El día de Santa Cecilia de 1971 todos los vecinos de las Barriadas del Sur estaban en mi casa. Los hombres acarreaban los bultos más pesados, los armarios de los dormitorios, los muebles del comedor, el sofá de escai. Las mujeres trajinaban los enseres de la cocina, la ropa de cama, las vestimentas de toda la familia para el invierno, el verano y el entretiempo. Una marabunta de niños trasegábamos el menudeo de cajones, arcones y altillos. Mis padres revisaban los trabajos y decidían los cachivaches que se quedaban «para el trapero», y cuales subían a la caja del Ebro de morro corto y chapa roja. «En un viaje nos llevamos todo» insistía mi padre una y otra vez mientras ataba cuerdas, desplegaba lonas y protegía con mantas todos los bártulos de la familia. La tristeza inundó mi mirada al ver el gigantesco paquete formado por el atrezzo que había acompañado mi vida hasta entonces, los decorados de la casa dónde nací, un hogar de dos pisos con patio, conejeras y dos cortes, una para el cerdo y otra para mis sueños. La romería empezó después de almorzar. Mi padre al volante, mi madre de copiloto, los vecinos en procesión detrás del camión y toda la chiquillería a caballo entre los bultos. Yo me senté en lo más alto, al lado de la cabina, desde allí pude contemplar como dejábamos atrás el esbariza culos de La Casilla, el arenero del Gurugú y la plaza del colegio dónde jugábamos al marro. «Pero si el Barrio del Piojo esta ahí al lado» decía mi madre todas las veces que protesté por la mudanza. Y era cierto, la distancia entre las dos casas no llegaba a un par de kilómetros, un trecho escaso que yo sentía como una brecha profunda que me obligaría a cambiar de colegio, de amigos y de equipo de fútbol. El Barrio del Piojo era una pequeña calle asomada por uno de sus extremos a un riachuelo sin nombre, y que empezaba en la esquina del Bar Gol dónde nos esperaban nuestros nuevos vecinos dispuestos a finiquitar el traslado antes de la hora de comer. Los voluntarios eran tantos que los zagales optamos por ira hasta el huerto del Belles, un descampado en perenne barbecho que desde hacía años se usaba como zona de juegos, campo de batalla, arrullo de enamorados y a veces, todo a la vez. Llegamos a la carrera. Nada mas pisar la hierba pateé el balón, cuando parecía inevitable su desaparición por el barranco del Malacara, El Pirri se elevó en un magnífico salto, durmió el vuelo del esférico con su pecho, lo golpeó alternado rodillas, hombros y empeines hasta dejarlo bien quieto bajo sus botas Kelme. Detrás de él, el Casifeo con la camiseta del equipo local, los tres hijos del Genaro con la equipación del Betis y Paco El Cocodrilo con zamarra de portero, guantes y rodilleras. A mis espaldas las respiraciones entre cortadas de mis amigos el Pinche, el Agachao y Agapito el Maletas. «Necesitamos un lateral derecho, chaval» me dijo el Pirri tras devolverme la pelota con un pase milimetrado.
Vendería mi billete interestelar (Don Nadie+Zombra+Rabanaque)
Estuve a punto de trasladarme de Zaragoza al Festival Periferias de Huesca a bordo de mi utilitario de plástico y crédito personal, caminito por la autovía que los carteles bautizan de Mudéjar. Pero en el último momento hice un viaje interestelar que me llevó desde el Barrio de Las Fuentes hasta el Centro Cultural El Matadero de la capital oscense, el lugar elegido por Don Nadie+Rabanaque+Zombra para presentarnos su nuevo material gráfico-poético-musical. A la entrada se nos entrego una papeleta que valía por un beso. El mío lo he regalado esta noche, ha sido antes de escribir esta reseña, un beso de ascensor que desencadenó un ciento de esos besos con sabor azufre de lignito de las noches más frías de los inviernos utrillenses, de cuando éramos dos cuerpos por saciar, dos bocas por fundir y dos amores por destilar. Soñé con ellos en librerías del foro, o al ladito de la ría de Bilbao, los he visto actuar en un almacén, en bares, en el tablao de la plaza pública y en un gimnasio. Después de tanto peregrinar tras su pista por fin los he disfrutado sobre el escenario de un teatro, el territorio propicio para crecer, las tablas como lanzadera para la reivindicación, la revolución de los versos, el estrado para gritar que todos somos necesarios, que nuestra aportación solidaria es la clave infinitesimal, una diminuta contribución que sin embargo es imprescindible para solucionar todos los males que azotan este siglo impar. “Vendería mi billete interestelar” es una invitación al futuro y comenzó con un cuento sobre la inmensidad del Cosmos, la marca Darwin y el sistema liberal de progreso. Lo que el cuento no nos contó es como será el futuro, ¿Un mundo de tecnología punta, desarrollo sostenible y otros escapularios de nuevo cuño? Pero para eso están los poetas, para revelarnos que el futuro no será todo lo que soñamos. El futuro será de los mismos de siempre, de los mismos dueños que nos robaron el pasado, de los mismos que nos moldean el presente, una fiesta a la que muchos de nosotros no estamos invitados. Nuestros billetes para el futuro no son válidos en la nave de los Botín, los Turner