La distancia que va del BOE a una roñosa libertad
Marta trabajaba como geriatra en el Clínico San Carlos de
Madrid y allí acudió cuando a las 17 semanas de gestación sufrió una rotura
prematura de la bolsa, perdió el líquido amniótico y, aunque le pronosticaron
la poca viabilidad del feto, nadie le advirtió sobre el peligro que corría su
propia salud. Marta podía interrumpir su embarazo pero no podía hacerlo en
aquel hospital porque todos los médicos de ginecología eran objetores de
conciencia y las pacientes eran derivadas a clínicas privadas. Nadie contempló
las razones médicas y terapéuticas para realizar la interrupción de su embarazo
y a Marta le dieron el alta. En lugar de
recibir la prestación gratuita de una operación que necesitaba, fue ella la que
gestionó la intervención en una clínica privada comenzó a sangrar y acudió de
urgencia a la clínica Isadora.
Lara escuchó por la radio la historia de Marta y su recuerdo
se trasladó de inmediato al sofá de su casa, a la mañana del 3 de noviembre de
2020 cuando, después de un mes de dudas y angustias, decidió abortar.
Lara era consciente de las ocho semana de gestación porque
sabía perfectamente el día en el que un espermatozoide de su pareja había
fecundado su óvulo y, aunque algunas amigas le recomendaron un centro ginecológico
privado, ella decidió hablar con su médico en busca del mejor consejo y hacer
valer el derecho al aborto libre a petición de la mujer que recoge la ley desde
el año 2010. Su médico le informó: La interrupción voluntaria del embarazo no
se podría hacer en un hospital y le recomendó dos clínicas asociadas a la
Seguridad Social. Una de ellas la clínica Isadora.
Lara llamó a la clínica y sí, todo era fácil. Tenía dos
opciones. La interrupción gratuita era posible si acudía a una oficina de la
Seguridad Social, sellaba unos papeles y hacía un trámite administrativo que
duraría una semana. También podía hacerlo de manera inmediata a elegir entre
dos modalidades: 400 euros con sedación, un poco más de 300 sin ella. Apuntaron
sus datos, con sedación.
Dos días después Lara y su pareja llegaron a una clínica
vetusta, como de otro tiempo. Cruzó aquella puerta con la intención de escapar
de dramas y tristezas y, antes de atravesar cuatro puertas más, firmó el
consentimiento y la asunción de responsabilidades ante posibles riesgos.
La primera puerta era la psicológica donde respondió con
sinceridad: Cuarenta y dos años, una hija de nueve de otro padre, cuento con
medios económicos, estoy convencida y he madurado mi decisión. Embarazo no
deseado. La respuesta: Ya puedes irte.
La segunda puerta fue la ecografía. Una señora mayor y
cariñosa le preguntaba por su anterior embarazo y cuanto pesó su hija al nacer.
Lara contestaba dócil y confusa mientras se preguntaba por la utilidad de todos
aquellos datos sobre su niña recién nacida.
La tercera puerta era la del dinero y allí volvió a firmar
los papeles del consentimiento y los riesgos además de escribir de puño y letra
que sí, que los había leído y aceptado. Pasó la tarjeta por el datafono, marcó
su número secreto y operación aceptada.
La cuarta puerta estaba en el sótano: Un quirófano destinado
a una única actividad. Una enfermera le introdujo en la vagina pastillas para
dilatar y esperó su turno mientras por aquella puerta salía un doctor lavándose
las manos o una mujer dormida. Lara entró caminando al quirófano con el culo al
aire, se subió al potro y le ataron las piernas. Lara ya no pudo más y rompió a
llorar. Allí nadie iba a cuestionar su miedo y se durmió.
Lara despertó al otro lado de una mampara donde se revolvía
una chica de Plasencia y, aunque todavía notaba los efectos de la anestesia,
una señora que le llamaba cariño le pidió que se vistiera porque ya podía irse.
Había prisa. Lara se estaba poniendo las bragas cuando la señora cariño le dijo
que se pusiera una compresa, que iba a sangrar, que aquello era como un parto. Lara pensó que
quizás las chicas que no hubieran parido creerían a la señora cariño.
Antes de salir de la clínica a Lara le entregaron unas
recomendaciones post interrupción voluntaria del embarazo y el informe de alta
que leyó al llegar a casa: Legrado evacuador por aspiración. Motivo de la
consulta por causas médicas. El informe médico de alta miente porque hay una
casilla sin rellenar: “A petición de la embarazada”
Lara sabe que sus circunstancias eran distintas a las de
Marta pero el maltrato institucional es el mismo. Ella ha pasado todo este
tiempo con la necesidad de gritar su rabia y amargura porque siente que los “derechos
largamente luchados por las mujeres se ejecutan en sórdidos sótanos porque
seguimos siendo niñas ante la ley. Unas niñas muy tontas e irresponsables que
acabarán entrando, por su propio pie y con el culo al aire, en el frío y roñoso
territorio de su libertad”.
____________
Marta Vigara es geriatra.
Lara Moreno es escritora.
Etiquetas: artículo