La curvatura de la córnea

16 diciembre 2016

Revolución, Transición y lo que no fue




La Institución Fernando el Católico acogió el pasado 15 de diciembre la primera jornada del curso “Disidencia y contestación en España (1968-1989)” La conferencia inaugural corrió a cargo de Julio Pérez Serrano (Profesor Titular de Historia Contemporánea en la Universidad de Cádiz) con el sugerente título de: “De mayo (68) a noviembre (89). La corta y desventurada existencia del proyecto revolucionario de la Transición.”
Pérez Serrano introdujo su charla recordando que su trabajo de investigación está incluido en una línea desarrollada por una historiografía que, con la pretensión de incidir en el medio social, está estudiado el proceso de transición a la democracia desde diversos puntos de vista como la actualidad, las élites, el marco teórico o los movimientos sociales.
Aunque el título de la conferencia del profesor Pérez subraya lo irrelevante de los procesos revolucionarios que no se llevaron a la práctica, más allá de la materialización es bueno preservar su conciencia crítica mediante el estudio de unas fuentes dispersas en torno a unas estructuras modestas en organización que, aunque obligan a investigar con elementos fragmentarios, nos proporcionan un negativo radical del sobre la fotografía de la Transición, un aviso de como la deriva de los acontecimientos pudo ser de otra manera y, por lo tanto, matiza el proceso histórico.
Estos movimientos revolucionarios como alternativa al pacto se sitúan en el contexto internacional de la guerra fría a la que se le suma la crisis interior del franquismo. Los antecedentes están anclados entre los años 1949 y 1959 justo antes del cisma entre la URSS y una China victoriosa en su revolución, que provoca dos corrientes entre comunistas por chinos y pro soviéticos, la misma victoria que diez años después se alcanza en Cuba. Es un periodo en el que el comunismo todavía se percibe de manera positiva frente al capitalismo mientras todavía no ha fraguado la crítica al estalinismo con intelectuales europeos defendiendo su política y justo antes del discurso Nikita Jrushchov durante el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, el 25 de febrero de 1956.
Entre los años 1960 y 1975 destaca la revolución del 68 como culminación del agotamiento del ciclo histórico que se inicia tras la segunda guerra mundial, no es una revolución al uso porque pretende que el poder, antes que para las clases sociales más desfavorecidas, sea para la imaginación. La URSS sin embargo ejerce de freno frente al cambio del socialismo de rostro humano que se pretenden en Checoslovaquia y que produce una división entre los comunistas. La revolución cultural China, que tuvo un mayor impacto fronteras afuera que en el propio territorio, generó estrategias alternativas al comunismo soviético, de manera que el militante de ese nuevo movimiento era muy diferente al pro ruso. Se crean los movimientos anticoloniales de un tercermundismo que alimenta la idea anti imperialista y anti Estados Unidos, un espíritu que en España se materializa en torno a unos militantes comunistas que hacen referencia a la condición colonial de España con respecto a los Estados Unidos y defienden una revolución anti colonial. En cualquier caso los revolucionarios siempre se refieren a una violencia justa en manos del obrero que se enfrenta a la violencia de Estado, un discurso que lleva hasta las Brigadas Rojas en Italia, RAF en Alemania, Acción Directa en Francia y ETA y los Grapo en España.
El contexto nacional entre 1959 y 1975 se vio favorecido por el ingreso de España en la ONU y una liberalización económica con la intención final de incorporarse a Europa. Estos cambios culminan con la muerte de Franco y el comienzo de la Transición, un recorrido que abarca un espacio temporal mucho más amplio que los años de camino hacia un régimen democrático en el que participó una generación de españoles que no habían vivido la guerra civil y unas organizaciones obreras que se intercambiaron o sustituyeron a los sectores de una izquierda revolucionaria que sin embargo pervivió hasta los años ochenta gracias al plus de legitimidad que alcanzó gracias a su papel antifranquista y la idea de poner cabeza abajo todo el edificio institucional.
