La curvatura de la córnea

30 abril 2012

Buscando a Santiago Meléndez me encontré con Odón Val




La información me llegó a través de las redes sociales. Santiago Meléndez iba a actuar en la sala Gromeló el domingo 29 de abril a las ocho y media de la tarde. Una buena hora para ir hasta La Caja Tonta, tomar una cervecita y recorrer el camino de puntos rojos que, si en el pasado llevaba al almacén del bar, en la actualidad te traslada al mundo del espectáculo. Eso si, olviden lo virtual, aquí se paga en efectivo por el acceso.

El aforo de las sala era el habitual en la ciudad del cierzo hasta que el oscuro dejó a un guitarrista en la escena. Pero no un guitarrista cualquiera, un guitarrista que bebe del folclore argentino para destilarse en elegancia, exento de florituras, suave y preciso. Hernán Filippini tomó entre sus manos un bello instrumento, el de las seis cuerdas, y comenzó el show. Al fondo, rasgado por la luz, apareció un personaje muy parecido a Santiago Meléndez pero su acento y su actitud me confundieron tanto como la noche. El cautivo suspiro de amor de una bella espectadora despejó mis dudas. Odón Val, que visitó esta ciudad en carne mortal, regresaba a Zaragoza abierto en canal.

Odón Val. Recordaba su nombre y su trayectoria. Heterodoxo cantante argentino de enorme éxito internacional. Un intérprete de sobrada capacidad vocal y suficiente cuajo artístico para enfrentarse a proyectos musicales tan diferentes como grabar en el estudio junto a los Chemical Brothers, o protagonizar en Broadway los grandes musicales de Andrew Lloyd Webber.

Su presencia era imponente, con esa arrogancia voluptuosa que da la fama y las lentejuelas. Una arrogancia que al público le encantó porque no hay nada más agradecido que mostrarse tal cual, sin trampa ni cartón, fuera los artificios y las falsas modestias y Odón Val, se lo puedo asegurar, es cualquier cosa menos modesto. El espectáculo no discurrió por los caminos que el cantante argentino había previsto: Inconvenientes con el decorado solventados a última hora por un auxiliar de sala, imperfecciones en el atrezzo, y poca integración en el espacio, tan reducido como sugerente y cercano. Así fue pasando la función, entre pequeños desastres que, sin formar parte del show, Odón los incorporó con la maestría de los grandes y provocó aplausos entusiastas y grandes carcajadas.

Las carcajadas siempre estuvieron presentes en la sala, desde la presentación inicial, un recitado a toda velocidad con aires de Nacha Guevara, hasta todo lo que vino después en forma de un Joselito por fados, la traducción despiadada de un hit monegasco-eurovisivo, y ese aroma vital que flotaba al estilo Albert Pla. Pero olviden las etiquetas que les sugiero porque Odón Val es capaz de sintetizar cualquier influencia y llevarla a su terreno, un cabaret ideado para triturar letras y músicas que a veces son de Brassens, Les Luthiers y hasta un coro que el guitarrista hizo en solitario para suplir a los cinco sudamericanos. Pero la cosa no paró aquí. Odón, crecido por la entrega incondicional del público, tomó entre sus manos un abanico, bajó el tono hasta el umbral sonoro de la Montiel y nos cantó un cuplé, la hilarante radiografía de una boda y hasta cedió por unos minutos, y eso fue el acabóse, el protagonismo vocal al guitarrista que añoró, ¡pobrecito mío! el pueblito que lo vio nacer.
El espectáculo estaba a punto de terminar y yo estaba contento. Había salido de casa buscando al actor Santiago Meléndez con su MicroTeatro Zaragoza y me había encontrado con el gran descubrimiento de Odón Val, un intérprete personalísimo que trabaja los pequeños detalles para dar giros copernicanos a las canciones que conforman su repertorio. Pendenciero, tan sugerente como irritante, a veces sutil con el lenguaje y otras directo, muy directo, con esa virtud de convertir en carcajada lo que en otros suena soez. Para el final guardó un emocionante grito de esperanza y, cuando la salva de aplausos era atronadora, Odon Val nos regaló su lado más sexy. Una sinuosa explosión carnal que acribilló mis ojos con su mirada felina.

