Democracia representativa
Introducción
Los lectores avezados ya lo saben, son los libros los que
nos eligen a nosotros, así que vaya usted a saber los motivos por los cuales el
ensayo de Enrique Cebrián saltó por encima de “La isla del tesoro” de Stevenson
para colarse en mi bolso piscinero. “Sobre la democracia representativa” no
parece una lectura de verano, caña y piscina, sin embargo ese ha sido el medio
ambiente en el que me he dedicado a leer y subrayar, por eso algunas páginas de
libro han quedado marcadas por la crema de protección solar Isdin 30 que, si
ustedes lo piensan bien, es toda una declaración de intenciones.
El objetivo que me planteo con este escrito no pretende
entablar una discusión con el autor, ni plantear algún tipo de crítica, me
conformo con aligerar y resumir la excelente carga científica del libro para colocar
en la palestra de debate político dos conceptos como democracia y
representación. Un viaje por la historia política que terminará por justificar que
la democracia representativa es una excelente solución desde el punto de vista
democrático para articular la participación política de los ciudadanos. Una
participación que se ha visto agitada por nuevas propuestas políticas que, además
de buscar sustento, aliento e inspiración en el bullicio popular de las plazas,
también encaminan sus esfuerzos hacía la representación de sus posiciones en
las instituciones parlamentarias, el paso previo para alcanzar cotas de poder
que les permitan moldear una opción político-social muy alejada de la
fotografía actual.
Comenzar por el prólogo de Manuel Contreras es un buen
ejercicio para situarnos ante la dificultad de trasladar el concepto de
representación a la vida política porque, si la representación es básicamente
“actuar en lugar de otro”, estaremos de acuerdo que la ficción es el terreno
propicio para su desarrollo y, por lo tanto, resulta tentador observar la vida
política como si de un espectáculo se tratase.
El ejercicio de poder, nos recuerda Contreras, es un
espectáculo que nos acerca a una “ficción en serio” muy alejada de populismos y
demagogia pero, como en cualquier escenario, la diferencia entre lo excelente y
lo deplorable está muy relacionada con la calidad de los unos
políticos/actores: Buenos, malos o mediocres. Y claro, tanto el político como el
buen actor precisan formación, disciplina, cualidades morales, integridad,
sencillez y modestia. El político / actor no puede ser un ignorante, debe tener
imaginación, capacidad de mirar, de escuchar las réplicas y huir de la palabra
ampulosa para hablar con sincera naturalidad.
Un elevado grado de calidad en la representación política
debería ser la primera premisa que exigiera la sociedad democrática.
Concepto de
representación
La representación hace presente algo que en realidad no lo
está y, ni es una ficción, ni un sucedáneo de la presencia. En ese sentido la
representación es un enorme logro cultural de las sociedades muy evolucionadas
con capacidad para transformar la identidad, y su carácter unitario, en
representación y duplicidad autorizada y responsable: Autorización para actuar
en nombre de otro; responsabilidad para que los representados controlen la
acción de los representantes.
Como vemos, y eso que he optado por dejar alguna de las
condiciones fuera de este texto, la tarea de la representación es complicada y,
sin embargo, Mauricio Cotta ha sido capaz de encontrar una definición aceptable
para la representación estrictamente política:
“una relación de carácter estable
entre ciudadanos y gobernantes por efecto de la cual los segundos están
autorizados a gobernar en nombre
siguiendo los intereses de los primeros y están sujetos a una
responsabilidad política de sus propios comportamientos frente a los mismo
ciudadanos por medio de mecanismos institucionales electorales.”
Representación
política y democracia
La representación entre lo ausente y lo presente provoca una
tensión que no debe considerarse como un fallo de la representación, bien al
contrario, esa tensión es la evidencia de un fenómeno dual. Por eso, lo que
durante el nacimiento de los EE.UU. ligaba representación con aristocracia, en
el siglo XXI el concepto democracia va ligado a un Parlamento que emana de la
urna electoral como legítima fuente de poder para seleccionar a las personas
destinadas a ejercer determinados cargos políticos.
Lo que a todos nos
afecta debe ser tratado por y aprobado por todos es un principio que ya
existía en la Edad Media para esconder el deseo de los de arriba en cuanto a lograr la aprobación de los de abajo y convertir una directiva en
obligación. Pero, a partir del siglo XVIII, una nueva concepción del ciudadano
lo convierte en fuente de legitimidad política hasta instaurar uns institución
mixta, muy poco preocupada por el elitismo y que se dibuja en dos caras de la
misma moneda: Democracia representativa, democracia directa.
Ambos conceptos formaron parte de la Revolución americana
cuando el pueblo llano participó en los asuntos de gobierno, no solo como
votantes, sino como dirigentes. Un gobierno del pueblo dirigido por el pueblo.
La democracia, en este proceso fundacional de los EE.UU., es un término
técnico, un ingrediente político al que debemos añadir la monarquía de los
gobernadores y la aristocracia del Senado.
