Para Conchita Berruete
La alianza entre el cocidito con hierba buena y los caldos del Somontano terminó en el deseo de sucumbir al sopor de una siesta. A Jorge se le antojó un bolero como la banda sonora perfecta para tan sublime menester. Husmeó los títulos de todos sus discos pero ninguno le traía el recuerdo de los días, ya tan lejanos, en los que se embarcó con la sofisticada Rinalda Rinaldi por aquellos mares perdidos. Este pequeño inconveniente resultó ser insalvable y Jorge, mediada la digestión, plantó sus pasos en los anaqueles discográficos de la Biblioteca.
Las pesquisas comenzaron obviando el potente buscador informatizado. Jorge era alérgico a la tecnología y prefería deslizar el tacto de sus manos por los lomos de todos los compactos. Empezó por la música clásica, continuó con el rock y así hubiera pasado toda la tarde si el destino, como en un bolero, no hubiera cambiado sus planes.
Un carrito con ruedas para montaña, nieves perpetuas y cortafuegos de toda condición abolló el George´s culo con una embestida de muy padre y señor mío. Jorge lanzó un grito de dolor. El resto de usuarios de la biblioteca afeó esa conducta vocinglera mientras el artefacto causante de su mal se alejaba a la carrera. La conductora temeraria no se inmuto abducida por la conversación a través del teléfono móvil «Ay cariño luego te llamo que estoy en… ya sabes… en ese sitio dónde hay muchos libros…. Te dejo que llego tardísimo a un cuenta… si hija si a un… mira que no sé… a algo de unos cuentos… si es por Cata, ya sabes, a ella le gusta mucho estas cosas… No, no esta conmigo, hemos quedado en la puerta. Venga te dejo cariño y luego te cuento… Eso, si, en un cuenta cuentos… Besitos cariño»
Jorge utilizó su experiencia como opositor, recordó el artículo del Código de la Circulación que hablaba de atropellos, comprobó desolado que no regulaba las infracciones cometidas por los dispositivos especializados en el transporte niños, bebes u otras criaturas premasticantes y pensó en promover una campaña popular de recogida de firmas para que este medio de transporte, cada vez más sofisticado en su concepción y extravagante en su diseño, formara parte de la legislación sobre seguridad vial. Era evidente que la filosofía de los 4 X 4 y los todo terrenos había penetrado en el mundo de los carruajes infantiles de la mano de las Súper Mamás conductoras, esas señoras dispuestas a conseguir todo lo que sus vástagos soliciten en el menor tiempo posible, con la mayor de las sonrisas y gesticulando como los malos actores del cine mudo; mujeres que han hecho de la crianza de sus herederos su fin, su meta, el sentido último de sus vidas, y a esa tarea encomiendan todas sus energías de bífidus activo con soja y sus gritos estridentes que tan pronto prohíben como olvidan lo prohibido con un desparpajo de preocupar.
Ella utilizó el ascensor. Él recorrió los escalones de dos en dos. La carrera terminó frente a un tipo hosco que abrió la puerta de la sala polivalente. La emoción llegó hasta el atropellado cuando sintió la necesidad física de escuchar un cuento, un ejercicio habitual durante su infancia y al que había renunciado desde hacía demasiado tiempo.
Los niños se arremolinaron delante del estrado, las dos primeras hileras fueron copadas por una marejada de Súper Mamás y Jorge tomó asiento en una de las sillas de la tercera fila.
Chincheta apareció acompañada por las notas de una flauta que tenía todas las pintas de ser mágica. El revuelo de niños y adultos terminó cuando el árbol mágico creció en medio del escenario y la dulce voz de la cuenta cuentos comenzó con una clase de botánica.
«Había una vez un árbol tan especial que sus hojas, en lugar de favorecer la fotosíntesis, fabricaban palabras»
Un inesperado vendaval aulló desde las rejillas del aire acondicionado con tanta virulencia que arrancó un montón de hojas del árbol, algunas se colaron por debajo de la puerta, otras se quedaron dando vueltas en el aire y el resto se posó en las ropas de Chincheta.
Cada una de las hojas transportaba una palabra que se diluyó al entrar en contacto con las fibras textiles y se colaron por los poros de la piel en un proceso osmótico que las llevó hasta el riego sanguíneo que las depositó en el arte del birli birloque. Las historias del érase una vez hicieron ese viaje para poder seguir vivas en la tradición oral.
Chincheta comenzó un cuento
«Érase una vez un palacio en el que vivía Besi. Contra todo pronostico, Besi no era una princesa, era una gallina, eso si, una gallina muy especial.»
Las primeras escaramuzas de las Súper Mamás empezaron antes de saber el motivo que convertía a Besi en una gallina especial y consistieron en agitación de bolsas de patatas fritas de colores metálicos. La contaminación acústica continuó aderezada del disfraz de modositas, un modelo ideal para preguntar a sus rechonchos cachorros si tenían hambre. Un segundo grupo prefirió resoplar porque sus vástagos, ante aquel ataque sonoro, habían decidido moverse para escuchar como Dios manda el relato del cuento de la gallina Besi. El mother´s shout B rasgó cielo, mar y aire al ritmo poli tono de Moon River. Miss Atropello contestó sin sonrojo y a grito pelado.
«En un cuenta cuento… En un cuenta cuentos… No, no, no… En un cuenta cuentos con Cata y los peques… Es que no te oigo bien… Ya te he dicho que en un cuenta cuentos… Porque les gusta mucho a los chicos… Que no, que no, que no… Que estoy en un cuenta cuentos… ¿Me oyes?... En un cuenta cuentos… Eso, si, en un cuenta cuentos… Besitos cariño »
El grito pelado dejó paso al grito melenudo y la reacción en cadena fue inevitable. Lo grititos hicieron todo lo posible para llegar al status del griterío y los resoplidos transitaron por el mugido, el bramido y la berrea. Chincheta enmudeció.
La algarabía alcanzó hasta las ramas del árbol maravilloso de tal guisa que las pocas palabras que quedaban prendidas es sus hojas volaron hasta posarse en las rebecas beige de todas y cada una de las Súper Mamas. El fenómeno físico de la ósmosis se repitió.
Las palabras se diluyeron al entrar en contacto con las fibras textiles y se colaron por los poros de la piel en un proceso osmótico que las llevó hasta el riego sanguíneo. El arte de birli birloque detectó una minúscula, infinitesimal, nanodimensional diferencia genética entre Chincheta y las Súper Mamás, una curva por la que derrapó el experimento: Las féminas gritadoras se transformaron en la ballena que se tragó a Pinocho, las picajosas hermanastras de Cenicienta, la bruja embaucadora de Blancanieves, el lobo feroz que engañó a Caperucita y en un montón de ratones naturales de Hamelin.
Jorge, Chincheta y los niños escaparon al encantamiento escaleras arriba, cruzaron el hall de la Biblioteca, corrieron a todo correr hasta llegar al Parque de Villafeliche, y allí se desparramaron sobre la hierba.
El silencio regresó y Chincheta continuó con el cuento de la gallina Besi. Sin embargo, como decía Michael Ende “ésa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión”