La curvatura de la córnea

29 marzo 2021

El último instante

 

Desde que vivimos entre cenizas

el rechazo esencial lo lanzan tus ojos

que, como bujías de dolor, me miran.

¿Qué calendario imposible te conquistó?

¿Cómo se me escapó el relato

en esta primavera de máscaras?

¿Cuándo decidiste poner fin a la barbarie?

¿Dónde escuchaste las mentiras de tu corazón?

 

El naufragio se resume

en que nadie me va a contar el final

de la obra fastuosa de nuestras vidas:

Una tormenta mezquina

que dibuja guetos entre tú y yo

para llevarnos al siguiente nivel

donde tú eres sangre y yo amor.

Una cita ineludible.

 

El final lo decide el equilibrio mi cuerpo.

La rítmica de apretar el gatillo

y cerrar los ojos en el último instante.

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26 marzo 2021

La libertad de todos

Ahora que el centro derecha liberal y castizo hasta el infinito y más allá quiere que comulguemos con la rueda de molino del correquetepillo o libertad, quizás sea bueno atender al consejo de Alicia García Ruiz y recordarles que sí, que el liberalismo político es una tradición que tiene irrenunciable el valor de la libertad y que esa reivindicación todos la firmamos si nos dejan un cachito de papel y que después de rubricar todos juntos nuestro amor por la libertad tal vez deberían preguntarse por la una cuestión esencial en el pensamiento de la filosofa política Judith Shklar: “¿Puede y debe un liberal político comprometerse profundamente con la sociedad en la que habita?”. García Ruiz afirma que lo fascinante del liberalismo de Shklar es que ella, después de advertir de lo corrosivo del individualismo que suele aparecen en las versiones más incívicas del liberalismo, les invita a pensar que las normas no solo tiene fuerza coercitiva en el sentido de obligar al ciudadano, sino que sobre todo “liga a un ciudadano con un sistema normativo y con un Estado” y así, de la mano de Shklar, nos encontramos con un liberalismo que no huye del Estado al que “concibe como proveedor de servicios y agente de redistribución” dos cualidades que exigen un compromiso sincero y una identificación institucional entre ciudadano y Estado. Shklar dibuja por tanto un individuo liberal que va más allá del simple egoísmo individualista y que concibe “un Estado activo en la protección de las libertades democráticas a través del combate contra la desigualdad de oportunidades y la pobreza”
Alicia García Ruiz termina su artículo apelando a que “sin duda es la hora de rescatar esta concepción del Estado que garantiza y extiende un concepto de libertad para todos”

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18 marzo 2021

Quiso ser dulzura

 

Los nuevos fragmentos de mi vida

son las piedras de un presagio

abandonado en un páramo oscuro

que vive entre dos negaciones.

 

La primera es una línea de fuego

que delimita mis recuerdos de tu piel.

Una mirada distante sobre el amor

que me quita la venda y el deseo.

 

La segunda es una lenta derrota

bajo la luz tenue de los focos:

He perdido el valor para pelear

y la sangría arrastra a los sueños.

 

La transformación me decepciona

porque esta plegaria de pena

olvida la estética de una lápida

que solo quiso ser dulzura.

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15 marzo 2021

El año roto del Covid-19

 

Ilustración: @fer_zombra



El País publicó el domingo 14 de marzo un cuadernillo de 24 páginas titulado “Covid 19. El año roto”, de todo ese material periodístico he extraído los elementos que, aunque ya formaban parte de todo lo que se ha publicado a lo largo de todo este año, me han parecido interesantes con la idea de resumir algunos acontecimientos para confeccionar un relato de autoconsumo propio que contenga los elementos esenciales que necesito para dar forma y entender la génesis y algunas consecuencias de la pandemia.

