La curvatura de la córnea

22 julio 2006

Estoy de vacaciones

Estoy de vacaciones en...

20 julio 2006

Complementos

La tormenta llegó desde no se sabe dónde, se oscureció y las gotas formaron una espesa cortina de agua. No tenía escapatoria, ni refugio a la vista. No se asustó, al contrario, el chaparrón le pareció una señal. Recibió el aguacero con toda la serenidad de la que fue capaz, con los ojos muy cerrados, apretados los párpados en sólida soldadura. No duró mucho y la meteorología cambió de forma radical cuando sus ropas se empaparon hasta la saturación.
Un viento tenue empujó a las nubes negras hacía el oeste, tan leve fue la brisa que desapareció con la llegada del sol. Se desvistió con parsimonia de ritual. Primero la camiseta, después las sandalias para terminar con los pantalones cortos y los calzoncillos. El incremento de la temperatura alivió la incomodidad de la humedad.
Sintió como renacía, — o lo soñó, o tan sólo fue un deseo — como la tormenta se había llevado los recuerdos amargos, las deshonrosas palabras que produce la enemistad, la mala leche del despertar, los gestos rancios, la terquedad, la venganza del silencio, los malos poemas, las frases enrevesadas, los sueños improbables y toda la morralla que se acumulaba entre los recovecos de… « ¿Dónde coño» —pensó Demetrio — «había adquirido todos aquellos complementos y en que lugar los había guardado?»


Y tú, lector de esta bitácora, ¿tienes alguna respuesta?

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19 julio 2006

Incapaz.doc

Ella se levantó dejándole toda la cama. Demetrio dio una vuelta y media más hasta conquistar aquel territorio tibio y perfumado. No era un gesto agresivo, ni una invasión, sólo era el viaje hasta la almohada de su mujer para volver a comprobar aquel misterio insondable que no podía descifrar. Compraron el mismo modelo de almohada, el mismo día, en la misma tienda y, sin embargo, el destino fue muy diferente para ambas. Mientras la suya estaba fofa y chuchurría; la de su esposa mantenía la lozanía, la suavidad y la consistencia del primer día. Acomodar allí la cabeza era un placer.
Ella caminaba desnuda. Demetrio se arrulló en la nueva posición, entreabrió los ojos y disfrutó de la visión. La espió con fruición y deleite. Durante aquellos minutos, dedicado a observar sin ser observado, percibía con más intensidad que amaba a aquella mujer.
Parecía deambular sin sentido hasta que se detuvo frente al sinfonier. Abrió tres cajones y se decidió por el primero. Escogió sujetador y bragas amarillas. Demetrio sonrió porque volvían los colores y ante la perspectiva del espectáculo que significaba combinar el ámbar de la lencería con la piel morena. La alegría duró poco. Ella dejó la ropa interior sobre la cama, entró en el baño y cerró la puerta. Se dispuso para el tiempo de espera pero los párpados le traicionaron.
El suave portazo lo despertó. Había ocurrido de nuevo. Después de pasar toda la noche en vela jugando al escondite con sus pensamientos se había adormilado en el mejor momento, ese que le permitía contemplar la parsimoniosa cadencia con la que su mujer se vestía para regresar al mundo real. Supo que no volvería a dormir y esperó hasta sentirse completamente sólo.
Las dudas volvieron con el desayuno. Incertidumbres que no pudo ahogar en el xuxo de chocolate acompañado con un zumo de naranja. Encendió el ordenador y esperó, como en capilla, el tiempo de arranque. Descargó el correo y eliminó de un plumazo todos los titulares de prensa, se reconocía saturado de actualidad y columnas, ¿o eran calumnias?, de opinión. Cada día estaba menos seguro de la diferencia.
Un correo de Nélida con su habitual archivo adjunto de Power Point. Le gustaban los mensajes argentinos de su amiga desconocida porque siempre le ponían en el brete de pensar, de mojarse sobre los más variopintos asuntos, o quizás sólo sobre uno: Como vivir mejor la vida.
Pili le contaba que la ecografía parecía decantarse por niño. «Sólo se ha dejado ver un segundo» afirmaba el mensaje. Demetrio pensó enviarle un relato sobre el derecho a la intimidad de los fetos que se ven invadidos por las ondas alcahuetas del ecógrafo.
Manolo le amenazaba cariñosamente porque todavía no había entregado el último Fotomatón y la actualización de la página Web se hacía al día siguiente. Demetrio suspiró. No estaba seguro de la eficacia narrativa del último párrafo que había escrito para cambiar la historia de los Bee Gees.
Abrió el Explorador de Windows y ratoneó la ruta hacía su destino: Mis documentos/Demetrio/Textos/Poemas. La carpeta contenía trece documentos «Mal número» pensó, él, que nunca había creído en cábalas y supersticiones. Los seleccionó uno a uno ayudado por la tecla de Control. Pulso el botón derecho y eligió, con una frialdad que le asustó, la opción Eliminar.
El Sistema Operativo obedeció con diligencia y cada elemento eliminado producía un avance en la barra de progresión. Demetrio observó hipnotizado el proceso hasta que la pantalla reclamó su atención. La tortura de la destrucción se había detenido porque el ordenador le informaba que el archivo Incapaz.doc no se podía eliminar al ser un documento de “Sólo Lectura”. Hasta aquella puñetera máquina le recordaba que sus poemas eran sólo lectura y, por lo tanto, nada de emoción, nada de vida, nada de sentimientos, nada de atrapar al lector, nada de nada.
Abrió el procesador de textos y a modo de homenaje leyó en voz alta el último de sus poemas.

