La curvatura de la córnea

27 diciembre 2020

Detenerse ante la adversidad: El mal no se erradica para siempre

 

El buen samaritano. Vincent Van Gogh


pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y las demás concupiscencias les invaden y ahogan la Palabra, y queda sin fruto” (Marcos 4:18)

 

Cuando el Papa Francisco publicó la encíclica Fratelli Tutti muchos medios de comunicación recogieron el espíritu social que la caracterizaba gracias a un discurso  contra el consumismo, la globalización despiadada, el neoliberalismo económico como forma de capitalismo menos compasivo y la tiranía de la propiedad privada sobre el derecho a los bienes comunes. Por aquellos días visité la página oficial de la Conferencia Episcopal Española para chequear la reacción en el ámbito nacional pero los textos que hacían exegesis de la encíclica eran eminentemente técnicos en los aspectos teológicos y poco a poco desistí en su seguimiento hasta que el día de Nochebuena leí un artículo del profesor de filosofía de la Universidad de Oxford Luciano Floridi que se titulaba “Una cuestión de dignidad humana” un texto que desgranaba la encíclica para conectar los aspectos económicos y sociales con su “enorme riqueza conceptual”. Y lo hacía partiendo de una máxima: “El mal no se erradica para siempre, se derrota de nuevo una y otra vez, con tenacidad.”

El principio que debería regir para conseguir el objetivo citado sería que “el  crecimiento económico no debería guiar el desarrollo humano”, y por lo tanto la primera tarea es cambiar tanto el capitalismo como la política, que la obsesión por el consumo se transforme en el “cuidado del mundo y de la humanidad”, un cambio que “debe pasar del interés individualista a la participación colectiva y a la esperanza común, a través de la «caridad política»” Floridi enlace este concepto económico-social con la apertura de la encíclica que, para hablar de espacio, fronteras, muros y barreras se detiene en la parábola de buen samaritano que Lucas nos contó en el capítulo 10 de su evangelio. Las historia es bien conocida.

Un doctor de la Ley le preguntó a Jesús ¿quién es mi prójimo? y Jesús le contó la historia de un hombre que, en su viaje entre Jerusalén y Jericó, cayó en manos de unos bandidos que después de robarle le dieron más palos que a una estera hasta dejarlo moribundo. Al poco pasó un levita dedicado al servicio del templo y un poco más tarde un sacerdote pero ambos hicieron la vista gorda a la desgracia. Pero nuestro apaleado tuvo suerte porque en el camino apareció un hombre natural de Samaria que al verlo se apiadó, le curó las heridas, lo montó a su caballo y lo llevó hasta un mesón donde, tras pagar dos denarios, indicó que cuidaran de él y anotaran todos los gastos extras que pagaría a la vuelta de su viaje. Jesús terminó la parábola lanzando una pregunta ¿De todos los personajes de la historia quien te parece que fue el prójimo de quien cayó entre los ladrones?

Floridi subraya que el tiempo es el que pone en relación la parábola con la encíclica: Lo importante de la parábola es el tiempo. El samaritano entrega su tiempo a alguien a quien no conoce, un viajero que se detiene y construye una historia nueva de atención y cuidados, un hombre de negocios que, además de pagar al mesonero, encuentra tiempo para entregarlo gratis y dedicarlo a quien sufría. Por lo tanto, y más allá de que el viento del tiempo sea el que recorra todo el texto del Papa Francisco, lo fundamental es la solidaridad entre nosotros: “Nadie puede salvarse solo. El abrazo solo es posible si se supera una separación respecto al otro, en la que las identidades se unen, pero no se anulan entre sí.” “Abrazar al otro es abrazarnos a nosotros mismos”

Floridi concluye conectando su condición de agnóstico a la posibilidad de solucionar lo que la moral católica define como concupiscencia, o el deseo desordenado de los bienes terrenos y placeres deshonestos. Una mezcla posible gracias “al reconocimiento universal de la dignidad humana, que trasciende el tiempo de la historia.”