Elvira Lindo sitúa el inicio de la pandemia sobre el marco general del deterioro ambiental que permite acercar el reservorio natural de virus residentes en animales salvajes hasta nuestras inmediaciones. En realidad nos propone una reflexión sobre la libertad individual y la idea de abandonar cualquier principio de protección social en favor de un individualismo que, sin tener en cuenta la presión que suponen nuestras decisiones sobre el mundo natural, no se puede restringir en favor de un interés colectivo y así, el 14 de marzo de 2020 la normalizad de nuestras rutinas dio un giro tan imprevisible como un estado de alarma que redujo nuestra capacidad de movimientos y, aunque tal vez entonces no éramos conscientes, se agrandó la brecha de quienes podían pasar el encierro con cierto confort y los más desamparados. Sin embargo, en medio del colapso, hubo un breve periodo de tiempo en el que se mantuvo la sensación colectiva de que mejorar la atmósfera con algunos cambios de hábitos como reducir el consumo caprichoso sería bueno para todos, para el colectivo por encima de la individualidad. Pero estos buenas intenciones se fueron diluyendo hasta anhelar la vuelta a la normalidad, la vieja normalidad que algunos sitúan en la misma lógica del liberalismo económico anterior a la pandemia mientras otros, promueven un cambio de normalidad que reduzca la desigualdad y modifique el concepto de progreso para ligarlo a una transición verde que promueva la biodiversidad de un mundo más habitable. Y claro, la dicotomía social entre quienes se ha reactivado la solidaridad con quienes viven en el desamparo, frente al individualismo egoísta que propugna el enfrentamiento y la ira, una dicotomía que se reflejó en las redes sociales y, televisada con todo detalle, también la encontramos entre la clase política.

Pedro Sánchez, Salvador Illa y Fernando Simón fueron los que decidieron que las cifras de contagios nos abocan al cierre total y al estado de alarma. Cué y Pérez sitúan en la noche del 8 de marzo el momento en el que los contagios se dispararon en Madrid y el País Vasco y, aunque se decidió cerrar los colegios, el martes 10 aún había dudas entre los ministros muy políticos que pretendían el estado de alarma y los muy económicos que pedían prudencia. En medio del debate se intentaron alternativas como cortar los vuelos con Italia, reducir el aforo de los espectáculos o forzar el teletrabajo. Pero el virus ya estaba descontrolado y la pandemia lo devoraba todo hasta que ya no quedaba otro remedio. La decisión se tomó el jueves 12 por la noche cuando España superó a Francia como segundo país europeo con más casos detectados. La maquinaria política y administrativa tenía el reto de coordinar con las comunidades autónomas las medidas tomadas por el gobierno en materia de salud pública y libertad de movimientos porque todo el mundo sabía que el Ministerio de Sanidad era incapaz de dirigir todo el sistema sanitario porque las competencias sobre gestión estaban descentralizadas. El Consejo de Ministros del 14 de marzo estableció el estado de alarma y se construyó un discurso entre emotivo y bélico que se resumía en la frase: “Este virus lo paramos unidos” Sin embargo no fue esa la sensación que tuvimos desde la ciudadanía.

España acumulaba 292 muertos por Covid cuando se decretó el estado de alarma, una semana después se multiplicó por cinco y dos semanas más tarde por 20. Ha pasado un año desde aquella decisión y muchos protagonistas, aunque se debaten con la idea de que llegaron tarde, terminan por exculparse porque los datos disponibles eran deficientes y la dificultad de tomar una decisión en base a informaciones de baja calidad. Algunos responsables se defiende con el argumento de que a posteriori y con todo lo que ahora sabemos el estado de alarma se tendría que haber aprobado el 20 de febrero, sin embargo nos invitan a una visita a la hemeroteca para valorar como todavía el 10 de marzo ni se querían cancelar las Fallas ni la Semana Santa. Cuando se decide parar todo menos lo esencial comienza el dilema que el gobierno niega: Economía o salud. Antonio Garamendi, líder de CEOE, declaró en aquellas fechas que “No se puede parar la producción de un país. Esto es la ruina.” El dilema, después del primer impacto que a casi todos nos sorprendió, seguía ahí y un año después todavía se mantiene el debate en amplias capas sociales y políticas entre economía o salud y, mientras tanto, por nuestras vidas han discurrido la segunda y la tercera ola, y ahora mismo estamos pensando si salvamos la Semana Santa del 2021 mientras el marcador de los muertos ya no está en las portadas de los periódicos, ni abre los informativos de televisión. Han pasado doce meses y el dilema todavía sigue ahí.