Ha vuelto la noche
y el viento.
Yo sigo aquí.
Incapaz de escribir un verso.

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18 julio 2006

Se han ido

Ya se han ido y la sombra de la duda se alarga sobre mi pensamiento. Tengo la dolorosa sensación de haberlos abandonado.

17 julio 2006

Por turnos

Mis dedos pasearon por tu cuerpo como tantas otras veces. Me detuve en la cicatriz que te igualó a Aquiles para contar sus centímetros y de nuevo no pude hacerlo. La rodeé quince veces aunque a la décima ya estabas dormida, o relajada, o en otro mundo al que nunca podré acceder, ni quiero. Intenté acomodar la danza de mis manos con la pausada profundidad de tu respiración. Lo conseguí durante la brevedad de un instante pero me despistó el vuelo sincopado de una mosca y te volví a perder en los mares, o en las olas o en la sal.
Pasó el tiempo que nos tenía separados. Tus pensamientos volando voy, volando vengo y sobre el suelo mi sobrepeso y tu cuerpo. Una levísima contractura escondida en el omoplato izquierdo permitió el regreso de la comunión. Me tropecé con ella miedoso, asustado y escéptico. La rodeé quince veces aunque a la décima ya la había vencido, diluido, exiliado. El gemido no fue de tono sexual, fue de alivio.
Fui capaz de mantener el ritmo de tus pulmones hasta que las palmas de las manos olvidaron las bulerías ejecutadas sobre tus muslos. Estaba dispuesto a no perder la nueva oportunidad y me deslicé sinuoso desde las cimas blancas de las nalgas hasta las cúspides morenas de tus hombros y hasta el infinito y más allá. Lo hice quince veces aunque a la décima los gemidos ya eran afectivos.
Los monjes seguían cantando cuando mis dedos dejaron de pasear tu cuerpo como tantas otras veces. Empezaba tu turno.

