La curvatura de la córnea

29 septiembre 2021

La distancia que va del BOE a una roñosa libertad

 


Marta trabajaba como geriatra en el Clínico San Carlos de Madrid y allí acudió cuando a las 17 semanas de gestación sufrió una rotura prematura de la bolsa, perdió el líquido amniótico y, aunque le pronosticaron la poca viabilidad del feto, nadie le advirtió sobre el peligro que corría su propia salud. Marta podía interrumpir su embarazo pero no podía hacerlo en aquel hospital porque todos los médicos de ginecología eran objetores de conciencia y las pacientes eran derivadas a clínicas privadas. Nadie contempló las razones médicas y terapéuticas para realizar la interrupción de su embarazo y a Marta le dieron el alta. En  lugar de recibir la prestación gratuita de una operación que necesitaba, fue ella la que gestionó la intervención en una clínica privada comenzó a sangrar y acudió de urgencia a la clínica Isadora.

Lara escuchó por la radio la historia de Marta y su recuerdo se trasladó de inmediato al sofá de su casa, a la mañana del 3 de noviembre de 2020 cuando, después de un mes de dudas y angustias, decidió abortar.

Lara era consciente de las ocho semana de gestación porque sabía perfectamente el día en el que un espermatozoide de su pareja había fecundado su óvulo y, aunque algunas amigas le recomendaron un centro ginecológico privado, ella decidió hablar con su médico en busca del mejor consejo y hacer valer el derecho al aborto libre a petición de la mujer que recoge la ley desde el año 2010. Su médico le informó: La interrupción voluntaria del embarazo no se podría hacer en un hospital y le recomendó dos clínicas asociadas a la Seguridad Social. Una de ellas la clínica Isadora.

Lara llamó a la clínica y sí, todo era fácil. Tenía dos opciones. La interrupción gratuita era posible si acudía a una oficina de la Seguridad Social, sellaba unos papeles y hacía un trámite administrativo que duraría una semana. También podía hacerlo de manera inmediata a elegir entre dos modalidades: 400 euros con sedación, un poco más de 300 sin ella. Apuntaron sus datos, con sedación.

Dos días después Lara y su pareja llegaron a una clínica vetusta, como de otro tiempo. Cruzó aquella puerta con la intención de escapar de dramas y tristezas y, antes de atravesar cuatro puertas más, firmó el consentimiento y la asunción de responsabilidades ante posibles riesgos.

La primera puerta era la psicológica donde respondió con sinceridad: Cuarenta y dos años, una hija de nueve de otro padre, cuento con medios económicos, estoy convencida y he madurado mi decisión. Embarazo no deseado. La respuesta: Ya puedes irte.

La segunda puerta fue la ecografía. Una señora mayor y cariñosa le preguntaba por su anterior embarazo y cuanto pesó su hija al nacer. Lara contestaba dócil y confusa mientras se preguntaba por la utilidad de todos aquellos datos sobre su niña recién nacida.

La tercera puerta era la del dinero y allí volvió a firmar los papeles del consentimiento y los riesgos además de escribir de puño y letra que sí, que los había leído y aceptado. Pasó la tarjeta por el datafono, marcó su número secreto y operación aceptada.

La cuarta puerta estaba en el sótano: Un quirófano destinado a una única actividad. Una enfermera le introdujo en la vagina pastillas para dilatar y esperó su turno mientras por aquella puerta salía un doctor lavándose las manos o una mujer dormida. Lara entró caminando al quirófano con el culo al aire, se subió al potro y le ataron las piernas. Lara ya no pudo más y rompió a llorar. Allí nadie iba a cuestionar su miedo y se durmió.

Lara despertó al otro lado de una mampara donde se revolvía una chica de Plasencia y, aunque todavía notaba los efectos de la anestesia, una señora que le llamaba cariño le pidió que se vistiera porque ya podía irse. Había prisa. Lara se estaba poniendo las bragas cuando la señora cariño le dijo que se pusiera una compresa, que iba a sangrar, que  aquello era como un parto. Lara pensó que quizás las chicas que no hubieran parido creerían a la señora cariño.

Antes de salir de la clínica a Lara le entregaron unas recomendaciones post interrupción voluntaria del embarazo y el informe de alta que leyó al llegar a casa: Legrado evacuador por aspiración. Motivo de la consulta por causas médicas. El informe médico de alta miente porque hay una casilla sin rellenar: “A petición de la embarazada”

Lara sabe que sus circunstancias eran distintas a las de Marta pero el maltrato institucional es el mismo. Ella ha pasado todo este tiempo con la necesidad de gritar su rabia y amargura porque siente que los “derechos largamente luchados por las mujeres se ejecutan en sórdidos sótanos porque seguimos siendo niñas ante la ley. Unas niñas muy tontas e irresponsables que acabarán entrando, por su propio pie y con el culo al aire, en el frío y roñoso territorio de su libertad”.

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Marta Vigara es geriatra.

Lara Moreno es escritora.

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