Tina Turner el musical: Cuando la vida y el espectáculo son dos caras de la misma moneda
Aunque el musical lleve el nombre de Tina, en realidad nos cuenta
la vida de Ann Mae Bullock, una niña que nació en 1939 en el estado de Tennessee,
en la planta baja de un edificio municipal que atendía exclusivamente a enfermos
negros. Una mestiza con sangre de indios navajos por parte de madre y raíces africanas
como la hija de un diácono Baptista, una condición que le permitió acceder
desde muy pequeña al coro de la iglesia donde su voz góspel escapaba de un
hogar donde la vida transcurría entre golpes, discusiones y reproches.
Ann Mae Bullock cruza el umbral del anonimato cuando Ike Turner
la sitúa al frente de su banda para aportar potencia vocal y una espléndida imagen
visual. La relación artística termina en un desdichado matrimonio donde las
habituales armas del machismo provocan incontables actos de vejación al mismo
tiempo que alcanzan un gran éxito en la industria de la música circunscrita al
ámbito negro del Soul y el R&B.
La calidad en la voz de Tina Turner los convierte en uno de
los mejores grupos de los sesenta, su proyección internacional se amplía
participando en el muro de sonido ideado por Phil Spector hasta que la pareja se
despeña en una relación tóxica entre un hombre despechado en fase de
autodestrucción, y una cantante venida a menos por tanto desprecio que se
refugia en las drogas y en las actuaciones crepusculares que le ofrecen en los
hoteles de La Vegas, ese cementerio de estrellas.
Las suerte de Tina Turner cambia con la llegada de los años
ochenta gracias a jóvenes y nuevos productores
que visualizan la posibilidad de darle otro aire a su música mediante la
incorporación de los nuevos sonidos propios de la época que la llevaran desde
el pop salpicado por una incipiente música electrónica hasta caminar de la mano
de los más grandes exponentes del Rock & Roll y alcanzar el cetro del éxito
mundial.
La escenografía juega un papel muy dinámico, propicia múltiples
cambios de plano y genera movimientos del atrezo y una parte del escenario para
conseguir imágenes que juegan con la profundidad del espacio y desarrollar
escenas apoyadas en coreografías que subrayan la narración dramática de la
acción.
La dramaturgia combina dos elementos: Los teatrales de una
trastienda personal donde los prejuicios siguen siendo la norma, y los momentos
musicales de lentejuelas y minifalda. Esa dualidad proporciona la tensión
narrativa de la obra, y lo hace con resultados desiguales.
Hay una decisión artística tan valiente como arriesgada que
consiste en modificar la producción musical de algunos de los temas más populares
de la cantante para transformarlos en elementos narrativos propios del lenguaje
del teatro musical, algo que va en favor de la historia pero merma el recuerdo
que esas canciones han dejado en la memoria colectiva.
Las interpretaciones musicales que se insertan a lo largo
del relato para reflejar los directos y la evolución musical de la cantante son
excepcionalmente brillantes gracias a un fabuloso elenco de músicos, bailarinas
y a la espectacular voz de Kery Sankoh, que acierta de lleno al alejase de una imposible
imitación de Tina Turner para construir su personaje con algunas pinceladas de
sus movimientos más particulares y así, en lugar de atarse al icono, consigue
una libertad en su interpretación que conecta de manera sobresaliente con la
platea.
Las acciones esencialmente dramáticas de la función tienen
mucha menos consistencia que los números musicales y, en la segunda parte,
incluso restan el dinamismo que la historia requiere, una carencias dramáticas
que sin embargo, cumplen la misión de subrayar el mensaje que se quiere
transmitir: Incluso cuando Tina Turner ha alcanzado el cetro de la fama
mundial, su condición de mujer negra juega en su contra desde la xenofobia de
la industria musical, pero también desde el machismo arraigado en lo más íntimo
de su familia.
El tramo final de la función concentra todas las energía en
un soberbio número final propio de un gran concierto y que pone a todo el
público en pie para jalear un elenco en su máximo esplendor y entonces, con la
energía en lo más alto, se apagan las luces, y en el aire flota el mensaje que
nos trae este gran espectáculo: El escenario, ese lugar donde las estrellas nos
entregan emociones, sueños y fantasías, tiene un reverso donde la vida sigue
jugando su propia partida. El musical de Tina Turner traza la frontera entre el
brillo de la diosa que vemos los espectadores y la oscuridad que se cierne
sobre Ann Mae Bullock cuando se apagan las luces y los micrófonos.
Etiquetas: critica teatro, Kery Sankoh, musical, teatro, Teatro Coliseum, Tina Turner
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