The Police en Barcelona
Cuando alguien me preguntaba cual era el concierto al que me hubiera gustado asistir y nunca lo había hecho, la respuesta siempre fue la misma: The Police. El grupo británico irrumpió en la escena musical con gran fuerza con aquel sonido que algunos llamaban reggae blanco, pero que en cuanto rascabas un poquito aparecía la destilación del punk. Llegaron a lo más alto y se separaron en lo que parecía una situación irreconciliable. Más tarde Sting editó uno de los mejores discos que he escuchado. Compré el doble en directo “Bring on the nigth” en Las Palmas de Gran Canarias, el día que terminé la mili, un segundo antes de tomar un vuelo con el tiempo suficiente como para intentar recuperar mi propia identidad borrada entre los galones de cabo, la artillería de tierra del glorioso Ejercito Español y los litros de Kalimotxo en el Guretxea.
Eran demasiados recuerdos para perderme el retorno de The Police a los escenarios. José Luís y Sandra consiguieron las entradas y tuvieron el inmenso detalle de reservar un par de ellas a mi nombre, ese fue un gran día y lo quise celebrar con un viaje al recuerdo. El trastero de mi pisito zaragozano fue lo que encontré más a mano para remedar el regreso al sótano: De las cajas apiladas de vinilos saqué los discos de The Police para darme cuenta que desde hacía demasiado tiempo no tenía un plato que girara a 33 rpm.
Las inmediaciones del Estadio Olímpico de Barcelona eran un hervidero por el que nos escurrimos hasta llegar a las vallas de acceso a la puerta Maratón número 1. Descendimos deprisita por las gradas hasta pisar las placas de plástico que protegían la hierba, secar el puesto de cerveza ambulante, bailotear con Bob Marley y sentir que el sueño se iba a hacer realidad.
El concierto comenzó con un sonido de gran calidad, ondas envolventes para ampliar la voz de Sting a un volumen inusualmente bajo, tan inusual como su desconchado Fender Jazz Bass. Fueron minutos de introspección hasta llegar a la duda… la emoción no venía. La banda seguía desgranando sus grandes éxitos, todos reconocibles, todos mil veces escuchados. El volumen subió un poco pero aún se podía hablar como en el salón de casa mientras Summers dictaba clases magistrales a las cuerdas de una Stratocaster y Copeland tocaba la batería con guantes – no hay figura retórica en esta afirmación – pero con la misma energía de siempre. Bailamos mucho, desde los saltos de rigor hasta agarrados como en un bolero, era, de nuevo, como en el salón de casa pero con una sola, excepcional, diferencia: Sting, Summers y Copeland estaban allí en carne y hueso, presentes, resucitados y con un homenaje a la memoria colectiva de una generación que no encontró nostalgia en el escenario, al contrario, asistimos a un electrizante concierto de tres tipos con una gloriosa personalidad, sólo música y nada de añoranza.
Al terminar el concierto recordé lo que escribí en estas páginas durante la última visita de los Stones al suelo patrio: La pena que sentí por no acudir al que – y no te rías – parecía su última gira mundial, y como suplí aquel sentimiento con una maratoniana sesión de videos de la banda. Bajando las escaleras de Montjuiic me asaltaron esas mismas dudas pero al revés ¿Habría sido suficiente un visionado de todos los vídeos de The Police? Una pregunta muy peligrosa a menos de quince días para el regreso de Héroes del Silencio al Estadio de La Romareda de Zaragoza.