La curvatura de la córnea

27 julio 2021

Mentiras históricas para debilitar la democracia

 



David Blight es profesor de Estudios Afroamericanos en la universidad de Yale y, a preguntas de Amanda Mars afirma que los conservadores de su país están intentando modificar los planes de enseñanza en todo lo que afecta a la parte más incómoda de la historia. El motivo es que los conservadores creen que el deber de la enseñanza es formar patriotas, pero Blight defiende que la educación es la herramienta para que los jóvenes entiendan mejor la sociedad en la que viven y que eso precisamente es lo que los puede hacer mejores patriotas.

El término patriota está siendo tan manoseado que a poco que te descuides le pegan el cambiazo por el nacionalismo más rancio, por eso la socióloga portuguesa María Filomena nos recuerda las palabras de Orwell que distinguía entre patriotismo y nacionalismo. Mientras el primero es un sentimiento sano hacia la tierra donde naces, el nacionalismo, que tan frecuentemente se disfraza de patriotismo de baratillo, implica un deseo de conquista o de superioridad. A mí me gusta pensar que el patriotismo se escapa de lo racional, mientras que el nacionalismo es una herramienta política muy bien pensada y razonada para excluir al que se sitúa al otro lado del muro que los nacionalistas construyen. En esa dicotomía entra patriotismo y nacionalismo es donde podemos situar diferentes cruzadas conservadoras.

La primera en la filas conservadores de los Estados Unidos que pretende prohibir la enseñanza histórica de la esclavitud como una traición o un fracaso de los auténticos principios fundadores de la patria, ya saben, los sacrosantos mandamientos de la libertad y la igualdad. Y es aquí, cuando los conceptos históricos se vuelven tan gaseosos cuando, como recuerda Amanda Mars, hay que hacerse dos preguntas: “¿En qué momento un profesor que hable de racismo está diciendo que ser blanco conlleva privilegio o está generando resentimiento hacia los blancos?”

Seguro que este debate lo sientes muy cercano, al fin y al cabo en nuestros lares patrios estamos asistiendo a una deriva parecida por parte del ala más conservadora de la derecha española, esa que, en boca del Jefe de la Oposición, obviando todo el trabajo historiográfico de las últimas décadas afirma que “La Guerra Civil fue un enfrentamiento entre quienes querían la democracia sin ley y quienes querían la ley sin democracia” o cuando alaba a un ponente que a dos metros de sus oídos y de sus entendederas asegura que el golpe de Estado de 1936 lo dieron quienes lo padecieron. Por eso, reformulando la pregunta de Mars, ¿De verdad piensan los conservadores españoles del año 2021 que asignar la responsabilidad del golpe de Estado de 1936 significa colgarles a ellos algún tipo de responsabilidad?

La respuesta la tiene Guillermo Altares cuando afirma que algunos países parecen atrapados por su historia de una manera negativa. Parecería que reconocer los horrores del pasado terminaría por afectar a la visión que los ciudadanos del presente puedan tener de ellos, y Altares pone dos ejemplos de la misma época histórica: La negativa del Gobierno polaco por reconocer el antisemitismo de los años treinta del siglo XX. Las sonrisas de la derecha española mientras la ultraderecha niega y hasta justifica el golpe de Estado de 1936 mientras miles de nuestros compatriotas represaliados siguen enterrados en fosas comunes.

Ya sabemos que las mentiras siempre han circulado y que la estrategia es dividir la sociedad en dos bandos, ellos y nosotros, los ciudadanos de bien donde se sitúan los patriotas y al otro lado todos los demás, la tierra de los traidores. Ese es el peligro, que esta nueva dicotomía entre conciudadanos es un ataque contra los pilares de la democracia.