Permanezcan atentos a los carteles, los periódicos y las redes sociales. Una actuación de Odón Val es garantía de humor inteligente. Bajo esa apariencia de cabaret cutre se esconde un enorme actor y a su lado, con mirada cómplice, el talento a raudales del guitarrista Hernán Filippini.

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28 abril 2012

Fronteras y puentes en las artes escénicas




Lluis Masgrau Peya, estudioso del teatro, fue el protagonista de la tercera jornada del ciclo de debates, charlas y conferencias que se celebran durante estos días en el Museo Pablo Gargallo dentro de la programación SinFronterasZaragoza.

El director artístico Paco Ortega hizo las funciones de presentación y nos contó un cuento a modo de preámbulo. El relato tenía protagonistas reales y hablaba de cómo se pueden tender puentes entre diferentes expresiones escénicas. Un amigo de Ortega estaba tan interesado en profundizar en el conocimiento de la danza balinesa que hasta Indonesia viajó en busca de sus esencias. En la Isla de Bali le informaron que el más sabio de sus bailarines, anciano y siempre mal humorado, había abandonado toda compañía y se había internado en la selva en busca de la soledad. El protagonista de nuestra historia abandonó los circuitos turísticos dónde la danza balinesa es un atractivo más, se internó en la selva y siguió al pie de la letra las indicaciones que le habían dado hasta que lo encontró. El viejo bailarín balines estaba inmóvil a la puerta de una adusta cabaña. La situación era inquietante. Si el intruso se acercaba hasta la tranquilidad de anciano, este podría recibirle con las malas pulgas de las que ya le habían avisado, ese enconamiento imposibilitaría la adquisición de los conocimientos que nuestro protagonista buscaba. Entonces comenzó a hacer pequeños movimientos a modo de saludo y para su sorpresa, el viejo bailarín contestó con sus propios gestos. El visitante dio un paso más y preguntó con los movimientos de la Comedia del Arte que recién había aprendido en Italia, a los que el sabio balines respondió en formato de danza. Paco Ortega afirmó que la conversación se alargó, sin palabras y en la distancia, hasta que su amigo se despidió con la sensación de estar en posesión de todo el conocimiento que había deseado.

Lluis Masgrau comenzó su conferencia modificando el espacio habitual para este tipo de eventos. Desestimó el lugar de los oradores, tras una mesa y frente al micrófono, y optó por caminar. En sus movimientos también encontré parte de los contenidos, en sus brazos que se extendían, en la expresión de su rostro que se arrugaba o se alegraba sin sonrisas, en las gafas de ahora me las quito y ahora me las pongo. El texto que sigue intenta resumir la parte verbal de tan deliciosa representación.

El ponente atendió al requerimiento de reflexionar en torno a los puentes y las fronteras en las artes escénicas y concluyó que esos conceptos son fundamentales a la hora de construir el pensamiento. La división es imprescindible para abarcar el conocimiento porque si todo forma parte de la misma realidad se diluye, sin embargo, la división articula los contenidos de la sabiduría. Tan importante como la división en grandes materias es la subdivisión en corrientes, teorías y escuelas que permiten concretar hasta la especialización en una porción muy pequeña del saber.

Lo importante ante la visión es trazar relaciones con lo complementario, con lo previamente dividido: Construir puentes. Estos puentes no anulan las divisiones, permiten franquearlas y unirlas, como las dos orillas de un río. Algunas veces, para conectar cosas aparentemente distintas, se necesitan puentes subterráneos, túneles ocultos a la vista pero que dejan fluir el conocimiento.

Las artes escénicas estuvieron muy separadas entre ellas a lo largo de la historia, pero con el tiempo se han hecho híbridas perdiendo la técnica original en favor del concepto. Este proceso tiene el riesgo de disipar la capacidad para definir que es arte, una deriva que nos puede llevar a que esa definición esté en manos de los mercaderes del negocio artístico, una situación que se incrementa en las artes escénicas y su capacidad para sintetizar todos los lenguajes que las integran. Porque el teatro también es un arte conceptual incluso para presentar la realidad como representación.