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16 julio 2006

Sigue siendo un placer

Sigue siendo un placer. No hace tanto tiempo era capaz de nombrar el título de casi cualquier canción que sonara por la radio, asignarle grupo y nombre del L.P. al que pertenecía, en muchos casos estaba en condiciones de citar autores, productor y compañía discográfica* ; pero claro, si en la segunda línea utilizo un término tan del siglo pasado como Long Play, entonces se hace más comprensible mi situación actual.
Sigue siendo un placer. Muchos de esos datos se han diluido y cuando acudo al archivo de la memoria pues, zas, que no los encuentro, o lo que es peor, los confundo, los mezclo y los aliño con las batallitas del abuelo Cebolleta. Un desastre.
Sigue siendo un placer navegar por las ondas para encontrarme con los maestros del jazz, los pioneros del rock y el blues, además todos los reyes y reinas del pop, reivindicar la incipiente electrónica que tanto vilipendié a principio de los ochenta (grave error de bulto), reconocer que la movida no lo fue tanto (al menos para un chico de provincias como yo), rastrear el nuevo flamenco y rapear en juicioso y brillante español
Sigue siendo un placer descubrir los nuevos ritmos, adorar a los DJ Dioses que vinieron a descubrir el tesoro de la mezcla y danzar con el milenarismo de los sonidos de la Tierra. Todo eso y mucho más me ofrecen las ondas hertzianas y la banda ancha de Internet.
Sigue siendo un placer aunque desde hace demasiado tiempo me ocurre lo que a Leonard Cohen que, ante la pregunta ¿Escucha usted música contemporánea?, respondió: “A veces enciendo la radio y la escucho con gran placer sin reconocer a nadie”

* Se ruega a los lectores de esta bitácora que no tengan en cuenta las exageraciones nocturnas y de taberna del autor.

15 julio 2006

Pasear

Para Adrielle
Mi memoria pasea entre los muertos y los he visto reir.

14 julio 2006

Voyeur

Demetrio se lanzó de puntacabeza. El agua estaba deliciosamente tibia. Buceó satisfecho por el fondo de la piscina hasta encontrar las rejillas que indicaban la mitad del recorrido, se alegró de su capacidad pulmonar y empezó a emerger. Un torbellino de burbujas llamó su atención unos metros más adelante, de aquel remolinó surgió el blanco salvaje de un minúsculo sujetador que cubría sucintamente los pechos ingrávidos, juguetones y excitantes de la Diosa. Fue una visión instantánea, brutal. Temió perder el punto de observación y se detuvo en una pirueta submarina. Allí estaba, en medio de la marea producida por la deliciosa agitación de su cuerpo moldeado por las manos expertas de algún Dios. Cabalgaba sobre uno de esos churros de poliuterano que utilizan los zagales para aprender a nadar. El cilindro rosa la ayudaba a mantenerse a flote, danzaba en derredor de sus caderas y se deslizaba entre sus muslos.
Demetrio nadó todo lo rápido que pudo. Llegó a la orilla, giró, puso los pies contra la pared, se impulsó y braceó lento, muy lento, lentísimo. Quería aprovechar al máximo el tiempo que tenía para observarla y otear las paradisíacas profundidades que habían sido inauguradas en mitad de aquella piscina pública.
Las braguitas permitan vislumbrar la silueta abultada del bello púbico. Una fresa serigrafiada rompía el blanco y Demetrio pensó que para la estación estival hubiera sido más adecuado un melocotón, dos peras, la raja grana de una sandía o el desbordante frescor de un melón.
De nuevo la orilla, giro, impulso y braceo a cámara lenta. Ya no estaba. Se detuvo un segundo para levantar la cabeza y observar fuera del agua. Nada. La Diosa había desaparecido.
Demetrio completó su tabla natatoria y poco a poco fue olvidando el suceso para no plantearse si se había comportado como un madurito verderón o como un amante de la belleza.
Tumbó su cuerpo al sol. Vuelta y vuelta hasta sentirse seco como para ir hasta el bar a dar cuenta de un bocata de chorizo pamplonica, medio litro de cerveza y un Magnum.
La fresa de la braguita no se podía ver porque estaba oculta bajo una minifalda de faralaes con motivos militares de camuflaje. La prenda era horrible pero no había duda, era ella plantada en medio de las mesas del velador. Cabello rubio de bote, un teñido feo, descompensado, tan lejos del platino como una alpaca de paja. El sujetador del bikini era blanco roto como las paredes encaladas y descoloridas por una tormenta primaveral. Sólo la pudo ver de perfil. De la comisura de los labios sobresalía un cigarrillo escurrido, esmirriado. Un desastre de cigarro que se agitó de arriba abajo al tiempo que de su boca salía un grito cavernario más cercano al cromañon que al Olimpo. «Jessy Mery, Joshua Andrés» bramó «que os quiero ver aquí mismo. Ahora mismo o me cagó en el coño la Bernarda, en la madre que os ha pario y to lo que se menea. Jessy Mery, Joshua Andrés ques la hora de jalarse en bocata de chope»
Aquella calurosa tarde de piscina, Demetrio no merendó.

