Nostalgias
Hoy he estrenado una camiseta que me ha regalado mi
sobrinica de ocho años con el logo de la película Regreso al futuro. Me gusta
pensar que es un homenaje por el buen rato que pasamos viendo la trilogía, por
la de veces que le expliqué todos los saltos temporales y porque, en contra de
los que yo pensaba, no fue un tiempo dedicado a la nostalgia. La película aboga
por el presente como un espacio siempre abierto, sujeto a cambiamos en el que
las decisiones toman una gran importancia porque pueden tener consecuencias
desastrosas (o no) para nuestro entorno. Tal vez me gustó porque lejos de
convertirse en un ejercicio de nostalgia al modo de escuchar las emisoras de
radio tipo M-80 o Kiss FM, el trabajo de Zemeckis y Spielberg, como dice
Déborah García, es una invitación a recordar quiénes somos, de dónde venimos y
una alerta sobre en quien no podemos convertir.
Nunca he sido muy amigo de nostalgias, ni de mirar todo el
rato al espejo retrovisor para ver lo auténticos que éramos en el pasado, en
lugar de mirar por el parabrisas para pensar cómo podemos ser auténticos a
tiempo real.
Pero estos convencimiento se han venido un poco abajo
después de leer a Sergio del Molino cuando afirma que la nostalgia, que el médico
suizo Johannes Hofer en 1688 la incluía en el terreno de las enfermedades, ha
terminado por convertirse a día de hoy en un sentimiento tan comercial como
rentable. Otro motivo más para escapar de ella sin embargo, el mismo Del Molino
me enseña el camino de la salvación de la mano de Svetlana Boyn y la idea de
dos tipos de nostalgias. La mala nostalgia que anida en los que pretenden
volver a un pasado mítico y suele arraigar en nacionalistas y tradicionalistas.
La buena nostalgia emparentada con la reflexión y que se caracteriza porque la
añoranza y el pensamiento crítico no son conceptos opuestos. Para convencerme
hago una prueba y la añoranza de los años ochenta no me impide reconocer que el
uso y abuso de la batería electrónica de aquella época era una turra
insoportable. El siguiente paso, en consejo de Boym es tomar esa imagen del
pasado y convertirla en una estrategia para entender el presente, en mi caso sería
advertir que la turra de la batería electrónica era el preludio inevitable para
toda la música electrónica que escuché en los años 90 y que tanto me hizo
bailar.
Muchos creadores tienen muy claro ese concepto positivo de
la nostalgia y ahí enganchan su productividad. Cuando Manuel Jabois reflexiona que
el encierro por la pandemia fue el
motivo de empezar a mirar atrás como si hubiésemos perdido el futuro para
siempre, Muñoz Molina le responde que ese mecanismo respondía a que cuando el
presente se queda parado el pasado cobra una fuerza tremenda, y eso me hace
pensar que quizás por eso yo tiendo a huir de la nostalgia, porque quizás solo
tengo miedo a que mirar al pasado detenga el presente y enfrentarte al riesgo
como le pasó a la esposa de Lot que, llena de nostalgia, miró hacía atrás y se
convirtió en una estatua de sal.
Pero estoy saliendo del carril de la nostalgia positiva al
que también me invita una de las fundadoras de la compañía Little Spain cuando Cristina
Trenas explica los conceptos que acompañan a los videos de C. Tangana, y afirma
que se trata de colocar algo fuera de lugar para reinterpretar ese espacio de
una forma diferente. En el caso de C. Tangana asocian la estética a una
identidad mediante evocaciones relacionadas con lo que hemos vivido: El pueblo,
un amor duradero o el efímero del adolescente.
Estas formas creativas de acercarse al pasado suavizan mi
desconfianza hacia la nostalgia y quién sabe, quizás una solución sea copiar a Gardel
cuando hizo historia de la canción cantando a la nostalgia de una risa loca y,
en lugar emborracharnos para poder brindar por los fracasos del amor, del
dinero o de la salud, podríamos sentarnos delante de un teclado, filtrar nuestro
pasado por el tamiz de la nostalgia buena y convertirla en un recurso
estimulante. Hagamos caso a Marty McFly “Supongo que ustedes no están preparados
para esta música. Pero a sus hijos les encantará.”
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