Lluis Masgrau nos invitó a crear multitud de puentes entre las diferentes dicotomías paradigmáticas que se pueden establecer en el marco de las artes escénicas: Actor/Bailarín, Teatro/Danza, Representación/Presentación, Performer/Personaje, Realidad/Ficción, Técnicas cotidianas/Técnicas escénicas, Teatro dramático/Teatro post dramático.

El conferenciante tomó el primero de todos como ejemplo para recordarnos que en cada uno de los paradigmas que contiene en binomio Actor/Bailarín se mantienen sus propios elementos diferenciadores como escuelas, planes de estudio, compañías, espectáculos, críticas en periódicos, revistas, historia y profesores. Sin embargo en la práctica del oficio estos paradigmas aparentemente opuestos se cruzan. Algo que viene ocurriendo a lo largo de la historia desde el siglo XIX cuando, los primeros intentos por naturalizar la expresión de los actores devinieron en un excelente material para la construcción artística de los bailarines. En esa misma línea, pero en dirección contraria, Stanislavski afirmaba que la palabra de un sentido verdadero es poesía, canto y, en su conjunto, su manifestación física la danza. La expresión corporal del actor no deja de ser danza hasta llegar a su construcción biomecánica. De la misma manera, algunos bailarines han bebido del método de interpretación de Stanislavski cuando invita a sacar lo interior al exterior.

El mejor ejemplo de fusión, afirmó Masgrau, es el teatro clásico asiático donde se superponen teatro y danza y es imposible distinguir el binomio entre los dos paradigmas. Para nosotros cada uno de esos paradigmas tiene diferentes representaciones o formas de actuación, por ejemplo, incluimos bajo el epígrafe de la danza el flamenco y el ballet clásico. Estas clasificaciones no tienen en cuenta que en algunas ocasiones hay más diferencias entre expresiones dentro del mismo paradigma que entre algunos paradigmas.

La motivación del ponente se reflejó en una pregunta ¿Cómo creamos un puente para unir dos paradigmas? La solución pasa por crear una nueva división a través del comportamiento, un nuevo binomio definido por dos nuevos paradigmas: Técnicas cotidianas / Técnicas escénicas. La actuación se basa en comportamientos que no son cotidianos, no se trata de trasladar la realidad a la escena, es una reelaboración que parte, no lo olvidemos, de unas técnicas cotidianas que también son artificiales, moldeadas por la sociedad, otra cosa es que la percepción del espectador sea que asiste a un trocito de la realidad.

Así llegamos a un nuevo binomio entre Presentación / Representación en el cual siempre hay una presencia real del actor o el bailarín. Toda su presencia es el soporte para transmitir una ficción al espectador, que la representación sea dramática. Representar ficciones frente a presentar realidades. El teatro y la danza, en ese forcejeo moderno para separarse de la ficción, se aproximan al paradigma post dramático que elimina el máximo de representación para potenciar la presentación, así se llega a relacionar las técnicas cotidianas de comportamiento con la presentación y, al contrario, las técnicas escénicas de comportamiento con la representación. Estas relaciones, en realidad, no coinciden milimétricamente y de hecho pueden cruzarse, particularmente en la danza cuando la técnica escénica de un solo busca la presentación sin ningún rasgo añadido de ficción.

El actor, continuó Masgrau, aprende elementos técnicos gracias a la pedagogía de trabajar sobre si mismo hasta convertirse en un instrumento bien afinado, un Stradivarius capaz de afrontar la parte creativa del oficio cuando se enfrenta al papel que va a representar. Afinar los aspectos físicos y psíquicos, entrenar el cuerpo para responder ante cualquier exigencia del espíritu. Y claro que surgió la eterna pregunta ¿Representamos en la vida cotidiana? El ponente lo afirmó sin dudas, en cada situación cotidiana adoptamos diferentes roles que confirman la relación entre las palabras máscara y persona. Pero entonces, ¿qué potencial es más grande: lo real, o lo artístico; las técnicas cotidianas de presentación o las escénicas de representación? Lluis Masgrau fue contundente en su conclusión: La energía de las artes escénicas hay que buscarla en una potenciación de las técnicas de escena hasta abandonar las máscaras de lo real y llegar a uno mismo.

