Rosita abre una puerta a la esperanza
Lorca en 1935, después de estrenar dos tragedias como Yerma
y Bodas de sangre, quiso escribir una comedia sencilla y amable pero no le
salió. Doña Rosita la soltera “tiene más lágrimas que mis anteriores
producciones”. La última obra teatral de Lorca es el poema dramático dedicado a
una solterona española de seda, ajuar y sombrilla que ya no existe, y sin
embargo, tiene el poder de los clásicos para relacionarse con los tiempos actuales.
La función de Lorca navega en una doble vertiente. La
primera es anecdótica, genera la acción, rasgos de comicidad y se desarrolla
alrededor de la soltería que, si Lorca la expresa como una evolución grotesca
de una doncella, casi un siglo después permite otro tipo de lectura más actual.
Pero el gran protagonista de la función, la proteína con peso argumental recae
en el transcurrir del tiempo. No se trata solo de esperar la pasión de un
novio, el rocío del amanecer o las luces de los sueños. El tiempo en su esencia
es muerte, olvido, anulación de aquellos sentimientos que fueron hoguera, un
protagonista que también es capaz de dialogar con nuestro presente para
analizar una sociedad que se hunde, se cierra y se fagocita a si misma entre
narcisismos, postmodernidad y una avalancha tecnológica.
El texto de Lorca permite múltiples posibilidades de
representación para enfrentarse al riesgo que supone transitar la línea temporal
que va de la juventud a la vejez, de una comedia ligera de pasiones al drama
adusto y frío de la soledad. El interés de Lorca por el paso del tiempo se
evidente cuando el texto comienza y termina poniendo en boca de sus personajes
la exclusividad de la rosa muscosa, una rosa roja de rocío, que se abre al
mediodía, se desmaya por la tarde y cuando toca la noche, se comienza a
deshojar.
La adaptación de Laura Plano comienza musical entre bailes,
manolas y una hermosa Rosita para centrar toda la atención en su lozanía, su
soltería y todo lo bueno por venir. El drama, que Lorca pone en voz de hombre, aquí
se anuncia entre notas y trastes, escondido entre la melodía de la canción y
una escena que pertenece a la obra “Los sueños de la prima Aurelia”, un texto
inacabado de Lorca que dibuja el carácter distraído y soñador de unas mujeres
que se consuelan y gozan leyendo novelitas de amores imposibles, ficciones con
páginas y páginas de paja y muy poquita pasión. La incorporación de este texto aleja
todavía más la dramaturgia del drama y confirma la apuesta por una adaptación
que subraya el desarrollo jocoso y humorístico de los personajes. El tono de
esta primera parte de la función se advierte aéreo, no pisa suelo, la idea de
comicidad, asentada en las cuerdas vocales, reclama más músculo y diafragma, menos
caricatura y más corporeidad.
Entre tanto la poesía toma la escena cuando la mujer y el
hombre se encuentran. La mujer es carnal, ebullición y pálpito. El hombre es mito
hierático de mármol, palabras de amor y promesas que cosechan besos para
tornarse en mentiras de un futuro que nunca va a llegar.
La idea del paso del tiempo se transmite a través de un
elegante vestuario aderezado con flores para Rosita, sus Tías, el Ama y las Manolas.
Tocados de color para las Solteras que, entre abanicos chispeantes y un montón
de hambre, ponen garbo de comedia a una precaria situación social.
El drama llega de golpe con la hojarasca del otoño. Las
cabezas sin tocados, si acaso una ligera esperanza en el pelo envejecido de Rosita.
Tan de repente nos ponemos serios que la discusión, que ya viene de lejos,
entre la Tía y el Ama todavía se percibe comedia y le quita foco a la confesión
desgarrada que compara el dolor entre un entierro de cuerpo que ya es pasado y
la herida abierta imposible de suturar. El peso del tiempo se hace evidente con
los muertos a los que llorar, pero también con las esperanzas que terminaran
por morir, el reconocimiento de una realidad incontestable que, en el remanso
de la oscuridad, evoca lo que pudo haber sido y no es. Es el momento culminante.
La lírica se deshoja con el drama anunciado mientras el viento azota una
puerta. Esa es la opción de Lorca.
Laura Plano, ante el inexorable paso del tiempo, apuesta por
la esperanza. El viento amaina y abre la puerta para que se cuele la memoria
gozosa de quienes fuimos y de quienes podríamos ser. Un final poético que salva
la ilusión, traza líneas de memoria y une los puntos cardinales de aquella
lejana vez que fuimos felices: “He de volver para llevarte a mi lado en un
barco de oro cuajado con las velas de la alegría”.
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