La curvatura de la córnea

15 julio 2015

Democracia representativa





Introducción
Los lectores avezados ya lo saben, son los libros los que nos eligen a nosotros, así que vaya usted a saber los motivos por los cuales el ensayo de Enrique Cebrián saltó por encima de “La isla del tesoro” de Stevenson para colarse en mi bolso piscinero. “Sobre la democracia representativa” no parece una lectura de verano, caña y piscina, sin embargo ese ha sido el medio ambiente en el que me he dedicado a leer y subrayar, por eso algunas páginas de libro han quedado marcadas por la crema de protección solar Isdin 30 que, si ustedes lo piensan bien, es toda una declaración de intenciones.
El objetivo que me planteo con este escrito no pretende entablar una discusión con el autor, ni plantear algún tipo de crítica, me conformo con aligerar y resumir la excelente carga científica del libro para colocar en la palestra de debate político dos conceptos como democracia y representación. Un viaje por la historia política que terminará por justificar que la democracia representativa es una excelente solución desde el punto de vista democrático para articular la participación política de los ciudadanos. Una participación que se ha visto agitada por nuevas propuestas políticas que, además de buscar sustento, aliento e inspiración en el bullicio popular de las plazas, también encaminan sus esfuerzos hacía la representación de sus posiciones en las instituciones parlamentarias, el paso previo para alcanzar cotas de poder que les permitan moldear una opción político-social muy alejada de la fotografía actual.
Comenzar por el prólogo de Manuel Contreras es un buen ejercicio para situarnos ante la dificultad de trasladar el concepto de representación a la vida política porque, si la representación es básicamente “actuar en lugar de otro”, estaremos de acuerdo que la ficción es el terreno propicio para su desarrollo y, por lo tanto, resulta tentador observar la vida política como si de un espectáculo se tratase.
El ejercicio de poder, nos recuerda Contreras, es un espectáculo que nos acerca a una “ficción en serio” muy alejada de populismos y demagogia pero, como en cualquier escenario, la diferencia entre lo excelente y lo deplorable está muy relacionada con la calidad de los unos políticos/actores: Buenos, malos o mediocres. Y claro, tanto el político como el buen actor precisan formación, disciplina, cualidades morales, integridad, sencillez y modestia. El político / actor no puede ser un ignorante, debe tener imaginación, capacidad de mirar, de escuchar las réplicas y huir de la palabra ampulosa para hablar con sincera naturalidad.
Un elevado grado de calidad en la representación política debería ser la primera premisa que exigiera la sociedad democrática.
Concepto de representación
La representación hace presente algo que en realidad no lo está y, ni es una ficción, ni un sucedáneo de la presencia. En ese sentido la representación es un enorme logro cultural de las sociedades muy evolucionadas con capacidad para transformar la identidad, y su carácter unitario, en representación y duplicidad autorizada y responsable: Autorización para actuar en nombre de otro; responsabilidad para que los representados controlen la acción de los representantes.
Como vemos, y eso que he optado por dejar alguna de las condiciones fuera de este texto, la tarea de la representación es complicada y, sin embargo, Mauricio Cotta ha sido capaz de encontrar una definición aceptable para la representación estrictamente política:
“una relación de carácter estable entre ciudadanos y gobernantes por efecto de la cual los segundos están autorizados a gobernar en nombre  siguiendo los intereses de los primeros y están sujetos a una responsabilidad política de sus propios comportamientos frente a los mismo ciudadanos por medio de mecanismos institucionales electorales.”
Representación política y democracia
La representación entre lo ausente y lo presente provoca una tensión que no debe considerarse como un fallo de la representación, bien al contrario, esa tensión es la evidencia de un fenómeno dual. Por eso, lo que durante el nacimiento de los EE.UU. ligaba representación con aristocracia, en el siglo XXI el concepto democracia va ligado a un Parlamento que emana de la urna electoral como legítima fuente de poder para seleccionar a las personas destinadas a ejercer determinados cargos políticos.
Lo que a todos nos afecta debe ser tratado por y aprobado por todos es un principio que ya existía en la Edad Media para esconder el deseo de los de arriba en cuanto a lograr la aprobación de los de abajo y convertir una directiva en obligación. Pero, a partir del siglo XVIII, una nueva concepción del ciudadano lo convierte en fuente de legitimidad política hasta instaurar uns institución mixta, muy poco preocupada por el elitismo y que se dibuja en dos caras de la misma moneda: Democracia representativa, democracia directa.
Ambos conceptos formaron parte de la Revolución americana cuando el pueblo llano participó en los asuntos de gobierno, no solo como votantes, sino como dirigentes. Un gobierno del pueblo dirigido por el pueblo. La democracia, en este proceso fundacional de los EE.UU., es un término técnico, un ingrediente político al que debemos añadir la monarquía de los gobernadores y la aristocracia del Senado.