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13 julio 2006

La Senda Vilas (II)

Demetrio me llamó para pasar una tarde futbolera en su salón refrigerado. Los dos sabíamos que era una excusa, siempre era una excusa. Todas y cada una de las veces intenta colarme el Inglaterra - Argentina del Mundial de Méjico 86 porque sabe de mi debilidad por ese encuentro pero, a poco que insisto, acabamos viendo la final de 74 entre Alemania y Holanda.
Estaba mucho más callado de lo habitual porque mediada la segunda parte todavía no se había sustanciado el motivo de la cita. Las patatas fritas ya se habían acabado, los pistachos iban por el mismo camino y las latas de Ámbar ocupaban más del noventa por ciento de la mesilla que separaba la televisión del sofá. Empecé a preocuparme porque ni siquiera expresó sus tradicionales teorías sobre el juego de la Naranja Mecánica.
El partido terminó con la victoria germana y Demetrio disparó « ¿Te atreverías a eliminar un libro?» Lo susurró mientras miraba de un lado para otro como los espías malos de la antigua URSS en las películas de los años de la guerra fría.
— ¿Eliminar un libro? — le pregunté.
— Si, eliminar un libro. Y digo eliminar. No digo reciclar, ni regalar y mucho menos “pues para tirarlo me lo quedo yo”. No. Lo quiero eliminar.
— ¿Y que pinto yo en todo esto?
— Bueno, ya me contaste que de vez en cuando retiras algunos de tus libros, los almacenas en el trastero, incluso los has enviado a escuelas de Suramérica. En fin, que estás más acostumbrado que yo a desprenderte de ellos.
— Digamos — le repliqué disgustado— que me gusta recolocarlos, pero no los elimino.
— Lo que tú digas y no te pongas estupendo. Pero yo necesito eliminar uno. Eliminarlo, que quede fulminado. Zas, desaparecido y nunca más se supo.
— Si te quieres deshacer de un libro lo puedes donar a la biblioteca del barrio…
— No. Lo quiero eliminar.
— Vamos Demetrio que me estoy poniendo nervioso, ¿eliminar un libro?
— Si, eliminar — Hizo un movimiento con las manos como si degollará un conejo y puso cara de asco. — Quemar, trocear, despedazar, ¡yo qué se!
— Lo puedes tirar al contenedor de reciclaje de papel.
— ¡Que no! Sólo quiero eliminarlo, vaya, que lo elimines tú. Lo coges, te vas de casa y no me cuentes como… lo eliminas.
— Pero ¿porque quieres…?
— Pssss, sin preguntitas que te conozco. Primero querrás saber porque quiero deshacerme de él, después te pondrás de su lado y terminarás por convencerme de lo pirado que estoy. Nada, de eso nada, nada de preguntas. Te confío este asunto porque eres mi amigo, mi único amigo de verdad y no hay más que hablar. ¿Me ayudarás?
— Joder, aunque elimines tu ejemplar, ¿Qué pasa con el resto de los publicados?
— Esos me dan igual. Yo quiero cargarme al que me ha jodido con afirmaciones filosófico-biológicas que me ha dejado para el arrastre. No, no pongas cara de cordero que no te voy a contar nada. Al menos hoy, primero quiero que…