El Partido Comunista de España en la década de los sesenta hablaba con naturalidad del concepto “reconciliación nacional” como la solución a una fractura entre españoles que ya no estaba marcada por la simetría ideológica de la guerra civil, sino que se trataba de una fractura asimétrica entre obreros y oligarcas. Un PCE que en el año 1965 condenó la intervención sobre Checoslovaquia, alejándose de la senda soviética hasta que en 1978 abandonó el leninismo para construir una organización en torno a la idea del eurocomunismo. El mismo partido que, en lugar de nuclear la crisis provocada durante la finalización del franquismo para llevarla hacia la revolución, se alejó del paradigma revolucionario para aproximarse hacia la solución pactada. Muchos sectores comprometidos y radicales vieron en esta postura un freno al cambio y una colaboración con el régimen que derivó hasta una política de unidad con el PSOE en 1981, a la debacle electoral del voto útil socialista en 1982 que obligó al cambio en la dirección entre Carrillo y Gerardo Iglesias hasta que, finalmente, el Partido Comunista de España terminó por fundirse con Izquierda Unida en 1986.
Todo este proceso puede explicar que, un Partido Comunista mayoritario en la izquierda y con una buena organización, no aprovechara la revolución latente cuando la izquierda radical quiso ocupar el espacio político libre de una inexistente izquierda republicana y socialista, y las expectativas de las clases medias urbanas que atisbaban cierta posibilidad de acceder al poder mediante el sistema democrático planteando.
Estos grupos de izquierda marxista revolucionaría son un gran conglomerado de siglas que se pueden integrar en cinco grandes grupos que parten del árbol común del pensamiento de Marx y Engels: Leninistas pro soviéticos, Estalinistas al modelo albanés, Maoístas, Trotskistas y Consejistas, una multitud que sin embargo se pueden definir como una izquierda revolucionaria alejada del nacionalismo y que defiende su proyecto en base a la ortodoxia científica del marxismo, una revolución que se sitúa por delante de la reforma política y que justificaría la violencia (aunque la inmensa mayoría de esos grupos nunca llegaría a ejecutarla) Son enemigos del capitalismo frente a una clase obrera mediatizada y poco preparada para asumir toda la dogmática revolucionaria. Su visión del Estado rechaza el sistema democrático.
Estos movimientos permanecen en la escena política hasta la caída del muro de Berlín que también derribó a estas organizaciones que conocieron su momento más álgido en las elecciones generales de 1979, y algunos especialistas piensan que es precisamente la participación en el juego democrático el motivo que inicia su disolución. Una deriva que, pasado el tiempo, quizás solo fue el primer paso de una crisis generalizada de la izquierda que va cayendo como las piezas de un dominó: En los ochenta con los revolucionarios, en los noventa con los comunistas y en la primera década del dos mil el socialismo.
Este proceso histórico tiene mucho interés en la actualidad desde el punto de vista de la historiografía comparada que analiza un posible paralelismo con el renovado panorama político español y la agitación que supuso la irrupción del movimiento popular del 15 M hasta su confluencia en el partido político de Podemos que ha terminado por trenzar una alianza electoral con Izquierda Unida. Una trayectoria que, dentro de otras múltiples sensibilidades políticas, tal vez pueda plantear la reconducción hacia esa senda revolucionaria y radical que no pudo ser.