En esta dualidad contradictoria nos encontramos con la propuesta de un gobierno representativo como base de la democracia, donde la representación es un derecho de los ciudadanos, quienes ejercerán un férreo control de sus representantes para evitar que terminen por degenerar en una aristocracia.
El sistema de representación alcanzó su cénit en el siglo XIX con la culminación de los procesos revolucionarios de EE.UU y Francia en la democracia. Sin embargo, no hay que olvidar que realidades y acontecimientos históricos, lejos de ser verdades unívocas, son procesos complejos y, en ese devenir, fue el mandato representativo el que se impuso frente al mandato imperativo, una victoria del liberalismo burgués que, enfrentado al esquema feudal, representa a la nación para sustituir al Soberano por la Soberanía Nacional. La plaza pública se convierte en el espacio para la política mientras la política de gabinete a puerta cerrada se advierte malvada. Nos encontramos ante una evolución política que la situará como principio social que eliminará los estamentos para dejar paso al ciudadano libre y al debate Parlamentario, se abandona el absolutismo monárquico para reducir el Estado a su mínima expresión.
La Edad Contemporánea trajo el simbolismo de una nación ideal asociada a una comunidad de intereses comunes y también con distintas opiniones  que, sometidas a debate, determinan los intereses nacionales, sin embargo, la construcción burguesa del Parlamento representativo y opinión pública no evita la lucha de intereses que establece una tajante división entre opinión e intereses para desembocar en la aparición de los partidos políticos como piezas indispensables con las que desarrollar el modelo representativo.
Los partidos políticos, que comenzaron como voz de los notables hasta transitar al espacio de las masas sociales en una evolución unida al progreso de la democratización, se lanzaron a la deriva de una contradicción: Aunque su naturaleza proclama la vigencia del modelo representativo, es evidente la presencia de un férreo mandato imperativo gracias a la disciplina impuesta desde los grupos parlamentarios, una disciplina de partido que somete a los diputados y que caracteriza la política del último siglo.
Esta situación desvirtúa la relación entre representante y representado de manera que se crea un nuevo binomio entre elector y grupo parlamentario que anula la teoría clásica de la representación. Pero no se desesperen, esta idea no es el preludio de la muerte de la independencia del diputado, aunque tal vez sería especialmente necesario articular este menage a trois entre partido, elector y diputado.
Capacidades de la democracia representativa
Zazurca centra su estudio en tres capacidades de la democracia representativa:
1 La representación crea la voluntad popular.
El Estado tal y como lo conocemos es una realidad política desde el Renacimiento, cuyas connotaciones de duración y estabilidad están relacionadas con el Parlamento constituido a través del sufragio universal, el Estado se crea, precisamente, gracias a esa representación, sin la cual no existiría. Esta identificación permite la equiparación entre pueblo y representación, un pueblo que como colectivo político existe precisamente gracias a la representación porque el Parlamento crea y manifiesta la voluntad popular a través de los partidos políticos que, como portavoces de diferentes opiniones e intereses, no tienen porque amparar un supuesto interés nacional común, ya que suelen expresar la posición de un determinado grupo social. Esta afirmación es muy importante porque con ella regresamos a la concepción de la representación política como una ficción, toda vez que, eliminado el mandato imperativo, la voluntad del pueblo sólo se expresa en el momento de la elección del Parlamento que, en una concepción democrática, permite el control político de los representantes y que rindan cuentas.
2 La representación como garantía de la deliberación
Las revoluciones liberales supusieron el final de un mundo uniforme, secularizaron la vida política y permitieron la presencia de diferentes formas de entender y organizar la sociedad. Ideas que se enfrentan y debaten en el Parlamento, espacio y centro del debate político.
3 La representación como garantía de control político y de rendición de cuentas
La rendición de cuentas es una herramienta imprescindible para detectar el ejercicio incorrecto del poder político, la capacidad para sancionarlo exige transparencia y reclama justificación a los actos ejecutados. El Parlamento permite es control frente a un posible control ciudadano que, por estar fuera del aparato institucional, no tiene posibilidades de señalar las responsabilidades políticas, una tarea de fiscalización interna propia de la habitual dinámica gobierno-oposición, todo ello con la intención de fomentar que responsabilidad, complejidad y pluralismo formen parte de la función deliberativa.