— Vale — dije — ¿que libro hay que eliminar?
— Esta dentro ahí dentro.
Señaló a una de las estanterías sobre la que reposaba una bolsa del Carrefour. Me levanté con decisión, tomé el objeto de la discordia y me dirigí hacía la puerta. Mientras esperaba al ascensor mi amigo me preguntó como pensaba eliminarlo.
— Me lo voy a llevar a la fábrica para tirarlo al lecho incandescente de sales minerales que arden en la solera de la caldera de recuperación.
***
A estas alturas imaginaras, amigo lector, que no tenía la menor intención de hacerle caso a mi amigo Demetrio.
Le pegué un vistazo al índice. Me llamó la atención un título con el que me sentí plenamente identificado “Nunca seremos escritores”. Fui hasta la página veintisiete y comencé la lectura. “Es verano” En el texto y en la ciudad era verano. “Es treinta de julio” Otra casualidad pero no tanto, tuve que consultar el reloj para asegurarme que era el doce de julio. “Hay ocho mil grados en Zaragoza” Bueno, miles todavía no, el termómetro de una farmacia de zaragoh!za indicaba cuarenta y un grados centígrados. “Qué solos están los vampiros”
Continúe la lectura en la parada del treinta, no estaba lejos de casa pero preferí hacer el trayecto bajo la refrigeración del bus urbano. Al pasar la tarjeta de transporte perdí la página del libro y mis ojos recuperaron el texto en un lugar indeterminado en el que se afirmaba “El teléfono del restaurante ‘El cielo de hierro’ hace treinta años que no sale en la guía. Marca ese número, a ver quien está” Y allí estaban los números.
Lo hice sin pensar, de una manera irreflexiva. Marqué aquellos dígitos en el teléfono móvil y esperé.
— ¿Dígame?
Estuve a punto de colgar.
— Si, ¿dígame?
— ¿Es usted un vampiro? — acerté a preguntar
— ¿Cómo dice?
— ¿Qué si es el restaurante El cielo de hierro?
— ¿Quién es usted y qué coño quiere?
— Quiero hablar con un vampiro.
— Pues mire aquí no tenemos ningún vampiro. Por cierto, ¿no me diga que usted es un vampiro?
— No, no. Yo no soy ningún vampiro. Sólo soy un lector.
— ¿Y que esta leyendo?
— Un libro de un autor aragonés.
— Seguro que no lo conozco. Yo leo poco, ¿sabe usted? ¿Hay escritores vampiros?
— Si que los hay.
— Pues llame usted a uno de ellos. Seguro que ese escritor aragonés es un vampiro
— Por eso he marcado este teléfono, para hablar con el vampiro, quiero decir con el escritor.
— ¿Y de dónde deduce que este es el teléfono de ese vampiro?
— Porque lo he leído en uno de sus libros.
— Pues ya ve usted, debe ser una errata porque yo no soy escritor, no tengo ningún restaurante y tampoco soy un vampiro.
—… — No sabía que decir — Ya me perdonará por esta llamada — y colgué.
Bajé del autobús para darme de bruces con el bochorno. Al llegar a casa abrí una Ámbar y comencé a leer las primeras líneas del libro “Corre el año 1979” Era mentira, corría el verano del año 2006, el verano en el que engañé a mi amigo Demetrio y no eliminé el libro Zeta de Manuel Vilas.