Si algo le falta a esta crisis es una evaluación profunda y exhaustiva de todos los acontecimientos que nos han abocado a tomar soluciones drásticas y quizás la primera sea situar, como nos recuerdan Romero y Linde, la fecha en la que entró el virus en España. El primer caso se detectó en enero en la isla de La Gomera y, mientras las autoridades sanitarias con Fernando Simón a la cabeza, no veían motivos para preocuparse, es muy probable que el patógeno es expandiera durante todo el mes de febrero. Este error de diagnóstico tal vez tenga una explicación porque las autoridades tardaron demasiado tiempo en autorizar pruebas diagnósticas para los casos de neumonías atípicas que llegaban a los hospitales. Un hombre que había viajado a Nepal murió en un hospital de Valencia el 13 de febrero y hasta el 3 de marzo nadie supo que fue la primera víctima conocida en España del SARS-COV-2 mientras uno de los médicos que le trató dedicó tres semanas a que Salud Pública le hiciera las pruebas necesarias porque sospechaba que había muerto por el coronavirus. David Roncero, médico de Igualada, pidió a mediados de febrero hacer esas pruebas diagnósticas pero se lo denegaron porque el 24 de Enero el Ministerio de Sanidad definió el caso para practicar esas pruebas, a toda persona con síntomas de infección respiratoria que hubiera viajada a Wuhan, esto se amplió a otras zonas de riesgo, o hubiera estado en contacto con un caso confirmado de covid-19. Tuvo que llegar el 24 de febrero, un mes después, para que se considerara sospechoso a cualquier persona con un cuadro clínico de infección respiratoria aguda con síntomas como fiebre, tos o sensación de falta de aire. A todos ellos se les realizaría una prueba PCR. Ese mes en el que Sanidad definió caso sospechoso de una manera tan débil hizo imposible la estrategia de contención porque se escapaban del control médico muchos infectados. El Ministerio de Sanidad niega que fuera un error y recuerda que solo se podía diagnosticar con una PCR de la que no había disponibilidad porque los fabricantes no las exportaron hasta que no garantizaron sus propias necesidades. Sin embargo, según los periodistas, algunos intensivistas lo niegan y dicen que la falta de capacidad diagnóstica llegó más tarde. En cualquier caso el viernes 8 de marzo de 2020 se habían notificado 374 casos oficiales sin embargo, un año después, las bases documentales del Instituto de Salud Carlos III asignan a ese día 8 marzo la cifra de 7.909 contagiados. El físico experto en modelos matemáticos Álex Arena habla de datos nefastos, sistema informático inexistente y retraso en las notificaciones. Un coctel perfecto para el desastre epidemiológico.

Iñigo Domínguez recoge las palabras de Raquel Collados que era enfermera del centro de salud de Móstoles “Teníamos un protocolo surrealista. A los pacientes con síntomas respiratorios les preguntabas si venían de Wuhan, Italia o Torrejón, o había estado en  contacto con alguien de allí. Si decían que sí, te vestías con la EPI y todo. Pero tú veías gente con los mismo síntomas que no habían salido de su barrio”

Repasemos otros errores políticos de la crisis. 1 La recomendación de llevar mascarilla llegó tarde porque más allá de su funcionalidad con personas que no están enfermas, no se podía recomendar el uso de un material que no existía en el mercado y que se intentó restringir su uso a la comunidad médica que adolecía de los equipos de protección personal necesario para enfrentarse al virus. Y eso abre otras puertas de debate como la efectividad de mantener altos niveles de stock de materiales que, en situaciones normales, nos pueden llegar de inmediato desde sus lugares de producción gracias al sistema de distribución global de mercancías, o de la importancia de diseñar industrias nacionales que tengan la capacidad y la flexibilidad para trasformar su producción y cubrir las necesidades de determinados elementos esenciales en caso de emergencia. 2 Italia era el epicentro de la epidemia en Europa y España mantuvo sus 200 vuelos diarios hasta el 10 de marzo. 3 Todo el tiempo que se tardó en cerrar lo compensamos con abrir demasiado pronto, una desescalada rápida hacia la nueva normalidad en la que entraron al mismo tiempo territorios como Asturias con una incidencia de 0.5 casos por  cada 100.000 habitantes y Madrid con 18. 4 y quizás lo más importante, era que teníamos que aprovechar el periodo de desescalada para aprender de los errores del pasado y reforzar los sistemas de salud pública para que tuvieran la musculatura que les permitiera localizara brotes y aislarlos en cuanto se produjeran. Fue la época de la palabra mágica: Rastreadores. Pero los rastreadores no llegaron y en el mes de julio España solo tenía la mitad de los rastreadores que recomendaban los estándares internacionales. Esta deficiencia produjo que apenas se detectaban tres contactos cuando en otros países la media era de nueve. 5 Los expertos están de acuerdo en que el ocio nocturno sirvió para propagar el virus y España, después de abrirlo mientras otros países lo mantenían cerrado, volvió a cerrarlo el 14 de agosto. Y así sigue a día de hoy.  6 Creo que todos lo sabemos: Las Navidades fueron el desastre anunciado. Mientras todos los expertos advertían de los riesgos, las autoridades permitieron el movimiento entre comunidades con aquella pirueta entre allegados y familiares que abrió la mano de los toques de queda mientras las reuniones familiares desembocaron en una ola que se podía haber evitado. 7 No olvidemos  que el eterno dilema ente economía y salud  siempre está ahí.

