Un error que soy incapaz de subsanar
Después de ver en el cine “Big Fish” de Tim Burton me dieron unas ganas tremendas de comprarme el libro. No lo hice. Ahora, a las 2:45 de la madrugada, acabo de verla en DVD y se que no voy a comprar ese libro. Ese libro, si tuviera la mitad de la mitad de la mitad del valor de Edward Bloom, protagonista de la película, ese libro lo tendría que escribir.
“Big Fish” nos enfrena a los eternos dilemas sobre las historias que son verdad y las historias que son mentira, sobre lo más importante de la vida y sobre lo accesorio, sobre todas las cosas que tenemos que elegir y cual es la dirección de nuestros pasos. Cuando la vida te ofrece una existencia cotidiana, cuando los días son una cadena más, cuando todo lo predecible se cumple y nada escapa a lo establecido, entonces ha llegado el momento de encontrar a alguien que nos cuente como la vida puede ser distinta, maravillosos acontecimientos engarzados hasta conseguir que lo diario sea tan fantástico como aquellos sueños que alguna vez tuvimos y que se han diluido entre las cartas del banco, los anuncios de la tele y la farsa que sólo terminará el día de nuestra muerte. Por eso son imprescindibles las historias, para alcanzar la inmortalidad. La inmortalidad de quien es capaz de sorprendernos, de mostrarnos un mundo diferente, alejado de los encantados de conocerse y sus seguridades mugrientas, un mundo de tintineantes guirnaldas o caminos tenebrosos, un mundo especial, nuestro mundo.
Escuché tantas veces las historias que contaba mi padre que nunca presté la atención debida, estupidez de hijo pequeño, me gustaban pero eran sólo eso, las historias del abuelo. Hace tiempo que supe de lo necio de mi postura pero fue demasiado tarde, cuando él ya no tenía ganas de contar historias, ni fuerzas, ni memoria. Nunca saldaré esa deuda, ya es imposible, nunca volveré a escuchar sus cuentos. Algunos de ellos ya forman parte de los relatos que por aquí he colgado, pequeños retazos robados y de los que me he apropiado sin pedir permiso, una apropiación que me perdonará porque, ahora lo comprendo, lo único que quería mi padre era que las historias se contasen una y otra vez. Un propósito que olvido con la facilidad de los perezosos ante la descomunal tarea de crear un universo, o de los cobardes que se amilanan ante empresas tan excitantes como peligrosas, o de los hijos deseosos de no hacer caso a los padres.
El día que mi padre decidió no levantarse de la cama, yo aposté por lo contrario y gané, o al menos eso pensaba. Conseguí que volviera a caminar pero quizás lo inteligente hubiera sido sentarme a su lado y escuchar, por última vez, la fantástica historia de su vida. Un error que soy incapaz de subsanar.
“Big Fish” nos enfrena a los eternos dilemas sobre las historias que son verdad y las historias que son mentira, sobre lo más importante de la vida y sobre lo accesorio, sobre todas las cosas que tenemos que elegir y cual es la dirección de nuestros pasos. Cuando la vida te ofrece una existencia cotidiana, cuando los días son una cadena más, cuando todo lo predecible se cumple y nada escapa a lo establecido, entonces ha llegado el momento de encontrar a alguien que nos cuente como la vida puede ser distinta, maravillosos acontecimientos engarzados hasta conseguir que lo diario sea tan fantástico como aquellos sueños que alguna vez tuvimos y que se han diluido entre las cartas del banco, los anuncios de la tele y la farsa que sólo terminará el día de nuestra muerte. Por eso son imprescindibles las historias, para alcanzar la inmortalidad. La inmortalidad de quien es capaz de sorprendernos, de mostrarnos un mundo diferente, alejado de los encantados de conocerse y sus seguridades mugrientas, un mundo de tintineantes guirnaldas o caminos tenebrosos, un mundo especial, nuestro mundo.
Escuché tantas veces las historias que contaba mi padre que nunca presté la atención debida, estupidez de hijo pequeño, me gustaban pero eran sólo eso, las historias del abuelo. Hace tiempo que supe de lo necio de mi postura pero fue demasiado tarde, cuando él ya no tenía ganas de contar historias, ni fuerzas, ni memoria. Nunca saldaré esa deuda, ya es imposible, nunca volveré a escuchar sus cuentos. Algunos de ellos ya forman parte de los relatos que por aquí he colgado, pequeños retazos robados y de los que me he apropiado sin pedir permiso, una apropiación que me perdonará porque, ahora lo comprendo, lo único que quería mi padre era que las historias se contasen una y otra vez. Un propósito que olvido con la facilidad de los perezosos ante la descomunal tarea de crear un universo, o de los cobardes que se amilanan ante empresas tan excitantes como peligrosas, o de los hijos deseosos de no hacer caso a los padres.
El día que mi padre decidió no levantarse de la cama, yo aposté por lo contrario y gané, o al menos eso pensaba. Conseguí que volviera a caminar pero quizás lo inteligente hubiera sido sentarme a su lado y escuchar, por última vez, la fantástica historia de su vida. Un error que soy incapaz de subsanar.
6 Comments:
Sabes? a mi me pasó lo mismo con mi abuelo. Contaba una y otra vez sus experiencias en la guerra y yo ni escuchaba porque me parecían batallitas sin importancia. Ahora que lo valoro y me gustaría escuchar con detalle, ya no está aquí.
Procuro escuchar más a mi padre para que no me quede ese resquemor en el futuro. Aunque también estoy segura de que tanto tú padre como mi abuelo saben que en el fondo sus palabras no caían en saco roto.Un abrazo
Hola Gubia, mi Gubia, siempre Gubia, palabra de Gubia siempre acierta, da ánimos y purifica. Con visitantes como Gubia uno es feliz.
Salu2 Córneos.
A mí también me gustó Big Fish.
Hay momentos en mi vida en los que consigo ralentizar mi ritmo y logro escuchar al anciano que está sentado a mi lado en el banco de la plaza, o a esa anciana con la que no parezco tener nada en común.
Fantásticos ratos que valen su peso en oro, pues no se diluye su recuerdo con el paso de los días, si no que cada vez es más grande la certeza de haber hablado cara a cara con la Historia.
Comparto tu sentimiento.
Y sí, los cuentos o cualquier historia están para contarse una y otra vez, sin prisas, en tiempo detenido.
un abrazo.
Hola Sara.
Creo que en este foro lo puedo confesar. Ayer espié una conversación entre mi sobrina de ocho años y mi suegra de setenta. En las palabras de la abuela había vida, se la daba las orejillas atentas y los comentarios certeros de su nieta. Eso es literatura en estado puro.
Salu2 Córneos.
Hola Mamen.
A veces me ocurre... esa extraña sensación de no tener a alguien cerquita al que contarle un cuento para antes de dormir.
Salu2 Córneos y un abrazo.
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