La curvatura de la córnea

02 marzo 2021

La verdad (y la mentira) depende del WhatsApp que miras

Ilustración: fer@zombra
 

Aire. Aire dice el son.
Como en la portada de un diario
es la guerra de la información:
Vierte sus mentiras en el aire que respiras
el aliento negro de la polución.
Aire. Aire dice el son.
(Juan Perro)



Algunas veces, cuando navego en el azaroso mar de la información, imagino la utilidad de un pequeño Pinocho portátil que, a modo de barómetro doméstico, aumentara el tamaño de su nariz cada vez que una mentira rondase mis escasas entendederas.

La Real Academia de la Lengua Española define una mentira como la “expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa.” Sin embargo en el año 2017 decidió abordar las nuevas estrategias del engaño e incluyó el término posverdad como la “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales.” Esta distinción entre distorsionar y mentir tienen un común la intencionalidad explícita de quienes las cometen.

Las mentiras y la desinformación siempre han formado parte de la actualidad periodística y política y tal vez por eso no es muy arriesgado anunciar lo improbable de su desaparición. Las grandes novedades en nuestros días son dos. La primera es la gran influencia que han conseguido en la construcción de la realidad gracias a la proliferación de fábricas donde se manufacturan mentiras que son vendidas en las redes sociales y medios de comunicación, tan deseosos de saciar los mercadillos del megusta (like) y los ciberanzuelos (clickbait) instalados en redes sociales y medios de comunicación, Las segunda es una endiablada perseverancia que ha conseguido inocularse en la manera de enfrentarnos a la realidad y que, en el peor de los casos, pondría en peligro los sistemas democráticos.

Hay una diferencia fundamental entre una noticia falsa y mentir. Cuando Colón dijo que había llegado a las Indias estaba transmitiendo una noticia falsa, pero Colón no mentía porque su error se sustentaba en la ignorancia y carecía de un interés concreto. Sin embargo, como nos recuerda, Bilbeny, las fake news son noticias falsas con un fin interesado y quien las crea y distribuye, pudiendo elegir la verdad o callar, opta por la mentira consciente con una finalidad concreta. Ese es el origen de los bulos que suelen defender ideologías y convicciones de quien los fabrica, pero también son construcciones que buscan perjudicar a un tercero de manera que, gracias a internet y las redes sociales, lo que antaño era chafardeo de escalera de vecinos ahora, a golpe de tecla, se difunde de manera exponencial con la aspiración de construir un escenario de posverdad que sustituya la realidad.

El gran problema de las fake news, subraya Bilbeny, no son los mentirosos que las fabrican sino los que se las tragan, porque esa actitud revela a personas que necesitan confirmarse en sus propias ideas hasta cimentar una nueva definición del hombre contemporáneo: “aquel que cree saberlo todo sobre los demás y en cambio no sabe nada de sí mismo” Bilbeny recuerda las dos caras de las fake news, si una de ellas se encarga de ocultar la verdad, la otra retrata y deja a la vista de todos al mentiroso por interés y su gran debilidad.

La realidad, nos dice Bilbeny, se sustenta en la acción distinguir entre lo verdadero y lo falso. Aparentemente parece un ejercicio tan fácil como cotidiano gracias al aumento de recursos tecnológicos que tenemos a nuestro servicio, sin embargo los receptores de estas falsedades muchas veces presentan falta de capacidad para hacerles frente o, aún peor, se vislumbra una falta de voluntad para distinguir entre lo verdadero y lo falso, y así no tomarse la molestia de poner en tela de juicio ni la veracidad, ni la voluntad de muchas informaciones que, por ejemplo, no respetan el principio básico de separar los hechos de las opiniones. Optar por la verdad, nos recuerda Bilbeny, es una forma de actuar, una fortaleza superior que muy a menudo mueve el mundo por las ideas y las emociones de cada individuo y, al contrario, el éxito emocional de las mentiras convierte a los individuos en consumidores y finalmente en siervos que, acostumbrados a no exigir la verdad, se alejan de la condición de ciudadanos. Este es el punto más peligroso porque una actitud personal frente a la verdad no puede tener mayor importancia, sin embargo, cuando esa mecánica afecta a un número de personas importante corremos el peligro de quedarnos sin ciudadanos, y sin ciudadanos no hay democracia.