Una de las transformaciones que más me han asombrado en este año es cómo se ha diluido la percepción de unos muertos que, mientras a todos nos horrorizaban, algunos se dedicaban a lanzarlos no solo contra las autoridades, sino contra todo hijo de vecino que osara tener un matiz que aportar en el debate. Ha pasado un año y los muertos de cada día han pasado a formar parte del paisaje con total naturalidad. Andrino, Grasso y Llaneras nos recuerdan que la contabilidad de los muertos ha sido un grave problema en muchos países y que tal vez por eso nos encontramos con dos varas de medir. La primera es la que han utilizado muchas autoridades sanitarias de muchos países que exigían la confirmación de muerte por Covid-19 mediante una prueba diagnóstica que garantizase la presencia del virus y así el fallecido engrosaba la estadística oficial, pero esta práctica subestima el número de afectados, sobre todo en los períodos en los que esos detectores de Covid-19 escaseaban. Así que la mejor manera de medir el impacto de la pandemia ha sido calcular el exceso de muertes observadas en los registros civiles que en España se ha cifrado en 92.000 fallecidos más de lo normal el año pasado. Al comparar las cifras de fallecimientos por olas se observa el patrón de que muy pocos países han sufrido dos olas muy duras. La explicación a este fenómeno parte del efecto de inmunidad ya que los contagios se frenan de manera natural después de que mucha gente haya pasado la enfermedad y, aunque esto no impide nuevas oleadas, es probable que limite su expansión. También sabemos que la enfermedad es más letal entre población anciana y, por lo tanto, parece lógico que los países con una población anciana mayor registren más muertes. En cualquier caso resulta difícil dilucidar los motivos que explican la magnitud de la pandemia en cada país cuando hay que manejar factores como: En qué momento llegó el virus, (es peor recibirlo al principio cuando menos se sabía de él), los hábitos sociales, la densidad de la población en las ciudades, el tamaño de la vivienda y la rapidez y contundencia de las medidas tomadas. Las comparaciones en este terreno se parecen más un alarde que a un análisis.

En toda esta catástrofe, como en cualquier buen relato, hay un héroe. En esta caso es un héroe colectivo, todas aquellas personas que trabajaban en el ámbito sanitario o de los recursos sociales que, como redacta Alfageme, tuvieron que enfrentarse a su propia metamorfosis profesional y personal para hacer frente a una inesperada avalancha que gracias a su esfuerzo no nos pasó por encima a todos los demás. El ejemplo es la desaparición del Hospital Universitario Ramón y Cajal para convertirse en el Macrocovid, un lugar que el 13 de marzo de 2020 clausuró sus 60 puertas y aisló a los enfermos de coronavirus mientras sus jefes de servicio olvidaban la especialidad de cada una de sus plantas para dividir el hospital en una zona sucia y otra limpia. Una mascarilla para dos días de duro trabajo, batas desechables reutilizadas, la soledad de la muerte a cada paso y el silencio del miedo. Una mega estructura lenta y burocrática que adaptó procesos y equipos de forma ágil gracias al esfuerzo de muchos profesionales. Todo lo necesario para no colapsar y lo consiguieron. Ahora que ya no les aplaudimos desde los balcones vendrá el estrés postraumático a visitarlos con las caras de los que fueron sus pacientes y, mientras tanto, muchos tendrán que renovar sus contratos temporales.

En este breve relato se quedan muchas historias por contar en residencias de ancianos, trabajadores esenciales del comercio y la industria, los niños dando un ejemplo de madurez en las casas y el mundo de la cultura abriendo las puertas de sus casas para regalarnos un poco de felicidad. Y tal vez es por eso, porque no sé muy bien como terminar una historia que en realidad no ha terminado, quizás por eso recuerdo el enorme impulso que ha recibido la ciencia y la investigación que ha sido capaz de responder a la pandemia con una amplia gama de vacunas gracias a trabajos científicos que muchos de ellos arrancaron hace más de treinta años, o sirva de ejemplo el virólogo español Enjuanes que lleva estudiando los virus desde que publicó su tesis en 1976. Tal vez sea el momento de priorizar una ciencia y tecnología que mejore la vida de todos, algo que cuesta imaginarlo si pensamos que el 80% de las vacunas fabricadas hasta el momento está a disposición del 10% de la población mundial, y ustedes ya se imaginan cómo se organiza ese reparto porque, si hace un año decíamos que este virus no entendía de clases sociales o cuestiones geográficas, quizás ahora no podríamos decir lo mismo ni en su expansión, ni en el campo de las soluciones.

