Doppelgänger, una antología sobre la identidad
El placer, cuando Carolina me entregó el libro, comenzó con el tacto. Recordé las palabras de la editora con flequillo, ¿o fue el editor con bigote? «Las cubiertas están impresas sobre cartulina con pasta de mucho trapo. Su textura recuerda a la piel. El interior es un papel ahuesado de tacto sedoso»
La piel de Doppelgänger contiene ocho relatos + un bonus track alrededor de la figura del doble y algunas de sus múltiples aproximaciones, como nos recuerdan los editores en el prólogo “La experiencia de una división interna del yo, la relación entre yo y otro, entre yo y otros yoes /…/ El doble juega tanto con la división como con la unidad, con la diferencia y la igualdad. Es en esta tensión donde se halla el inagotable potencial del doble” Yo también sentí esa tensión la primera vez que me desdoblé. Fue durante la celebración de una Primera Comunión. Mi novia trabajaba en casa del comulgante y durante el banquete mudé, de alumno de FP II Electricidad, a la categoría de novio de la niñera que intenta mantener una conversación interesante.
La colección de relatos comenzó en Holanda. El texto de Sergi Bellver tuvo la fuerza suficiente como para decidirme a no pedalear jamás junto a la orilla de un lago, y trasladarme al cementerio de Torralba de Ribota, donde estuve hace unas semanas con el actor amateur Jorge Cabeza. Aunque pasamos gran parte de la mañana bajo la lluvia, grabamos algunas escenas de “La visita”. Jorge, antes de cada toma, miraba con incomodidad la lápida con los apellidos de su familia, aquellas letras blancas cinceladas en mármol eran el recordatorio de lo que será.
Detroit, que si antes fue emporio de la industria automovilística, en las líneas de Juan Carlos Márquez se me antojó territorio zombie, preámbulo para la multiplicación hasta el infarto de nuestro propio yo. Quién escribe estás líneas no soy sólo yo. Existe otra persona con mi nombre que se sienta frente al teclado mientras yo me dedico a ver la tele. Alternamos las tareas y la vida, tan esquizofrénica como en el relato de Rubén Martín, es un mundo donde solo se castigará “a aquellos que tengan más amigos de las que caben a la vez en una thermomix”
El relato de Javier Moreno fue un reto para la memoria. Algunos personajes de los cuentos tradicionales no son como los recordemos. El descubrimiento de ese horror me obligó a devorar las páginas hasta que las cerré. Yo también tuve miedo cuando terminé de leer “Una idea moderna”
Cuando regresé a la lectura, no encontré el marca páginas que me habían regalado en El Pequeño Teatro de los Libros. Lo busqué en las rendijas del sofá, detrás de la cesta de la ropa sucia del baño, hasta le pregunté al camarero del Bar Miguel pero no apareció. Tengo un buen montón de ellos, me gusta dejarlos dentro de los libros que han marcado. Sin embargo esta vez, para sustituir el extraviado, utilicé una tarjeta de visita del Portal Asturiano de Zaragoza.
Francisco Nixon es el autor de “La espiga del pescado”. El exitoso músico Indie del “Chup- Chup” contaba una historia sobre si mismo como si el escritor escribiera con intención de perseguirse, o tal vez de escaparse, con la escritura. El relato me llevó varías veces hasta una sidrería que se duplicaba en el texto y en el marca páginas que, ahí sigue entre la 133 y 134, un paisano ataviado con zuecos y boina escancia una botella de sidra.
El nuevo marca páginas fue la entrada para la ópera “La Flauta Mágica”, que se representó el 17 de noviembre en el Teatro Principal. Ese día, después de la función, me encontré al volver de una esquina a los dos escritores que cierran el corpus literario del libro.
La orfebrería de Miguel Ángel Ortiz Albero siempre es una buena noticia “Tal vez esto sea el asombro, piensa. O la admiración. O mejor, la admiración ante el asombro, ante mi propio asombro, piensa Fabricio” La elaboración preciosista del texto muestra la deriva que persigue a los actores, paradigma del desdoblamiento, abocados a mirarse en el espejo del personaje y construir, a partir de su reflejo, su propia mirada. Mirarse a si mismo, frente al espejo, para ser otro.
El relato “Media res” de Miguel Serrano me trasladó a la película Pup Fiction A la relación entre el boxeador Butch y la delicada Fabienne, una conexión emocional que te obliga a cambiar el guión de lo preestablecido aunque, sin saberlo, solo das una vuelta más al círculo que el destino ha trazado. Salí de esa sensación cuando recordé a unos gemelos de mi pueblo a los que siempre, durante años, he visto juntos, nunca por separado. Uno va delante y el otro detrás. Algunas veces el de detrás esta a punto de alcanzar al de delante pero un poco antes de conseguirlo se cambia de acera, o vuelve a ralentizar el paso y se aleja. Durante las fiestas, mientras se celebran las verbenas, se sitúan en los porches del Ayuntamiento, cada uno bajo una columna diferente pero contiguas. En las últimas fiestas no pude resistir la tentación, me puse junto a uno de ellos y le conté al oído una historia surrealista con acento chiquitistaní. Cuando conseguí una carcajada espontánea miré a su hermano con la esperanza de que se produjese una conexión psíquica entre ambos y que la risa pasase de uno a otro. El desenlace, o quizás este sustantivo sea un exceso, del relato de Serrano confirmó mi sensación circular de la historia. El final era el principio, o viceversa.
El libro se cierra con “due”, un cómic de Álvaro Ortiz que trata la obsesión por la persecución. Yo, durante algún tiempo, también me sentí perseguido por una legión de pensionistas. Todo comenzó un día que, borracho y pilarista, la mirada de una señora fue el preludio de sus babas. Besó mis mejillas que confundió con las mejillas catódicas de un presentador con mi nombre, mis gafas, mi corte de pelo y mis mofletes. Un vendedor de casquería al que yo recordaba por un reportaje sobre la fiesta del orgullo gay en el que aparecía tan borracho como yo lo estaba aquella mañana del día de la Hispanidad. Fue una época tenebrosa y tentadora a la vez. Desdoblarme en Jorge Javier Vázquez, ganador del Premio Ondas 2009 al mejor presentador de televisión, me brindó situaciones insólitas para los simples mortales.
La colección de relatos Doppelgänger de Jekill & Jill editores es un acercamiento a la identidad que, de género caleidoscópico, muta, precisamente nuestra identidad. No somos aquellos que fuimos y en ese cambio continúo, el rabioso presente, cargado de nuestra identidad material y virtual, convive con ese yo que cada mañana se mira al espejo y al que, no te engañes, eres incapaz de reconocer. Como dicen los editores en el prólogo: “El individuo contemporáneo, celoso de su individualidad, de su diferencia, se desdobla en este acto de afirmación de su identidad”
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