Para comérsela
Juan José Millás confiesa en su artículo de hoy que se ha
comido a su nieta. Comprendo perfectamente al escritor porque, aunque yo no
tengo nietas ni se les espera, conozco muy bien esa sensación de querer comerte
a una niña. Me pasa muchas veces con mi sobrinica de ocho años, es un arrebato incontrolable
de alegría que no se puede canalizar ni con abrazos, ni con besos aunque sean
en triadas manchegas, la bilirrubina caribeña y bailonga me da un subidón en el
que pierdo la capacidad de valorar las consecuencias y entonces zas!!! me la
como.
Esta reacción se produce cuando baila, y últimamente baila
mucho, da igual el estilo musical, ella da un respingo, abre mucho la boca y
mueve brazos, piernas y trasero en sinuosas serpentinas. Cuando era un poco más
pequeña improvisábamos elaboradas coreografías de danza contemporánea que nos
quedaban muy bien, pero ahora es mucho mejor porque la estética controlada ha
dejado paso a un derroche de energía que soy incapaz de seguir y, aunque a
veces lo intento, la mayoría de las ocasiones me deleito mirándola mientras los
jugos gástricos empieza a hacer efecto y zas!!! me la como.
Pero cuando más me gusta zampármela es después de uno de sus
chistes malos que a veces suelta en formato metralleta, uno tras otro, sin
miramientos, chistes a bocajarro que em provocan una risa floja imposible de
controlar. Los chistes malos tienen mala fama porque habitualmente dejan mustio
al personal, pero yo tengo mucha suerte porque mi sobrina, en medio del
desparrame, a veces los transforma poniendo acentos o los chiquititea mediante
idas y venidas en palabras y gestos hasta llegar al peor de los finales donde rompemos
a reír y de sopetón y zas!!! me la como.
A veces también cuenta chistes buenos, de esos que me gustan
tanto con juegos de palabras, entonces los amasa, da un par de vueltas a las
frases y justo antes de la resolución hace esa pausa dramática que te avisa de
que ya llega el girito gracioso, y tienes que estar atento para pillar el
chiste. Es curioso porque en estos casos no me entran ganas de comérmela. No sé
qué me ocurre pero la risa floja no llega y me da por analizar los personajes
de la historia, determinar la polisemia que produce el chiste, estudiar la
corrección formal del planteamiento, nudo y desenlace pero, cuando todo parece perdido
y mi acercamiento cultural al chiste va a arruinar la comedia, ella acude para
salvarla y me vacila, finge una mueca de seriedad, estira el dedo meñique y engola
la voz: Venga tío, no te enrolles con tanto bla,bla,bla que ya estás a punto de
consultar el diccionario. Entonces hago como que me enfurruño un poco y de
repente, cuando nuestras miradas se cruzan, estallan carcajadas desabrochadas,
abro las fauces y zas!!! me la vuelvo a comer.
Espero que me guarden el secreto pero lo cierto es que después
de cada uno de estos banquetes de felicidad mi sobrinacea regresa una y otra
vez y se planta ahí delante, con un nuevo chiste, otra coreografía y esa
sonrisa con la que está para comérsela.
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