En esta dualidad contradictoria nos encontramos con la
propuesta de un gobierno representativo como base de la democracia, donde la
representación es un derecho de los ciudadanos, quienes ejercerán un férreo
control de sus representantes para evitar que terminen por degenerar en una
aristocracia.
El sistema de representación alcanzó su cénit en el siglo
XIX con la culminación de los procesos revolucionarios de EE.UU y Francia en la
democracia. Sin embargo, no hay que olvidar que realidades y acontecimientos
históricos, lejos de ser verdades unívocas, son procesos complejos y, en ese
devenir, fue el mandato representativo el que se impuso frente al mandato
imperativo, una victoria del liberalismo burgués que, enfrentado al esquema
feudal, representa a la nación para sustituir al Soberano por la Soberanía
Nacional. La plaza pública se convierte en el espacio para la política mientras
la política de gabinete a puerta cerrada se advierte malvada. Nos encontramos
ante una evolución política que la situará como principio social que eliminará
los estamentos para dejar paso al ciudadano libre y al debate Parlamentario, se
abandona el absolutismo monárquico para reducir el Estado a su mínima
expresión.
La Edad Contemporánea trajo el simbolismo de una nación
ideal asociada a una comunidad de intereses comunes y también con distintas
opiniones que, sometidas a debate,
determinan los intereses nacionales, sin embargo, la construcción burguesa del
Parlamento representativo y opinión pública no evita la lucha de intereses que
establece una tajante división entre opinión e intereses para desembocar en la
aparición de los partidos políticos como piezas indispensables con las que
desarrollar el modelo representativo.
Los partidos políticos, que comenzaron como voz de los
notables hasta transitar al espacio de las masas sociales en una evolución
unida al progreso de la democratización, se lanzaron a la deriva de una
contradicción: Aunque su naturaleza proclama la vigencia del modelo
representativo, es evidente la presencia de un férreo mandato imperativo
gracias a la disciplina impuesta desde los grupos parlamentarios, una disciplina
de partido que somete a los diputados y que caracteriza la política del último
siglo.
Esta situación desvirtúa la relación entre representante y
representado de manera que se crea un nuevo binomio entre elector y grupo
parlamentario que anula la teoría clásica de la representación. Pero no se
desesperen, esta idea no es el preludio de la muerte de la independencia del
diputado, aunque tal vez sería especialmente necesario articular este menage a trois entre partido, elector y
diputado.
Capacidades de la
democracia representativa
Zazurca centra su estudio en tres capacidades de la
democracia representativa:
1 La representación crea la voluntad popular.
El Estado tal y como lo conocemos es una realidad política
desde el Renacimiento, cuyas connotaciones de duración y estabilidad están
relacionadas con el Parlamento constituido a través del sufragio universal, el
Estado se crea, precisamente, gracias a esa representación, sin la cual no
existiría. Esta identificación permite la equiparación entre pueblo y
representación, un pueblo que como colectivo político existe precisamente
gracias a la representación porque el Parlamento crea y manifiesta la voluntad
popular a través de los partidos políticos que, como portavoces de diferentes
opiniones e intereses, no tienen porque amparar un supuesto interés nacional
común, ya que suelen expresar la posición de un determinado grupo social. Esta
afirmación es muy importante porque con ella regresamos a la concepción de la
representación política como una ficción, toda vez que, eliminado el mandato
imperativo, la voluntad del pueblo sólo se expresa en el momento de la elección
del Parlamento que, en una concepción democrática, permite el control político
de los representantes y que rindan cuentas.
2 La representación como garantía de la deliberación
Las revoluciones liberales supusieron el final de un mundo
uniforme, secularizaron la vida política y permitieron la presencia de
diferentes formas de entender y organizar la sociedad. Ideas que se enfrentan y
debaten en el Parlamento, espacio y centro del debate político.
3 La representación como garantía de control político y de
rendición de cuentas
La rendición de cuentas es una herramienta imprescindible
para detectar el ejercicio incorrecto del poder político, la capacidad para
sancionarlo exige transparencia y reclama justificación a los actos ejecutados.
El Parlamento permite es control frente a un posible control ciudadano que, por
estar fuera del aparato institucional, no tiene posibilidades de señalar las
responsabilidades políticas, una tarea de fiscalización interna propia de la
habitual dinámica gobierno-oposición, todo ello con la intención de fomentar
que responsabilidad, complejidad y pluralismo formen parte de la función
deliberativa.
