La curvatura de la córnea

16 agosto 2019

Un mínimo testamento


Una ventana cerrada alrededor de las soluciones
para comprobar que juzgar siempre es público.
Un mundo bajo la apariencia de un transeúnte
que se dedica a la apariencia de responder.
El contexto que, sin hablar, se sumerge revelador.
Notarios o personas ¿Qué hay detrás de ellos?
La comparación parece peculiar pero, el vendaval de la filosofía,
como la auto descripción de dos moscas, genera movimientos maestros.
Cualquier persona que cree morir extrema ciertas peleas.
No se trata de transeúntes que escriben imágenes de salida, descanso o amistad,
ni de abogados borrachos de consenso, tiempo y convivencia.
Se trata de la arquitectura del arrepentimiento, una guerra sin razón, una escuela de problemas que, a las pocas horas de regresar al pasado, responde sin posibilidad temporal mientras el futuro, demoledor y violento, abre camino a lo que será recuerdo:
Al otro lado, un mínimo testamento.

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14 agosto 2019

El Globo


Cuando terminé el turno de noche la luna todavía estaba allí. Una luna que, sin lograrlo, quería ser luna llena y sin embargo tenía luz suficiente para iluminar las calles vacías de mediados de Agosto y ocultar las lágrimas con las que San Lorenzo nos recuerda que existe un universo más allá de la rotación y la traslación, un universo dónde el polvo de estrellas se transforma en espectáculo. Una luna que silbaba a ritmo de swing. El fenómeno me pareció tan extraordinario que detuve la moto sobre el puente de Las Fuentes y entonces me di cuenta que las aguas del rio Ebro rasgueaban al ritmo manuche y así, entre la luna y el rio, mientras mis oídos sintonizaban los aromas de Django Reinhardt y Stephane Grappelli, los pies, como precalentamiento para el baile, ya estaban marcando el compás cuando ante mis ojos, en el horizonte, allá donde el crepúsculos pinta el cielo de rojo, apareció un globo aerostático mecido por un cierzo amable, ligero y servicial, el viento imprescindible para mecer la cesta del globo poblada de violines, contrabajos y guitarras, cuerdas viajeras afinadas para esparcir la felicidad que proporciona una escala de corcheas. Entonces recordé la gran noticia: El II Festival Folclore Vivo-Cultura Contra la Despoblación incluía dos conciertos sobre un globo aerostático cautivo en Las Parras de Martín y en Utrillas. Pero mis ojos, el río y la luna eran testigos de que el globo había decidido romper con su cautividad para expandir jazz, swing y folk más allá de un paisaje de Teruel que a veces parece rudo, a veces verde y a veces agua.
El globo, en decidida dirección Este, sobrevoló mi cabeza y, sin dudarlo, lo seguí a bordo de una moto de 125 centímetros cúbicos con la melancolía hillbilly de quien añora cantes de ida y vuelta entre la cumbia, el bolero y el cha-cha-cha.  Seguí la estela del globo por el camino de Cantalobos hasta donde las cigüeñas se han instalado para todas las estaciones del año y allíl, en uno de los meandros del rio me sorprendió un sol que, ni sonrosado ni amarillo, borró la luna jazzera, el globo musical y la felicidad folk de mi body.
Regresé a casa cabizbajo y preocupado hasta que prendí la radio y el locutor del boletín informativo entonaba una noticia que estaba convulsionando el planeta musical: Desde todos los puntos cardinales del globo terráqueo llegaban noticias de como un globo aerostático regaba de semifusas las orillas zydeco del rio Mississippi, de pizzicatos de tangueros el estuario del rio de la Plata, y una rueda de blues que nace Mi  en el lago Michigan y fluye por el rio Chicago para terminar en Si7, mientras en las aguas del Danubio sonaba un vals multicolor hasta que los Balcanes le dan al río canciones para bodas y funerales que desembocan en el mar Negro. El locutor, cuya voz había dejado de ser informativa para tornar jotera de las Cuencas Mineras, anunciaba que el fenómeno del despegue y vuelo del globo aerostático se iba a repetir el 14 de agosto en las orillas del rio Parras, al ladito del Chorredero y muy cerca de una era donde la media noche trae brujas y duendes con ganas de danzar. Allí, en una aldea de quince habitantes que se llama Las Parras de Martín, un Globo Folk será el hechicero que, a veces a contratiempo y a veces a compás, transformará  el sístole y diástole de tu corazón en un percusionista de castañuela, pandero y música de raíz.

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