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15 diciembre 2016

Memoria, historia y guerra civil. Una conferencia de Julián Casanova



La Fundación Giménez Abad promovió el pasado 14 de diciembre una jornada bajo el título “La guerra civil, ochenta años después: historia y memoria”. La primera intervención corrió a cargo del Catedrático de Historia Contemporánea Julián Casanova que comenzó por advertir que la mejor forma de acercarse la guerra civil era marcar la diferencia entre la habitual subjetividad política y, sin renunciar a las diferentes visiones historiográficas, comprometer a los nuevos historiadores en un avance continuo de aprendizaje en torno a las pruebas y los archivos para comunicar, divulgar con precisión y ahondar en la idea de que la conexión entre pasado y presente no es una cuestión de nostalgia. El conocimiento profundo de la historia de país permite a los políticos imaginar su futuro.
El primer trabajo que recomienda Casanova consiste en desechar la idea tan generalizada de que darle vueltas al guerracivilismo es una cuestión española, porque esa mirada al pasado traumático fue una de las bases sobre las que se sustentó Europa tras finalizar la segunda guerra mundial, por lo tanto el cambio paradigmático en el campo historiográfico pasa por modificar la idea de sellar el pasado para mirar al futuro y adoptar una posición que permita configurar la memoria y sus lugares como hizo Rusia con Stalin o Alemania con los nazis. La elección entre conocer el pasado o no hacerlo, no es tan solo una cuestión historiográfica, es una decisión que afecta al ámbito de la política y de la justicia y, frente al tradicional olvido de las políticas públicas sobre la memoria, se debería construir un relato que, en torno a los archivos como fuente histórica, se pueda mostrar en museos y explicarse en la educación.
Casanova, antes de entrar en un análisis más pormenorizado, subrayó la necesidad de prestar atención a dos cuestiones: Primero al tópico, todavía instalado en algunas publicaciones recientes como la de Pérez Reverte, que nos habla de que no hay nada peor que una guerra civil, olvidando de un plumazo toda la violencia y la deshumanización que podemos encontrar en los conflictos bélicos europeos del primer tercio del siglo XX con los ocho millones de muertos en la primera guerra mundial, que se desarrolló sin la participación de España, o el genocidio. Y en segundo lugar hay que hacer un balance de los usos y abusos políticos de la historia y como se alimenta desde la propaganda la dificultad que supone separar recuerdos personales que terminan elevados a la figura de mitos.
Para sobrevolar sobre el concepto de violencia durante la guerra civil es básico olvidar ese lugar común que asigna a los españoles un halo especial de violencia porque, fue la primera guerra mundial, la que cambió definitivamente el sentido de la violencia en una Europa que pasó de la Belle Epoque de capitalismo en ascenso a la brutalización como eje historiográfico. Así que España, que se libró de los paramilitares generados por la Gran Guerra, tuvo su punto de inflexión en octubre de 1934 cuando la revolución se enfrentó a la república en un marco europeo donde ya haabían caído las repúblicas de Alemania, Hungría y otras. Por lo tanto la discusión de los motivos y conflictos que hacen imposible una república democrática en España tiene muchas semejanzas en el escenario europeo.
Algunos especialistas como Preston han señalado que las dos guerras mundiales son una barbarie que traslada la brutalidad de los imperios coloniales al continente europeo. En España podemos hablar de generales africanistas que tras dar un golpe de estado promueven el exterminio del enemigo, una ecuación que se cumple porque el golpe inicial fracasa y esa contingencia es la que provoca la guerra civil, parece evidente pensar que si el golpe hubiera triunfado solo se hubiera generado una dictadura más en Europa, sin embargo, el golpe divide las estructuras políticas y produce, además de un levantamiento popular, resistencias en el ejército y la Guardia Civil.
El problema fundamental a la hora de desvelar la guerra civil es la larga dictadura franquista que construyó un relato que ahora, tras cuarenta años de democracia, precisa una revisión. Una nueva lectura que el profesor Casanova centró  en cuatro cuestiones alrededor de la violencia: Primero desde un perspectiva comparada, segundo analizando los motivos de su generalización, tercero la internalización y brutalidad de la guerra y finalmente la larga dictadura. Los cuatro aspectos pertenecen al ámbito del debate internacional por el que han pasado muchas naciones.