La foto social más cercana quizás esté todavía en fase de revelado pero se atisban males como una sociedad más desafecta y polarizada que empieza a tropezar en la piedra que, como recuerda Cristina Monge, no permite el encuentro y la conversación entre demócratas porque las plazas y las redes sociales se están llenando de gritos, mentiras y consignas. Por eso me apunto a la propuesta de Daniel Innerarity cuando recuerda a Borges y la explicación de un teólogo para afirmar que nuestras posiciones ideológicas son incompletas sin el contraste de las opuestas, y que tal vez deberíamos luchar por conseguir que la crítica a las ideas diferentes no implique una descalificación moral, y que tal vez la inteligencia radica en saber escuchar con respeto las otras opiniones porque, en la solución a los problemas colectivos que nos asolan, sería preferible ser mejores antes que se superiores, al fin y al cabo “ninguna ideología tiene, pese a sus posibles pretensiones en ese sentido, una interpretación completa del mundo.”

 

 

Documentación

Alfageme, Ana. “La hazaña del hospital mutante” El País. Covid-19, el año roto. 14 Mar 2021. 17.

Andrino, Borja. Grasso, Daniele. Llaneras, Kiko. “92.000 muertos” El País. Covid-19, el año roto. 14 Mar 2021. 10-11.

Domínguez, Iñigo. “Crónica de la primera semana: El virus ya está aquí” El País. Covid-19, el año roto. 14 Mar 2021. 18-19.

E. Cué, Carlos y Pérez Claudi. “Ya está bien. Vamos a parar todo menos lo esencial” El País. Covid-19, el año roto. 14 Mar 2021. 4-5.

Lindo, Elvira. “Nuestro único hogar” El País. Covid-19, el año roto. 14 Mar 2021. 2-3.

Romero, José Manuel y Linde, Pablo. “Los errores políticos ante el virus” El País. Covid-19, el año roto. 14 Mar 2021. 8-9.

 



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12 marzo 2021

Mal… pero Bien: La vida (y el teatro) siguen ahí



Había leído en la prensa local que Mal… pero Bien, el último espectáculo de Nasú Teatro, nos contaba la historia de un actor agotado que, en el intento de relanzar su carrera, se subía al escenario por última vez, sin embargo a mí me parece que nuestro personaje, por muy mal que le vaya en la vida y en el teatro no puede bajarse de ninguno de esos dos escenarios porque el latido de su corazón depende de estar ahí, unas veces entre los hombres y otras entre los espectadores de cualquier tipo de función.

Mal… pero Bien es una invitación a recorrer tres viajes que van desde las dificultades de la vida hasta la formación del actor y pasando por la historia del teatro, un triple salto mortal que se alimenta de nutrientes autobiográficos aderezados con la máxima que afirma que el espectáculo (y la vida) deben continuar pase lo que pase y claro, tanto en la vida como en el teatro, hay muchas cosas que salen mal y que provocan la risa de los espectadores, pero también de nuestros vecinos.

Alfonso Pablo construye un personaje lleno de dudas que sin embargo no le impiden avanzar, una actitud que apoyo desde la platea y por eso me dispongo a seguir las peripecias de un héroe que, por muy atolondrado que sea, ya es mi héroe y míos son sus miedos, torpezas y enfados, ese material que me permite reír, suspirar y preocuparme. Ese es el viaje al me subo y que me deparó tres momentos especialmente sugerentes con la alocada y breve historia del teatro occidental, el monólogo de Shylock del shakesperiano Mercader de Venecia y la inevitable escena de la nariz roja, son tres momentos que resumen el humor, la vida y la ternura que destila una función que, sin embargo, difumina la potencia en el registro interpretativo de las escenas que he mencionado, quizás ese ir y venir tenga la intención de transmitir el momento de especial dificultad que atraviesa el personaje pero en mi caso, mientras en la sala se escuchaban algunas carcajadas, provocó que yo a veces  también me escapaba de mi butaca hasta que la historia me volvía a atrapar. Tal vez esa sea la gran dificultad que conlleva esta función, la complejidad de aunar todas las escenas que se representan para trenzarlas con firmeza en un único trayecto capitaneado por un personaje que viene a contarnos la dificultad de batirse en duelo con la vida al otro lado del teléfono y con el teatro a este lado del espejo.