o los Cebrián. Pero todo no va a ser tragedia y desamparo, también tenemos que disfrutar de la esperanza en las golondrinas, los gorriones y del amor aéreo de los pies en el aire. Don Nadie+Rabanaque+Zombra presentaron un espectáculo con continuidad dramática, incluso han auto editado el guión del evento, un salto formal de gran importancia porque abre nuevos frentes creativos, una oportunidad para rastrear por nuevos derroteros mucho más sólidos en la estructura externa del mensaje. “Vendería mi billete interestelar” es un aviso para navegantes, el abreojos que necesitamos para comprender que los cambios nunca lo son para todos, la anunciación en forma de poema, de canción, de imágenes. Carlos y Fernando de Zombra presentaron un atrezzo renovado con nuevos “aliños visuales” pero con la imaginación a la que nos tienen acostumbrados. Don Nadie sonaron como un tiro, las guitarras de Álvaro y la caja de las sorpresas con las voces de Gustavo tuvieron la virtud de cubrir todos los huecos del espectáculo, arroparon perfectamente la parte vocal del poeta, reinventaron sus temas más clásicos y, entre el nuevo material, una versión más Don Nade que nunca del “¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos?” de “Siniestro Total”. La primera vez que disfruté de la creatividad de este combo, el poeta Daniel Rabanaque se escondía tras las letras acostadas en un atril, no pasó mucho tiempo cuando ya le adiviné poses, actitudes y comportamientos escénicos propios de una estrella del rock. Ayer volvió a sorprenderme en su papel de hombre público sobre el estrado de la lucidez, el visionario que mira a través del catalejo para desentrañar los nudos de un futuro que los miopes de entendederas ni siquiera vislumbramos, el ciudadano capaz de gritar las verdades que están por venir, el caminante que abre brecha, el poeta que admira a otros poetas, lo dice y lo disfruta, el tipo que nos mira a los ojos con la franqueza de la que carecen los telepredicadores de las desagracias y los políticos hipócritas con conexión ADSL a los mercados bursátiles. “Vendería mi billete interestelar” es un repaso crítico al pasado que nos ayuda a calibrar el decepcionante presente y a no peder de vista la hipócrita visión de un futuro que, aunque se nos promete tecnológico y científico, ¡vaya usted a saber señor equilibrista de la pista! _ _ _ _ _ La foto que encabeza esta entrada es una instantánea tomada en septiembre de este año durante La Noche Sin Techo 08. De izquierda a derecha: Gustavo (Don Nadie) Fernando (Zombra, falta Carlos y de él nos acordamos antes del flash) Álvaro (Don Nadie) Javier (La Curvatura de la Cornea) y Daniel Rabanaque. _ _ _ Don Nadie Zombra
Me gustan los musicales, ya saben, esas películas dónde los protagonistas se ponen a cantar y a bailar en cualquier momento y situación. Si a eso le sumamos la campaña de publicidad subliminal, y no tanto, a la que nuestra sobrina Paula de ocho años nos había sometido durante los dos últimos meses, el resultado fue que ayer asistimos al estreno de “High School Musical 3” Reconozco que pasé gran parte del viernes preparando mente y cuerpo para pasar la prueba de acumulación de niñas y adolescentes cargadas del cubo gigante de palomitas con mega vaso de Coca-Cola, dispuestas al grito fácil y al desmayo. En eso acerté, pues los espectadores que no éramos adultos, en aspecto y carné de identidad, eran jovencitas propensas a cierto grado de histeria colectiva, esa que tanto adoro en los fans cuando se ejerce con criterio artístico. La película comenzó y se terminaron mis dudas, mis males y mis prejuicios. El argumento lo sabemos de sobra, fin de curso en un instituto de Estados Unidos en el que veremos un partido, los pasillos con las taquillas, las clases de diseño, la ceremonia de graduación, el baile y grandes casas con enormes jardines. Hasta ahí nada nuevo. También estuvieron presentes valores como la solidaridad, el compañerismo, la amistad, el esfuerzo, la búsqueda de uno mismo, los malos que no lo son tanto y, como no, el amor. Hasta aquí todo seguía lo previsto en mi guión. Lo que no me esperaba fue mi reacción. La película empezó en una cancha de baloncesto con una realización brillante, muy cercana al video clip y me enganché a la historia. Desde el minuto uno disfruté con esa pandilla de chicos y chicas que se encuentran en la primera de las encrucijadas de la vida, me emocioné con el desarrollo de los temas románticos, reí con los previsibles gags, aplaudí en varias ocasiones desués de ver algunos excelentes números musicales que contiene la película y reconocí homenajes a los espectáculos de Broadway, a la estética de Fiebre del Sábado Noche y a los bailes de Jacko. Una película de la que disfruté como hacía tiempo no lo hacía en el cine, con risas ante lo obvio, con deleite ante las buenas coreografías y, será tonto —estoy preocupado lo confieso, — el caso es que llegué a tener los ojitos húmedos en las primeras escenas de declaración de amor todavía adolescente, esos amores en estado puro, un poco edulcorados, señoras y señores amores de Disney al fin y al cabo.
