La tiranía de Podemos
Es posible que alguno de mis tan queridos como improbables
lectores esté afilando sus argumentos ante el título de este post. A ellos
y a todos los demás les invito a un viaje en el tiempo, cuando en la Grecia
Arcaica del siglo VIII a.C. la tiranía se presentó como la manera de solucionar
las crecientes tensiones sociales que se producían en las poleis.
El término “tiranía” es un préstamo de origen libio que
definía una nueva situación política y vendría a traducirse como “señor”. En
este contexto primigenio no arrastraba las connotaciones negativas que adquirió
con posterioridad, cuando la aristocracia gobernante sintió que su predominio
político corría serio peligro gracias a su inoperancia para solucionar el
creciente endeudamiento de la población campesina que constituía el eje
principal de las ciudades-estado griegas. Pero también por la intransigencia
ante unos ciudadanos que pretendían una mayor participación política. Estos
errores de los que ostentaban el poder terminaron por debilitar las estructuras
de un estado todavía poco consolidado desde el punto de vista político y
social. La tiranía, por tanto, fue consecuencia directa del fracaso de la
aristocracia para enfrentarse a un cambio social.
Juan Carlos Monedero pone el foco sobre el paradigma que
sitúa a Podemos en una situación similar a la que propició la aparición de las
tiranías griegas, y afirma que su partido “emana netamente de la ciudadanía,
sin ningún tipo de ingeniería externa, como ocurrió durante la Transición.
Podemos es deudor del 15M y del movimiento asambleario, también de la crisis de
los partidos políticos y sus errores.”
El concepto “élite” es otro de los factores que emparenta la
tiranía con los líderes de Podemos, una élite marginada del poder por el actual
sistema electoral que prima a las grandes formaciones políticas. Es verdad que
la utilización del término “élite” puede llevarnos a terrenos resbaladizos, y
por eso quiero dejar claro y que lo utilizo exento de cualquier connotación
negativa: Las caras más visibles de Podemos pertenecen a la élite de jóvenes
españoles que se han beneficiado de una buena capacitación intelectual obtenida
en las aulas de nuestras universidades públicas, una nueva dicotomía en el
eterno imaginario de las dos Españas: Frente a los que sitúan el foco en los
jóvenes ni-ni del botellón y el fracaso escolar que dejaba las aulas vacías
para coger la paleta de la construcción, surgen desde las tripas de la
indignación ante la gestión de la crisis económica otra versión de joven que,
más allá de su preparación intelectual, se organiza ante la inoperancia oficial
por ofrecerles un futuro mejor y deciden que la participación política activa
de la ciudadanía es el ingrediente fundamental para encontrar soluciones
radicalmente diferentes a las que nos imponen los actuales gobernantes. Esa
podría ser una de la claves que explicaría la heterogénea procedencia de los
potenciales votantes de Podemos.
Esta situación es novedosa en el panorama político español y
provoca que las élites establecidas reaccionen con una elevada dosis de
resquemor a estos nuevos tiranos que, en lugar de acomodarse en las burbujas
del sistema, han decidido enfrentarse a una irrespirable oligarquía. Pero para
que todo este cambio social se pueda implantar es imprescindible contar con el
actor más importante del elenco: El voto de las clases populares y los
dirigentes de Podemos son conscientes de ello, por eso fomentan y alientan el
espíritu crítico, refuerzan la conciencia política y, por lo tanto, ayudan a la
refrescante regeneración democrática de un sistema agotado por la colonización
partidaria de las instituciones y la corrupción a calzón quitado, o como dice
Ada Colau “viene un curso político trepidante y con más esperanza que nunca.
Porque somos una generación que en muchos casos o no hemos votado o lo hemos
hecho muchas veces tapándonos la nariz
/…/ También la ciudadanía se está movilizando de forma muy amplia.”
La irrupción de Podemos ha abierto las ventanas del edificio
para que el aire fresco se lleve los olores a moho. Así que muy pronto
tendremos que pensar si este edificio en el que todos vivimos necesita de una
mano de pintura, una profunda revisión de las instalaciones básicas de
electricidad, agua y sumideros, o si su estado es tan precario que precisaría
de una demolición para partir desde unos nuevos cimientos. Ese debería ser el
debate político de fondo, ¿y tú qué piensas tan querido como improbable lector?
¿Reforma o demolición?
1 Comments:
Quizás con una buena reforma sea suficiente, eso se verá cuando se pueda hacer una buena inspección del estado del edificio...
Muy buen artículo.
Isabel
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