La conferencia tuvo la contundencia de unos contenidos muy bien trabajados y se trufó de innumerables ejemplos y nombres de sus protagonistas que yo no he recogido. Lluis Magrat tiene la virtud de atraparte en la suavidad de sus palabras que adquieren fortaleza con un gesto sutil o una pausa. Me gustó la elección del vocabulario, que en esta nota he sido incapaz de reproducir, siempre preciso, variado y esclarecedor. El tono pausado de su intervención tuvo el brillo de quien, con gran dominio de los términos técnicos, deja ver el amor por los temas que esta tratando, y yo así lo creo. Lluis Masgrau ama las artes escénicas.

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27 abril 2012

El puente de la palabra




Dentro de la programación cultural SinFronterasZaragoza se ha reservado un espacio para los debates y el pensamiento bajo el epígrafe «puente del arte» Una serie de charlas y debates que se celebran en el Museo Pablo Gargallo. Ayer el puente propuesto era el de la palabra que quiere llegar al alma, y tal vez por eso el evento tuvo la presencia de dos filólogos y ustedes comprenderán que no me extienda en los currículum del turolense Nacho Escuín, anfitrión y catalizador de la charla, y del jerezano Manuel Francisco Reina.

Escuín preguntó de inicio sobre los motivos que llevaban a un creador a sentarse a escribir y Manuel Francisco tomó una larga cambiada en el quite y afirmó que el título del ciclo (Puentes de la palabra: puentes del alma) lo llevó hasta Atapuerca. Un lugar dónde se asustó intelectualmente cuando descubrió, de mano de los responsables de las excavaciones, que la diferencia entre los hombres actuales y los neandertales era del 1%. Somos iguales en las emociones, ya saben: sexo, poder, celebración, sin embargo ese 1% de diferencia radica el hecho cultural y la palabra como sublimación.

El viaje de la palabra como característica humana ocupó el siguiente tramo de la conferencia -que venía con aviso del ponente: Si a las cinco de la tarde no has colocado una conferencia, te la colocan a ti- y allí se habló de Heráclito, Platón, Aristóteles y San Juan Evangelista. Un recorrido dinámico para reconocer que nosotros pertenecemos a las palabras mucho más que ellas nos pertenecen a nosotros. Palabras cargadas de historia y de inteligencia para ordenar el mundo. Una retórica que necesita de la Idea, la Forma y el Sufrimiento para comunicarse.

Manuel Francisco Reina demostró a estas alturas de su intervención una brillante capacidad para expresar los contenidos más densos, al menos para quien esto escribe, con una combinación de recursos que, sin renunciar a la erudición, flotaban entre ejemplos hilarantes, una locución fluida y la perfecta modulación de las frases en un tiki taka que siempre terminaba con el hálito profundo y vertical de un pase largo: Disertación, citas y ejemplos que terminaban, y esto es un decir, en endecasílabo.

Manuel Francisco apostó por el conocimiento de la tradición para, desde esos cimientos, inventar en la modernidad y romper con el pasado. Mucho más en estos tiempos de globalización y cierto adelgazamiento cultural en los que es necesario identificar los malos espectáculos porque no olviden cuando estén en el patio de butacas o en la butaca de su salón que la cultura también puede ser espectáculo y eso es una de las cosas que debemos reivindicar. Somos nosotros quienes elegimos entre Arniches o Góngora. A veces, cuando la cultura vence esa dicotomía y se nos presenta como el espectáculo que debería ser, no es necesario comprender todos los mensajes, es suficiente captar las emociones, la musicalidad del lenguaje, esos primeros pasos serán los que nos llevan a profundizar en los temas y las pretensiones finales de los autores.

También, por sugerencia de Escuín, se habló de la cultura y su relación con el poder. Manuel Francisco puso ejemplos que nos llevaron hasta la Roma de Augusto y cómo el poder siempre ha intentado manipular a la cultura y sus actores. Algunos de ellos están encantados a la hora de rondar ese pesebre mientras otros se enfrentan a él. Los poderosos, a estos últimos, intentan ocultarlos o banalizarlos.