“El guitarrista” de Luís Landero se mueve en los territorios de la vida y sus alrededores con el Madrid de posguerra como telón de fondo, un paraje dónde colgar descampados, pensiones y un futuro incierto. Emilio es un adolescente que nos guía a lo largo de la narración, un aprendiz de mecánico, sus primeros pasos por la vida y un camino que comienza en las escaleras de un taller de automoción. Un descenso que le atrapará en un cono de arena por cuya pendiente caerá con la íntima sensación de que la huída siempre terminará por hundirle, y le convertirá en una de las presas que la hormiga león captura en su portentosa maquinaria de caza. La vida esconde un sin fin de hoyos por lo que caer, aunque también nos regala la posibilidad de levantar tiendas de campaña junto a personas que compartirán nuestro trayecto durante algún tiempo para, poco más tarde, desaparecer definitivamente, afectos más o menos breves que influirán en nuestro ánimo hasta alimentar sueños de futuro y modificar perspectivas de vida. La novela se sirve del deambular de Emilio entre estos dos tipos de relaciones; las que te precipitan al fondo de un hoyo, y las que levantan sus tiendas para iluminar el camino. El compromiso con los estudios, la vida cotidiana e insulsa, la esperanza de la creatividad musical, el escenario con sus luces, la fama y el arte por bandera o la magnífica experiencia de contar historias en forma de novela. La dicotomía entre un insulso trabajo manual con horarios prefijados, o la excitante turbulencia de la vida artística dónde las experiencias vitales y la carretera forman parte fundamental, esas son las coordinadas en las que se mueve nuestro protagonista, y aunque al principio parece que un mundo separa ambas opciones, poco a poco descubrimos que los dos territorios esconden luces y sombras, un contexto que se complica con el merodear inseguro de nuestro protagonista sobre las peligrosas arenas movedizas del amor. Luís Landero hace gala de su excelente narrativa para crear ambientes y situaciones que siempre resultan interesantes. Los personajes se encuentran en un cercano primer plano que deja sitio a las descripciones dinámicas de los lugares por los que transitan. La experiencia de escribir, sus recovecos, la exigencia de tener otra mirada sobre los acontecimientos vuelve a formar parte de la trama en lo que termina siendo un manual para escritores noveles. “El guitarrista” nos muestra que las decisiones siempre son lo más difícil de la vida y en ese ejercicio nos jugamos el futuro. Entrar en la rueda de la fortuna rutinaria o apostar en la mesa del arte y la farandula son posibilidades que están a la mano, sólo tenemos que elegir.
Bea es la nueva monitora de actividades físicas y culturales. A mi madre le cae bien porque es alegre, cariñosa y disfruta de su trabajo. El primer día le pidió que resumiera en la carilla de un folio sus ochenta y siete años recién cumplidos. Una tarea muy difícil, pensé, pero mi madre se puso a ello. Lo que abajo he copiado — con algún insignificante arreglo por mi parte — fue lo que escribió con letra clara y renglones rectos: Yo, Rosario Clemente cuando tenía 17años fui a buscar trabajo a Zaragoza y tuve la suerte de colocarme en la Facultad de Medicina, en el Hospital con las monjas de Santa Ana estuve tres años contentísima pues me querían mucho. Cuando cumplí 20 años le escribí a mi madre, que estaba viuda y sola en Torrelacárcel, para decirle que me iba a meter monja. Ella puso el grito en el cielo y fue a casa del señor cura para que escribiera a la superiora «Dígale que si mi hija no viene voluntariamente a casa mandaré a la Guardia Civil» La superiora contestó que no hacía falta que fuera la Guardia Civil. Volví a casa y entonces encontré a un joven muy muy atractivo, se llamaba Isaac y había estado en la guerra de Alemania contra Rusia. Él se enamoró de mí y yo de él. Después de tres años de noviazgo nos casamos y hemos pasado sesenta de matrimonio, fuimos muy felices. Tenemos una hija y dos hijos que los quiero mucho y ellos a mí. Hace año y medio que murió pero nunca saldrá de mi corazón porque fue un marido especial. Con todo cariño. Rosario.
