Volver a casa por Navidad
Volver a casa por Navidad es sólo un slogan publicitario que
pretende diluir la última vez que estuvimos en la Misa del Gallo, un ritual
que, más allá de si somos creyentes, ateos o negacionistas, no dejaba de ser un
acto social que repetido con frecuencia anual se traducía en mensajes, valores
y sentimientos. El ritual te puede gustar más o menos, da igual si estás
entregado a una determinada creencia o no, lo realmente importante es asistir a
un acto de conjunto que implica un orden social y moral que transciende más
allá de nosotros: Dejar de ser yo para ser nosotros. Por eso queremos volver a
casa por Navidad, para olvidar el mundo que nos venden en las pantallas y
recordar donde nació nuestra identidad. Sin embargo el lugar al que queremos
volver ya no existe. La infancia es una gran casa del pasado tatuada en nuestra
memoria, y lo que fue un lugar físico con estufa de carbón, planchas de hierro
fundido y una tele en blanco y negro… ese lugar ya no existe.
Queremos volver al frío de carámbanos para dejar nuestra
condición de currante, desempleado o troll, a ese cuarto de estar con un árbol de
navidad plegable y plástico que de tan despeluchado y cutre terminaba siendo
adorable, a ese Portal de Belén recortable que con el paso de los años perdía
color mientras la cabeza de José se mantenía erguida gracias a un pedacito de cinta
aislante. Queremos volver para vivir alejados del Premium, el Black Friday o el
Cyber Monday. Queremos que la Navidad nos ayude a renacer y olvidar que ya solo
somos iguales en los pasillos de un Centro Comercial donde consumimos con el
ansia de encontrar una alegría que nunca alcanzará la intensidad de los viejos
rituales: Tocar la pandereta a destiempo, desafinar en todos los villancicos y
que el abuelo se duerma en el sofá de escai.
Este año volveremos a casa por Navidad y ¿quién sabe? tal
vez nos encontremos con nosotros, una vez al año seguro que no nos hace daño.
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