Mal… pero Bien es una comedia que nos habla de la vida y como, cuando todo se desmorona, el asidero de la risa puede empujar hacia adelante cualquier contratiempo.

 

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09 marzo 2021

Moverse para llegar

 


¿Cuándo llegará el momento en el que piense que todo razonable ya es permanente? Qué lo que es, siempre fue y siempre será. Romper la lógica del tiempo que solo vive para ser la medida del cambio, el movimiento que implica dejar de ser para llegar a vaya usted a saber qué lugar. ¿Qué seré? Esa es una pregunta jodida. Sin embargo, olvidamos que para llegar a ser, antes tienes que ser otra cosa, o la misma. ¿Quién sabe? Tal vez debería preocuparme más por quien soy antes que fantasear sobre lo que voy a ser, esa ilusión por el cambio y el movimiento. Nada es permanente, ni el agua del rio ni el cuerpo que se baña pero yo no estoy seguro de si todos los cambios tan solo son la nueva copia de lo antiguo o una nueva versión digitalizada. No es fácil saberlo. Tal vez cada momento sea el revoltijo de todo el pasado, la brevedad del presente y los sueños de futuro. Un momento como una viñeta que hay que coser a otras viñetas hasta esa buena mañana que coges unas tijeras y cortas por lo sano para salvar el futuro, el tiempo que resta y el movimiento por venir. Quizás esa sea la mayor dificultad y el esfuerzo necesario para llegar a la felicidad.

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07 marzo 2021

El sentido de la vida

 


Creo que nunca me pregunto por el sentido de la vida para no responderme con un chiste malo, algo así como el sentido es todo recto, chaval, no tiene pérdida. To´ tieso. Pero que la vida tenga un solo sentido es un pensamiento absurdo. Precisamente lo que mola de la vida es que tenemos la posibilidad de asignarle un objetivo al que es muy poco probable llegar en línea recta.

Es lo que tiene vivir, tenemos que elegir en cada uno de esos cruces que encontramos en el camino, en ese sentido un macetero lo tiene mucho más fácil. Aunque elegir parece arbitrario, en realidad es una acción sometida a muchos condicionantes, es posible que cuando elegimos tengamos esa deliciosa sensación de que libertad la libertad de elegir nos define como personas pero no sé yo, elegir no es tan fácil. A veces lo mejor es dejarse de milongas y caer en la tentación de no elegir, subir el volumen de la música y fluir desde el nacimiento hasta la muerte, pero… ¿vivir sin tomar ni un solo, pequeño y diminuto riesgo, es vivir? ¿No me convierte eso en un macetero? Quizás la clave sea encontrar la dosis justa de riesgo. No sé.

No soy capaz de valorar cuanto riesgo existe en esa monotonía cotidiana de dejarse llevar entre las tareas diarias del trabajo salpimentado por el crucigrama de Tarkus, la cuenta Premium de Spotify o el último estreno de Netflix que algunos califican como las nuevas adormideras a las que se pueden sumar el opio de toda la vida, ya saben: El pívot NBA ahora distribuye el juego desde la bombilla. En el fútbol español empieza a primar lo físico frente al tiki-taka. La NFL tiene una dinámica de juego que no hay quien la entienda. Todo este ocio digitalizado en las pantallas y el streaming tienden hacia el aislamiento orgánico y el deleite culpable (o no tanto) de contar o de mentir a calzón quitado en las redes sociales para concluir que el tedio va a terminar con las relaciones orgánicas en favor de una gozadera digital, ese lugar donde todo se mide en el tiempo que tengo que esperar tú like.

Quizás te parezca absurdo y entiendo que te partas de la risa pero quien sabe, tal vez las decisiones en los cruces de esta nueva vida on line los encontraremos en el nuevo universo del Screen Scroll Down Full Time.

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06 marzo 2021

Una vida que no es esta

 



 

Caminar por tu cuello

era más fácil desde dentro

cuando imaginé un final

con nuestros esponsales.


Ahora que soy un hombre sin esperanza

me deleito en tu collar de perlas

destruido por una navaja castellana

en la que me gusta morir.

 

Tu recuerdo se agota en este dolor.

Un relato desencantado.

El olvido imposible de tu piel.