En la hora que el día cambió de nombre, mientras subía las imágenes que puedes ver un poco más abajo, leí un comentario en esta bitácora que decía: “Desde que has escrito esta entradaestoy segura que más de uno de tus seres queridos te ha comido a besos ¿a que sí?” Mamenlo escribió y para ella va dedicado este video:
“Arte” es una obra de Yasmina Reza que se representa hasta el 19 de octubre en el Teatro Principal de Zaragoza, bajo la dirección de Eduardo Recabarren y con los actores Luís Merlo, Iñaki Miramón y Alex O´Dogherty. “Arte” es un magnífico texto de teatro, una trama plagada de humor, risas y que atesora entre sus líneas una tremenda carga de profundidad. Un cuadro “casi blanco” como estandarte del arte contemporáneo es la excusa para tejer un paisaje desolador sobre la amistad, sobre el resbaladizo terreno dónde se construyen las relaciones humanas, un campo de batalla dónde cada contrincante luce sus mejores armas que comienzan con la elegancia del esgrima dialéctico hasta derivar en el uso de la navajada trapera. Un manual sobre usos y costumbres, el alegato para defender la diferencia del otro, la necesidad de basar las relaciones entre amigos sobre la premisa de la aceptación, un ejercicio que nos muestra la débil línea que separa la discrepancia del insulto, el intercambio de opiniones de la vejación, un aviso para navegantes de la seguridad absoluta, para ingeniosos del chiste sobre cabeza ajena y quisquillosos sobre la propia. “Arte” es una comedia que nos coloca frente al espejo de la sinceridad, ese que nos muestra tal y como somos, o tal y como nos tratan nuestros amigos, una oportunidad para reflexionar sobre algunas complejas características humanas, y lo hace a partir de una situación que siempre busca en la comicidad una salida airosa, el resquicio que nos permite respirar tras recibir el mensaje subversivo de que la amistad casi nunca es lo que parece. La producción de la obra ha puesto en valor, a la hora de seleccionar a Iñaki Miaramón y Alex O´Dherty, la imagen que sus trabajos en televisión aportan a las características de los personajes de “Arte”. Los tres actores consiguen que la obra fluya con facilidad, aciertan con los ritmos que requiere cada escena, se mueven con soltura en los registros humorísticos y nos regalan unos buenos momentos, que sin llegar al drama, requieren un cambio de registro que el público capta cuando cambia la risa por el silencio, o la risa y la carcajada por el aplauso, y en esos terrenos destacó el trabajo de Luís Merlo que confirmó los motivos de mi admiración. “Arte” es una excelente ocasión para disfrutar del buen trabajo de unos grandes actores, para aceptar la risa como animal de compañía y para plantearse como nos enfrentamos a nuestras relaciones personales.
Los habitantes de Zeta viajaban en masa al Actur para beber Kalimotxo en el parking de Interpeñas, -esta noche actúa Extremoduro-, para pasear por la planta baja del románico Carrefour o desvalijar su pescadería de los últimos langostinos finos antes de que la crisis monetaria nos deje fritos los monederos, los cuatro cuartos y la herencia en hectáreas monegrinas de la abuela transformada en wallstreetdentes. Mientras tanto, Manuel Vilas se fue por el Este hasta llegar al mar de BarZelona, al congreso NEO 3 un lugar dónde se hablaba de posporno, preporno y la literatura emergente. Los seguidores del blog de Manuel Vilas esperábamos alguna crónica sobre los contenidos del evento desde la visión del cetísimo autor, en esas esperas andaba este sábado con el diario El País de la mano y una noticiafirmada por Isabel Punzano, dónde se podía leer lo que sigue: “[La] espontaneidad del público es uno de los atractivos de NEO 3. Incluso se dan polémicas a gritos. El primero en recibir fue Manuel Vilas, que escribió un relato sobre las últimas horas de Miguel Ángel Blanco. Su editor, señaló Vilas, consideró que podía resultar ofensivo y el autor decidió dejarlo tal cual, pero poniendo su nombre y apellido a la víctima de ETA, suplantación que le parecía propia del gonzo. Su posicionamiento fue rebatido por el crítico de arte Iván de la Nuez, director del centro que acoge el encuentro, que le recordó que ciertas trampas narrativas pueden ser cínicas, mientras que el poeta David González le espetaba que lo gonzo supone el relato de una experiencia real sufrida en carne propia: "Gonzo era Hunter S. Thompson. Y punto".” Cuando llegué a casa regresé a la página 93 de libro de Vilas titulado “España”, al capítulo “Póker” He dedicado toda la tarde a tachar el nombre del autor y a sustituirlo por el nombre del concejal asesinado, después me propuse volver a leerlo pero no puedo, una charanga se ha instalado debajo de mi ventana y no dejan de cantar “si teha pillao la vaca jódete” Las Fiestas del Pilar continúan.
Mc-Mix es el resumen de ocho años y un día – bendita condena – de la historia de la compañía aragonesa Los McClown, una función que se puede disfrutar en el Teatro del Mercado de Zaragoza durante las Fiestas del Pilar. Me resultó extraño que con tan sólo tres espectáculos (“Cinema Maravillas”, “La Biblia según San Clown” y “En pie de guerra”) los McClown se hubieran decidido por hacer un “pastiche de lo más mejor de lo que hemos hecho”, al menos así nos lo contó uno de los arcángeles que merodean a lo largo de la obra y que sirven de hilo conductor para ir de aquí para allá por el Universo McClown, un viaje que trenza escenas totalmente diferentes con pasmosa eficacia, un cóctel realizado con la medida justa de cada uno de sus ingredientes para conseguir una excelente singladura de comicidad, además de encontrar un buen ramillete de momentos de humor de alto nivel, que el público recibe con sinfonía de carcajadas, me permito recomendarles la aparición estelar de San José, ahí, yo me desternillé de risa. Un función escrita por Marisol Aznar, Francisco Fraguas y Alfonso Palomares que es mucho más que un Grandes Éxitos, una obra que hace honor al título de Mix para ir un poco más lejos en la mirada teatral: Entre algunos números antiguos se cuelan, ¡señoras y señores!, personajes de la próxima obra de los McClown. Los actores Jorge Asín, Marisol Aznar, Carmen Barrantes, Francisco Fraguas, Laura Gomez-Lacueva, Pablo Lagartos y Alfonso Palomares haciendo y deshaciendo personajes, dejándolos entre cajas y recuperándolos más tarde, un formidable trabajo que el público agradeció con una ovación atronadora. No se la pierdan.