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22 julio 2021

Los cerdos se comen la historia



Me acabo de pegar un susto morrocotudo cuando al darle la vuelta al periódico me he encontrado con este titular en la contraportada: “Los cerdos se comen la historia” Les confieso que por mi cabecica han pasado, como en ese último minuto antes de la muerte, todas las declaraciones, inventos y majaderías que se han dicho en los últimos tiempos sobre la historia de los años treinta en España. Pero todo ha sido un mal entendido que ha durado poco porque, afortunadamente para todos, la crónica de Vicente Olaya versaba sobre un curioso acontecimiento acaecido en el municipio salmantino de Gallegos de Argañán donde, las tropas británicas y francesas se enfrentaron el 23 de abril de 1811 dentro de las actividades militares ocurridas durante la Guerra de la Independencia. Al parecer la batalla dejó abundante material bélico susceptible de ser estudiado como balas, botones o restos de armas. Pero hay un problema, en paraje bélico digno de se estudiado en la actualidad es una zona habitual para el tránsito de cientos de ejemplares de cerdo ibérico, vacas, jabalíes y corzos, un ganado que se está zampando proyectiles, uniformes y otras piezas de interés y, aunque los propietarios de los terrenos, ponen todo de su parte para que las investigaciones, que no dejan de ser una actividad invasiva, tengan éxito, el paso de los animales es una dificultad añadida porque el cerdo, que huele al azufre de las balas, las busca, las muerde y como al parecer no le gusta mucho lo que se encuentra, las escupe o se las traga para, en ambos casos, modificar los resultados de la investigación histórica, pero ostras!!!! ¿Investigación histórica sobre la Guerra de la Independencia que examina restos de tropas británicas y francesas? ¿Qué pensaran sobre esta deriva internacional del conflicto todos aquellos que sitúan en centro esencial de sus sentimientos patrióticos en 1808?

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20 julio 2021

Guardar como

 

Había una época en la que los recuerdos y la memoria mandaban, daba un poco igual si alguna de ellas flaqueaba porque entonces entraba en juego la literatura y la creatividad. Si estamos de acuerdo en que recordar es una función esencial, también deberíamos estarlo en reconocer la fragilidad de nuestra memoria y eso, que parece un problema, podía ser el disparadero para crear aventuras, relatos y otras vidas más excitantes, ya ven ustedes, todo ventajas. Sin embargo Internet, el móvil y las redes están afectando a nuestros recuerdos. Ya no hay sitio para los errores de la memoria que se convertían en abisales simas de fantasía. Ahora toda la fragmentación de nuestro pasado ha pasado de la grabación cerebral biológica a un almacén virtual donde esos fragmentos forman una imagen nítida, si acaso con filtro un Juno o Lark, que hace imposible recombinar el pasado de un modo distinto a cómo ocurrieron los hechos. Nos impide imaginar.

En la época Google la extensión de nuestra memoria mediante los teléfonos inteligentes hace que ya no prestemos atención a los acontecimientos ni extraordinarios ni ordinarios porque ya no es necesario recordar ni recrear: Todo se reduce a extensiones .jpg, .txt o .doc. Nuestra memoria se aligera y con ella la capacidad para recrearnos en las cosas que, aunque no fueron, también nos construyen como personas.

Y les dejo, tengo que activar el “Guardar como” para que este documento se quede archivado…

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19 julio 2021

La meritocracia, esa mentira

 


La meritocracia parece una buena idea, según el diccionario es un sistema de gobierno en el que los puestos de responsabilidad se adjudican en función de los méritos personales. En el plano personal podría parecer que, como escribe Fanjul, alcanzar cierta posición económica y social se consigue en exclusiva y gracias a méritos propios.

La socióloga Littler recuerda que esta idea de meritocrática nació como la lucha para sustituir el sistema aristocrático del Antiguo Régimen donde los privilegiados se heredaban de generación en generación gracias a unos parámetros de clase, raza y casta. La meritocracia ayudó a desmantelar la jerarquía aristocrática pero, lo que durante un tiempo pareció una buena idea derivó, según el economista Markovits, en una carrera que ha terminado por expulsar a los pobres porque, más allá del discurso, el sueño y la teoría, los menos pudientes tienen muy difícil cumplir el sueño meritocrático construido a base de trabajo duro. La realidad es que llevamos décadas con un evidente aumento de la brecha entre las diferentes capas sociales gracias a aumento de la desigualdad económica reflejada en los ingresos y la riqueza que, a la postre, son las herramientas que nos permitirían un mejor acceso a la formación, algo imprescindible para alcanzar un destino mejor.

El economista H. Frank afirma que, en medio de este panorama donde aumenta la desigualdad, la idea de meritocracia se utiliza para que el sistema social parezca justo cuando en realidad no lo es. En ese sentido, la meritocracia inexistente se engrasa con ideas que apelan al emprendimiento, al coaching o al pensamiento positivo que venden la idea de que si no consigues lo que te propongas, la culpa es estrictamente tuya, algo que casa perfectamente en medio de este capitalismo especialmente individualista y de competición donde el camino hacia los sueños se realiza en solitario y contra todos los demás, algo que tienen poco que ver con el progreso colectivo.

