La curvatura de la córnea

05 junio 2013

Incómodos y el comportamiento humano




¿Recuerdas cuando fue la última vez que te sentiste incómodo? Tal vez fue ese silencio en el ascensor mientras tu vecino se miraba los pies y tú guasapeabas un video porno. O durante la cena de anoche, también silencio, mientras tu pareja zapeaba por todas las cadenas menos por esa que a ti tanto te gusta. El silencio cuando miras las mareas ciudadanas y sus manifestaciones sonoras, la degradación de la democracia, esta sociedad cada vez más jerarquizada, la mentira instalada y la corrupción rampante mientras tú y yo, querido lector, sobrevivimos al borde la inanición pero acomodados en un silencio incómodo.
¿Seguro que ahora lo recuerdas? ese silencio incómodo que no viene marcado por el capricho de una pose, sino que constituye parte del comportamiento social, concretamente de su parte más miserable.
Teatro PezKao ha recopilado algunas de esas maneras de actuar de palabra, obra u omisión, comportamientos que forman parte de la comunicación interpersonal, un factor que, si lo aplicáramos con un poco de confianza, cambiaría los patrones fundamentales de la socialización. Es cierto que muchos de los personajes que vemos en el escenario parecen atormentados y viscerales, pero no creas que son tan diferentes a usted y yo, querido lector. La diferencia fundamental radica en que ellos, gracias a la alquimia del teatro, se nos presentan desnudos, sin la protección del anonimato o el velo de lo privado, ellos no saben que los observamos desde el patio de butacas.
Teatro Pezkao mantiene la misma premisa que la actriz de La Abadía Carlota Ferrer define: “El teatro tiene que ser incómodo. Tiene que abrir heridas. Nunca debe renunciar al compromiso con lo que pasa, debe enfrentarse a la vulnerabilidad” Un teatro que podríamos calificar de compromiso social, y que por lo tanto claro tiene que luchar en dos frentes. El primero es el posible desinterés del público, como nos recuerda el crítico teatral José Nogales en su columna del ABC en 1904: “El teatro de ideas suele interesar poco a los que por otros medios más serios conocen esas ideas, y no interesa poco ni mucho a los que las desconoces”. La segunda es conjugar cualquier tipo de con la máxima de que el teatro es un espectáculo. El éxito del teatro comprometido dependerá de la mezcla adecuada de la ecuación formada por el tratamiento de los problemas de la sociedad contemporánea, hacerlo con la intensidad necesaria para conmover al público y conseguir que el resultado sea artístico. Teatro Pezkao, para alcanzar estos objetivos, ha trabajado desde sus inicios con un apabullante minimalismo escénico (dicen por la radio que “Pedro y el capitán” su primera producción teatral tuvo 30 euros de presupuesto en atrezzo), una interesante acentuación, muestra y exposición del trabajo interpretativo, y suficiente espacio para provocar las conciencias. “Incómodos” sigue por el mismo camino
La idea del espectáculo surgió en el bar la Vía Láctea, después de ver “Happiness”, una película de Todd Solonodz que según publicó Jordi Costa en Fotogramas, es una radiografía pesimista, sin concesiones y con un esquinado sentido del humor, tres elementos que se mantienen en la función, tanto en la primera versión que vi en la Sala El Extintor, como esta segunda en el Teatro del Mercado. La gran diferencia es que la compañía ha variado el porcentaje de esos elementos en la dramaturgia de la obra hasta convertirla en una obra nueva.
Esta modificación en la concepción de “Incómodos” creo que es una decisión muy interesante. La primera versión la recuerdo con más ritmo, con gotitas de humor intercaladas a modo de avituallamiento para seguir la obra y un encadenamiento de escenas más dinámico. Sin embargo, en la versión del Teatro del Mercado el humor se ha diluido casi por completo hasta quedarse relegado a los momentos finales. La segunda versión de la obra me gusta más porque mantiene el tono pesimista durante toda la función hasta que te abre una pequeña rendija de esperanza gracias a la última escena (fantástico el comunicado de ETA) que es claramente una puerta de salida para el público, la lanzadera que te permite, al terminar la función, reír, debatir o llorar, usted elige.
La obra ha perdido parte de su ritmo original, sobre todo en las transiciones quizás un poco lentas, aunque algunas de ellas se me antojan necesarias para digerir las miserias humanas que circulan ante nuestros ojos. En cualquier caso, si la intención de la compañía ha sido ralentizarlo todo para acentuar el pesimismo, creo que lo logran aunque tal vez la clave para redondear el espectáculo pase por encontrar un equilibrio entre algunas transiciones lentas y combinarlas con otros cambios más dinámicos y, lo que me parece más importante, dosificar el grado de incomodidad para que fuera de menos a más en un constante in crescendo, por ejemplo, la escena de los dos chicos y sus ordenadores me parece ideal para la parte inicial de la función, sin embargo, después de la notable y contundente escena del soldado, ya solo nos quedaría la salida hacía el humor.
El escenario casi siempre está vacío o con muy pocos elementos de atrezzo, una par de sillas, una mesa y poco más, si acaso una interesante utilización de la iluminación y el silencio, el silencio es una de las claves de la función, el silencio del que calla, el silencio de los actores (memorable el chico en modo nueva pareja y el mendigo) el silencio en definitiva del que escucha y, aunque fuera de plano, el público también escucha y lo hace para reír, para indignarse o para mezclar ambas reacciones en una risa que te hiela el rostro.
Teatro PezKao sigue su camino, una apuesta valiente por escribir textos propios con una mirada minuciosa que pone el foco en la sugerencia, o el golpe directo, un espacio donde proyectar palabras y silencios del comportamiento humano, un viaje que, a poco que rasques, siempre resulta incómodo.