A veces siento la soledad detrás de la nuca. Susurra todos mis defectos sociales y los de todos aquellos que alguna vez me han ignorado. He tenido tantos desengaños “y los que tendrás chaval”, me dice la muy jodida. A veces siento la soledad pegadita a mi camisa, escondida porque le molesta tanto alboroto de decibelios, vinos de reserva y calles peatonales para que quede clarito quien pasea sólo, agarrado a los auriculares como si fueran un trapecio para balancearse por esta vida que tan mal se me da gestionar, una vida de quítame allí esas soledades a base de fórmulas que desconozco y no quiero aprender, estrategias, malabarismo y en la pista el equilibrista. A veces siento la soledad al volante del coche, entonces enciendo las luces y cientos de conductores me lanzan destellos de aviso, gestos cómplices y gritos de salvamento. Yo les sonrío para atrapar la energía que desprenden pero al poco me canso de recibir propinas baratas de gentes desconocidas, más desconocidas que los desconocidos habituales, los desconocidos veteranos, esos que me hacen sentir la soledad entre pecho y espalda, dentro del caparazón construido a base de renuncias, de renuncias a ser yo, ese tipo apasionado que no ha querido crecer porque tiene miedo a la soledad, una soledad que ya esta aquí, bajo el foco del flexo, al otro lado de un teléfono que sólo suena para recibir ofertas sobre las mejores tarifas, como si los descuentos por SMS tuvieran la más mínima posibilidad de ganarle la batalla a la soledad. A veces siento la soledad encerrada en tanto silencio, el gesto cobarde del miedo como respuesta, dos palabritas por dios, unas copas en los bares más cutres de una ciudad que ellos llaman Zaragoza porque todavía no se han enterado que vivimos en Zeta, Cetísima de calor, de cierzo, de cachirulos, caminos recorridos mil veces y vuelta a empezar. A veces siento la soledad y la muy puta se ríe de su victoria, de la aplastante evidencia de que tantas palabras no sirven para nada, que la pulsión por sentirte vivo es una mera distracción frente a los encantados de conocerse, esos que te acompañan sólo por el placer de dejarte en la soledad provocada por sus ínfulas, por sus memeces, por la grandilocuencia estúpida de poses, de estereotipos, de vómitos tan correctos como hipócritas, santones de la verdad revelada para unos pocos mientras los ignorantes de titulación nos comemos los mocos de los palurdos. A veces siento la soledad y la mimo, le doy un bombón, le regalo una bufandita para el invierno y la invito al cine, al teatro o a un concierto, para irnos conociendo la suelo llevar a cenar, incluso he pensado en enseñarle a bailar la cumbia, así, cuando nos encontremos de nuevo tal vez pasemos un rato agradable enfundaditos en nuestras batas, a la luz catódica de la tele o bajo los soportales de la calle mayor de una ciudad del norte. A veces siento la soledad tan cercana y humana que la abrazo, me duermo a su vera y sueño con los días dónde lo más importante era darle patadas a un balón, el beso que volando cruzaba el recreo y las tardes de domingo, después de misa de cinco, cuando en la oscuridad del cine ella me cogía de la mano para llevarme hasta el fin del mundo. A veces siento la soledad y me gustaría estar muerto, aunque sólo fuera para que me quisieran más y alguien me regalara un ramo flores.
