La verdad (y la mentira) depende del WhatsApp que miras
Algunas veces, cuando navego en el azaroso mar de la
información, imagino la utilidad de un pequeño Pinocho portátil que, a modo de
barómetro doméstico, aumentara el tamaño de su nariz cada vez que una mentira rondase
mis escasas entendederas.
La Real Academia de la Lengua Española define una mentira como la “expresión o
manifestación contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa.” Sin embargo en
el año 2017 decidió abordar las nuevas estrategias del engaño e incluyó el
término posverdad como la “distorsión
deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de
influir en la opinión pública y en actitudes sociales.” Esta distinción entre
distorsionar y mentir tienen un común la intencionalidad explícita de quienes
las cometen.
Las mentiras y la desinformación siempre han formado parte
de la actualidad periodística y política y tal vez por eso no es muy arriesgado
anunciar lo improbable de su desaparición. Las grandes novedades en nuestros
días son dos. La primera es la gran influencia que han conseguido en la
construcción de la realidad gracias a la proliferación de fábricas donde se
manufacturan mentiras que son vendidas en las redes sociales y medios de
comunicación, tan deseosos de saciar los mercadillos del megusta (like) y los
ciberanzuelos (clickbait) instalados en redes sociales y medios de comunicación,
Las segunda es una endiablada perseverancia que ha conseguido inocularse en la
manera de enfrentarnos a la realidad y que, en el peor de los casos, pondría en
peligro los sistemas democráticos.
Hay una diferencia fundamental entre una noticia falsa y
mentir. Cuando Colón dijo que había llegado a las Indias estaba transmitiendo
una noticia falsa, pero Colón no mentía porque su error se sustentaba en la
ignorancia y carecía de un interés concreto. Sin embargo, como nos recuerda,
Bilbeny, las fake news son noticias
falsas con un fin interesado y quien las crea y distribuye, pudiendo elegir la
verdad o callar, opta por la mentira consciente con una finalidad concreta. Ese
es el origen de los bulos que suelen defender ideologías y convicciones de
quien los fabrica, pero también son construcciones que buscan perjudicar a un
tercero de manera que, gracias a internet y las redes sociales, lo que antaño
era chafardeo de escalera de vecinos ahora, a golpe de tecla, se difunde de
manera exponencial con la aspiración de construir un escenario de posverdad que
sustituya la realidad.
El gran problema de las fake
news, subraya Bilbeny, no son los mentirosos que las fabrican sino los que
se las tragan, porque esa actitud revela a personas que necesitan confirmarse
en sus propias ideas hasta cimentar una nueva definición del hombre contemporáneo:
“aquel que cree saberlo todo sobre los demás y en cambio no sabe nada de sí
mismo” Bilbeny recuerda las dos caras de las fake news, si una de ellas se encarga de ocultar la verdad, la otra
retrata y deja a la vista de todos al mentiroso por interés y su gran
debilidad.
La realidad, nos dice Bilbeny, se sustenta en la acción distinguir
entre lo verdadero y lo falso. Aparentemente parece un ejercicio tan fácil como
cotidiano gracias al aumento de recursos tecnológicos que tenemos a nuestro servicio,
sin embargo los receptores de estas falsedades muchas veces presentan falta de
capacidad para hacerles frente o, aún peor, se vislumbra una falta de voluntad para
distinguir entre lo verdadero y lo falso, y así no tomarse la molestia de poner
en tela de juicio ni la veracidad, ni la voluntad de muchas informaciones que,
por ejemplo, no respetan el principio básico de separar los hechos de las
opiniones. Optar por la verdad, nos recuerda Bilbeny, es una forma de actuar,
una fortaleza superior que muy a menudo mueve el mundo por las ideas y las
emociones de cada individuo y, al contrario, el éxito emocional de las mentiras
convierte a los individuos en consumidores y finalmente en siervos que,
acostumbrados a no exigir la verdad, se alejan de la condición de ciudadanos. Este
es el punto más peligroso porque una actitud personal frente a la verdad no
puede tener mayor importancia, sin embargo, cuando esa mecánica afecta a un
número de personas importante corremos el peligro de quedarnos sin ciudadanos,
y sin ciudadanos no hay democracia.
