El tango, la voz y la palabra
Nos regalaron la palabra con el abrazo del tango que imanta a los bailarines, cátodos y ánodos que se adhieren piel con piel en el impulso dramático que resume la vida con sus giros, sus boletas y el gesto preocupado de quien tiene consciencia de vivir. El baile como introducción al verso, la palabra que pica, el pensamiento molesto que nos recuerda la dualidad encerrada en el vino, la panacea escanciada dónde te sientes bravo o mísero con sólo cruzar la línea de una copa de más. Una invitación a la locura como característica primordial de nuestra personalidad, el encanto de sentirse diferente, creativo, un paso valiente para que una vez reconocida la locura general, esta se diluya tanto que nos permita caminar a cuatro patas, saltar a la pata coja en las filas de los controles policiales montados para resguardar nuestra seguridad, los locos no necesitan seguridad, como los pobres, pobres locos y a bailar que en esta vida se acaba la verbena y el boliche abandonado sólo es campo de tristezas.
Pató silabeó todas las sí-la-bas sentadita al lado del pianista, melosa en la dicción inalámbrica de su canto me muero por escucharla mucho más cerquita, sin el aderezo de las ondas que envían su voz a la mesa para regresarla transformada en amperios hasta los altavoces, y de sus membranas a las mías, son demasiados trasiegos, idas y venidas que no pueden sustituir el primer día que disfruté de su arte en el clandestino almacén de un bar.
Y mi disculpa porque del resto del elenco perdí sus nombres por los recovecos de la Expo, que de tanto leer se me va a secar el escaso cerebro. Disculpas al pianista al que ni siquiera retraté, al guitarrista mucho más sobrio, como requería la ocasión, que un día guardado en mi memoria en el que navegó por las seis cuerdas con la solvencia del viejo lobo de mar. Disculpas a la bailarina de las piernas vertiginosas, unas piernas para sustentar la cadencia de su voz, sus ojos chispeantes y morir delimitado por los rombos de las piernas de una mina inteligente por la que uno daría la vida tras la revelación de un verso, tras el regate del tango, tras tanto poderío escénico. Y disculpas a Javier Harguindey porque, aunque recuerde su nombre, tengo la desagradable sensación de que esta crónica no cuenta todo lo que me hicieron disfrutar pese a los cacareantes en masa que se risoteaban de sus propias simplezas, gritaban las anécdotas mil veces contadas y ensuciaban el ambiente sonoro del Pabellón de Zaragoza cuando lo expuesto desde el escenario pedía complicidad, una mínima atención y las orejas abiertas de unos ExpoTuristas más preocupados de las gorras de regalo, la picaresca de las colas y la diferencia de volumen entre un vaso Fluvi y la vajilla hostelera tradicional.
Pató silabeó todas las sí-la-bas sentadita al lado del pianista, melosa en la dicción inalámbrica de su canto me muero por escucharla mucho más cerquita, sin el aderezo de las ondas que envían su voz a la mesa para regresarla transformada en amperios hasta los altavoces, y de sus membranas a las mías, son demasiados trasiegos, idas y venidas que no pueden sustituir el primer día que disfruté de su arte en el clandestino almacén de un bar.
Y mi disculpa porque del resto del elenco perdí sus nombres por los recovecos de la Expo, que de tanto leer se me va a secar el escaso cerebro. Disculpas al pianista al que ni siquiera retraté, al guitarrista mucho más sobrio, como requería la ocasión, que un día guardado en mi memoria en el que navegó por las seis cuerdas con la solvencia del viejo lobo de mar. Disculpas a la bailarina de las piernas vertiginosas, unas piernas para sustentar la cadencia de su voz, sus ojos chispeantes y morir delimitado por los rombos de las piernas de una mina inteligente por la que uno daría la vida tras la revelación de un verso, tras el regate del tango, tras tanto poderío escénico. Y disculpas a Javier Harguindey porque, aunque recuerde su nombre, tengo la desagradable sensación de que esta crónica no cuenta todo lo que me hicieron disfrutar pese a los cacareantes en masa que se risoteaban de sus propias simplezas, gritaban las anécdotas mil veces contadas y ensuciaban el ambiente sonoro del Pabellón de Zaragoza cuando lo expuesto desde el escenario pedía complicidad, una mínima atención y las orejas abiertas de unos ExpoTuristas más preocupados de las gorras de regalo, la picaresca de las colas y la diferencia de volumen entre un vaso Fluvi y la vajilla hostelera tradicional.
Etiquetas: conciertos
4 Comments:
A estos les vi en el anfiteatro 43, sentadica en el suelo como dios manda, eperando la actuación del guerra, que Aragón radio les hizo una entrevista y además cantaron y bailaron, y estuvieron genial, claro que fue poquico, no pude ir a verles al pabellón de Zaragoza, así que menos da una piedra. Y chico, pese a que la peña, mogollón de peña, andábamos en esto de pillar sitio palconcierto, pues estuvimos bastante calladicos. Vamos que a veces donde menos se lo espera uno, encuentra el respeto que faltó en un escenario más íntimo. ¡Cosas!.
Y +++
Montse.
no hace falta la memoria si tienes amigos:
bailarina/actriz
marcela alba
Guitarrista
hernán filippini
Pianista
javier dominguez
si quereis oir algo mas
http://www.myspace.com/patoyhernan
Por cierto este jueves los don nadies ,rabanaques y zombras en la morry
salud
Hola Montse.
Extraña sensación esa de ver hacer radio.
Salu2 Córneos.
Música de superman para recibir a uno de los Don Nadie jajajaja
Así de gusto, de Filippini recordé el nombre jejajajajaja pero me pareciò mal dejar sólo al pianista.
Salu2 Córneos.
El jueves andaré por Utrillas, verbeneando es sus Fiestas!!!!
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