Todas estas reflexiones se centrifugan en el círculo vicioso que se crea gracias a una sociedad claramente desigual alimentando la idea de una meritocracia inexistente. Y entonces recuerdo al director de orquesta Dudamel cuando habla de la música como un mecanismo revolucionario que, gracias a la armonía, consigue que un grupo variopinto de personalidades camine en la misma dirección, un proyecto en el que todos siguen la misma partitura pero en la que cada músico aporta su personalidad y virtuosismo en busca de un objetivo común.

¿Qué hacer? La respuesta a largo plaza casi siempre es la misma y, para empezar a disminuir la desigualdad, tendríamos que apostar por una educación pública eficiente que llegue a todos los estratos sociales y que el acelerón tecnológico que se avecina no complique todavía más un mercado laboral que, dada su precariedad, no podrá constituirse en la fuerza necesaria para una cohesión social fuerte. Fanjul termina su artículo acudiendo a una cita del Presidente de los Estados Unidos Joe Biden: “La mejor respuesta política a la desigualdad es conseguir una mayor inversión pública, gravando más a los ricos”

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17 julio 2021

El ritmo cardiaco de Naiara

 

Naiara pesa tres kilos doscientos gramos, tiene dos meses recién cumplidos y un corazón nuevo. El corazón de Naiara es del tamaño de una ciruela y rompió decenas de corazones cuando dejó de latir en el pecho de otro bebé. Sin embargo los padres se sobrepusieron con suficiente clarividencia como para decidir que aquel corazón volara hasta el cuerpo de Naiara. El nuevo corazón de Naiara había dejado de latir, era lo que los médicos llaman asistolia o una ausencia completa de actividad eléctrica en el miocardio. Todos lo hemos visto en alguna película: La asistolia se identifica como el ritmo cardiaco correspondiente a un línea plana y un pitido continúo en un monitor. Entonces sabemos que el corazón está muerto.

Aunque el corazón muerto que recibió Naiara estaba frío, ella esperó con paciencia a que pasaran las doce horas que necesitaron los cirujanos para terminar su trabajo: Conectar todas las tuberías y comprobar que no había fugas en las juntas de las llaves de paso hasta que llegó el momento crucial en el que Naiara no dudó y arrancó a la primera su nuevo corazón que se contrajo en una voltereta de sístole , se relajó al modo gozoso de diástole y la presión sanguínea llenó de guirnaldas venas y arterias. La fiesta de la vida se podía medir en el monitor que registraba el ritmo cardiaco. Fue entonces cuando Naira decidió ser percusionista y trasplantar a todo mundo el ritmo de su corazón. Si guardas silencio y prestas atención lo podrás escuchar: Pum Pum. Pum Pum.

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11 julio 2021

Soy un paticorto


Eres un paticorto. Me lo dijo un compañero de instituto en una de aquellas noches de juerga y, aunque era verdad, el pobre me dio mucha pena porque entonces descubrí el mecanismo de defensa de aquellos que viven ahogados en sus propios miedos. Es verdad, soy un paticorto, pero también era mucho más simpático que él.

Los ratones de campo del parque de Doñana han reducido un tercio de su peso en 40 años, las salamandras de mejillas grises de los montes Apalaches han encogido un 8% desde 1960 y la ballena de los vascos a mermado un metro desde los años ochenta. Las causas son diversas y globales y casi todas están provocadas directa o indirectamente por los humanos. ¿Eso explicaría esta sensación de pérdida de volumen, consistencia y densidad que siento desde el pelo cano de mi cabellera en la que ya asoma un ligera tonsura hasta los dedos gorditos de mis manos incapaces de saltar con soltura en los trastes de la guitarra del Mi mayor al Si Bemol al ritmo de tres por cuatro, o como las rodillas y la espalda empiezan a necesitar de ungüentos para restablecer el bienestar después de una caminata o unos cuantos largos en la piscina?

Pero no es solo una cuestión física. Noto la pereza de mi pensamiento y, si no hace tanto intentaba procesarlo todo como una hormigonera, ahora, al ejemplo de mi madre cuando limpiaba las lentejas, rechazo broncas, gritos y odio para refrescarme con agüita güena, nutrientes sanos y toneladas de risas que acolchen este encogerme de a poquitos, mientras las certezas que explicarían esta decadencia física y mental, se diluyen en el inabarcable océano de los recuerdos.

Soy un paticorto que se encoge y tal vez ese sea el mecanismo biológico que, como le ocurre al salmón del rio Tenojoki, tan solo sea un cambio adaptativo para tener una mayor posibilidad de sobrevivir.

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