Publicado en el nº 136 de El Pollo Urbano

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ProtAgonizo: Un acto de sinceridad




Ester Bellver cuenta en su blog las dudas por la que pasó cuando vino al Teatro de la Estación de Zaragoza para interpretar ProtAgonizo, porque habían transcurrido seis meses desde la última vez función que había hecho la función. También recuerda su anterior paso por la ciudad, cuando hace seis años entrón en un bar y se sentó ante un mesa muy pringosa que le sirvió para escribir una de las escenas de ProtAgonizo, una obra que lleva consigo todas las consecuencias de las autobiografías. La principal de ellas, como diría Caballero Bonald, es que la frontera de la infancia coincide con el verano y las calles, el barrio y el río son los elementos que conforman el mundo (Usted, querido lector puede pensar en las suyas propias) Otra cosa son las sensaciones, esa ambigüedad selectiva con la que pastoreamos el pasado para llenarlo de felicidad, o no, y que cada uno viste sus recuerdos como bien le viene. Eso es lo que ha hecho Ester Bellver, vestir sus recuerdos para pasearlos en un escenario junto a tres espejos que, aunque parecen plantados para que se mire la actriz, están allí para que cada espectador, si se atreve, se una a la fiesta de la memoria.
La primera virtud de la obra es el texto que nace de las ácidas heridas de una crisis, cualquiera de ustedes con una determinada edad sabe de lo que estoy hablando. Hay un día en el que los acontecimientos más importantes de tu vida se te plantan delante y…cada uno hace lo que puede. Ester Bellver los escribió y terminó por subirlos a un escenario para, efectivamente, hablar de la infancia, el colegio y el transito por la vida entre (des)amores y (des)ilusiones hasta que el caminó la dejó en una revista de los años ochenta, género en el que debutó como artista. Sin embargo las candilejas, que nunca son garantía de éxito, le permitieron jugar con la identidad de otros para poner en cuestión su propia identidad. Esa es la clave. Enfrentarte a ese espejo que devuelve tu propia imagen y valorar si ese que te mira eres tú.
Ester Bellver, para que este ejercicio de sinceridad funcione, no le queda otra alternativa que la autenticidad, que la confidencia sea clara, que los espectadores la quieran desde el primer momento y lo puedo asegurar, el ejercicio actoral es sobrecogedor porque no hay ni un gramo de afectación, todo discurre tan natural que la actriz es capaz de incorporar al espectáculo el vuelo imprevisto de una mosca o el zumbido de un móvil. La actriz, desde ese ejercicio natural y sincero, construye un personaje que nos regala un mundo de emociones íntimas, una lección de talento teatral que sobrepasa con mucho la inicial idea de una autobiografía al uso y así, por la magia de las candilejas, conseguir que el cuadro de su vida sea la primera pincelada de las nuestras. Y usted, querido lector ¿sería capaz de desnudarse de esa manera?

Publicado en el nº 136 de El Pollo Urbano

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