Al final es inevitable preguntarse por el samaritano, ¿regresó al mesón?, ¿saldó con beneficios los negocios que llevaba entre manos?, ¿descubrió quién era después de detenerse ante la adversidad?

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24 diciembre 2020

Feliz Navidad

 

Un día Juan José Millás me contó que un día abrió la boca para preguntar al día ¿qué día eres tú? Pero el día no contestó porque los días no saben qué día son. Los días no tienen ni idea de si son martes o jueves, a ellos les da igual que los cambies de semana, de día o de lugar. Y yo, que trabajo en una fábrica Non Stop donde la actividad industrial se mantiene durante las 24 horas de cada uno de los 365 días del año, entiendo a esos días porque en mi calendario laboral, mis días son otros días que no son ni lunes de resaca, ni martes y trece, ni miércoles de ceniza. Mis siete días de la semana a veces comienzan en jueves de pascua, viernes de dolores o domingo de resurrección. Este años en el que las autoridades bailan a la yenka con los protocolos para disfrutar de la Nueva Navidad, la Nochebuena en mi calendario venía señalada como un turno de noche para ir a trabajar con mascarilla, jabón de manos y distancia social y sin embargo, por aquello de la crisis económica, una ventana de oportunidad o vaya usted a saber que peregrina razón, el caso es que voy a pasar la Nochebuena en el salón ventilado de mi casa con un menú de guirnaldas, los villancicos de Diana krall y el debate con mi señora para elegir una película entre la corrosiva mirada de Placido o la eterna esperanza de Que bello es vivir. Pero antes me gustaría invitarte a mirar de reojo a este malaje de año que nos ha tocado vivir, levantar el ánimo para desearte una Feliz Navidad y tener un momento de recuerdo para nuestros compañeros que, con el equipo más reducido en 30 años, siguen trabajando en el turno para que todos los demás estemos tranquilos mientras ellos cuidan del lugar al que regresaremos a trabajar.

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19 diciembre 2020

Volver a casa por Navidad

 

Volver a casa por Navidad es sólo un slogan publicitario que pretende diluir la última vez que estuvimos en la Misa del Gallo, un ritual que, más allá de si somos creyentes, ateos o negacionistas, no dejaba de ser un acto social que repetido con frecuencia anual se traducía en mensajes, valores y sentimientos. El ritual te puede gustar más o menos, da igual si estás entregado a una determinada creencia o no, lo realmente importante es asistir a un acto de conjunto que implica un orden social y moral que transciende más allá de nosotros: Dejar de ser yo para ser nosotros. Por eso queremos volver a casa por Navidad, para olvidar el mundo que nos venden en las pantallas y recordar donde nació nuestra identidad. Sin embargo el lugar al que queremos volver ya no existe. La infancia es una gran casa del pasado tatuada en nuestra memoria, y lo que fue un lugar físico con estufa de carbón, planchas de hierro fundido y una tele en blanco y negro… ese lugar ya no existe.

Queremos volver al frío de carámbanos para dejar nuestra condición de currante, desempleado o troll, a ese cuarto de estar con un árbol de navidad plegable y plástico que de tan despeluchado y cutre terminaba siendo adorable, a ese Portal de Belén recortable que con el paso de los años perdía color mientras la cabeza de José se mantenía erguida gracias a un pedacito de cinta aislante. Queremos volver para vivir alejados del Premium, el Black Friday o el Cyber Monday. Queremos que la Navidad nos ayude a renacer y olvidar que ya solo somos iguales en los pasillos de un Centro Comercial donde consumimos con el ansia de encontrar una alegría que nunca alcanzará la intensidad de los viejos rituales: Tocar la pandereta a destiempo, desafinar en todos los villancicos y que el abuelo se duerma en el sofá de escai.

Este año volveremos a casa por Navidad y ¿quién sabe? tal vez nos encontremos con nosotros, una vez al año seguro que no nos hace daño.

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