La tentación de quedarme fuera.

 

Fuera de nosotros dos

que ya no somos nada

en esta alerta a contratiempo

de un sufrimiento en bucle.

 

Un camino enredado

desde que ya no vamos al baile

de la plaza donde forjamos

los sueños de una vida que no es esta.

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02 marzo 2021

La verdad (y la mentira) depende del WhatsApp que miras

Ilustración: fer@zombra
 

Aire. Aire dice el son.
Como en la portada de un diario
es la guerra de la información:
Vierte sus mentiras en el aire que respiras
el aliento negro de la polución.
Aire. Aire dice el son.
(Juan Perro)



Algunas veces, cuando navego en el azaroso mar de la información, imagino la utilidad de un pequeño Pinocho portátil que, a modo de barómetro doméstico, aumentara el tamaño de su nariz cada vez que una mentira rondase mis escasas entendederas.

La Real Academia de la Lengua Española define una mentira como la “expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa.” Sin embargo en el año 2017 decidió abordar las nuevas estrategias del engaño e incluyó el término posverdad como la “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales.” Esta distinción entre distorsionar y mentir tienen un común la intencionalidad explícita de quienes las cometen.

Las mentiras y la desinformación siempre han formado parte de la actualidad periodística y política y tal vez por eso no es muy arriesgado anunciar lo improbable de su desaparición. Las grandes novedades en nuestros días son dos. La primera es la gran influencia que han conseguido en la construcción de la realidad gracias a la proliferación de fábricas donde se manufacturan mentiras que son vendidas en las redes sociales y medios de comunicación, tan deseosos de saciar los mercadillos del megusta (like) y los ciberanzuelos (clickbait) instalados en redes sociales y medios de comunicación, Las segunda es una endiablada perseverancia que ha conseguido inocularse en la manera de enfrentarnos a la realidad y que, en el peor de los casos, pondría en peligro los sistemas democráticos.

Hay una diferencia fundamental entre una noticia falsa y mentir. Cuando Colón dijo que había llegado a las Indias estaba transmitiendo una noticia falsa, pero Colón no mentía porque su error se sustentaba en la ignorancia y carecía de un interés concreto. Sin embargo, como nos recuerda, Bilbeny, las fake news son noticias falsas con un fin interesado y quien las crea y distribuye, pudiendo elegir la verdad o callar, opta por la mentira consciente con una finalidad concreta. Ese es el origen de los bulos que suelen defender ideologías y convicciones de quien los fabrica, pero también son construcciones que buscan perjudicar a un tercero de manera que, gracias a internet y las redes sociales, lo que antaño era chafardeo de escalera de vecinos ahora, a golpe de tecla, se difunde de manera exponencial con la aspiración de construir un escenario de posverdad que sustituya la realidad.

El gran problema de las fake news, subraya Bilbeny, no son los mentirosos que las fabrican sino los que se las tragan, porque esa actitud revela a personas que necesitan confirmarse en sus propias ideas hasta cimentar una nueva definición del hombre contemporáneo: “aquel que cree saberlo todo sobre los demás y en cambio no sabe nada de sí mismo” Bilbeny recuerda las dos caras de las fake news, si una de ellas se encarga de ocultar la verdad, la otra retrata y deja a la vista de todos al mentiroso por interés y su gran debilidad.

La realidad, nos dice Bilbeny, se sustenta en la acción distinguir entre lo verdadero y lo falso. Aparentemente parece un ejercicio tan fácil como cotidiano gracias al aumento de recursos tecnológicos que tenemos a nuestro servicio, sin embargo los receptores de estas falsedades muchas veces presentan falta de capacidad para hacerles frente o, aún peor, se vislumbra una falta de voluntad para distinguir entre lo verdadero y lo falso, y así no tomarse la molestia de poner en tela de juicio ni la veracidad, ni la voluntad de muchas informaciones que, por ejemplo, no respetan el principio básico de separar los hechos de las opiniones. Optar por la verdad, nos recuerda Bilbeny, es una forma de actuar, una fortaleza superior que muy a menudo mueve el mundo por las ideas y las emociones de cada individuo y, al contrario, el éxito emocional de las mentiras convierte a los individuos en consumidores y finalmente en siervos que, acostumbrados a no exigir la verdad, se alejan de la condición de ciudadanos. Este es el punto más peligroso porque una actitud personal frente a la verdad no puede tener mayor importancia, sin embargo, cuando esa mecánica afecta a un número de personas importante corremos el peligro de quedarnos sin ciudadanos, y sin ciudadanos no hay democracia.