Simón afirma que un sistema democrático representativo
precisa para su buen funcionamiento asumir cuatro claves: 1 La verdad ligada a
una información contrastada y de calidad. 2 La existencia de diferentes valores
en competencia para disputar proyectos alternativos de sociedad que dependen de
la manera en la que cada ciudadano entiende el mundo en el que vive. 3 Los partidos
políticos son el vehículo que transportan esos proyectos. 4 Necesitamos tener
una buena información sobre las intenciones verdaderas de quienes quieren
gobernar. Pero Flores Nogales va un poco más allá cuando afirma que la salud
democrática depende de la importancia que los ciudadanos le demos al hecho de
no ser engañados y cuento esfuerzo estamos dispuestos a hacer para estar bien
informados y desarrollar nuestra capacidad para entrenar un juicio crítico y
analítico. Esta tarea personal puede resultar ardua y compleja y entonces, como
afirma Simón, entran en juego los medios de comunicación que tienen un papel
decisivo en la construcción (o no) de una ciudadanía formada políticamente y
con capacidad de relacionarse con nuestros representantes y las instituciones.
Lo dicho sería lo óptimo, sin embargo, lo habitual es que
la ciudadanía conforme su propia opinión en base a lo que Simón califica de
“atajos ideológicos”. Cada ciudadano tiene una ideología propia previa a su
exposición a cualquier tipo de información y se suele utilizar para filtrar los
contenidos que le llegan de manera que, “nuestra” verdad se convierte en una
mercancía apetecible para los medios y partidos afines que suelen caer en la
tentación ordenarla y simplificarla para captar nuestra atención y así, los ciudadanos terminan por abonarse a esta práctica
de los atajos ideológicos. La primera víctima de esta dinámica es que los
debates se conforman en función a ideas y pensamientos que provienen exclusivamente
de los valores propios y en esa deficiencia, concluye Simón, el peligro más
grave es la posibilidad de que se rompan los consensos básicos de la democracia
representativa. Simón termina por afirmar que la democracia nunca ha necesitado
la verdad para funcionar, sin embargo es imprescindible que haya un equilibrio,
un mínimo común denominador entre los que se encargan de administrar la
pluralidad ideológica a la ciudadanía.
Flores Nogales, sin entrar en las cuestiones de
funcionamiento democrático que aborda Simón, defiende que nuestro deber es
buscar la verdad de los acontecimientos y estar atentos a manipulaciones
porque, aunque es cierto que muchos hechos pueden tener un carácter subjetivo,
“existen límites marcados por la dimensión de la realidad que se vuelven
inobjetables”.
Después de todo lo dicho te invito, querido e improbable lector,
al ejercicio diario de huir de la posverdad, que tan solo suaviza la mentira de
toda la vida, apela a la emoción de medio pelo y crece gracias al sentimentalismo
barato que abona la ausencia de datos y hechos contrastables. Desde mi punto de
vista se trata de darle la máxima potencia a ese axioma del periodismo que dice:
Los comentario son libres pero lo hechos son sagrados. En ese sentido, Flores nos
anima a cuestionar toda la información, mantener en forma el juicio crítico y abandonar
la comodidad de esas mentiras que acolchan nuestra ideología pero también
nuestros prejuicios. Este consejo parecer pueril porque a primer bote es muy
difícil aceptar que un número importante de ciudadanos desee ser engañados, sin
embargo, como nos recuerda Valenzuela, los totalitarios del siglo XX ya sabían
que hay mucha gente dispuesta a tragarse carros y carretas envueltas en un
embuste que halague su orgullo racial, nacional o religioso, esa anestesia del
dolor presente con la promesa de un paraíso futuro.
Regresar al cuento de Pinocho puede ser una buena excusa
para abrir debates sobre lo que significa mentir, la diferencia entre la
mentira y la simulación, el salto moral que existe entre mentir por necesidad o
desesperación, que es lo que le pasa a Pinocho y a muchos niños, o mentir por el
gusto de hacerlo o por cálculo político. La verdad y la mentira algunas veces están
separadas por una línea tenue y otras por un brochazo gordo, y quien sabe,
quizás nuestra mejor aportación a la democracia y a nuestra autoestima personal
sea determinar con claridad donde se encuentra esa limitación y alejarnos de
ella.
Documentación
Arias, Juan. “Pinocho provoca un debate sobre mentira y
literatura” El País. https://elpais.com/diario/1990/11/01/cultura/657414010_850215.html. 01 Nov 90. Web 12 Feb 2021
Bilbeny, Norbert. “Poder y flaqueza de las falas verdades”
tintaLibre. Febrero 2021 nº 88: 4-6. Print.
Flores Morales, Jorge. “La posverdad: El retorno de
Pinocho”. Phainomenon http://revistas.unife.edu.pe/index.php/phainomenon/article/view/1747/1933 Jul- Dic 2019. Web 11 Feb 2021.
Reboiras, Ramón. “El teorema de Pinocho” tintaLibre. Febrero 2021 nº 88: 3. Print
Simón, Pablo. “La verdad en democracia” tintaLibre. Febrero 2021 nº 88: 24-25. Print
Valenzuela, Javier. “Pinocho se hace político” tintaLibre. Febrero 2021 nº 88: 38-40. Print
Etiquetas: artículo
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