Javier López se puso el cachirulo morado al cuello y se lanzó a las calles festivas de Zeta en busca de inspiración para su blog. Imaginó a la Virgen del Pilar respirando mas tranquila tras el ajetreado veraneo de fast pass para besar la Sagrada Columna que la sustenta, mucho más relajada tras la eliminación de la competencia desleal de Fluvi como icono de nuevo cuño de la ciudad. Trenzó las imágenes para un video poema como si los motores de la industria de Hollywood vivieran en el barrio de Las Fuentes y buscó cara para el protagonista hasta que recordó la suya. Fue una revelación, él había nacido para actor. Embebido en aquella quimera hizo repaso a lo insulso de su vida como preámbulo a olvidar, recuerdos que dejarían su espacio a las nuevas experiencias como estrella del celuloide, una vida aderezada de anécdotas raídas y de poco lustre desde la infancia, pasando por el Instituto, una mili de perros y varios trabajos subyugantes donde la imaginación era tan innecesaria como el talento, la destreza o el virtuosismo de los oficios de antaño: Las manos del ebanista, la precisión del ajustador o el ojo clínico del zahorí. Decidió ser actor por la tremenda. El primer paso para lograrlo pasaba por cambiar su imagen, dar un giro a su estilismo, ganar en frescura, olvidarse de las proliferación de las canas y el tradicional corte de pelo que lo acompañaba desde siempre para entrar en el olimpo de la interpretación con un peinado moderno, en consonancia con los tiempos por venir, tiempos de primeros planos, travelling y firma de autógrafos con el estatus de seductor para maduritas con intenciones intelectuales, bajo las cuales se escondían finísimas prendas de la lencería más cara y exclusiva, delicadezas de satén para tierras de secano, un Arturo Fernández de nuevo cuño. Javier López giró sobre sus talones como si el destino le dictara los pasos a seguir y se encontró con el cartel de Arroyos Estilistas. Subió las escaleras en un frenesí, golpeó la puerta con la ansiedad de la inminente transformación provocada por un corte de pelo, un tinte adecuado, extensiones a tutiplé, gomina en las puntas y un champú con olor a fama. Laura Arroyos abrió con la sonrisa franca de quien esta encantada de recibir en casa, su mirada la delató, aquella chica disfrutaba de su trabajo como estilista. Lo miró de arriba abajo y tras un primer vistazo cargado de sabiduría calculó cambios, imaginó modificaciones y exploró las posibilidades reales que podía ofrecer a su nuevo cliente. El lavado de cabeza lo dejó relajado y fue la excusa perfecta cuando Laura Arroyos le hizo la fatídica pregunta de « ¿Cómo quieres que te lo corte? » A Javier le hubiera gustado responder con desparpajo, con la seguridad de un veterano acostumbrado a elegir el peinado adecuado para alcanzar el estrellato de la interpretación, una cabellera digna de los mejores dramas, una melena capaz de brillar en las comedias más desternillantes, el peinado ideal para caminar por la alfombra roja de todos los festivales de cine all over the world. En lugar de aquella explosión de sueños se limitó a subir los hombros y poner carita de circunstancias. Laura Arroyos hizo un mohín de duda, dio dos pasos hacía atrás y trazó con sus manos dos líneas que partieron desde la coronilla de su cliente hasta el flequillo «Tienes unas raíces muy curiosas. Habitualmente el pelo crece en un único sentido, pero en tu caso lo hace en dos direcciones. Es una característica que tenemos que tener en cuenta a la hora de planificar tu estilismo, porque esta configuración capilar suele ser propensa al desarrollo de remolinos y acumulaciones rebeldes de cabellos» Volvió a hacer el mismo mohín, puso sus manos en el cogote de Javier y se agachó en un gesto que parecía el paso previo al golpe mortal de un karateka, aunque sólo fue el movimiento ergonómico de quien busca la mejor postura para investigar que hacer con aquellos pelos. « ¿Habías pensado en algo concreto? » volvió a preguntar la peluquera. El silencio fue eterno. «Creo que para el perfil redondeado de tu cara, para las gafas azules, para las canas tan interesantes que luces y un pelo tan sano y robusto lo mejor, sin lugar a dudas, será hacerte un corte estilo bloguero» Javier López regresó a su casa más contento que unas campanillas, había olvidado por completo la quimera de convertirse en actor para sentarse frente al teclado de su ordenador con su flamante corte de pelo y darle vidilla a La Curvatura de la Córnea, un blog al que le debía un buen número de momentos memorables.