Insuficiencias de la democracia representativa
Zazurca centra su estudio en tres insuficiencias de la democracia representativa:
1 Las insuficiencias deliberativas de la representación.
El creciente protagonismo de los partidos políticos y la gran importancia de los medios de comunicación de masas no han desplazado al Parlamento como el lugar privilegiado del debate político que, en buena medida, es un baile de negociaciones y cesiones donde no existen las verdades universales y absolutas en cuanto a las soluciones de los asuntos públicos. Sin embargo, la deliberación considera insuficiente ese método porque se trataría, no solo de negociar posiciones fijadas de partida, sino de ir construyendo las posiciones de cada participante en el debate atendiendo a los argumentos y razones del resto de los participantes. Sin embargo todos somos conscientes de que este tipo de debates suele estar ausente de las deliberaciones en los modelos de representación política y, a la espera de mejores soluciones, resultaría beneficioso trasladar la deliberación a otra esfera distinta, al ámbito de los ciudadanos y, en último término, fomentar los cauces de comunicación entre estos y sus representantes. Sin embargo, no hay que olvidar que la actividad legislativa y decisoria requiere de procesos de discusión fundamentalmente parlamentarios y, por lo tanto, se hace necesario construir, mejorar y engrasar las relaciones entre representación y deliberación ayudadas por las nuevas tecnologías de la comunicación que, en lugar de pretensiones alternativas, deberían encuadrarse dentro del marco general de un sistema representativo.
2 Deficiencias en el control político y la rendición de cuentas
Más allá de la posibilidad de un control político en sede parlamentaria y de la celebración de elecciones que buscan la aprobación de programas de futuro, más que de controles de lo realizado en el pasado, el electorado tiene que tomar una única decisión con respecto a todo un paquete de políticas gubernamentales, un hecho que no parece suficiente cuando las exigencias del control ciudadano podrían tener un sentido más concreto e inmediato, un deseo que se debería traducir en una mayor demanda de la sociedad civil sobre la esfera púbica, sin embargo es perceptible que nuestras sociedades actuales, como el modelo de Estado, revelan la insuficiencia de los controles que el sistema representativo permite y garantiza
3 La insuficiente receptividad de los representantes
La receptividad alude a la capacidad del individuo elegido en asumir y hacer suyos los puntos de vista y demandas de los ciudadanos. No se trata de hacer una defensa del mandato imperativo o de la democracia plebiscitaria, la óptica del mandato-receptividad se encuentra entre estos dos extremos y debe considerarse como uno de los componentes más valorados de la representación política, un elemento que no debemos entender como entendimiento individual entre representante y representado, sino como una relación colectiva entre la ciudadanía y la asamblea.
El autor considera que la receptividad es el elemento más importante de la representación política y que los actuales modelos distan mucho de estar al nivel necesario, por eso aboga por la ampliación de los cauces que permitan a los representados expresar sus opiniones. Pero también es necesario tener en cuenta que muchos de esos mensajes son simples, poco elaboradas, se reducen a formas de expresión conformadas habitualmente por una minoría, respuestas instantáneas, pocos pulidas, con escasa reflexión y debate, y en ocasiones, con poca participación ciudadana. El segundo defecto de estas formas de expresión se situaría en el terreno formal con ausencia tanto de procedimientos, como de foros públicos y permanentes  destinados a caldear el debate y construir opiniones, lugares a los que los representante públicos puedan acudir para conocer el fondo de las discusiones y las conclusiones alcanzadas.  Zazurca concluye:
No debemos olvidar que, en sistemas políticos como el español, no se elige a diputados individualmente, si no que se vota a una lista completa. Ello puede provocar un menor impacto de una receptividad de este tipo, aunque no tiene por qué ser así, ya que esta puede darse por parte del grupo parlamentario, entendido como una totalidad. En este caso, sería directamente el partido político, más que el diputado individual, el que trabajaría con las miras puestas en la siguiente convocatoria electoral y serían, por tanto, los intereses del partido los que podrían dar lugar a la existencia de receptividad.
Balance y conclusión final
Zazurca, concluye que, después de viajar en el tiempo tras el concepto de representación y de analizar sus capacidades e insuficiencias que no hay razones suficientes para rechazar la reunión de representantes aunque, bien alejado de cierto liberalismo no democrático, hay que considerar la capacidad de los ciudadanos para hacerse cargo de los asuntos públicos, más allá del ejercicio de un acto mecánico de votar. En cualquier caso y situados en nuestra perspectiva democrática la representación parlamentaria permite la creación y concreción de la voluntad popular, la puesta en práctica de la deliberación política y el control de sus responsables. Así que la búsqueda de soluciones políticas a los defectos indicados no deberían conducir a la desaparición de los grandes Estados para sustituirlo por pequeñas comunidades donde sea posible la reunión directa de ciudadanos, en consecuencia, la representación política democrática no debe ser despachado sin más y sustituirla por soluciones poco definidas e imprecisas. Pero claro, defender el mantenimiento de nuestros actuales sistemas de representativos no debe confundirse con una actitud complaciente, porque el autor es perfectamente consciente de sus deficiencias y se trataría, en fin, de proteger y perfeccionar una obra de los hombres y los años llamada democracia representativa.


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