***
“El mismo acto de vivir todos los días nos convierte en indeseables mansiones” (Zeta. Manuel Vilas. Mayo 2002)

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11 julio 2006

La Senda Vilas

Demetrio y su compañera decidieron dejar de luchar porque estaban exhaustos de pinchazos, secreciones y botecitos esterilizados. Fue durante una mañana indeterminada de uno de los millones meses de los últimos lustros, en una cafetería del Paseo Bona Nova de Barcelona dónde las bulliciosas enfermeras desayunaban café con leche y tostadas. Casi no hubo palabras, sólo miradas. Las palabras ya no tenían significado, se habían agotado de tanto usarlas y eso que nunca las utilizaron como misiles de meiosis múltiple, estúpida y egoísta.
En los pasillos blancos e impolutos de la nueva generación de investigadores se sintieron, más que humanos, cobayas. Jeroglíficos incomprensibles, estadísticas frías, decoración neutra y al final del peregrinaje una caja de supermercado dónde sólo se podía pagar en efectivo. Demasiada tristeza para algo que debería bullir alegría, generosidad y entrega.
La preocupación por la decisión tomada tuvo sus altibajos con noches de pesadillas y manantiales de lágrimas para calmar la conciencia y asumir la lotería biológica de lo desconocido. Al inicio de Vía Crucis creyeron que el camino elegido terminaría en una ristra de lamentos nocturnos, ¡qué ilusos! Nada es tan sencillo cuando toda la planificación de tu vida se viene abajo, se desploma, humo gris, niebla y ceguera.
Los brotes de tristeza se fueron espaciando cada vez más, la virulencia disminuía con el tiempo y la normalidad anormal se instaló en sus vidas. Incluso teorizaban sobre el destino y se contentaban justificando su situación con extrañas teorías sobre la ausencia, la soledad y el amor. Estos disparaderos filosóficos solían transcurrir en los nuevos restaurantes de diseño que habían proliferado en la ciudad, con mesas pequeñas de manteles estrechos y platos de las más extrañas formas y colores. Después de la tercera copa de Alquezar o la segunda de un rosado Merlot del Somontano venía el punto álgido de tenemos lo que nos merecemos o me cago en todos los dioses del Olimpo y en la madre que los parió por dejarnos en la estacada que nunca merecimos porque somos unos tipos cojonudos y brindo por nuestro zarandeado amor que nos lleva a las más altas cumbres y a las más profundas simas, allí dónde todo es oscuridad, mezquindad y olvido.
Menos mal que todo se dulcificaba en los postres caramelizados entre helados de queso y un par de cortados pre chuipitos de hierba para él y colores rojos, muy rojos, en las mejillas de ella. Vuelta a casa, a la depredación del sexo más salvaje y creativo, a la mordedura del orgasmo clitoriano primero y vaginal después. Pijama de franela para las noches de invierno y seda sideral para el verano. Un equilibrio de delicada porcelana china, peligroso por ser un camino desconocido, resbaladizo, frágil pero funcional y duradero. Tan duradero que duró hasta ayer.
La nueva senda de la duda vino de la mano del autor Manuel Vilas y su relato “Sombra del paraíso” Demetrio se descojonaba porque el autor estuviese parado en un semáforo, a bordo de un A4 y pretendiese escribir una tesis doctoral sobre el padre del poeta Vicente Aleixandre, no sobre el poeta, sino sobre el padre. La descojonación terminó tras un punto y seguido: “Un hombre sin hijos es sólo hijo de otro hombre: esta idea me parece muy triste.” Se armó de valor y continúo leyendo aún a sabiendas que le dolería: “Cuando un padre se acerca a la cuna de su hijo recién nacido, se acercan también el padre del joven padre, y el padre del padre del joven padre. Es increíble ver cuántos padres se acercan cuando se acerca un solo padre a la cuna de su hijo recién nacido: cónclave de la memoria hecha carne” Y ese fue el golpe bajo que Demetrio no supo encajar porque sólo se había preocupado de justificar a la biología y había olvidado lo más importante: La memoria.
Nadie iba a dar continuar a su memoria, nadie iba a transmitir la memoria de sus antecesores. La cadena rota traería silencio y olvido. ¿Quién coño se iba a acordar de ellos para permanecer siempre vivos?

