cuerpo del actor se transforme de la infancia a la soledad. Para ese tránsito es necesario limpiar un poco los gestos que, de tan bien trazados, adolecen de un poquitito de vida: Coger la taza de café, el manejo simbólico de la cucharilla son momentos primordiales que precisan un trazo más real, que no sean un juego, que sean verdad. Ocurre lo mismo con los cambios de vestuario que la actriz realiza a vista del público, estoy seguro que la obra se enriquecería mucho más si esos cambios, en lugar de un mero trámite con banda sonora, fueran una perfecta coreografía de movimientos que construyera el trampolín para que el salto entre personajes fuese más convincente.
Los improbables lectores de esta nota no deberían preocuparse por estos pequeños detalles, lo mejor que pueden hacer es consultar la programación teatral alternativa de Zaragoza, ver “Tetas” y disfrutar del excelente trabajo de Ana García, una joven actriz con las cualidades necesarias para amarrar su indudable talento al universo de la interpretación.
Sin embargo, me gustaría terminar con una confesión de parte: Si Ana, es cierto, lo más importante en esta vida son las caricias, menos consejos y más caricias. Más caricias.



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