Insuficiencias de la democracia representativa
Zazurca centra su estudio en tres insuficiencias de la
democracia representativa:
1 Las insuficiencias deliberativas de la representación.
El creciente protagonismo de los partidos políticos y la
gran importancia de los medios de comunicación de masas no han desplazado al
Parlamento como el lugar privilegiado del debate político que, en buena medida,
es un baile de negociaciones y cesiones donde no existen las verdades
universales y absolutas en cuanto a las soluciones de los asuntos públicos. Sin
embargo, la deliberación considera insuficiente ese método porque se trataría,
no solo de negociar posiciones fijadas de partida, sino de ir construyendo las
posiciones de cada participante en el debate atendiendo a los argumentos y
razones del resto de los participantes. Sin embargo todos somos conscientes de
que este tipo de debates suele estar ausente de las deliberaciones en los
modelos de representación política y, a la espera de mejores soluciones,
resultaría beneficioso trasladar la deliberación a otra esfera distinta, al
ámbito de los ciudadanos y, en último término, fomentar los cauces de
comunicación entre estos y sus representantes. Sin embargo, no hay que olvidar
que la actividad legislativa y decisoria requiere de procesos de discusión
fundamentalmente parlamentarios y, por lo tanto, se hace necesario construir,
mejorar y engrasar las relaciones entre representación y deliberación ayudadas
por las nuevas tecnologías de la comunicación que, en lugar de pretensiones
alternativas, deberían encuadrarse dentro del marco general de un sistema
representativo.
2 Deficiencias en el control político y la rendición de
cuentas
Más allá de la posibilidad de un control político en sede
parlamentaria y de la celebración de elecciones que buscan la aprobación de
programas de futuro, más que de controles de lo realizado en el pasado, el
electorado tiene que tomar una única decisión con respecto a todo un paquete de
políticas gubernamentales, un hecho que no parece suficiente cuando las
exigencias del control ciudadano podrían tener un sentido más concreto e
inmediato, un deseo que se debería traducir en una mayor demanda de la sociedad
civil sobre la esfera púbica, sin embargo es perceptible que nuestras
sociedades actuales, como el modelo de Estado, revelan la insuficiencia de los
controles que el sistema representativo permite y garantiza
3 La insuficiente receptividad de los representantes
La receptividad alude a la capacidad del individuo elegido
en asumir y hacer suyos los puntos de vista y demandas de los ciudadanos. No se
trata de hacer una defensa del mandato imperativo o de la democracia
plebiscitaria, la óptica del mandato-receptividad se encuentra entre estos dos
extremos y debe considerarse como uno de los componentes más valorados de la representación
política, un elemento que no debemos entender como entendimiento individual
entre representante y representado, sino como una relación colectiva entre la
ciudadanía y la asamblea.
El autor considera que la receptividad es el elemento más
importante de la representación política y que los actuales modelos distan
mucho de estar al nivel necesario, por eso aboga por la ampliación de los
cauces que permitan a los representados expresar sus opiniones. Pero también es
necesario tener en cuenta que muchos de esos mensajes son simples, poco
elaboradas, se reducen a formas de expresión conformadas habitualmente por una
minoría, respuestas instantáneas, pocos pulidas, con escasa reflexión y debate,
y en ocasiones, con poca participación ciudadana. El segundo defecto de estas
formas de expresión se situaría en el terreno formal con ausencia tanto de
procedimientos, como de foros públicos y permanentes destinados a caldear el debate y construir
opiniones, lugares a los que los representante públicos puedan acudir para
conocer el fondo de las discusiones y las conclusiones alcanzadas. Zazurca concluye:
No debemos olvidar que, en sistemas
políticos como el español, no se elige a diputados individualmente, si no que
se vota a una lista completa. Ello puede provocar un menor impacto de una
receptividad de este tipo, aunque no tiene por qué ser así, ya que esta puede
darse por parte del grupo parlamentario, entendido como una totalidad. En este
caso, sería directamente el partido político, más que el diputado individual,
el que trabajaría con las miras puestas en la siguiente convocatoria electoral
y serían, por tanto, los intereses del partido los que podrían dar lugar a la
existencia de receptividad.
Balance y conclusión
final
Zazurca, concluye que, después de viajar en el tiempo tras
el concepto de representación y de analizar sus capacidades e insuficiencias que
no hay razones suficientes para rechazar la reunión de representantes aunque,
bien alejado de cierto liberalismo no democrático, hay que considerar la capacidad
de los ciudadanos para hacerse cargo de los asuntos públicos, más allá del
ejercicio de un acto mecánico de votar. En cualquier caso y situados en nuestra
perspectiva democrática la representación parlamentaria permite la creación y
concreción de la voluntad popular, la puesta en práctica de la deliberación
política y el control de sus responsables. Así que la búsqueda de soluciones
políticas a los defectos indicados no deberían conducir a la desaparición de
los grandes Estados para sustituirlo por pequeñas comunidades donde sea posible
la reunión directa de ciudadanos, en consecuencia, la representación política
democrática no debe ser despachado sin más y sustituirla por soluciones poco
definidas e imprecisas. Pero claro, defender el mantenimiento de nuestros
actuales sistemas de representativos no debe confundirse con una actitud
complaciente, porque el autor es perfectamente consciente de sus deficiencias y
se trataría, en fin, de proteger y perfeccionar una obra de los hombres y los
años llamada democracia representativa.
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Etiquetas: Enrique Cebrián Zazurca, reseña libro
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