Campanas de boda de La Cubana
Uno de los papeles que más me gusta en la representación de la vida es el
de invitado a una boda. Ya saben: Traje gris perla, camisa blanca y corbata
coral. Esperar a la novia en la escalinata de la iglesia mientras haces
bromitas con el novio para aumentar su nerviosismo. Alcahuetear los trajes de
las señoras y, mientras se celebra la misa, vermutear con los amigos y los
primos más recalcitrantes de la pareja. A mi me encantaría entrar en misa, con
sus jotas, la homilía cañera del sacerdote, las lágrimas de la suegra y esas
cuñadas que no tiene paciencia y comienzan a pelar al personal bajo sagrado. Si
no asisto al espectáculo es porque no me gusta como está diseñada la escena
cumbre. Al momento del si quiero, la búsqueda del anillo y el intercambio de
las arras le falta un puntito de dirección, no puede ser que los actores
principales den la espalda al público, eso resta emoción. La ceremonia ganaría
mucho si los invitados pudieran ver la cara de los novios.
Sin embargo, para recibir a los esposos, frente a las nuevas modas de
confeti y pétalos de rosa, me decanto por el clasicismo del arroz, un símbolo
de abundancia y prosperidad. Pero la abundancia llega con el cóctel, la fritura
de los entrantes, un pescado en salsa, cordero asado con patatas a lo pobre y
que se besen los novios. Vinos de denominación regional, tarta, helado y que se
besen los padrinos. Café, copa, puros para ellos, pitillos para ellas y que se
besen los consuegros.
Un vals vienes para comenzar el baile. Corbatas anudadas a la frente,
gintonics a banda, la abuela avienta el bastón y las tías de la novia que se me
rifan para darle ritmo a pasodobles, rumbas y chachachás. Todo eso es un
bodorrio: Un gran espectáculo donde me lo paso en grande.
Quizás por eso no me gustó la segunda parte de Campanas de boda de La
Cubana, cuando la compañía derriba definitivamente la cuarta
pared, enciende las luces de la platea y el cubana
style se instala entre las butacas. En ese preciso momento se rompe el
alocado ritmo de una representación que me recordaba a las comedias de puertas
con entradas y salidas. La
Cubana, durante la primera parte de la función, nos explican los
preparativos de un bodorrio de alto copete que, aunque en los últimos tiempos
algunas costumbres han cambiado, sigue un guión y una puesta en escena que
todos conocemos al dedillo. Cada raza, nación, clan, grupo social, generacional,
religioso ( y alargue la lista todo lo que usted quiera) tiene sus propios
códigos y rituales, pero al final todos forman parte de la gran parodia de la
vida. En el caso de una boda quizás entren otros factores en juego pero no se
engañen, no deja de ser una más de las escenas que cada día interpretamos para sobrevivir
en la maraña social.
La Cubana
toma ese paralelismo entre realidad y ficción para lanzarse por un trepidante vodevil
perfectamente sincronizado. Yo no necesitaba más. Me hubiera bastado con los
colores chillones del vestuario, la multiplicación de escenas, las frases que
cortan, interrumpen y se superponen unas a otras, la milimétrica coreografía para
organizar un caos tan sugerente como un plano secuencia de Berlanga plagado de
arquetipos.
El único pero a este genial galimatías estaría en limpiar alguna escena
que detiene la velocidad de crucero de la función cuando el grito de ¡¡más
madera!! ya está instalado en las butacas y la máquina avanza a todo trapo. Con
esto bastaría, sin embargo en el ADN de La Cubana anida la participación del público en el
espectáculo y eso, además de una excesiva pedagogía en cuanto a la manera hindú
del casamiento y un arrebato de pamelas, varían la cadencia de la
representación para detenerse en algunos momentos delirantes entre flores,
bailes y un concejal venido a mucho menos. En cualquier caso estos pequeños peros son absolutamente personales
porque la verdad es que todo el público lo pasó en grande participando de la
función.
Mención aparte merecen los actores. A la cabeza Annabel Totusaus y Mont
Plans que no paran de incendiar la máquina a la que se suben sus compañeros de
reparto capaces de duplicar y triplicar personajes presentando multitud de
matices, rostros, acentos, juegos corporales, canciones y todo mezcladito en el
puchero del humor. Un trabajo brillante. Y lo tengo que decir aunque me salte
la norma de desvelar lo menos posible de la trama y el argumento: Todavía no he
salido del asombro de escuchar la versión Bollywood de Paraules d’amor
de Serrat. ¿Se lo imaginan?
Campanas de boda cumple con los
requisitos de la marca La
Cubana para convertirse en un delicioso espectáculo en el
que, además de pasarlo bien, encontraras las claves antropológicas de cualquier
spanish bodorrio bizarro and all over the world. ¿Se puede pedir más?
Crónica publicada en el º 135 de El Pollo Urbano
Etiquetas: La Cubana, reseña teatro, teatro principal
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