Ambrosio Galán
Empezamos compartiendo un par de platos de jamón Ibérico, ensalada de escarola con queso rizado y migas a la pastora con uvas y huevo. Para segundo hubo que elegir entre costillas a la brasa o ternasco asado con patatas a lo pobre. Los excelentes manjares fueron regados con tinto del Somontano, chupitos de hierbas y cafés de todo tipo y variedad.
La andorga llena reclamaba una copichuela y el Concierto Sentido nos pareció una buena opción. El bar estaba lleno porque se celebraba una fiesta de no me preguntes que. Sobre el escenario dos chicas desvestidas de blanco con breves minifaldas, sujetador de pedrería y tocadas por un sombreo de cowgirl. Resultaba extraño la combinación de ir ataviadas a lo lejano oeste y que movieran las curvas de sus espléndidos cuerpos siguiendo los ritmos atronadores de la samba.
Apoyados en la barra no teníamos una buena perspectiva del espectáculo, así que sugerí una aproximación estratégica al escenario para disfrutar de la excelente planta de las vaqueras.
El flechazo fue inmediato, pasó por delante de mis narices y golpeó con extraordinaria precisión en los corazoncitos de las bailarinas. Ambas abandonaron el escenario manteniendo la flexibilidad de sus movimientos que evolucionaron a gatunos. Se acercaron ante el asombro del resto del personal y allí se plantaron, justo a mi ladito pero manoseando con desenfreno a Ambrosio Galán.
La chica de pelo largo trabajaba la parte de delante y la de pelo corto lo hacía por detrás. Las cuatro manos de manicura se movían con urgencia, diligencia y efectividad en busca de los puntos más sensibles de la anatomía de un Ambrosio Galán que puso cara de circunstancias mientras exhortaba a las muchachas con el tono amable de sus palabras «Vamos señoritas, por favor. Ahora no es el momento más oportuno para estas expresiones de afecto. Venga señoritas, hagan el favor de continuar con su estupendo show y dejemos esto para otra noche. Yo les agradezco su interés pero hoy no las puedo atender porque estoy con estos amigos.». Ambrosio nos señaló uno a uno y con ese gesto remarcó la cara de pasmados que se nos había quedado.
Yo no podía cerrar la boca ante la habilidad desplegadas por las féminas que en un momento de furia sacaron sus uñas y empezaron a arañarse con saña. « ¡Este hombre va a ser para mi!» La afirmación gimió de las bocas de las dos tigresas que habían abandonado el cuerpo de mi amigo y rodaban enlazadas en una lucha de gritos, mordiscos y tirones de pelo.
Se armó un revuelo de muy padre y señor mío. Algunos clientes pensaron que aquello era parte del espectáculo y jaleaban a las luchadoras que continuaban la disputa arrodilladas en medio del bar.
Ambrosio Galán las miró desolado desde sus dos metros de altura y nos hizo un gesto para que abandonáramos el garito. Le seguimos boquiabiertos, ojiplatos y enmudecidos. El veranillo de San Miguel nos esperaba en la Plaza de Salamero para regalarnos una espléndida temperatura. «Son las feromonas» dijo Ambrosio «Siempre se me disparan cuando como cordero»