¿Quién lo hubiera dicho hace unos años? Violadores del Verso inicia un periplo por Sudamérica bajo el título de “Gira Defensores”, uno conciertos patrocinados por la Fundación 2008 que se encarga de publicitar el Bicentenario de los Sitios de Zaragoza. En ese marco de colaboración entre el grupo referencia del Hip-Hop hispano y el Ayuntamiento de Zaragoza te encuentras con el logo que puedes ver en la cabecera de esta crónica y el siguiente mensaje firmado al alimón por el grupo y las autoridades municipales: “En 1808 un Gobierno déspota permite la invasión francesa, al grito de “NO, a la fuerza”, los Zaragozanos se arman. No era una ciudad fortificada, sabían que ellos serían los muros y deciden defender, casa por casa y habitación por habitación, sus formas particulares de entender la vida, lo propio, lo particular, lo que da sentido a una comunidad, frente a una imposición violenta. Zaragoza protagoniza el inicio del fin del Imperio Napoleónico. La idea que perdura es que, en última instancia a Zaragoza la defiende su gente. Accedimos a esta campaña porque creímos y seguimos creyendo que también es HIP HOP ser defensores de lo nuestro y estar orgullosos de lo que somos y hacemos, sin que esto signifique enfrentamiento con otras formas de hacer y de vivir. Al contrario, el conocimiento de lo diferente te hace ser más grande. TU ERES ALGUIEN Y LO PUEDES HACER…” Una de las características de las últimas grabaciones de Violadores del Verso es el gusto por el refinamiento, lo hacen en muchas de sus rimas — aunque en otras perviven términos más gruesos, — también lo hacen en las bases, una alquimia de sonidos mecida por las manos de ese mago del sonido que es R de Rumba, filigranas de buen gusto, preocupación por la elegancia, preparados para gourmet que hasta suena el jazz, un universo que mantuvieron en su anterior gira con pulcritud en los directos, hay un DVD en el mercado que lo atestigua. Ese estilismo era compatible con muchos momentos el más puro estilo hardcore, sonido que Violadores reclama sin sonrojos y demostrando esa capacidad para destilar los sonidos más pesados, una dicotomía muy interesante que ha sido sustituida en la actual gira. Violadores del Verso han abandonado las puntillas y las filigranas, han cambiado todas las bases de sus temas y se dedican a darlo todo de nuevo pero más, con Kase O luciendo una extraña pelambrera sobre la cabeza y afeitado cual barbilampiño. El sonido inicial fue demasiado saturado, sucio y opresivo, tuvieron que pasar quince minutos para que las voces de Lírico y Hate se escucharan a pleno rendimiento, pero el ritmo seguía siendo frenético, sin pausa, sin respiro, más y más y más rápido y más duro. Ahí nos lo ponían sin remisión, poderosos, grandes entre los grandes, Violadores te dan consuelo el cielo puede esperar. Pero aún quedaba el cumplimiento de la palabra dada cuando en su último disco decían aquello de “cuando parece que Violadores no puede hacerlo más hardcore, si que pueden” y tanto. Sobre el escenario las guitarras, la batería y el cantante de Sociedad Alkohólica para dar todavía más potencia, para dejarnos con la boca abierta, para tener un litro y levantarlo. Apabullante. Una noche en Interpeñas a la que Vivaldi no estuvo invitado:
En La Curvatura de la Córnea tenemos otro video con Violadores del Verso como estrellas invitadas, para verlo sólo tienes que pinchar aqui
Acodados en la barra de una discoteca a altas horas de una madrugada que había sido epílogo de boda, y con la pista vacía, Paco el Confitero me dijo, y desde entonces han pasado cuatro lustros, que un buen pinchadiscos tiene que hacer bailar. Leo Camaleón cruzó la calle Espoz y Mina para subirse al escenario de la Carpa del Ternasco que el Grupo Pastores ha montado en la Plaza del Pilar, algunos dicen que lo hizo revestido de DJ Pachanga, pero yo lo vi con sus atuendos, sus pelos y su barba de siempre. A los pocos minutos tenía al personal moviendo el esqueleto con sonidos de los ochenta, una rumbita de Los Chichos y aún tuvo tiempo para rubricar con una deliciosa versión francesa del Black is black de Los Bravos. Desde esta bitácora me atrevo a recomendar otras dos versiones que dejo ahí abajo y les recuerdo que Leo Camaleón volverá a servirse con ternasco los días 10 y 12 de octubre.
Hace una semana que desempolvé un compacto con los grandes éxitos de Los Chichos para escucharlo del trabajo a casa y de casa al trabajo, ¡ay! con alegría al tajo. Ha sido un rencuentro feliz porque he vuelto a descubrir unas canciones que tenía en el olvido. Una vuelta al Seat 1430 y al R-12, a las cassettes y a la sinfonolas. Me sorprendió la producción de muchos de los temas, con unos arreglos espectaculares en los vientos, cuerdas de altura, aromas morunos, guitarras lisérgicas y la inevitable influencia de la música disco de finales de los setenta. Con esa esperanza me acerqué hasta la nueva ubicación de la carpa de Interpeñas, dónde el Actur casi deja de serlo. La primera impresión fue la presencia de una guitarrista de larga cabellera rubia – durante unos segundos me pareció Cristina Rosenvinge y casi me da un mareo – no lo era, pero demostró que las seis cuerdas no tenían secretos rockistas para ella, espectacular. A su misma altura el bajista, una máquina del ritmo. Al piano un tipo que tocaba de oído, bendito y por derecho, a la batería un zaragozano efectivo pero que a veces se iba de cacho. Los Chichos en escena disfrutaron pero se equivocaron en la concepción del concierto, abusaron del ejercicio de dejar que cante el respetable, un acto comunitario que esta muy bien para momentos puntuales pero que