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08 julio 2006

Capitulaciones matrimoniales

Migue y yo hemos rubricado unas nuevas capitulaciones matrimoniales con una cláusula cuyo texto dice: Todos los bienes aportados por la esposa son de ella, además de todos los bienes aportados por el esposo, que también lo son (No me pregunten donde había dejado la cabecica de pensar porque no tengo respuesta pero, así están las cosas)
Para introducir esta peculiar relación patrimonial entre cónyuges — novedosa en su plasmación legal porque en la práctica hace tiempo que funciona — era necesario modificar los acuerdos que se establecimos como régimen económico del matrimonio en el momento del casamiento, allá por el año 1992, de tal guisa que hemos pasado de la sociedad conyugal tácita aragonesa, a la hermandad llana universal o cartas de mitad.
Estos documentos fueron firmados en sede notarial y tenían que ser inscritos en el Registro Civil para que tuvieran plena validez. No perdí mucho tiempo «De perdidos al río», pensé. A la mañana siguiente renuncié al autobús y decidí dar un agradable paseo desde el barrio de Las Fuentes hasta el Salón de la Ciudad (Reconozco que me da un poco de yu-yu utilizar el término acuñado por el inefable Treviño para la Plaza del Pilar)
La puerta del Registro estaba cerrada cal y canto porque, hablando en el dialecto funcionarial, era muy temprano. El acceso estaba protegido por un guardia de seguridad con espíritu marine y ciento veinte kilos en canal. La fila de pacientes ciudadanos era considerable. El cancerbero uniformado se afanaba peligrosamente en su trabajo y moldeaba la espera con inquietante estilo marcial. Tuvo que ser una abuelita la digna portavoz de los avasallados «Anda zagal» le dijo, «vete a vigilar a otro lado y déjanos tranquilos de una puñetera vez»
Una mano amiga descerrajó el paso desde dentro y una avalancha de urbanitas se llevó por delante al garante de la seguridad dejando en el aire una duda ¿La abuelita habría terminado su alegato con el contundente, juvenil y localista “co”; o el armario de cuatro puertas habría puesto las cosas en su sitio ante semejante desplante?
La fila se reconstruyó en el interior del edificio. Tuve un segundo de duda y, tras sentir una extraña querencia taurina, permanecí en ella. Pude comprobar que la magnitud tiempo sufre modificaciones dignas de estudio si transcurre a la espera de ser atendido por la administración, esta tesis debería contemplar las variedades local, autonómica y estatal. Pasados los días reconozco que soy incapaz de evaluar cuantas horas, minutos o segundos pasaron hasta que leí los carteles que me informaron de mi situación bajo la advocación de “Certificados de Nacimiento” mientras, el altar de “Capitulaciones Matrimoniales”, permanecía más solo que la una. Moví la cabeza de un lado para otro porque quise comprobar que nadie vería mi maniobra, le presenté mis respetos a la Abuelita Valiente y me coloqué (nada de porros) en el mostrador correcto.
Una funcionaria se levantó en el fondo de la sala. Vestido negro zaino de talle ajustado, melena morena al viento y dos pitones pa´quitar el sentío. Raudo acudió el miedo del administrado al que le falta un memorando, un certificado o cualquier otro papelito que impedirá el desarrollo normal de la lidia. Ante tamaña tarea me aferré a las tablas como si fuera un burladero y recé todo lo que recordé.
Lo confieso, su voz sonó tan amable que me sentí el más gilipoyas de los contribuyentes. Se mostró agradable en los primeros lances, diligente en el trasteo de los papeles y eficaz hasta que, ¡ay Dios mío!, a la hora de la verdad me pidió que regresara una semana más tarde para finiquitarla faena. Hay cosas que nunca cambian.
Me dispuse a salir por dónde había entrado pero el pelo rapado, las anchas espaldas y la larga porra del marine on the door me hizo dar un giro de noventa grados. Caminé por un estrecho pasillo que desembocó en el amplio hall del edificio principal de los juzgados y desde allí descubrí una enorme puerta de salida.
Los vi antes de flanquear la puerta. Formaban un semicírculo calé de hombres aceituna con largas melenas rizadas de oro y cañí. Corbatas chillonas y lluvia sobre solapas de cuellos de camisa. Las mujeres piconeras con moños altos y recogidos que dejaban escapar mechones teñidos de arco iris. Vestidos largos, rectos, de interminables rajas laterales y la conexión de faralaes que va desde Vitorio y Luchino hasta las sultanas de mercadillo. Mucho arte y poderío por metro cuadrado en la puerta de los juzgados.
Los pétalos de rosa cayeron sobre mis incrédulos hombros al compás de los elogiosos gritos de una voluminosa señora que loaba la belleza de su nuevo sobrino. Me abrazó con todas sus carnes, quedé atrapado entre sus mamas maternales y me cubrió de besos desde la coronilla hasta el garganchon. «Tía Jacinta, tía Jacinta, queste güen señó no es el marío dela Mery Kelly» alguien le advirtió.
La tía Jacinta me soltó compungida y gimiendo «Vaya por Dios y la Virgencica de los Desamparaditos, es una lástimica que un señor tan bonico no fuera a entrar en la familia». Abandoné la puerta de los juzgados más corriendo que andando y desde la bola del mundo que adorna la Plaza del Pilar pude ver como la Mery Kelly y su flamante esposo recibían la algarabía de arroces, garbanzos, lentejas, pétalos de rosas, palmas por tangos y alegrías.

