La curvatura de la córnea

08 julio 2006

Capitulaciones matrimoniales

Migue y yo hemos rubricado unas nuevas capitulaciones matrimoniales con una cláusula cuyo texto dice: Todos los bienes aportados por la esposa son de ella, además de todos los bienes aportados por el esposo, que también lo son (No me pregunten donde había dejado la cabecica de pensar porque no tengo respuesta pero, así están las cosas)
Para introducir esta peculiar relación patrimonial entre cónyuges — novedosa en su plasmación legal porque en la práctica hace tiempo que funciona — era necesario modificar los acuerdos que se establecimos como régimen económico del matrimonio en el momento del casamiento, allá por el año 1992, de tal guisa que hemos pasado de la sociedad conyugal tácita aragonesa, a la hermandad llana universal o cartas de mitad.
Estos documentos fueron firmados en sede notarial y tenían que ser inscritos en el Registro Civil para que tuvieran plena validez. No perdí mucho tiempo «De perdidos al río», pensé. A la mañana siguiente renuncié al autobús y decidí dar un agradable paseo desde el barrio de Las Fuentes hasta el Salón de la Ciudad (Reconozco que me da un poco de yu-yu utilizar el término acuñado por el inefable Treviño para la Plaza del Pilar)
La puerta del Registro estaba cerrada cal y canto porque, hablando en el dialecto funcionarial, era muy temprano. El acceso estaba protegido por un guardia de seguridad con espíritu marine y ciento veinte kilos en canal. La fila de pacientes ciudadanos era considerable. El cancerbero uniformado se afanaba peligrosamente en su trabajo y moldeaba la espera con inquietante estilo marcial. Tuvo que ser una abuelita la digna portavoz de los avasallados «Anda zagal» le dijo, «vete a vigilar a otro lado y déjanos tranquilos de una puñetera vez»
Una mano amiga descerrajó el paso desde dentro y una avalancha de urbanitas se llevó por delante al garante de la seguridad dejando en el aire una duda ¿La abuelita habría terminado su alegato con el contundente, juvenil y localista “co”; o el armario de cuatro puertas habría puesto las cosas en su sitio ante semejante desplante?
La fila se reconstruyó en el interior del edificio. Tuve un segundo de duda y, tras sentir una extraña querencia taurina, permanecí en ella. Pude comprobar que la magnitud tiempo sufre modificaciones dignas de estudio si transcurre a la espera de ser atendido por la administración, esta tesis debería contemplar las variedades local, autonómica y estatal. Pasados los días reconozco que soy incapaz de evaluar cuantas horas, minutos o segundos pasaron hasta que leí los carteles que me informaron de mi situación bajo la advocación de “Certificados de Nacimiento” mientras, el altar de “Capitulaciones Matrimoniales”, permanecía más solo que la una. Moví la cabeza de un lado para otro porque quise comprobar que nadie vería mi maniobra, le presenté mis respetos a la Abuelita Valiente y me coloqué (nada de porros) en el mostrador correcto.
Una funcionaria se levantó en el fondo de la sala. Vestido negro zaino de talle ajustado, melena morena al viento y dos pitones pa´quitar el sentío. Raudo acudió el miedo del administrado al que le falta un memorando, un certificado o cualquier otro papelito que impedirá el desarrollo normal de la lidia. Ante tamaña tarea me aferré a las tablas como si fuera un burladero y recé todo lo que recordé.
Lo confieso, su voz sonó tan amable que me sentí el más gilipoyas de los contribuyentes. Se mostró agradable en los primeros lances, diligente en el trasteo de los papeles y eficaz hasta que, ¡ay Dios mío!, a la hora de la verdad me pidió que regresara una semana más tarde para finiquitarla faena. Hay cosas que nunca cambian.
Me dispuse a salir por dónde había entrado pero el pelo rapado, las anchas espaldas y la larga porra del marine on the door me hizo dar un giro de noventa grados. Caminé por un estrecho pasillo que desembocó en el amplio hall del edificio principal de los juzgados y desde allí descubrí una enorme puerta de salida.
Los vi antes de flanquear la puerta. Formaban un semicírculo calé de hombres aceituna con largas melenas rizadas de oro y cañí. Corbatas chillonas y lluvia sobre solapas de cuellos de camisa. Las mujeres piconeras con moños altos y recogidos que dejaban escapar mechones teñidos de arco iris. Vestidos largos, rectos, de interminables rajas laterales y la conexión de faralaes que va desde Vitorio y Luchino hasta las sultanas de mercadillo. Mucho arte y poderío por metro cuadrado en la puerta de los juzgados.
Los pétalos de rosa cayeron sobre mis incrédulos hombros al compás de los elogiosos gritos de una voluminosa señora que loaba la belleza de su nuevo sobrino. Me abrazó con todas sus carnes, quedé atrapado entre sus mamas maternales y me cubrió de besos desde la coronilla hasta el garganchon. «Tía Jacinta, tía Jacinta, queste güen señó no es el marío dela Mery Kelly» alguien le advirtió.
La tía Jacinta me soltó compungida y gimiendo «Vaya por Dios y la Virgencica de los Desamparaditos, es una lástimica que un señor tan bonico no fuera a entrar en la familia». Abandoné la puerta de los juzgados más corriendo que andando y desde la bola del mundo que adorna la Plaza del Pilar pude ver como la Mery Kelly y su flamante esposo recibían la algarabía de arroces, garbanzos, lentejas, pétalos de rosas, palmas por tangos y alegrías.

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2 Comments:

At 09 julio, 2006 00:15, Blogger Cleo said...

Excelente relato Javier!!!
Me deleité mucho con la lectura...
Eso del certificado faltante es el karma de los administrados en cualquier lugar de este ancho y ajeno mundo (te lo digo yo que trabajo en una repartición pública)
Gracias por tu visita a mi imperio, y por tus palabras. Las mías, ya volverán, siento que más temprano que tarde.

Un abrazo

La Reina del Nilo internacional.

 
At 09 julio, 2006 00:52, Blogger Javier López Clemente said...

Hola Cleo y bienvenida.
Mis palabras son tuyas y gracias por el adjetivo con el que comienzas tu comentario.
Un abrazo administrativo y judicial :-)

 

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