La curvatura de la córnea

29 agosto 2012

“El mundo en cuarentena” de Jesús Jiménez Domínguez


“El mundo en cuarentena” 
es un poema de
Jesús Jiménez Domínguez
que encontré en el blog de 

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24 agosto 2012

“Nudo” de Teatro PezKao en El Extintor




El Extintor es un espacio teatral en construcción. Una sala que abrirá sus puertas en la Calle de las Armas nº 20 de Zaragoza cuando el otoño se lleve estos calores de verano. En El Extintor queda casi todo por hacer, exento de subvenciones, autogestionado y con el ímpetu del director, actor y súper héroe Oscar Castro al frente del proyecto. Pero, ¿por qué esperar a tener instalada la taquilla, las butacas o el escenario? En la sala El Extintor se puede hacer teatro cuando fontaneros y albañiles terminan su jornada laboral y dejan el espacio para que lo ocupen los actores.
La compañía Teatro PezKao fue la encargada de inaugurar este nuevo espacio y nada mejor para esa tarea que hacerlo con una obra que, como la sala, también está en fase de construcción. “Nudo” es una caja de comprimidos para teatro violento. La historia de un hombre enfrentado a un destino marcado por el silencio, la violencia y la soledad. Ayer nos suministraron tres de esas píldoras. Tres golpes al bajo vientre que te incomodan, te dejan en ese resbaladizo terreno entre la sonrisa nerviosa y la desasosegante sensación de sentir como el actor tatúa el texto en su cuerpo hasta transfigurarse en médium y entregarnos piel, voz y cada uno de los gestos que construyen un personaje y lo sitúan, gracias a la argamasa de un buen trabajo teatral, en medio de la implacable realidad: Un mundo teñido por la ferocidad de la violencia, espectáculo en los medios de comunicación o acción cotidiana en nuestras casas que nos sumerge en un caldo vehemente de baja intensidad para, cuando menos te lo esperas, estallar delante de nuestras narices.
Teatro PezKao asume el reto de moldear las sutilezas de la violencia y montar un espectáculo que, en esta fase incipiente de representación, alcanza un alto grado de emoción.

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21 agosto 2012

Este mundo va, de Miguel Bosé

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14 agosto 2012

Si tú no vuelves

" Si tú no vuelves" 
es la versión recitada de una canción de
Miguel Bosé.

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10 agosto 2012

El río sin nombre

Para MariSancho Mejón porque si ella me dice ven, publico un relato en mi blog.