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06 julio 2006

Primer chapuzón

Primer chapuzón del verano. Hoy he ido a la piscina con mi sobrina de seis años. Se le nota los dos cursos de natación, nunca le tuvo miedo al agua pero ahora serpentea su cuerpecito entre el agua con decisión, fluidez y seguridad.
En muchos gestos me ha recordado a su hermano de hace diez años. Eso si, no le ha gustado las denominaciones de las inmersiones acuáticas y las ha rebautizado con nuevos nombres, a saber: La albondiguilla mediterránea, la croqueta giratoria, la empanadilla de agua, además de las tradicionales bombas, espagueti y panzazo. La energía de su niñez se veía desbordada en su verborrea. No dejaba de hablar, y esto es literal, ni debajo del agua.
Hemos buceado para hacernos burlas y todavía no hemos llegado a pelear porque la pequeña no hace pie en los un metro veinte de la zona menos profunda de la piscina.
El mejor momento ha sido cuando hemos cruzado la piscina a lo largo. Lo hemos hecho juntitos y muy despacio. Paula nadaba al estilo perro, apoyaba su mano en mi hombro cuando se encontraba cansada, recuperaba el aliento y seguía nadando. En cada uno de esos recesos me he sentido muy bien, agustito, feliz, muy feliz. Al llegar a nuestro destino su sonrisa fue deslumbrante y no tengo ni la menor idea como compensar a esta niña por esos instantes que me regala.

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02 julio 2006

Un paso demasiado grande

He pasado dos de los mejores días de mi vida. He aprendido muchas cosas de mis compañeros de teatro y algo que me dijo Jesús Bernal, nuestro profesor y director: “Una de las cosas mágicas del teatro es que no hay diferencias de edad entre los adictos a este arte”
Esa es una gran verdad que he podido comprobar, tanto en escena como entre cajas. Todos éramos parte de una misma tripulación, lo importante era llegar a puerto y por eso unimos nuestras fuerzas. Esa era una de mis apuestas cuando me inscribí en el grupo de teatro: Hacer algo en común, todos tirando de la misma cuerda, el arte colectivo de interpretar para contra restar la soledad de sentarme ante este teclado e intentar pertrechar historias que sean, al menos, interesantes.
Y sin embargo… tengo grandes dificultades para escribir sobre ello. Los que conocen mis escritos, hablo de todo lo redactado antes de este blog, ya saben de esa costumbre mía de escabullirme de lo sentimental, de deambular por los acontecimientos en tercera persona, de la cobardía de mis oraciones tan alejadas de la piel, de lo emotivo. Es un error y lo se. Pero ahora noto que no es el mejor momento para hacer piruetas, ni con mis sentimientos, ni con los que me mostraron mis compañeros a los que estaré eternamente agradecido. En este punto me veo en la obligación de recordar a Carolina, la más joven del grupo y la más veterana en las tablas, que soportó con brillantez mi tremenda metedura de pata en el estreno de la función.
Supongo que la obligación de un blogger como Dios manda sería venir hasta estas líneas para desnudarme y contaros el cóctel de emociones que he disfrutado estos dos días en el Teatro de la Estación, pero no lo voy a hacer, sería un paso demasiado grande.