La curvatura de la córnea

25 septiembre 2021

Cuando el camino siempre te lleva a tu padre


 

“Padre” es la tercera obra que Fran Martínez presenta en solitario bajo el paraguas de Teatro PezKao para conformar una trilogía junto a “Nudo” y Manipulados”.

“Nudo” era un catálogo de estímulos y reacciones. Una encrucijada entre la contención o perder los estribos, entre el comportamiento apropiado y como enfrentarte al conflicto. En realidad daba igual cual era tu reflexión porque hay un momento en la vida en el que la violencia se planta delante de tus narices y te guste o no terminaras por reaccionar y no, no sabes cómo lo vas a hacer.

“Manipulados” nos mostraba que todos nosotros habitamos en una cárcel de vidas manipuladas de la solo seremos capaces de escapar cuando consigamos ser nosotros mismos y romper el cordón umbilical que nos une al mundo.

“Padre” recoge el relevo de estas obras y las sintetiza en el protagonista de una nueva historia que sobrevive gracias al salario que obtiene con el suministro y la utilización legal tanto de la violencia como de la manipulación porque, andando la vida, una cosa son nuestros sueños de vendedor de electrodomésticos en la tienda del barrio y otra el proceloso camino de la vida que te lleva a ser un funcionario público con capacidad legal para suministrar las dosis adecuadas de violencia para que todos los demás podamos dormir en paz.

El inicio de la trama responde al esquema clásico y nuestro personaje atiende a ese consejo que le dan a los que sufren de una adicción: Toma un bolígrafo y escribe tus pensamientos. Y nuestro personaje, en camino de corregir su adicción o no, hace caso del consejo y abre camino a una confesión, si es real o inventada es lo de menos, lo sustancial es que nuestro personaje entabla una relación escrita con su padre de manera que el formato de comunicación epistolar conforma su pensamiento y la verbalización del mismo sin embargo lo sustancial, querido e improbable lector, es que esa comunicación se entabla con el padre, una figura masculina a la que más pronto que tarde casi todos los hijos terminamos por reeditar, edulcorar o perdonar, así que ya lo sabes, si vas a ver esta función es posible que te preguntes cuanto tiempo falta para convertirte en tu padre porque, esa traslación a la figura paterna no deja de ser una mirada al futuro que anuncia ese ejercicio tan sano y saludable de transformar una determinada trayectoria vital en un carrusel de luz y color detrás del que esconder todas esas cosas que nos empeñamos en olvidar, recrear o inventar. Por eso nuestro personaje tiene la prevención de narrar su punto de vista de cómo es su vida, porque ese documento escrito dejará constancia de cómo fue él sin importar si lo narrado es real o inventado.

¿Recuerdan que les dije que nuestro protagonista se gana la vida con la violencia y la manipulación? Esas serían condiciones suficientes para convertirlo en uno de esos villanos que tanto nos gustan, oscuros, odiosos y carne de cañón a manos de nuestro héroe favorito. Sin embargo nuestro personaje es capaz de sortear esos clichés y, por el arte de la improvisación, se convierte un alguien afable, simpático, capaz de sacarte un sonrisa y, esa es la gran dificultad de la función, como Fran Martínez cambia del registro epistolar de salmodia al contacto directo con el público y la comedia. Ese salto es una gran virtud de la función, pero también es un territorio que necesita crecer porque, y ahora les voy a contar un secreto, una de las maneras de trabajar de Fran Martínez es entregar al público el material de la representación cuando él sabe que todavía es un material maleable con capacidad de alcazar otras cotas, es el contacto con el público el que le dicta si debe ahondar en una dirección o buscar un camino alternativo, no me pregunten como lo hace, al parecer algunos actores saben descifrar la respiración, la risa y el silencio del público y, tal vez por eso, me atrevo a contarles por dónde me gustaría que la función creciese.

Creo que la salmodia dramática que asocia el verbo del personaje con el silabeo propio de quien va leyendo lo que escribe es un buen recurso para iniciar la función pero, perseverar en ese recurso nos aleja del personaje, y evita su crecimiento emocional, por eso a mí me faltó que cuando nuestro personaje abandona la silla, la mesa y el papel donde escribe, su registro vocal y el silabeo se transforme en un potente soliloquio interno, que las palabras fluyan en lugar de repiquetear, que el corazón tome las riendas y que la intensidad dramática determinada por la maldad se diluya de a poquitos hasta que el personaje salte al vacío, al abismo, a la gran brecha que todos y cada uno de nosotros conocemos, esa que separa el malo malasombra del buenísimo bien. Porque esa es la gran lección moral de esta fábula: La maldad nunca es absoluta y, si rascas un poco, detrás de cada malo, malísimo hay una persona deseando escribir una carta que comience diciendo: Querido Padre.

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