Simón afirma que un sistema democrático representativo precisa para su buen funcionamiento asumir cuatro claves: 1 La verdad ligada a una información contrastada y de calidad. 2 La existencia de diferentes valores en competencia para disputar proyectos alternativos de sociedad que dependen de la manera en la que cada ciudadano entiende el mundo en el que vive. 3 Los partidos políticos son el vehículo que transportan esos proyectos. 4 Necesitamos tener una buena información sobre las intenciones verdaderas de quienes quieren gobernar. Pero Flores Nogales va un poco más allá cuando afirma que la salud democrática depende de la importancia que los ciudadanos le demos al hecho de no ser engañados y cuento esfuerzo estamos dispuestos a hacer para estar bien informados y desarrollar nuestra capacidad para entrenar un juicio crítico y analítico. Esta tarea personal puede resultar ardua y compleja y entonces, como afirma Simón, entran en juego los medios de comunicación que tienen un papel decisivo en la construcción (o no) de una ciudadanía formada políticamente y con capacidad de relacionarse con nuestros representantes y las instituciones.

Lo dicho sería lo óptimo, sin embargo, lo habitual es que la ciudadanía conforme su propia opinión en base a lo que Simón califica de “atajos ideológicos”. Cada ciudadano tiene una ideología propia previa a su exposición a cualquier tipo de información y se suele utilizar para filtrar los contenidos que le llegan de manera que, “nuestra” verdad se convierte en una mercancía apetecible para los medios y partidos afines que suelen caer en la tentación ordenarla y simplificarla para captar nuestra atención y así, los  ciudadanos terminan por abonarse a esta práctica de los atajos ideológicos. La primera víctima de esta dinámica es que los debates se conforman en función a ideas y pensamientos que provienen exclusivamente de los valores propios y en esa deficiencia, concluye Simón, el peligro más grave es la posibilidad de que se rompan los consensos básicos de la democracia representativa. Simón termina por afirmar que la democracia nunca ha necesitado la verdad para funcionar, sin embargo es imprescindible que haya un equilibrio, un mínimo común denominador entre los que se encargan de administrar la pluralidad ideológica a la ciudadanía.

Flores Nogales, sin entrar en las cuestiones de funcionamiento democrático que aborda Simón, defiende que nuestro deber es buscar la verdad de los acontecimientos y estar atentos a manipulaciones porque, aunque es cierto que muchos hechos pueden tener un carácter subjetivo, “existen límites marcados por la dimensión de la realidad que se vuelven inobjetables”.

Después de todo lo dicho te invito, querido e improbable lector, al ejercicio diario de huir de la posverdad, que tan solo suaviza la mentira de toda la vida, apela a la emoción de medio pelo y crece gracias al sentimentalismo barato que abona la ausencia de datos y hechos contrastables. Desde mi punto de vista se trata de darle la máxima potencia a ese axioma del periodismo que dice: Los comentario son libres pero lo hechos son sagrados. En ese sentido, Flores nos anima a cuestionar toda la información, mantener en forma el juicio crítico y abandonar la comodidad de esas mentiras que acolchan nuestra ideología pero también nuestros prejuicios. Este consejo parecer pueril porque a primer bote es muy difícil aceptar que un número importante de ciudadanos desee ser engañados, sin embargo, como nos recuerda Valenzuela, los totalitarios del siglo XX ya sabían que hay mucha gente dispuesta a tragarse carros y carretas envueltas en un embuste que halague su orgullo racial, nacional o religioso, esa anestesia del dolor presente con la promesa de un paraíso futuro.

Regresar al cuento de Pinocho puede ser una buena excusa para abrir debates sobre lo que significa mentir, la diferencia entre la mentira y la simulación, el salto moral que existe entre mentir por necesidad o desesperación, que es lo que le pasa a Pinocho y a muchos niños, o mentir por el gusto de hacerlo o por cálculo político.  La verdad y la mentira algunas veces están separadas por una línea tenue y otras por un brochazo gordo, y quien sabe, quizás nuestra mejor aportación a la democracia y a nuestra autoestima personal sea determinar con claridad donde se encuentra esa limitación y alejarnos de ella.

 

 

Documentación

 

Arias, Juan. “Pinocho provoca un debate sobre mentira y literatura” El País. https://elpais.com/diario/1990/11/01/cultura/657414010_850215.html. 01 Nov 90. Web 12 Feb 2021

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