La curvatura de la córnea

11 julio 2021

Soy un paticorto


Eres un paticorto. Me lo dijo un compañero de instituto en una de aquellas noches de juerga y, aunque era verdad, el pobre me dio mucha pena porque entonces descubrí el mecanismo de defensa de aquellos que viven ahogados en sus propios miedos. Es verdad, soy un paticorto, pero también era mucho más simpático que él.

Los ratones de campo del parque de Doñana han reducido un tercio de su peso en 40 años, las salamandras de mejillas grises de los montes Apalaches han encogido un 8% desde 1960 y la ballena de los vascos a mermado un metro desde los años ochenta. Las causas son diversas y globales y casi todas están provocadas directa o indirectamente por los humanos. ¿Eso explicaría esta sensación de pérdida de volumen, consistencia y densidad que siento desde el pelo cano de mi cabellera en la que ya asoma un ligera tonsura hasta los dedos gorditos de mis manos incapaces de saltar con soltura en los trastes de la guitarra del Mi mayor al Si Bemol al ritmo de tres por cuatro, o como las rodillas y la espalda empiezan a necesitar de ungüentos para restablecer el bienestar después de una caminata o unos cuantos largos en la piscina?

Pero no es solo una cuestión física. Noto la pereza de mi pensamiento y, si no hace tanto intentaba procesarlo todo como una hormigonera, ahora, al ejemplo de mi madre cuando limpiaba las lentejas, rechazo broncas, gritos y odio para refrescarme con agüita güena, nutrientes sanos y toneladas de risas que acolchen este encogerme de a poquitos, mientras las certezas que explicarían esta decadencia física y mental, se diluyen en el inabarcable océano de los recuerdos.

Soy un paticorto que se encoge y tal vez ese sea el mecanismo biológico que, como le ocurre al salmón del rio Tenojoki, tan solo sea un cambio adaptativo para tener una mayor posibilidad de sobrevivir.

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