es un recurso cansino si se utiliza una y otra vez, y otra vez, y así en cada uno de los temas, eso termina por cansar y aburrir. Las presentaciones fueron excesivas y poco preparadas. La máquina de la rumba flamenca funcionó cuando se dejaron de dimes y diretes y cantaron por derecho los grandes temas que atesora el grupo. Esa debería ser el alma de un recital de Los Chichos, a cantar, a cantar y a cantar, una canción detrás de otra para que la fiesta vaya subiendo, y aquí un poquito de rock, y allí el deje del funki, y venga esa marcha palillera de estribillos archiconocidos y ahora un solo de guitarra. Como no podía ser de otra manera hubo recordatorio para Jero, el malogrado cantante original de Los Chichos, al que nos sumamos en esta bitácora con la excelente compañía de sof2yany su versión del tema de Estopa titulado "El del medio de Los Chichos":
Javier López prefería la ducha antes que el baño. No lo hacía por una cuestión ecológica, ya saben, aquello del ahorro en el consumo de agua, el motivo era mucho más prosaico. Javier López disfrutaba en la ducha porque le gustaba contemplar como el agua cristalina del difusor se teñía de pardusca y arrastraba la suciedad de su piel por el desagüe. El baño era otra cosa, eso de pasar rato y rato tumbado en la bañera con el agua al cuello mientras el líquido elemento se encargaba de dejarle limpito. No, no le gustaba, era un asco compartir sitio y lugar con el agua que, aunque calentita y agradable al principio, siempre terminaría por reblandecer la suciedad corporal y dejarla a flote. La sección de belleza de una revista de marcado carácter femenino fue quien lo sacó de su error. En aquellas páginas se enteró de que el baño, más que con la higiene, estaba relacionado con la relajación del cuerpo y la mente, un ritual de los sentidos, un momento de intimidad que también podía ser compartido, un ejercicio para deleitarse en la concepción sibarita del uso del agua. Nada que ver con la ducha de diario. Javier López aprovechó que su señora, como todos los primeros jueves de mes, había salido a cenar con unas amigas. Llenó la bañera hasta la mitad con agua templadita, vertió una bolsita de sales medicinales que encontró en el multi-macro-super-mega neceser de su esposa. Una bolsa le pareció poco para tanto cuerpazo así que vació un par más. Agitó la mezcla sin resultados aparentes, entonces acudió al bote de gel Carrefour y aliñó con desmesura una generosa cantidad del líquido espeso y verde. La emisora de Radio Clásica emitía un concierto berlinés con obras de Manuel de Falla que maridaron a la perfección con el vino reserva de las bodegas Tempore y las velas con aromas orientales. El calorcito del agua hizo un delicioso viaje por los pies, los muslos y las nalgas, se tumbó con los ojos cerrados y un novedoso placer lo dejó en estado de meditación. Notó la presión del agua sobre el pecho y una cierta ofuscación en el ritmo respiratorio que, en lugar de asustarlo, le relajaba. Estuvo quieto un tiempo que fue incapaz de determinar. Abrió los ojos cuando sintió un leve roce en la nariz. El espectáculo de miles de burbujas lo sorprendió. Las había de todos los tamaños, diminutas como la que lo había despertado hasta del tamaño de una pelota de tenis, brillaban orondas todas juntitas, apretadas y quietas. Javier López sopló con suavidad y la cinemática se unió a la fiesta. Las burbujas de mayor tamaño alcanzaron el techo y allí se acumulaban mientras las más pequeñas las seguían, del agua surgían nuevas burbujas que desbordaron la bañera, se asentaron en el suelo, subieron por las paredes y ocuparon todo el espacio. La visión era maravillosa, el efecto óptico multiplicó los enseres, miles de copas de vino, cientos de pastillas de jabón, decenas de aparatos de radio, todo reproducido hasta el infinito. En medio del ensueño Javier levantó la mano derecha y tocó una de las burbujas. La onda expansiva fue devastadora, eliminó de un plumazo el resto de las burbujas, rompió el cristal del espejo y arrastró hacía el pasillo todo lo que pilló a mano: la escobilla del váter, el juego naranja de toallas, la maquinilla de afeitar, la brocha, los cepillo de dientes, todos los peines, cepillos, pinzas, cajitas de maquillaje, sombras de ojos, el rimel extra wave, compresas con alas, tampones de mar, las colonias florales, los perfumes para la pasión, el aceite de los masajes y un sin cuento de cachivaches. La Ley Física de la Tele transportación de Cuerpos se puso en marcha y sustituyó los huecos dejados por los elementos que tenía más a mano. Así aparecieron aparejadores de ladrillo, contratistas por horas, subarrendatarios de camas, promotores recalificados, alcaldes bronceados, contratos hipotecarios, una subprime estadounidense cantando los grandes éxitos de la Motown, Henry Paulson en calzoncillos, un broker de Wall Street con la dentadura de oro, María Teresa y Sorolla paleándose desnudas, el director de mi banco quitándole el bozal a un perro con pintas de asesino, el Presidente de la Comunidad de Vecinos con una llave grifa para cortar el agua, Mariano Rajoy se descojonaba fumándose un puro mientras Rodriguez Zapatero movía las cejas en consonancia con la curva de la inflación subyacente, Pedro Solbes haciendo surf con un parche de pirata y la careta del Euribor, los 35 listillos del Ibex, el índice Nikkei disfrazado de kamikaze, el Dow Jones con pinta de pedigüeño, el Nasdaq llorando sobre el cuerpo de un marine muerto en la guerra de Iraq y un cachorro neo-con que gritó con muy mala hostia «Pero eres gilipollas ¿o qué te pasa?, ¡a quien se le ocurre reventar la burbuja inmobiliaria!»