Hola Paula
Te escribo desde una de las tumbonas de la Piscina Alberto Maestro. Estoy observando a un padre que se ha empeñado en enseñar a nadar a su hija. Yo aprendí a nadar en las pocetas que el estío dejaba en un río sin nombre. El Tío Carrascales decía que no tenía nombre porque no era un río. «Eso una escorredera del agua para  refrigerar las máquinas de las minas y del desagüe de las duchas de los mineros.» Nunca creí al Tío Carrascales. Aquello era un río fetén y se merecía un nombre.
Una tarde de verano, en la Peña Los Apaches, propuse ponerle nombre al río.¿Quién iba a hacernos caso? preguntó El Confi. Seguro que en el Ayuntamiento alguien sabe el nombre, aseguró El Casqui. Anda a cascala. Seguro que tiene un nombre, solo hay que mirar en un mapa, sentenció El Mati. Entonces me puse lo más serio que pude y tomé la palabra: Vamos a ponerle un nombre a ese río, escribiremos una página en la historia de este pueblo y nos haremos eternos.
El batiburrillo que se formó fue de órdago. El Mati quería que se llamara como su abuelo. El Casqui decía que Río Renacuajos sonaba muy bien. El Confi sostenía que, en honor a los lugares dónde todos habíamos aprendido a nadar, aquel río debería llamarse Río Pocetas. Yo sugería buscar un nombre con acento local. La discusión aumentó de volumen hasta que nos acalló el primer trueno. Uno de esos truenos secos que son presagio de tormenta.
Salimos a escape y nos corrimos hasta refugiamos en el mejor balcón para ver ala crecida: El Tío Carrascales había plantificado un pórtico techado a la entrada de su corral, junto al río. La tormenta descargó con fuerza y nos mantuvo en silencio. El río sin nombre aumentó poco a poco su caudal hasta que las aguas retenidas estallaron en avenida de olas y dejaron un casco verdi-blanco enmarañado entre mis pies. Estaba manchado de barro y carbón. En la parte posterior una pegatina rezaba «Viva el Betis manquepierda» y al lado, el trazo de un garabato formaba un nombre: Carrascales.
La tormenta cesó de repente. Cogí el casco y se lo enseñé al resto de mis compañeros. Los cuatros corrimos como pollo sin cabeza por todas las calles del pueblo al grito de ¡¡¡El río sin nombre se ha tragado al Tío Carrascales!!! ¡¡¡El río sin nombre se ha tragado al Tío Carrascales!!! Fue mi padre quien detuvo nuestra alocada carrera y preguntó por el motivo de aquel escándalo. Le conté todo de principio a fin. Nuestra reunión en la peña, el río sin nombre, el trueno, la tormenta, la tentación de ver la crecida y el casco del Tío Carrascales. El Tío Carrascales, dijo mi padre, está de vacaciones. Hace una semana que se fue a ver a su familia a Villanueva del Río y Minas. Y vete tú a saber de dónde sacó el agua su casco.
El castigo fue para los cuatro. Todos los niños del pueblo sabíamos que estaba prohibido acercarse al río sin nombre en caso de tormenta. Era muy peligroso husmear en sus orillas porque en días de avenidas la naturaleza arrastraba tierra roja de la montaña y agua verde del mar.
Cinco días sin salir de casa. Lazarillo de Tormes por la mañana, radio novela por la tarde, el libro de cuentas hasta la hora de la cena y prontito a la cama. Durante aquellos días mi padre llevaba un trajín de papeles que me tenía preocupado. Escribía en una cuartilla, lo repasaba, rompía la hoja y vuelta a empezar. Estuvo de esa guisa hasta el final del castigo. Esa mañana, a primera hora, nos endomingamos y fuimos hasta la Plaza del Ayuntamiento. Así nos esperaban, igual de emperifollados que nosotros, El Casqui, el Mati, El Confi y sus padres. Entonces pensé que nos iban a entregar a las autoridades municipales para deshacerse de unas alimañas como nosotros. En la cara de mis amigos adiviné el terror que yo sentía.
No hubo palabras entre los adultos, solo unos apretujones de manos de esos que sellan un pacto entre caballeros. Los zagales mirábamos al suelo avergonzados. Subimos hasta las oficinas en silencio procesional. La Secretaria nos estaba esperando y nos invitó a entrar a la sala de plenos. El Alcalde y los Concejales sonreían orgullosos a la vista de tan jugoso botín. Los recién llegados nos sentamos en un banco, menos mi padre que accedió al estrado de los oradores. Estaba nervioso. Rebuscó entre los bolsillos del pantalón y de la chaqueta hasta que encontró una cuartilla y se dispuso a leer.
El comienzo del discurso fue un recitar nuestros nombres completos, con apellidos y fechas de nacimiento, hasta mencionó que éramos integrantes de la Peña de Los Apaches y que en su sede oficial, sita en la Calle La Panadería, se había formalizado una petición que ellos, como tutores y responsables últimos de nuestras andanzas, querían elevar al consistorio para su estudio y aprobación.
Mi padre puso la voz campanuda de cuando le hablaba al locutor del Telediario para decirle que todo aquello eran patrañas, que lo que había que hacer era subir el jornal al obrero, y conseguir que los maestros, el médico y la bibliotecaria vivieran en el pueblo en lugar de ir y venir a diario desde la capital. Entonces, para sorpresa de mis oídos, escuché lo que menos me esperaba: Los adultos aquí presentes, como vecinos de la noble Villa de Utrillas y representantes legales de los miembros menores de edad de la Peña Los Apaches antes citados, solicitamos a este Excelentísimo Ayuntamiento que el río sin nombre - el que nace en el monte Gurugú, pasa por las bocas de las minas Santa Bárbara y Santiago, discurre junto al Barrio del Piojo, la casa del Señor Cura y la Peña Agüerivalo hasta desembocar en el Río Parras – pase a llamarse desde ahora y para los restos: Río Carrascales.
El pleno del Ayuntamiento aprobó la moción y desde entonces el río sin nombre se llama Río Carrascales. Todo el pueblo estuvo de acuerdo con aquella decisión, todo el pueblo menos el Tío Carrascales que maldecía una y otra vez el mal fario de su casco flotando por las aguas tormentosas del río sin nombre.

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