Simón afirma que un sistema democrático representativo precisa para su buen funcionamiento asumir cuatro claves: 1 La verdad ligada a una información contrastada y de calidad. 2 La existencia de diferentes valores en competencia para disputar proyectos alternativos de sociedad que dependen de la manera en la que cada ciudadano entiende el mundo en el que vive. 3 Los partidos políticos son el vehículo que transportan esos proyectos. 4 Necesitamos tener una buena información sobre las intenciones verdaderas de quienes quieren gobernar. Pero Flores Nogales va un poco más allá cuando afirma que la salud democrática depende de la importancia que los ciudadanos le demos al hecho de no ser engañados y cuento esfuerzo estamos dispuestos a hacer para estar bien informados y desarrollar nuestra capacidad para entrenar un juicio crítico y analítico. Esta tarea personal puede resultar ardua y compleja y entonces, como afirma Simón, entran en juego los medios de comunicación que tienen un papel decisivo en la construcción (o no) de una ciudadanía formada políticamente y con capacidad de relacionarse con nuestros representantes y las instituciones.

Lo dicho sería lo óptimo, sin embargo, lo habitual es que la ciudadanía conforme su propia opinión en base a lo que Simón califica de “atajos ideológicos”. Cada ciudadano tiene una ideología propia previa a su exposición a cualquier tipo de información y se suele utilizar para filtrar los contenidos que le llegan de manera que, “nuestra” verdad se convierte en una mercancía apetecible para los medios y partidos afines que suelen caer en la tentación ordenarla y simplificarla para captar nuestra atención y así, los  ciudadanos terminan por abonarse a esta práctica de los atajos ideológicos. La primera víctima de esta dinámica es que los debates se conforman en función a ideas y pensamientos que provienen exclusivamente de los valores propios y en esa deficiencia, concluye Simón, el peligro más grave es la posibilidad de que se rompan los consensos básicos de la democracia representativa. Simón termina por afirmar que la democracia nunca ha necesitado la verdad para funcionar, sin embargo es imprescindible que haya un equilibrio, un mínimo común denominador entre los que se encargan de administrar la pluralidad ideológica a la ciudadanía.

Flores Nogales, sin entrar en las cuestiones de funcionamiento democrático que aborda Simón, defiende que nuestro deber es buscar la verdad de los acontecimientos y estar atentos a manipulaciones porque, aunque es cierto que muchos hechos pueden tener un carácter subjetivo, “existen límites marcados por la dimensión de la realidad que se vuelven inobjetables”.

Después de todo lo dicho te invito, querido e improbable lector, al ejercicio diario de huir de la posverdad, que tan solo suaviza la mentira de toda la vida, apela a la emoción de medio pelo y crece gracias al sentimentalismo barato que abona la ausencia de datos y hechos contrastables. Desde mi punto de vista se trata de darle la máxima potencia a ese axioma del periodismo que dice: Los comentario son libres pero lo hechos son sagrados. En ese sentido, Flores nos anima a cuestionar toda la información, mantener en forma el juicio crítico y abandonar la comodidad de esas mentiras que acolchan nuestra ideología pero también nuestros prejuicios. Este consejo parecer pueril porque a primer bote es muy difícil aceptar que un número importante de ciudadanos desee ser engañados, sin embargo, como nos recuerda Valenzuela, los totalitarios del siglo XX ya sabían que hay mucha gente dispuesta a tragarse carros y carretas envueltas en un embuste que halague su orgullo racial, nacional o religioso, esa anestesia del dolor presente con la promesa de un paraíso futuro.

Regresar al cuento de Pinocho puede ser una buena excusa para abrir debates sobre lo que significa mentir, la diferencia entre la mentira y la simulación, el salto moral que existe entre mentir por necesidad o desesperación, que es lo que le pasa a Pinocho y a muchos niños, o mentir por el gusto de hacerlo o por cálculo político.  La verdad y la mentira algunas veces están separadas por una línea tenue y otras por un brochazo gordo, y quien sabe, quizás nuestra mejor aportación a la democracia y a nuestra autoestima personal sea determinar con claridad donde se encuentra esa limitación y alejarnos de ella.

 

 

Documentación

 

Arias, Juan. “Pinocho provoca un debate sobre mentira y literatura” El País. https://elpais.com/diario/1990/11/01/cultura/657414010_850215.html. 01 Nov 90. Web 12 Feb 2021

Bilbeny, Norbert. “Poder y flaqueza de las falas verdades” tintaLibre. Febrero 2021 nº 88: 4-6. Print.

Flores Morales, Jorge. “La posverdad: El retorno de Pinocho”. Phainomenon http://revistas.unife.edu.pe/index.php/phainomenon/article/view/1747/1933 Jul- Dic 2019. Web 11 Feb 2021.

Reboiras, Ramón. “El teorema de Pinocho” tintaLibre. Febrero 2021 nº 88: 3. Print

Simón, Pablo. “La verdad en democracia” tintaLibre. Febrero 2021 nº 88: 24-25. Print

Valenzuela, Javier. “Pinocho se hace político” tintaLibre. Febrero 2021 nº 88: 38-40. Print



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