El puente de la palabra
Dentro de la programación cultural SinFronterasZaragoza se ha reservado un espacio para los debates y el pensamiento bajo el epígrafe «puente del arte» Una serie de charlas y debates que se celebran en el Museo Pablo Gargallo. Ayer el puente propuesto era el de la palabra que quiere llegar al alma, y tal vez por eso el evento tuvo la presencia de dos filólogos y ustedes comprenderán que no me extienda en los currículum del turolense Nacho Escuín, anfitrión y catalizador de la charla, y del jerezano Manuel Francisco Reina.
Escuín preguntó de inicio sobre los motivos que llevaban a un creador a sentarse a escribir y Manuel Francisco tomó una larga cambiada en el quite y afirmó que el título del ciclo (Puentes de la palabra: puentes del alma) lo llevó hasta Atapuerca. Un lugar dónde se asustó intelectualmente cuando descubrió, de mano de los responsables de las excavaciones, que la diferencia entre los hombres actuales y los neandertales era del 1%. Somos iguales en las emociones, ya saben: sexo, poder, celebración, sin embargo ese 1% de diferencia radica el hecho cultural y la palabra como sublimación.
El viaje de la palabra como característica humana ocupó el siguiente tramo de la conferencia -que venía con aviso del ponente: Si a las cinco de la tarde no has colocado una conferencia, te la colocan a ti- y allí se habló de Heráclito, Platón, Aristóteles y San Juan Evangelista. Un recorrido dinámico para reconocer que nosotros pertenecemos a las palabras mucho más que ellas nos pertenecen a nosotros. Palabras cargadas de historia y de inteligencia para ordenar el mundo. Una retórica que necesita de la Idea, la Forma y el Sufrimiento para comunicarse.
Manuel Francisco Reina demostró a estas alturas de su intervención una brillante capacidad para expresar los contenidos más densos, al menos para quien esto escribe, con una combinación de recursos que, sin renunciar a la erudición, flotaban entre ejemplos hilarantes, una locución fluida y la perfecta modulación de las frases en un tiki taka que siempre terminaba con el hálito profundo y vertical de un pase largo: Disertación, citas y ejemplos que terminaban, y esto es un decir, en endecasílabo.
Manuel Francisco apostó por el conocimiento de la tradición para, desde esos cimientos, inventar en la modernidad y romper con el pasado. Mucho más en estos tiempos de globalización y cierto adelgazamiento cultural en los que es necesario identificar los malos espectáculos porque no olviden cuando estén en el patio de butacas o en la butaca de su salón que la cultura también puede ser espectáculo y eso es una de las cosas que debemos reivindicar. Somos nosotros quienes elegimos entre Arniches o Góngora. A veces, cuando la cultura vence esa dicotomía y se nos presenta como el espectáculo que debería ser, no es necesario comprender todos los mensajes, es suficiente captar las emociones, la musicalidad del lenguaje, esos primeros pasos serán los que nos llevan a profundizar en los temas y las pretensiones finales de los autores.
También, por sugerencia de Escuín, se habló de la cultura y su relación con el poder. Manuel Francisco puso ejemplos que nos llevaron hasta la Roma de Augusto y cómo el poder siempre ha intentado manipular a la cultura y sus actores. Algunos de ellos están encantados a la hora de rondar ese pesebre mientras otros se enfrentan a él. Los poderosos, a estos últimos, intentan ocultarlos o banalizarlos.
Cuando llegó la hora de las preguntas me atreví a plantearle una cuestión sobre el duende, el flamenco y las letras de las canciones. Era una preguntita que solo pretendía mantenerle un poco más de tiempo en el uso de la palabra. Estaba encantado con su retórica, con la modulación del verbo, con esa sabiduría a la hora de salpimentar lo esencial con ejemplos que llevaban a la sonrisa y hasta la carcajada. Y me contestó, claro que me contestó, lo hizo con un despliegue histórico sobre la copla y una defensa de lo popular reflejado de manera mayestática, no solo por autores como Rafael de León y cantantes como La Jurado, sino por esas letras anónimas que recorren calles, fiestas y bares. En esa fase final de su intervención fue cuando Manuel Francisco Reina se gustó y se dejó llevar. Recitó de memoria coplas, versos y canciones con el poderío de la contención y esa chispa en los ojos que hipnotiza y trasmite. Ya lo conté antes: Si no comprendes todo el mensaje te puedes quedar con las emociones y la musicalidad del lenguaje. Manuel Francisco Reina tuvo la lucidez de trasladarnos toda la profundidad de sus conocimientos con un formato que, además de calidez, cercanía y pasión, nos atrapó por la inteligencia de mezclar erudición y entretenimiento. Una delicia señores.
Etiquetas: Manuel Francisco Reina, Nacho Escuín, reseña evento, SinFronterasZaragoza
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