Cuando llegó la hora de las preguntas me atreví a plantearle una cuestión sobre el duende, el flamenco y las letras de las canciones. Era una preguntita que solo pretendía mantenerle un poco más de tiempo en el uso de la palabra. Estaba encantado con su retórica, con la modulación del verbo, con esa sabiduría a la hora de salpimentar lo esencial con ejemplos que llevaban a la sonrisa y hasta la carcajada. Y me contestó, claro que me contestó, lo hizo con un despliegue histórico sobre la copla y una defensa de lo popular reflejado de manera mayestática, no solo por autores como Rafael de León y cantantes como La Jurado, sino por esas letras anónimas que recorren calles, fiestas y bares. En esa fase final de su intervención fue cuando Manuel Francisco Reina se gustó y se dejó llevar. Recitó de memoria coplas, versos y canciones con el poderío de la contención y esa chispa en los ojos que hipnotiza y trasmite. Ya lo conté antes: Si no comprendes todo el mensaje te puedes quedar con las emociones y la musicalidad del lenguaje. Manuel Francisco Reina tuvo la lucidez de trasladarnos toda la profundidad de sus conocimientos con un formato que, además de calidez, cercanía y pasión, nos atrapó por la inteligencia de mezclar erudición y entretenimiento. Una delicia señores.

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10 abril 2012

Letra y Música con Octavio y Saldaña

El ciclo de Letra y Música organizado por la Asociación Aragonesa de Escritores en el Ámbito Cultural de El Corte Inglés, con la coordinación de Mónica Gorenberg, dedicó su jornada de ayer al pop aragonés, y lo hizo con un cartel muy interesante: En primer lugar las palabras de Octavio Gómez Milián y para concluir la guitarra y la voz de Juan Luís Saldaña.