1 Se sustituye la política por las armas que quiebran los mecanismos de un estado en dificultades, de manera que un gobierno legítimo es golpeado pero no cae hasta que la soberanía única se gana con la victoria para destruir la soberanía múltiple. Ese es un proceso que se generalizó en el siglo XIX europeo y se repitió en la guerra de los Balcanes de los años noventa. El cambio de la política por armas es vital para comprender el acontecimiento y, por lo tanto, la violencia es la consecuencia no la causa del golpe. La guerra civil comienza dos semanas después del 18 de julio, el tiempo necesario para certificar que el golpe ha fracasado.
2 Hay muchas guerras dentro de la guerra con diversidad en las vivencias personales de los contendientes, una violencia entre vencedores y vencidos que se matiza por cuestiones personales, pero también por la religión, que apoya el golpe, y el anticlericalismo. Aunque el profesor Casanova advierte que, más allá de la cifra de represaliados, es importante distinguir entre aquellos desaparecidos que sufrieron el “terror caliente” que los eliminaba sin dejar rastro o registro de la defunción, una actividad que se repetía en cada una de las ciudades reconquistadas y por lo tanto relacionado con las tropas sublevadas, porque la república solo recuperó la ciudad de Teruel y quizás fue esa contingencia estratégica la que evitó un mayor número de muertes por este tipo de represalias, estos desaparecidos se diferencian de aquellas personas que fueron juzgados, con más o menos garantías procesales pero dentro de una legalidad judicial que permite rastrearlos. Sin embargo, mientras la violencia franquista tiene un plan premeditado de eliminación, la represión republicana, también muy dura, es la contestación violenta de respuesta de “el pueblo armado”, de manera que, aunque se habla de centralización de la represión franquista, la república, algo retardada en la disciplina del terror, tiene en su seno a un sindicalismo que pretende eliminar a los enemigos de clase, sin embargo esta violencia hubiera sido difícilmente desplegada sin la presencia del golpe de estado que le dio acceso a las armas para mantener la legitimidad política.
3 la internacionalización contribuye de manera esencial al incremento de la violencia y buen ejemplo son los bombardeos nazis, de mucha mayor intensidad que los realizados por los soviéticos, a zonas eminentemente civiles. La guerra civil es el primer conflicto sin inocentes, donde no se distingue entre frente y retaguardia, es el punto de inflexión de la brutalidad inaugurada en la primera guerra mundial y que culminará durante la segunda guerra mundial.
Espero que mi querido e improbable lector me permita ligar el punto de la internacionalización de la contienda con algunas consideraciones que el Profesor Ángel Viñas (Catedrático Emérito de Economía de la Complutense) aportó en la conferencia posterior, como afirmar que la asimetría de la ayuda internacional era un hecho incontestable, si bien es cierto que tanto el gobierno republicano como los sublevados pagaron todos los materiales militares que  se distribuyeron en la contienda, lo que nos indica que la generosidad ideológica pesa menos que la practicidad económica. La asimetría por lo tanto vino determinada porque la ayuda fascista de Alemania e Italia a las tropas de Franco se produjo de una manera constante a lo largo de la contienda e incluso, como revelan algunos contratos estudiados últimamente por el profesor Viñas, las peticiones de material bélico se producen antes de la sublevación. Sin embargo, y tras profundizar en archivos y fuentes soviéticas, la ayuda de Stalin a la república comenzó más tarde y se interrumpió por razones geo estratégicas que tenían que ver con la guerra entre Japón y China y la desviación del interés soviético hacia el Este. Tuvo que solucionarse ese conflicto oriental para que regresara la ayuda soviética. Por otro lado la propaganda de los vencedores se dedicó a minimizar la ayuda recibida y a magnificar la recibida por el enemigo. En ese sentido, Viñas señaló como la historiografía oficial llegó a triplicar el número de los brigadistas internacionales que lucharon en la guerra a favor del bando republicano.
Casanova fijó el epílogo sobre la guerra civil en una falsa dicotomía que postula  una victoria gloriosa de los vencedores frente a la brutalidad de los vencidos. La historiografía actual intenta desmontar esta dicotomía, que influye en toda la historia posterior de España, y a la que se añadió una postguerra de brutalización de los vencedores sobre los vencidos que marcó profundamente la memoria de unos y la desmemoria de otros. Casanova terminó afirmando que la construcción y preservación de esta nueva memoria es una tarea muy difícil porque la larga dictadura se convierte en una barrera abonada por el uso político de la historia capaz de olvidar que, más allá de las ideologías, la dignidad de los muertos que todavía ocupan algunas cunetas no debería dar o quitar votos.

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