Bigott and The Orinal Soundtrack Tour
Miguel Ángel Ortiz Albero, paseante y observador, fue la primera persona que me habló de Bigott. Ocurrió el día 22 de algún mes de invierno de hace un par de años, después de una cena de tres platos y postre en la Pensión La Piedra. El recuerdo se diluye en un gin tonic (o varios) pero aún vislumbro palabras de admiración estética, recomendación musical y siga usted ese camino.
Bigott llenó ayer el Teatro Principal de Zaragoza para enseñarnos un interesante trayecto musical a caballo de un sonido impecable y en compañía de una banda excepcional. La prensa especializada suele utilizar el término de “inclasificable” para las canciones de este zaragozano, sin embargo, su música, jalonada por multitud de estilos, tiene dos características que son oro puro para la carrera de un artista: Es reconocible y personal.
La noche comenzó ámbar con acústica subacuatica y un sonido como para la genuflexión. La respiración era un finger armónica touch y cantar bajo la luz de la luna. El primer guiño al público fue un giro de mano al estilo borbónico y una coreografía que, lejos de lo grotesco, nos mostraron como el espíritu libre de Bigott cabalga eléctrico y espasmódico. Las primeras palmas de acompañamiento fueron tímidas y al compás del viento descapotable de una road movie. Afinó el cantante la guitarra y versionó un estribillo de ¡¡maldita sea como se llama esa canción!! El único saludo verbal de la noche fue de Aloha!, Kalashnikov y sing un molinete a la pata coja. Tanto giro lo dejó desorientado, no encontró la púa y cambió el inglés habitual por una cuenta en francés de vaivén amarillo y oh que delicia!!! volvieron los coros femeninos.
El vals violeta de friend, vino y Algora Campeón fue dance with me en el mar. El agua embotellada rodó por el escenario sin que me importara el steal my money porque solo quiero estar sentado en la mecedora de un porche y recordar que fuimos felices.
Ahora si. El público olvidó el corsé de tan ilustre recinto con patio de butacas y gallinero y palmeamos. Palmeamos con sabrosura la cena caníbal que dejó atrás las melodías más tradicionales y dio paso a los ritmos programados. La antesala de un baile room flower hasta que Bigott mostró sus pectorales sobre tripita pop happy happy. El concierto aceleró bajo el guitarreo con dosis de ácido, rock y hard. Un transito que fue ceremonioso, progresivo y efervescente hasta culminar en la psicodelia con aroma flamenco y una brillantísima balada de voz y piano que nos devolvió la calma en brazos de de la bossa nova. Se vislumbraba el the end con un trance instrumental de aullidos: Pan y Circus era la despedida que dejó paso al sol tropical, pero aún quedaban la festividad de los bises tras los cuales, Bigott hizo mutis por el foro con cara de satisfacción, face de meterse al público en el bolsillo y triunfar.
Etiquetas: Bigott, Miguel Ángel Ortiz Albero, reseña concierto, teatro principal
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