Octavio Gómez Milián es, sin lugar a dudas, una de las voces con más autoridad para hablar del pop en general y del aragonés en particular. Según circula por las redes sociales, su próxima e inminente publicación será un diccionario de grupos aragoneses en el que trabaja desde hace tiempo.
El poeta abrió su conferencia con una máxima: En Aragón nos destacamos porque las letras de las canciones suelen tener un potente peso literario dentro de la aparente sencillez del pop como estilo musical. Una confluencia que ha durado más de treinta años.
El conferenciante viajó hasta los setenta y recordó como la estirpe de los cantautores modificó la música ligera con un poso de literatura y compromiso político que, tras la muerte de Franco, derivó en la movida de la ironía, lo liviano y lo festivo para rimar toalla con playa, o esa otra de Joaquín Carbonell que nos cantaba lo bonita que era la peseta. Fue precisamente en ese periodo cuando se fraguaron los inicios de la obra musical de dos aragoneses con una elevada exigencia literaria en los textos de sus canciones.
Ángel Petisme, acompañado de Ángel Guinda, desde la diáspora madrileña y Gabriel Sopeña que, afincado en Zaragoza compuso durante los noventa y junto al desaparecido Mauricio Aznar, temas que cruzaron fronteras como “Apuesta por el rock and roll”. Milián puso en valor que Sopeña, para subrayar la importancia poética de sus letras,  las publicó en Olifante recogidas a modo de poemario bajo el título “La noche del becerro” Canciones dónde la lírica, exenta de intelectualismos, engarzaba perfectamente con la música dentro de un estilo al que Milián bautizó con la brillante etiqueta de “Country de los Monegros”, un espíritu a caballo de Cash y Dylan, donde el camino es más importante que el destino, estilo de carretera para grandes letristas como José Lapuente de los Proscritos o Jesús López de Malamente, músicos con la fuerza de influir en autores literarios. Esa fue una de las características de los noventa cuando escritores como Ray Loriga y Benjamin Prado, o Chuse Izuel y Felix Romeo en Aragón, incorporaron a sus textos las bandas sonoras de sus vidas. Una confluencia que terminará por hacerse natural en los años dos mil.
(Entonces recordé que Santiago Auserón, zaragozano de cuna, ha publicado en estos días las letras de las canciones que ha escrito bajo el heterónimo de Juan Perro. Lo digo por si la coordinadora de este ciclo tiene a bien recoger la recomendación)
Octavio Gómez Milián regresó a los noventa de Gabriel Sopeña cuando introdujo a Loquillo, que había roto con Sabino Mendez como letrista habitual de los Trogloditas, en la musicación de poetas actuales como Gil de Biedma o Luís Alberto Cuenca, territorio acallado desde los tiempos de Paco Ibáñez y Serrat.
Los mismos años noventa que cayeron, tras los cardados y las hombreras de los ochenta, en el desierto de grupos y más grupos cantando en inglés. Pero en esa batalla todo no estaba colonizado. En una pequeña aldea resistía el brillante ingenio de una banda aragonesa que se llamaba El Niño Gusano con Sergio Algora a la cabeza, un brillante autodidacta capaz de compaginar de manera maravillosa música y literatura y además, separar por convicción su carrera musical de la literaria.
El final de la charla se llenó con nombres de formaciones actuales, desde Antonio Romero y sus letras para Domador, el spoken word (que algunos llaman rock recitado) de Justo Bagüeste y Javier Carnicer, o Julio Donoso, hasta el pop poético de Ana Muñoz y Luisiana. Nuevas generaciones que se acercan a la creación con un método mucho más interdisciplinar, jugando con todos los medios tecnológicos y de comunicación con los que disponen en la actualidad.
Lo descrito ni puede ni pretende condensar la brillante intervención de Octavio Gómez Milián que demostró conocimiento y pasión ante el fenómeno de lidiar música y literatura.
Era la hora de Juan Luís Saldaña. Subió al escenario con la pelambrera ligeramente alborotada y aspecto de desaliño descuidado que tanto me gusta. Para mi regocijo mitómano cuando se colgó la guitarra al hombro me encontré ante la imagen rediviva de Fran Perea. Pero no se asusten, el actor malagueño ha sobrevivido a su nefasto paso por Los Serrano y tiene otra vida al otro lado de las seis cuerdas, como Juan Luís Saldaña que, superviviente a los egos y la creatividad de Nubosidad Variable –en palabras de Gómez Milián: El grupo que no pudo o no quiso reinar- nos regaló una excelente sesión de versiones pop con el talento de quienes, como pontificaron los jurados de Operación Triunfo, Tú si que vales y Número 1, aunque no canten bien tienen la capacidad de transmitir emociones. Y eso fue lo que hizo Saldaña. Agarró los cuatro acordes del pop, susurró al micro, bajó los tonos de las melodías para esquivar la peligrosidad de algunas notas agudas y nos acarició con pasajes infinitos de jefes tortugas, orbitas celestiales y algún himno fallido para generaciones al borde de la frustración. Pero Saldaña no sería Saldaña sin sus frases, esos misiles que brotan de no se sabe dónde, píldoras para proclamar que lo más grande nace de lo pequeño y esa relación directamente proporcional entre la longitud de la falda de Eva Amaral y su talento. Saldaña, como yo, todavía espera ese disco memorable del dúo zaragozano y el bendito día que Bunbury decida ser Tom Waits.

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09 abril 2012

Frecuencias de onda corta, con versos de Jesús Jiménez Dominguez

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02 abril 2012

Sin rumbo


“Lloro el sol sin los mundos que ilumina” (Ángel Guinda)

Hago un esfuerzo por mirar la vida. Los secretos, entre el sueño y el duerme vela, son los primeros en presentarse. Parecen un buen lugar para prender la lumbre y ahondar en la biografía verdadera. El brillo, el rescoldo de su luz invita a recorrerlos, a escapar de este desierto.
Así me veo cautivo por la tristeza, por las perlas que nunca vinieron, sombras que no toco, sueños que no vivo, perlas muertas que se tambalean en este interior de ausencias, contenedor del paso desperdiciado de los años.
Enfebrecido por la envidia culpo a la gonadotropina coriónica del malabarismo de dioptrías, del astigmatismo, del entibo de emociones que apagan la chispa radiante del humor: Reírse de mi sombra, de las frases tartamudas de un cerebro con forma de embudo, y de este cuerpo paticorto que me trajo hasta aquí en un viaje sin rumbo.
El día, tiempo venidero de lluvias, baldea la sangre coagulada de las heridas. Perdido en la oscuridad aún mantengo vivos los ojos arrasados por el sol, cicatriz lenta e incansable que aún me contempla. ¿Dónde estoy si ya no hay noche, ni recuerdos, ni nanas?
En este páramo solo puedo caminar.

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